viernes, 4 de julio de 2008

La gran explosión

La gran explosión

... también nosotros somos polvo de las estrellas..
Hilde se acomodó en el balancín muy pegada a su padre. Eran casi
las doce. Se quedaron mirando la bahía, mientras alguna
que otra
estrella pálida se dibujaba en el cielo. Suaves olas golpeaban las
piedras debajo del muelle.
El padre rompió el silencio:
–Resulta extraño pensar que vivimos en un pequeño planeta en el
universo.
–Sí.
–La Tierra es uno de los muchos planetas que se mueven
describiendo una órbita alrededor del sol. Pero sólo la Tierra
es un
planeta vivo.
–¿Y quizás el único en todo el universo?
–Sí, es posible. Pero también puede ser que el universo esté lleno
de vida, porque ¿universo es inmenso. Y las distancias
son tan
enormes que las medimos en «minutos luz» y «años luz».
–¿Y eso qué significa en realidad?
–Un minuto luz es la distancia que recorre la luz en un minuto. Y
eso es mucho, porque la luz viaja por el universo a 300. 000
kilómetros en sólo un segundo. Un minuto luz es, en otras palabras,
300. 000 por 60, o 18 millones de kilómetros. Un año luz es por
tanto casi diez billones, con b, de kilómetros.
–¿A qué distancia está el sol?
–A un poco más de ocho minutos luz. Los rayos de sol que nos
calientan las mejillas un cálido día de junio han viajado por el
universo durante ocho minutos antes de llegar a nosotros.
–¡Sigue!
–La distancia a Plutón, que es el planeta más lejano de nuestro
sistema solar, es de más de cinco horas luz desde nuestro
propio
planeta. Cuando un astrónomo mira a Plutón en su telescopio en
realidad ve cinco horas hacia atrás en el tiempo. También
podríamos decir que la imagen de Plutón emplea cinco horas en
llegar hasta aquí.
–Es un poco difícil imaginárselo, pero creo que entiendo
lo que
dices.
–Muy bien, Hilde. Pero sólo estamos empezando a orientarnos,
¿sabes? Nuestro propio sol es uno entre 400. 000 millones de otros
astros en una galaxia que llamamos Vía Láctea. Esta galaxia
se
parece a un gran disco en el que nuestro propio sol está situado en
uno de sus varios brazos en espiral. Si miramos el cielo estrellado
una noche despejada de invierno, vemos un ancho
cinturón de
estrellas. Eso se debe a que miramos hacia el centro de la Vía
Láctea.
–Será por eso por lo que en sueco la Vía Láctea se llama «Calle del
Invierno».
–La distancia a nuestra estrella más próxima de la Vía Láctea es de
cuatro años luz. Tal vez es la que vemos sobre el islote
allí
enfrente. Imagínate que en este momento hay alguien allí arriba
que mira por un potente telescopio hacia Bjerkely; entonces vería
Bjerkely tal como era hace cuatro años. Quizás viera a una niña de
once años sentada en este balancín balanceando
las piernas.
–Me dejas atónita.
–Pero ésa es sólo la estrella vecina más cercana. Toda la galaxia, o
la «nebulosa», como también la llamamos, tiene una dimensión de
90. 000 años luz. Eso significa que la luz emplea ese número de
años para llegar de un extremo de la galaxia a otro. Cuando
dirigimos nuestra mirada a una estrella de la Vía Láctea que esté a
50. 000 años luz de nuestro propio planeta, entonces
miramos 50.
000 años hacia atrás en el tiempo.
–Este pensamiento es demasiado grande para una cabecita tan
pequeña como la mía.
–La única manera que tenemos de mirar hacia el universo es
mirando hacia atrás en el tiempo. No sabremos nunca cómo es
aquello en el universo. Sólo sabemos cómo era. Cuando
miramos
una estrella que está a miles de años luz viajamos en realidad miles
de años hacia atrás en la historia del universo.
–Es completamente inconcebible.
–Pero todo lo que vemos llega a nuestro ojo como ondas
de luz. Y
estas ondas emplean tiempo en viajar por el espacio.
Podemos
hacer una comparación con los truenos. Siempre
escuchamos los
truenos unos instantes después de ver el rayo. Eso se debe a que las
ondas del sonido se mueven más lentamente que las ondas de luz.
Cuando oigo un trueno, estoy oyendo el ruido de algo que ocurrió
hace un rato. Lo mismo ocurre con las estrellas. Cuando miro una
estrella que se encuentra
a miles de años luz de nosotros, veo el
«trueno» de un suceso que se encuentra miles de años hacia atrás
en el tiempo.
–Entiendo.
–Hasta ahora sólo hemos hablado de nuestra propia galaxia.
Los
astrónomos piensan que hay aproximadamente cien mil millones
de galaxias como ésta en el universo, y cada una de estas galaxias
la componen unos cien mil millones de estrellas.
La galaxia
vecina más próxima a la Vía Láctea es la que llamamos
Nebulosa
de Andrómeda. Está a dos millones de años luz de nuestra propia
galaxia. Como ya hemos visto, esto significa
que la luz de esta
galaxia necesita dos millones de años para llegar hasta nosotros, lo
que a su vez significa que miramos
dos millones de años hacia
atrás en el tiempo cuando vemos
la nebulosa de Andrómeda allí
muy arriba en el firmamento.
Si hubiera un astrónomo listo en esa
nebulosa, y me imagino uno astuto que en este mismo momento
está dirigiendo
su telescopio hacia la Tierra, no nos vería a
nosotros. En el mejor de los casos vería unos «prehombres» de
frente plana.
–Sigo atónita.
–Las galaxias más lejanas cuya existencia se conoce hoy; se
encuentran a unos diez mil millones de años luz de nosotros.
Cuando captamos señales dc esas galaxias, miramos diez mil
millones de años hacia atrás en la historia del universo. Eso es más
o menos el doble del tiempo que ha existido nuestro propio
sistema solar.
–Me mareas.
–En sí es muy difícil concebir lo que quiere decir mirar tan atrás en
el tiempo. Pero los astrónomos han encontrado algo que tiene aún
más importancia para nuestra visión del mundo.
–¡Cuéntame!
–Resulta que ninguna de las galaxias del universo está quieta.
Todas las galaxias del universo se van alejando las unas de las
otras a una enorme velocidad. Cuanto más lejos se encuentran
de
nosotros, más rápido parece que se mueven. Esto significa que la
distancia entre las galaxias se hace cada vez mayor.
–Intento imaginármelo.
–Si tienes un globo y pintas puntitos negros en él, los puntitos se
irán alejando lentamente los unos de los otros conforme
vayas
hinchando el globo.
–¿A qué se debe eso?
–La mayoría de los astrónomos están de acuerdo en que la
expansión del universo sólo puede tener una explicación. Una vez,
hace aproximadamente 15 mil millones de años, toda la materia del
universo estaba concentrada en una pequeña zona. La materia era
tan compacta que la gravedad la calentó enormemente. Finalmente
estaba tan caliente y era tan compacta que estalló. Este estallido lo
llamamos la gran explosión, en inglés «big bang».
–Sólo pensar en ello me hace temblar
–La gran explosión hizo que toda la materia del universo
fuese
lanzada en todas las direcciones, y conforme la materia
se iba
enfriando, se formaban estrellas y galaxias, lunas y planetas.
–¿Pero dijiste que el universo sigue ampliándose?
–Y eso se debe precisamente a aquella explosión que tuvo lugar
hace miles de millones de años. Porque el universo no tiene una
geografía eterna. El universo es un acontecimiento.
El universo es
una explosión. Las galaxias siguen alejándose
las unas de las otras
a una enorme velocidad.
–¿Y así continuarán eternamente?
–Es una posibilidad. Pero también existe otra posibilidad.
A lo
mejor recuerdas que Alberto le habló a Sofía de las dos fuerzas que
hacen que los planetas se mantengan en órbitas
constantes
alrededor del sol.
–La gravedad y la inercia, ¿no?
–Así es también la relación entre las galaxias. Porque aunque el
universo sigue expandiéndose, la gravedad actúa en sentido
contrario. Y un día, tal vez dentro de unos miles de millones
de
años, quizás la gravedad haga que los astros se vuelvan a reunir,
conforme las fuerzas de la gran explosión empiecen
a menguar.
Entonces tendremos una explosión inversa, llamada «implosión».
Pero las distancias son tan enormes que ocurrirá a cámara lenta.
Puedes compararlo con lo que pasa cuando soltamos el aire de un
globo.
–¿Todas las galaxias volverán a ser absorbidas otra vez en un
núcleo compacto?
–Sí, lo has entendido. ¿Pero qué pasará luego?
–Entonces tendrá que haber una nueva «explosión» que haga que el
universo se vuelva a expandir. Porque las mismas
leyes de la
naturaleza seguirán en vigor. De esa manera se formarán nuevas
estrellas y, galaxias.
–Correcto. En cuanto al futuro del universo, los astrónomos
se
imaginan dos posibilidades: o bien el universo continuará
expandiéndose para siempre, de modo que gradualmente
habrá
cada vez más distancia entre las galaxias, o bien el universo
comenzará a encogerse de nuevo. Lo que es decisivo para lo que va
a ocurrir es cuánto es el peso o la masa del universo. Y sobre este
punto los astrónomos no tienen todavía conocimientos
muy
seguros.
–Pero si el universo es tan pesado que un día empieza a encogerse
¿a lo mejor se ha expandido y encogido muchísimas
veces ya?
–Esa es una conclusión natural. Pero en este punto el pensamiento
se divide en dos. También puede ocurrir que la expansión del
universo sea algo que sólo ocurra una vez. Pero si el universo sigue
expandiéndose eternamente, la pregunta de cómo empezó todo se
hace más apremiante.
–¿Porque cómo surgió toda la materia que de repente estalló?
–Para un creyente puede resultar natural considerar «la gran
explosión» como el propio momento de la Creación. En la Biblia
pone que Dios dijo: «Hágase la luz». Recordarás que Alberto
señaló que la religión cristiana tiene una visión «lineal
» de la
Historia. Desde una fe cristiana en la Creación, conviene
más
pensar que el universo se seguirá expandiendo.
¿Sí?
–En Oriente han tenido una visión cíclica de la Historia.
Es decir;
que la historia se repite eternamente. En la India existe por ejemplo
una vieja doctrina según la cual el mundo constantemente se
desdobla para luego volverse a empaquetar Así se alterna entre lo
que los hindúes llaman «Día de Brahman”
y «Noche de
Brahmán». Esta idea armoniza mejor, naturalmente,
con que el
universo se expanda y se encoja, para volver a expandirse después,
en un eterno proceso «cíclico».
Me lo imagino como un gran corazón cósmico que late y late y
late...
–A mí me parece que las dos teorías son igual de inconcebibles
e
igual de emocionantes.
–Y pueden compararse con la gran paradoja de la eternidad
en la
que Sofía una vez estuvo pensando sentada en su jardín: o el
universo ha exitido siempre, o ha nacido una vez de repente de la
nada...
Hilde se echó mano a la frente.
–¿Qué ha sido eso?
–Creo que me ha picado un tábano.
–Habrá sido Sócrates que intentaba sacarte del letargo...
Sofía y Alberto habían estado sentados en el deportivo
rojo
escuchando al mayor hablar a Hilde sobre el universo.
–¿Te has dado cuenta de que los papeles han sido
completamente cambiados? –preguntó Alberto después de un
rato.
–¿Qué quieres decir?
–Antes eran ellos quienes nos escuchaban a nosotros,
y
nosotros no los podíamos ver. Ahora somos nosotros quienes los
escuchamos a ellos, pero ahora ellos no nos pueden ver a
nosotros.
–E incluso hay algo más.
–¿En qué estás pensando?
–Al principio no sabíamos que existía otra realidad, en la que
vivían Hilde y el mayor. Ahora son ellos los que no saben nada de
nuestra realidad.
–Esa es la dulce venganza.
–Pero el mayor podría intervenir en nuestro mundo...
–Nuestro mundo no fue sino una intervención suya.
–No quiero perder la esperanza de que también nosotros
podamos un día intervenir en su mundo.
–Pero sabes que eso es completamente imposible. ¿Te acuerdas
de lo que pasó en el café Cinderella? Vi cómo te quedaste tirando
de aquella botella de coca-cola.
Sofía se quedó mirando al jardín mientras el mayor hablaba de
«la gran explosión». Esta expresión le hizo pensar
en algo.
Empezó a hurgar en el coche.
–¿Qué pasa? –preguntó Alberto.
–Nada.
Abrió la guantera y encontró una llave inglesa. Con la llave en la
mano se acercó al balancín y se puso justo delante de Hilde y su
padre. Primero intentó captar la mirada
de Hilde, pero le fue
imposible. Al final levantó la llave inglesa muy alto por encima
de su cabeza y golpeó con ella muy fuerte la frente de Hilde.
–¡Ay! –dijo Hilde.
Luego Sofía también golpeó con la llave inglesa la frente del
mayor, pero él no reaccionó en absoluto.
¿Qué ha sido eso? –preguntó él. Hilde le miró:
–Creo que me ha picado un tábano.
–Habrá sido Sócrates que intentaba sacarte del letargo.
Sofía se tumbó en la hierba e intentó empujar el balancín.
Pero
no se movía ni un ápice. ¿O había conseguido que se moviera un
milímetro?
–Sopla como un vientecillo fresco por el suelo –dijo Hilde.
–A mí me parece que tenemos una temperatura muy suave,
–Pero no es sólo eso. Aquí hay algo.
–Solamente tú y yo y la suave noche de verano.
–No, hay algo en el aire.
–¿Qué puede ser?
–¿Te acuerdas del plan secreto de Alberto?
–¿Cómo no me iba a acordar?
–Y desaparecieron de la fiesta en el jardín. Como si se los
hubiera tragado la tierra.
–Pero...
–”como si se los hubiera tragado la tierra... “
–En algún punto la historia tiene que acabar. Sólo era algo que yo
escribí.
–Aquello si, pero no lo que ocurrió después. Fíjate, si estuvieran
aquí...
–¿Crees que eso puede ser?
–Siento algo extraño, papá.
Sofía volvió corriendo al coche.
–Impresionante –tuvo que admitir Alberto, mientras
ella se metía
en el coche con la llave inglesa–. A lo mejor resulta que la chica
tiene facultades especiales.
El mayor puso su brazo alrededor de Hilde.
–¿Has oído la maravillosa música de las olas que golpean las
piedras?
–Mañana tendremos que llevar la barca al agua.
–¿Pero oyes los extraños susurros del viento? ¡Mira cómo tiemblan
las hojas de los álamos.
–Es el planeta vivo...
–Escribiste que había algo “entre líneas”.
–¿Sí?
–Quizás haya algo «entre líneas” también en este jardín.
–Desde luego la naturaleza está llena de enigmas. Y estamos
hablando de las estrellas del firmamento.
–Pronto habrá estrellas en el agua también.
–Sí, eso que llamabas la fosforescencia del mar cuando eras
pequeña. En cierta manera tenías razón, porque tanto la
fosforescencia como todos los demás organismos están hechos de
elementos químicos que algún día fueron mezclados y cocidos
en
una estrella.
–¿Nosotros también?
–--Sí, también nosotros somos polvo de las estrellas.
–¡Qué bonito!
–Cuando los radiotelescopios captan luz de galaxias lejanas
que se
encuentran a miles de millones de años luz de distancia,
registran
el aspecto que tenía el espacio en el tiempo primigenio, justo
después de la gran explosión.. Todo lo que los seres humanos
vemos en el cielo son fósiles cósmicos de hace miles y millones de
años. Lo único que puede hacer un astrólogo
es predecir el pasado.
–¿Porque las estrellas de las constelaciones se han distanciado
las
unas de las otras antes de que la luz de las estrellas llegue hasta
nosotros?
–Hace sólo un par de miles de años las constelaciones tenían un
aspecto bastante diferente al que tienen hoy.
–---No lo sabía.
–En una noche despejada vemos millones, por no decir miles de
millones, de años hacia atrás en la historia del universo.
De alguna
manera emprendemos el viaje de vuelta a casa.
–Eso me lo tienes que explicar mejor.
–También tú y yo empezamos con la gran explosión.. Porque toda
la materia del universo es una unidad orgánica.
Una vez, en los tiempos primigenios, toda la materia estaba
concentrada en una bola que era tan densa que la cabeza de un
alfiler habría pesado muchos miles de millones de toneladas.
Este
«átomo primigenio” estalló debido a la enorme gravitación.
Fue
como si algo se rompiera. Pero al elevar la mirada hacia el cielo
intentamos encontrar el camino de vuelta a nosotros mismos.
»Todas las estrellas y galaxias del universo están hechas de la
misma materia. En algunas partes algunas de ellas se han juntado.
Puede haber millones de años luz entre una y otra galaxia.
Pero
todas tienen el mismo origen. Todas las estrellas y los planetas son
de la misma estirpe.
–Comprendo.
–¿Qué es esa materia universal? ¿Qué fue aquello que hizo
explosión hace miles de millones de años? ¿De dónde viene?
–Ese es el gran enigma.
–Pero es algo que nos atañe en lo más profundo. Porque
nosotros
mismos somos de esa materia. Somos una chispa de la gran
hoguera que se encendió hace muchos miles de millones
de años.
–Lo has expresado de una manera muy bonita.
–Ahora bien, no debemos exagerar el significado de las grandes
cifras. Basta con tomar una piedra en la mano. El universo
habría
sido igual de inconcebible aunque sólo hubiese consistido en esta
piedra del tamaño de una naranja. La pregunta
habría seguido allí
invariablemente: ¿de dónde viene esta piedra?
Sofía se levantó de pronto en el deportivo rojo y señaló
hacia la
bahía.
–Me entran ganas de probar el bote –exclamo.
–Está amarrado. Además no seriamos capaces de mover los
remos.
–¿Lo intentamos? Estamos en la noche de San Juan...
–Por lo menos podemos bajar al agua.
Salieron del coche y bajaron corriendo por el jardín.
En el muelle intentaron soltar la cuerda, que estaba atada a una
anilla de acero; pero no lograron ni siquiera moverla.
–Como si estuviera clavada –dijo Alberto.
–Pero tenemos tiempo de sobra.
–Un auténtico filósofo no debe darse por vencido. Si al menos
lográramos... soltar esta...
–Ahora hay todavía más estrellas en el cielo –dijo Hilde.
–Sí, éste es el momento más oscuro de la noche de verano.
–Pero en el invierno echan chispas. ¿Te acuerdas de aquella noche
antes de irte al Líbano? Era el día de Año Nuevo.
–Fue cuando me decidí a escribir un libro de filosofía para ti.
Estuve en una importante librería dc Kristiansand y también en la
biblioteca municipal; pero no había nada apropiado
para jóvenes.
–Es como si estuviéramos sentados en la punta de uno de los finos
pelos de la blanca piel del conejo.
–Me pregunto si hay alguien allí afuera, en la noche de los años luz.
–¡El bote se ha soltado!
–Es verdad...
–No lo entiendo. Bajé a comprobar el amarre justo antes
de que tú
llegaras.
–¿De veras?
–Me recuerda a Sofía, cuando tomó prestado el bote de Alberto.
¿Te acuerdas de que lo dejó a la deriva?
–A lo mejor es ella la que ha estado por aquí.. –Tú te lo tomas a
broma, pero yo tengo la sensación de que ha habido alguien aquí
durante toda la noche.
–Uno de los dos tiene que nadar hasta allí.
–Lo haremos los dos, papá.

Contrapunto

Contrapunto

... dos o más melodías que suenan al mismo tiempo...
Hilde se incorporó en la cama. Se acabó la historia de Sofía y
Alberto. ¿Pero qué había sucedido en realidad?
¿Por qué había escrito su padre ese último capítulo?, Había sido
sólo para mostrar su poder sobre el mundo de Sofía?
Absorta en una profunda meditación se metió en el baño para
vestirse. Después de un rápido desayuno bajó al jardín y se sentó
en el balancín.
Estaba de acuerdo con Alberto en que lo único sensato de la fiesta
del jardín había sido su discurso. ¿No pensaría su padre que el
mundo de Hilde era tan caótico como la fiesta de Sofía? ¿O que
también el mundo de ella se disolvería?
Y luego estaban Sofía y Alberto. ¿Qué había pasado con el plan
secreto?
¿Le tocaba ahora a Hilde inventar el resto? ¿O habían logrado
salirse de la historia de verdad?
Pero en ese caso, ¿dónde estaban?
De repente se dio cuenta de algo: si Alberto y Sofía habían
logrado salirse de la historia, no pondría nada de eso en las hojas
de la carpeta de anillas, porque todo lo que estaba escrito
en ella
era de sobra sabido por su padre.
–¿Podía haber algo entre líneas? Algo así se había insinuado,
Hilde comprendió que tendría que volver a leer toda la historia una
v otra vez.
En el instante en que el Mercedes se metía por el jardín, Alberto
se llevó a Sofía hasta el Callejón. Luego se fueron
corriendo por
el bosque hacia la Cabaña del Mayor.
¡Rápido! –gritó Alberto–. Tiene que ser antes de que comiencen a
buscarnos.
–¿Estamos ahora fuera de la atención del mayor?
–Estamos en la región fronteriza.
Cruzaron el lago a remo y se metieron a toda prisa en la Cabaña
del Mayor. Una vez en el interior, Alberto abrió una trampilla que
daba al sótano. Empujó a Sofía dentro. Todo se volvió negro.
Durante los días siguientes, Hilde continuó trabajando en su propio
plan. Envió varias cartas a Anne Kvamsdal en Copenhague, y la
llamó un par de veces por teléfono. En Lillesand iba pidiendo
ayuda a amigos y conocidos; casi la mitad de su clase del instituto
fue reclutada para la tarea.
Entretanto releía El mundo de Sofía. Era una historia que había que
leer más de una vez. Constantemente se le ocurrían nuevas ideas
sobre lo que pudo haberles pasado a Sofía y a Alberto, después de
que desaparecieran de la fiesta.
El sábado 23 de junio se despertó de pronto sobre las nueve.
Sabía
que su padre ya había dejado el campamento en el Líbano. Ahora
sólo quedaba esperar. Había calculado hasta el último detalle del
final del último día de su padre en el Líbano.
En el curso de la mañana comenzó con su madre los preparativos
para la noche de San Juan. Hilde no podía dejar de pensar en cómo
Sofía y su madre también habían estado preparando su fiesta de
San Juan.
¿Pero era algo que ya había hecho?¿No lo estarían preparando
ahora?
Sofía y Alberto se sentaron en el césped delante de dos edificios
grandes, con unas ventanas muy feas y conductos
de aire en la
fachada. Una pareja salía de uno de los edificios; él llevaba una
cartera marrón y ella, un bolso en bandolera rojo. Por un
pequeño camino al fondo pasó un coche rojo.
–¿Qué ha pasado? preguntó Sofía.
–Lo conseguimos.
–¿Pero dónde estamos?
–Se llama Cabaña del Mayor
–¿Pero... Cabaña del Mayor... ?
–Es en Oslo.
¿Estás seguro?
Completamente. Uno de estos edificios se llama Chateau Neuf
que significa «nuevo castillo». Allí se estudia
música. El otro
edificio es la Facultad de Teología. Más arriba, en la colina, se
estudia ciencias, y todavía más arriba
se estudian literatura y
filosofía.
¿Hemos salido del libro de Hilde y del control del mayor?
Sí, las dos cosas. Aquí no nos encontrará jamás.
¿Pero dónde estábamos cuando corríamos por el bosque?
–Mientras el mayor estaba ocupado en hacer estrellar
el coche
del asesor fiscal contra un manzano, nosotros aprovechamos la
oportunidad para escondernos en el Callejón.
Entonces nos
encontrábamos en la fase fetal, Sofía. Pertenecíamos al viejo y al
nuevo mundo a la vez. Pero al mayor no se le ocurrió pensar que
podíamos escondernos
allí.
–¿Por qué no?
–Entonces no nos habría soltado con tanta facilidad. Todo fue tan
sencillo como en un sueño. Claro, que puede ser que él estuviera
metido en el plan.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Fue él quien arrancó el Mercedes blanco. Quizás se esforzó al
máximo para perdernos de vista. Estaría completamente
indignado por todo lo que habla pasado...
La joven pareja ya sólo estaba a un par de metros de ellos. A
Sofía le daba un poco de vergüenza estar sentada en la hierba
con un hombre mucho mayor que ella. Además
tenía ganas de
que alguien le confirmara lo que habla dicho Alberto.
Se levantó y se acercó corriendo a ellos.
–Por favor, ¿podéis decirme cómo se llama este sitio? Pero ni
contestaron ni le hicieron caso.
A Sofía esto le irritó tanto que insistió:
–No pasa nada por contestar a una pregunta, ¿no?
Aparentemente, el joven estaba explicando algo a la mujer.
–La forma de la composición de contrapunto funciona
en dos
dimensiones: horizontal o melódicamente, y vertical o
armoniosamente. Se trata de dos o más melodías que suenan al
mismo tiempo...
–Perdonad que os interrumpa, pero...
–Se simultanean melodías, cada una con valor propio,
si bien
todas ellas quedan subordinadas a un plan armónico
biensonante. Es eso lo que llamamos contrapunto. En realidad
significa .
¡Qué poca vergüenza! Pues no eran ni sordos ni ciegos.
Sofía
intentó captar su atención por tercera vez, poniéndose
en el
camino para cerrarles el paso.
Simplemente la empujaron hacia un lado.
–Creo que se está levantando viento –dijo la joven. Sofía volvió
corriendo al lado de Alberto.
–¡No me escuchan! –dijo, y al decir esto, se acordó del sueño
sobre Hilde y la cruz de oro.
–Ése es el precio que tenemos que pagar. Si nos hemos
salido a
escondidas de un libro, no podemos esperar tener exactamente
los mismos privilegios que el autor del libro. Pero estamos aquí.
A partir de ahora no tendremos ni un día más de los que
teníamos cuando abandonamos la fiesta filosófica de tu jardín.
–¿Tampoco tendremos nunca un contacto real con la gente que
nos rodea?
–Un auténtico filósofo jamás dice . ¿Tienes reloj?
–Son las ocho.
–Que es la hora que era cuando salimos de tu casa, sí.
–Es hoy cuando el padre de Hilde vuelve del Líbano.
–Por eso tenemos que darnos prisa.
–¿Por qué?
–¿No tienes interés en saber lo que pasará cuando el mayor
llegue a Bjerkely?
–Claro, pero...
–¡Ven!
Empezaron a bajar hacia el centro. Se cruzaban con la gente, pero
todo el mundo les pasaba como si fueran aire.
Caminaban al lado de los coches aparcados. De pronto Alberto se
detuvo delante de un coche deportivo rojo, con la capota plegada.
–Creo que podemos utilizar éste –dijo–. Pero me tengo que
asegurar de que es nuestro coche.
–No entiendo nada.
–Entonces tendré que explicártelo. No podemos coger
sin más
un coche que pertenezca a alguien de esta ciudad.
¿Cómo crees
que reaccionaria la gente al descubrir que el coche va sin
conductor? Y además, tampoco creo que lográramos arrancarlo.
–¿Y el deportivo rojo?
–Creo que lo reconozco de una vieja película.
–Perdona, pero para ser sincera tengo que decirte que todas esas
misteriosas insinuaciones están empezando a molestarme.
–Es un coche imaginario, Sofía. Es exactamente como
nosotros.
La gente sólo ve aquí un lugar vacío. De eso es de lo que nos
tenemos que asegurar, antes de ponernos en marcha.
Se pusieron a esperar. Al cabo de unos instantes, llegó un chico
montado en bicicleta por la acera. De pronto,
pasó a través del
coche rojo.
–Ya ves. ¡Es como nosotros!
Alberto abrió la puerta delantera derecha.
–¡Adelante! –dijo, y Sofía se metió en el coche.
Alberto se sentó en el asiento del conductor, la llave estaba
puesta, la giró y el coche arrancó.
Pronto se encontraban en la carretera hacia el sur. Poco a poco
empezaron a ver grandes hogueras de San Juan.
–Estamos en la noche de San Juan, Sofía. Es maravilloso,
¿verdad?
–Y el viento sopla fuerte en los coches descapotables.
¿Es verdad
que nadie nos ve?
–Sólo aquellos que son como nosotros. Quizás nos encontremos
con alguno de ellos. ¿Qué hora es?
–Las ocho y media.
–Entonces tenemos que coger un atajo; no podemos seguir
detrás de este camión.
Alberto se metió en un campo de trigo. Sofía miró hacia
atrás y
vio que dejaban tras ellos una ancha franja de mieses aplastadas.
–Mañana dirán que ha sido el viento, que ha pasado por el campo
–dijo Alberto.
El mayor Albert Knag había aterrizado en Kastrup, el aeropuerto
de Copenhague. Eran las cuatro y media del sábado 23 de junio. El
día había sido muy largo. La penúltima etapa dcl viaje la había
hecho en avión desde Roma.
Pasó el control de pasaportes vestido con ese uniforme de las
Naciones Unidas del que siempre había estado tan orgulloso.
No
se representaba sólo a sí mismo, tampoco representaba
sólo a su
propio país. Albert Knag representaba un sistema de derecho
internacional, y una tradición de siglos que ahora abarcaba todo el
planeta.
Llevaba una pequeña bolsa en bandolera, el resto del equipaje lo
había facturado desde Roma. Sólo tuvo que presentar
su pasaporte
rojo.
«Nada que declarar»
El mayor Albert Knag tenía que pasar tres horas en Kastrup a la
espera de que saliera el avión para Kristiansand. Podría comprar
algunos regalos para la familia. Hacia casi dos semanas había
enviado a Hilde el regalo más grande que había hecho jamás. Marit
lo había dejado sobre su mesilla para que lo tuviera al despertarse
en su cumpleaños. Albert no había hablado
con Hilde después de
la llamada de aquella noche.
Albert se compró algunos periódicos noruegos. Pero sólo le había
dado tiempo a echar un vistazo a los titulares cuando escuchó algo
por los altavoces: “ Comunicado personal para el señor Albert
Knag. Se ruega al señor Albert Knag que se presente en el
mostrador de la SAS.
¿Qué sería? Albert sintió que una oleada de miedo le subía
por la
espalda. ¿No le mandarían de nuevo al Líbano? ¿Habría sucedido
algo en casa?
Se presentó en seguida en el mostrador de información.
–Soy Albert Knag.
–¡Tenga! Es urgente.
Abrió el sobre inmediatamente. Dentro había un sobre más
pequeño. Y en ese sobre ponía: «Mayor Albert Knag c/o
Información de SAS, Aeropuerto de Kastrup Copenhague».
Albert estaba nervioso. Abrió el pequeño sobre y encontró
una
notita:
Querido papá. Te doy la bienvenida. Como ves, no podía aguantar
hasta que llegaras a casa. Perdona que te haya hecho llamar por
los altavoces. Era lo más sencillo.
P D. Desgraciadamente, ha llegado una demanda de
indemnización del asesor fiscal Ingebugtsen por el percance
ocurrido a un Mercedes robado.
P.D. P.D.Quizás esté sentada en el jardín cuando llegues. Pero
también puede ser que sepas algo más de mi antes.
P.D. P.D. P.D. Tengo miedo de quedarme demasiado tiempo en el
jardín. En esos sitios es muy fácil hundirse en el suelo.
Un abrazo de Hilde, que ha tenido mucho tiempo para preparar tu
regreso.
Albert Knag sonrió ligeramente, pero no le gustaba ser manipulado
de esa manera. Siempre había apreciado llevar un buen control
sobre su propia vida. Y ahora esa pequeña hija suya estaba
dirigiendo desde su casa en Lillesand, los movimientos de su padre
en el aeropuerto de Copenhague. ¿Cómo lo había conseguido?
Metió el sobre en un bolsillo de la camisa y empezó a pasear
por
las galerías comerciales. Al entrar en la tienda donde vendían
alimentos típicos de Dinamarca vio un pequeño sobre que estaba
pegado al cristal de la puerta. «MAYOR KNAG», ponía en el
sobre, escrito con un rotulador gordo. Albert despegó el sobre y lo
abrió:
Mensaje personal al mayor Albert Knag c/o Alimentos de
Dinamarca. Aeropuerto de Kastrup.
Querido papá, me gustaría que nos compraras un salami danés
grande, de dos kilos si puede ser. Y a mamá seguro que le gustará
el fuet al coñac.
P. D. El caviar de Linfjord tampoco se despreciará.
Abrazos, Hilde.
Albert miró a su alrededor. ¿No estaría Hilde cerca? ¿No le habría
regalado Marit un viaje a Copenhague para que se encontrara con
él allí? Era la letra de Hilde...
De pronto, el observador de las Naciones Unidas empezó
a
sentirse él mismo observado. Tenía la sensación de que todo lo que
hacía estaba dirigido por control remoto. Se sintió como un
muñeco en manos de un niño.
Entró en la tienda y compró un salami de dos kilos, un fuet al
coñac y tres frasquitos de caviar de Limfjord. Luego continuó
su
paseo por las galerías comerciales. Quería comprarle un buen
regalo de cumpleaños a Hilde. ¿Estaría bien una calculadora?
¿O
una pequeña radio? Sí, eso...
Al entrar en la tienda de electrónica, vio que también allí había un
sobre pegado al cristal del escaparate. “Mayor Albert Knag c/o la
tienda más interesante de Kastup”, ponía. En una notita dentro del
sobre blanco, leyó el siguiente mensaje:
Querido papá. Muchos recuerdos para ti de Sofía, que también
quiere darte las gracias por una radio con FM y con un minitelevisor
que le regaló su generosísimo papá. Demasiado
generoso, pero por otra parte, una simple nimiedad. No obstante,
tengo que admitir que comparto el interés de Sofía por las
nimiedades.
P. D. Si no has estado aún, hay unas instrucciones en la tienda de
alimentación y en la tienda libre de impuestos, donde venden vino
y tabaco.
P. D. P. D. Me regalaron algo de dinero para mi cumpleaños, de,
modo que puedo contribuir con 350 coronas para el mini-televisor.
Abrazos de Hilde, que ya a rellenado el pavo y hecho la ensalada
Waldorf.
El mini-televisor costó 985 coronas danesas. Y sin embargo podría
considerarse una nimiedad, en comparación con cómo se sentía
Albert Knag por dentro, al ser dirigido a todas partes por los
astutos caprichos de su hija. ¿Estaba ella allí o no?
Ahora miraba hacia todos los lados. Se sentía como un espía y
como una marioneta a la vez. ¡Había perdido su libertad!
Entonces también tendría que ir a la tienda grande libre de
impuestos. Allí había, en efecto, otro sobre blanco con su nombre.
Era como si todo el aeropuerto se hubiera transformado
en un
juego de ordenador en el que él era la flecha. En la notita ponía:
Mayor Knag c/o la gran tienda libre de impuestos de Kastrup.
Todo lo que te pido aquí es una bolsa de gominolas y un par de
cajitas de mazapán de Anton Berg. ¡Recuerda que todas esas cosas
son muy caras en Noruega! Si no recuerdo mal a mamá le gusta
mucho el Campari.
P. D. Ten tus sentidos bien abiertos durante todo el viaje de vuelta.
Supongo que no querrás perderte ningún mensaje importante.
Abrazos de tu hija Hilde, que aprende con mucha rapidez.
Albert suspiró con resignación, pero entró en la tienda y cumplió
con la lista de compras. Con tres bolsas de plástico y su bolsa en
bandolera, se acercó a la puerta 28 para esperar el embarque.
Si
había más notitas, allí se quedarían.
Pero sobre una columna, en la puerta 28 había otro sobrecito
blanco: «Al mayor Albert Knag, puerta 28, aeropuerto de
Kastrup». También ésta era la letra de Hilde, pero el número
de la
puerta parecía añadido y escrito con otra letra. No era fácil hacer
averiguaciones, porque no tenía ninguna otra letra con la que
comparar, solo números contra letras.
Se sentó en un asiento con la espalda pegada a una ancha
pared. El
orgulloso mayor se quedó así sentado, mirando fijamente al aire
como si fuera un niño pequeño que viajaba solo por primera vez en
la vida. Si ella estuviera allí, al menos no tendría el gusto de
encontrarle a él primero.
Miraba pusilánimemente a los pasajeros conforme iban llegando. A
ratos se sentía como un enemigo de la seguridad del reino. Cuando
empezaron a embarcar, suspiró aliviado; él fue el último en entrar
en el avión.
En el momento de entregar la tarjeta de embarque, cogió
otro
sobre que había pegado al mostrador.
Sofía y Alberto habían pasado ya el puente de Brevik, y un poco
más tarde la salida para Kragero.
–Vas a 180–dijo Sofía.
–Son casi las nueve. Ya no falta mucho para que aterrice
en el
aeropuerto de Kjevik, y a nosotros no nos pararán
en ningún
control de tráfico.
–¿Y si chocamos?
–Si es con un coche normal no pasa nada. Pero si es con uno de
los nuestros...
–¿Si?
–Entonces tendríamos que tener cuidado.
–No es fácil adelantar a nadie por aquí, hay árboles por todas
partes.
–No importa, Sofía. ¿Cuándo te vas a enterar?
Dicho esto, Alberto se salió de la carretera, se metió por el
bosque y atravesó los espesos árboles.
Sofía suspiró aliviada.
–¡Qué susto me has dado!
–Ni siquiera nos enteraríamos si atravesáramos una pared de
acero.
–Eso significa que somos simplemente unos ligeros espíritus
respecto del entorno.
No, lo estás viendo al revés. Es la realidad de nuestro
entorno la
que es para nosotros un ligero cuento.
Me lo tendrás que explicar más a fondo.
–Entonces escúchame bien. Hay un extendido malentendido
acerca de que el espíritu es algo más «ligero» que el vapor de
agua. Pero es al contrario. El espíritu es más sólido que el hielo.
–Nunca se me había ocurrido.
–Entonces te contaré una historia. Érase una vez un hombre que
no creía en los ángeles. No obstante, recibió un día la visita de un
ángel, mientras estaba trabajando en el bosque.
¿Sí?
Caminaron juntos un trecho. Al final, el hombre se volvió hacia el
ángel y dijo: «Bueno, he de admitir que los ángeles existen. Pero
no existís de verdad como nosotros». «¿Qué quieres decir con
eso?», preguntó el ángel. Y el hombre contestó: «Al llegar a una
piedra grande yo he tenido
que rodearía, pero me he dado
cuenta de que tú simplemente
la has atravesado. Y cuando nos
encontramos con un gran tronco de árbol caído sobre el sendero,
yo tuve que ponerme a gatas para pasarlo, pero tú lo atravesaste
sin más». El ángel se quedó muy sorprendido al oír esto y dijo:
«¿No te diste cuenta de que también pasamos por un pequeño
pantano, y de que los dos nos deslizamos a través de la niebla?
Eso es porque los dos tenemos una consistencia más sólida que
la niebla».
Ah...
–Lo mismo pasa con nosotros, Sofía. El espíritu puede
atravesar
puertas de acero. Ni tanques ni bombarderos pueden destrozar
algo hecho de espíritu.
Qué curioso.
–Pronto pasaremos Risor, y sólo hace una hora que salimos de
Oslo. Me está apeteciendo un café.
Llegaron a Fiane y se encontraron a su izquierda con una
cafetería que se llamaba Cinderella (Cenicienta). Alberto se salió
de la carretera y aparcó el coche en el césped.
En la cafetería, Sofía intentó coger una botella de coca-cola del
mostrador frigorífico, pero no pudo moverla. Estaba como
pegada. Luego, Albedo intentó sacar café en un vaso de plástico
que había encontrado en el coche; sólo tenía que bajar una
palanquita, pero aunque se esforzó al máximo, no fue capaz de
moverla.
Se enfadó tanto, que se dirigió a los demás clientes pidiendo
ayuda. Como nadie reaccionaba, se puso a gritar tan fuerte que
Sofía tuvo que taparse los oídos:
–¡Quiero café!
Su enfado no iba muy en serio, porque en seguida se estaba
tronchando de risa.
–Ellos no pueden oírnos, y nosotros tampoco podemos
servirnos
en sus cafeterías, claro.
Estaban a punto de marcharse, cuando una anciana se levantó de
una silla y se acercó a ellos. Llevaba una falda de un color rojo
chillón, una chaqueta azul de punto, y un pañuelo blanco en la
cabeza. Tanto sus colores como su figura eran, de alguna
manera, más nítidos que todo lo demás en la pequeña cafetería.
La anciana se acercó a Alberto y dijo:
–Pero chico, sí que gritas.
–Perdone.
–¿Quieres café, no?
–Sí, pero...
–Tenemos un pequeño establecimiento aquí al lado.
Acompañaron a la mujer por un pequeño sendero detrás
del
café. Mientras iban andando, ella preguntó:
–¿Sois nuevos por aquí?
–Tendremos que admitir que sí –contestó Alberto.
–Bueno, bueno, bienvenidos a la eternidad, hijos míos.
–¿Y usted?
–Yo vengo de un cuento de la colección de los hermanos
Grimm,
de hace casi doscientos años. ¿Y de dónde proceden los recién
llegados?
–Venimos de un libro de filosofía. Yo soy el profesor de filosofía,
Sofía es mi alumna.
–Ji-ji, eso es una novedad.
Salieron a un claro en el bosque. Allí había varios edificios muy
bonitos. En un prado abierto, entre dos casas, se había encendido
una gran hoguera y alrededor de la hoguera
había un montón de
gente variopinta. Sofía reconoció
a muchos de ellos. Allí estaba
Blancanieves y algunos de los enanos, Cenicienta y Sherlock
Holmes, Peter Pan y Pipi Calzaslargas, y también Caperucita Roja
y Cenicienta.
Alrededor de la hoguera se hablan congregado
muchas figuras muy queridas pero que no tenían nombre:
gnomos y elfos, faunos y brujas, ángeles y diablillos. Sofía
también vio por allí a un auténtico troll.
–¡Qué lío! –exclamó Alberto.
–Bueno, es la noche de San Juan –contestó la anciana–.
No hemos
tenido un encuentro como éste desde la Noche de Walpurgis. La
celebramos en Alemania. Yo estoy pasando aquí unos días para
devolver la visita. Querías café, ¿no?
–Sí, por favor.
Ahora Sofía se dio cuenta de que todas las casas estaban
hechas
de masa de pastel, azúcar quemada y adornos pasteleros.
Algunos de los personajes se servían directamente de las casas.
Pero habla por allí una pastelera que iba reparando los daños
conforme se iban produciendo. Sofía cogió un trozo de tejado. Le
supo mejor y más dulce que todo lo que había probado a lo largo
de su vida.
La mujer volvió en seguida con una taza de café.
–Muchas gracias –dijo Alberto.
–¿Y qué queréis pagar por el café?
–¿Pagar?
–Solemos pagar con una historia. Por el café basta con un trocito.
–Podríamos contar toda la increíble historia de la humanidad –
dijo Alberto–. Pero lo malo es que tenemos muchísima prisa.
¿Podemos volver y pagar en otra ocasión?
–Claro que si. ¿Por qué tenéis tanta prisa?
Alberto explicó lo que tenían que hacer, y la mujer dijo al final:
–Bueno, ha sido agradable ver caras nuevas. Pero deberíais cortar
pronto el cordón umbilical. Nosotros ya no dependemos de la
carne y de la sangre de cristianos. Pertenecemos
al pueblo
invisible.
Un poco más tarde, Sofía y Alberto estaban de vuelta en el
césped, delante del café Cinderella justo al lado del pequeño
deportivo rojo, había una madre muy nerviosa que estaba
ayudando a su pequeño hijo a hacer pis.
Cogiendo un par de atajos espontáneos por sitios insólitos,
no
tardaron mucho en llegar a Lillesand.
El vuelo SK-876, procedente de Copenhague, aterrizó en Kjevik a
las 21.35 como estaba previsto. Mientras el avión salía del
aeropuerto de Copenhague, el mayor abrió el último sobre que
había encontrado en el mostrador de embarque. En una notita
dentro del sobre ponía:
Al comandante Knag, en el momento en que entrega la carta de
embarque en Kastrup, la noche de San Juan de 1990.
Querido papá. A lo mejor pensabas que iba a aparecer en
Copenhague. No, papá, mi control sobre ti es más complicado que
eso. Te veo por todas partes, papá. He ido a ver a una familia
gitana tradicional,
que una vez, hace muchísimos años, vendió un
espejo mágico de latón a mi bisabuela. Ahora también he
conseguido una bola de cristal. En este momento estoy viendo que
acabas de sentarte en el avión. Te recuerdo que te ajustes el
cinturón de seguridad y que mantengas el respaldo
del asiento
recto hasta que se haya apagado la señal de «abróchense
los
cinturones». En cuanto el avión esté en el aire, podrás reclinar
el
asiento y echarte un sueño. Debes estar descansado cuando
llegues a casa. El tiempo aquí en Lillesand es inmejorable, pero la
temperatura
es algo más baja que en el Líbano. Te deseo un buen
viaje.
Abrazos de tu hija bruja, la Reina del Espejo y la mayor protectora
de la Ironía.
Albert no había podido determinar del todo si estaba enfadado
o
simplemente cansado y resignado. Pero de pronto se echó a reír. Se
reía tan ruidosamente que los pasajeros se volvieron hacia él para
mirarle. Entonces el avión despegó.
En realidad Hilde le había dado a probar su propia medicina.
¿Pero no había una diferencia importante? Su medicina había caído
principalmente sobre Sofía v Alberto y ellos no eran más que
imaginación.
Hizo como Hilde le había sugerido. Echó el asiento hacia
atrás y
se dispuso a dormir un rato. No se volvió a despertar del todo hasta
después de haber pasado el control de pasaportes.
Fuera, en el
gran vestíbulo del aeropuerto de Kjevik, se encontró
con una
manifestación.
Eran ocho o diez personas, la mayoría de la edad de Hilde. En sus
pancartas ponía «BIENVENIDO A CASA PAPA» «HILDE TE
ESPERA EN EL JARDÍN” y “LA IRONÍA EN MARCHA” Lo
peor era que no podía meterse en un taxi rápidamente, porque tenía
que esperar al equipaje. Mientras tanto los amigos de Hilde
pasaban por delante de el, obligándole a leer los carteles una v otra
vez. Pero se derritió cuando una de las chicas se acercó a él con un
ramo de rosas. Albert buscó en una de las bolsas y dio una barra de
mazapán a cada uno de los manifestantes.
Sólo quedaban dos para
Hilde. Cuando llegó el equipaje por la cinta, apareció un joven que
le explicó que estaba
bajo el mando de la Reina del Espejo y que
tenía órdenes de llevarle a Bjerkely. Los demás manifestantes
desaparecieron entre la multitud.
Cogieron la carretera E-18. En todos los puentes y entradas
a
túneles había carteles v banderitas con distintos textos:
«Bienvenido a casa!», «El pavo espera», «Te veo, papá».
Albert Knag suspiró aliviado y dio al conductor un billete de cien
coronas y tres botes de cerveza Elephant de Carlsberg, cuando el
coche paró delante de la verja de Bjerkely.
Fue recibido por su mujer Marit delante de la casa. Tras un largo
abrazo, preguntó:
–¿Dónde está?
–Está sentada en el muelle, Albert.
Alberto y Solía aparcaron el deportivo rojo en la plaza de
Lillesand, delante del Hotel Norge. Eran las diez y cuarto. Vieron
una gran hoguera en uno de los islotes de la bahía.
–¿Cómo vamos a encontrar Bjerkely? –preguntó Sofía.
–Buscando. Supongo que recordarás la pintura de la Cabaña del
Mayor.
–Pero tenemos que darnos prisa. Quiero estar allí antes de que él
llegue.
Empezaron a dar vueltas por pequeñas carreteras, pero también
pasaron por piedras y montículos. Lo que si sabían es que
Bjerkely estaba al lado del mar.
De pronto Sofía gritó.
–¡Allí está! Lo hemos encontrado.
–Creo que tienes razón, pero no grites tanto.
–Pero si nadie puede oírnos.
–Querida Sofía, después de ese largo curso de filosofía me
decepciona que saques conclusiones tan apresuradamente.
–Pero...
–¿No creerás que este lugar está totalmente carente de gnomos,
trolls y hadas buenas?
–Ah, perdona.
Atravesaron la verja y subieron por el caminito de grava delante
de la casa. Alberto aparcó el coche en el césped,
junto al
balancín. Un poco más abajo había una mesa puesta para tres
personas.
–¡La veo! –susurró Sofía–. Está sentada en el borde
del muelle,
igual que en el sueño.
–¿Ves cómo se parece este jardín al tuyo?
–Si, es verdad. Con balancín y todo. ¿Puedo acercarme
a ella?
–Claro que sí. Yo me quedo aquí...
Sofía bajó corriendo al muelle. Estuvo a punto de tropezar
con
Hilde, pero la esquivó y se sentó tranquilamente a su lado.
Hilde estaba manoseando una cuerda de la barca de remos, que
estaba amarrada al muelle. En la mano izquierda
tenía un papel
con anotaciones. Era evidente que estaba esperando. Miró varias
veces el reloj.
A Sofía le pareció muy hermosa. Tenía el pelo largo, rubio y
rizado. Y sus ojos eran de un verde intenso. Llevaba puesto un
vestido de verano amarillo. Le recordaba un poco a Jorunn.
Sofía intentó hablarle, aunque sabía que no serviría de nada.
–¡Hilde! –Soy Sofía.
Hilde no daba señales de haber oído nada.
Sofía se puso de rodillas y le gritó al oído:
–¿Me oyes, Hilde?¿Estás ciega y sorda?
¿Se volvió interrogante la mirada de Hilde? ¿Era una pequeña
señal de que había oído algo, por muy débil que fuese?
Luego se giró y miró directamente a los ojos de Sofía. No enfocó
del todo la mirada, era como si mirase a través de ella.
–No tan alto, Sofía.
Era Alberto el que hablaba desde el deportivo.
–Prefiero el jardín lleno de sirenitas.
Sofía se quedó muy quieta. Se sentía bien estando tan cerca de
Hilde.
De pronto se oyó una voz muy grave de hombre:
<¡Hildecita!>.
Era el mayor, en uniforme y con casco azul. Estaba arriba en el
jardín.
Hilde se levantó rápidamente y fue corriendo hacia él. Se
encontraron entre el balancín y el deportivo rojo. Él la cogió en
brazos, y empezó a dar vueltas.
Hilde se había sentado en el muelle para esperar a su padre.
Cada
cuarto de hora que pasaba desde que él había aterrizado
en
Kastrup, ella había intentado imaginarse dónde estaría, lo que haría
y cómo reaccionaría; tenía anotado todo el horario en un papelito
que había llevado en la mano todo el día.
¿Se enfadaría? No podía pensar que todo volvería a ser como antes,
después de haberle escrito un libro tan misterioso.
Vivió a mirar el reloj. Eran las diez y cuarto. Podía llegar en
cualquier momento.
¿Pero qué era eso? ¿No oía como un débil rumor, exactamente
igual que en el sueño de Sofía?
Se volvió bruscamente. Había algo allí, de eso estaba segura,
pero
no sabía qué.
¿Podría ser la noche de verano?
Durante unos instantes, tuvo miedo de ser vidente.
–¡ Hildecita!
Tuvo que volverse en dirección contraria. Era papá. Estaba arriba
en el jardín.
Hilde se levantó y fue corriendo hacia él. Se encontraron junto al
balancín. El la cogió en brazos y empezó a dar vueltas.
Hilde empezó a llorar, y también el mayor tuvo que tragarse
las
lágrimas.
–Pero si estás hecha una mujer, Hilde.
–Y tú estás hecho un inventor de historias.
Hilde se secó las lágrimas con las mangas del vestido amarillo.
–¿Podemos decir que estamos en paz? –preguntó ella.
–Estamos en paz.
Se sentaron a la mesa. Lo primero que pidió Hilde fue una
descripción detallada de lo que había sucedido en Kastrup y
durante el camino de vuelta. Todo fue recibido con grandes risas.
–No viste el sobre de la cafetería?
–No tuve ni tiempo para sentarme a tomar algo, pesada. Ahora
estoy hambriento.
–Pobre papá.
–¿Era una broma lo del pavo?
–En absoluto. Yo lo he preparado, y mamá lo va a servir.
Luego hablaron detalladamente de la carpeta de anillas y de la
historia sobre Alberto y Sofía. Pronto estuvieron sobre la mesa el
pavo y la ensalada Waldorf, el vino rosado y el pan trenzado
hecho por Hilde.
El padre estaba diciendo algo sobre Platón, cuando de pronto fue
interrumpido por Hilde.
–¡Calla!
–¿Qué pasa?
–¿No has oído? Es como si alguien estuviera silbando...
–No...
–Estoy segura de haber oído algo. Bueno, será un ratón.
Lo último que dijo el padre antes de que la madre volviera
con el
vino fue:
–Pero el curso de filosofía no está totalmente acabado.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Esta noche te hablaré del espacio.
Antes de empezar a comer, el padre dijo:
–Hilde ya está muy grande para estar sentada sobre mis rodillas.
¡Pero tú no!
Y dicho esto, capturó a Marit y la sentó sobre sus rodillas. Allí
tenía que estar mucho tiempo antes de dejarle empezar a comer.
–Pensar que tienes ya casi cuarenta años...
Después de que Hilde se hubiera ido corriendo al encuentro
de
su padre, Sofía notó que las lágrimas estaban a punto de brotarle.
¡No la alcanzaría nunca!
Sofía sentía envidia de Hilde que podía ser un ser humano de
carne y hueso.
Cuando Hilde y el mayor se hubieron sentado a la mesa Alberto
tocó el claxon del coche.
Sofía levantó la cabeza. ¿No hizo Hilde lo mismo? Subió al coche
y se sentó al lado de Alberto.
–¿Nos quedamos un rato mirando lo que pasa? –dijo. Sofía asintió
con la cabeza.
–¿Has llorado?
Volvió a asentir con la cabeza.
–¿Pero qué pasa?
–Ella tiene mucha suerte de poder ser una persona «de verdad».
Ahora crecerá y se hará una mujer «de verdad
». Y seguro que
también tendrá hijos «de verdad».
–Y nietos, Sofía. Pero todo tiene dos caras. Eso es algo que he
procurado enseñarte desde el principio del curso de filosofía.
–¿En qué estás pensando?
–Yo opino, como tú, que ella es muy afortunada. Pero a quien le
toca la lotería de la vida también le toca la de la muerte. Pues la
condición humana es la muerte.
–¿Pero no es al fin y al cabo mejor haber vivido, que no vivir
nunca de verdad?
–Nosotros no podemos vivir como Hilde... bueno, o como el
mayor. En cambio no moriremos nunca. ¿No te acuerdas de lo
que dijo la anciana en el bosque? Pertenecemos
al «pueblo
invisible». También dijo que tenía casi doscientos años. Pero en
aquella fiesta de San Juan vi a algunos
personajes que tienen
más de tres mil...
–Quizás lo que más envidie de Hilde sea su... su vida
en familia.
–Pero tú también tienes una familia. ¿No tienes un gato, un par
de pájaros, una tortuga... ?
–Pero ya abandonamos esa realidad.
–De ninguna manera. Sólo la ha abandonado el mayor.
Ha puesto
punto final, hija mía. Y nunca nos volverá a encontrar.
–¿Quieres decir que podemos volver?
–Todo lo que queramos. Pero también nos vamos a encontrar con
nuevos amigos en el bosque, detrás del café Cinderella.
La familia Møller Knag se sentó a cenar. Por un instante,
Sofía
tuvo miedo de que la cena se desarrollara en la misma dirección
que la fiesta filosófica en el jardín del Camino del Trébol, porque
daba la impresión de que el mayor iba a tumbar a Marit en la
mesa. Pero en lugar de eso, Marit cayó encima de las rodillas de
su marido.
El coche estaba aparcado a cierta distancia de la familia,
que en
ese momento estaba cenando. Sólo a intervalos
lograban oír lo
que se decía. Sofía y Alberto se quedaron
sentados mirando al
jardín, y tuvieron tiempo para hacer un largo resumen de la
infeliz fiesta filosófica.
Alrededor de medianoche, la familia se levantó de la mesa. Hilde
y el mayor se dirigieron hacia el balancín. Hicieron señas a la
madre, que se encaminaba a la casa blanca.
–Tú acuéstate, mamá. Tenemos mucho de qué hablar.

La fiesta en el jardín

La fiesta en el jardín

... una corneja blanca...
Hilde estaba como petrificada en la cama. Notaba los brazos
rígidos. y las manos, con las que tenía sujeta la carpeta le
temblaban.
Eran casi las once. Había estado leyendo durante más de dos horas.
Alguna que otra vez, había levantado la vista de la carpeta riéndose
a carcajadas pero también pasaba hojas gimoteando. Menos mal
que no había nadie en casa
¡Todo lo que había leído en dos horas! Empezó con que Sofía tenía
que despertar la atención del mayor cuando regresaba a casa
después de haber estado en la Cabaña del Mayor. Al final se había
subido a un árbol, y entonces llegó Morten, el ganso que venía del
Líbano, como un ángel liberador.
Hilde se acordaba siempre de que su padre le había leído cuando
era pequeña El maravilloso viaje de Nils Holgersson. Durante
muchos años, ella y su padre habían tenido un idioma secreto
relacionado con aquel libro. Y ahora su padre volvía a sacar a
relucir al viejo ganso.
Luego Sofía estuvo sola, por primera vez, en un café. A Hilde le
llamó especialmente la atención lo que Alberto contó sobre Sartre
y el existencialismo. Casi había conseguido convertirla, pero
también era verdad que había estado a punto de convertirla en
muchas otras ocasiones durante la lectura.
Hacia un año Hilde había comprado un libro sobre astrología. En
otra ocasión había llevado a casa unas cartas de tarot.
Y otra vez
se había presentado con un pequeño libro sobre espiritismo. Todas
las veces, su padre le había echado un pequeño
sermón, utilizando
palabras como «sentido crítico» y «superstición», pero hasta ahora
no se había vengado. Y lo había
preparado bien. Estaba claro que
su hija no iba a hacerse mayor sin haber sido seriamente advertida
contra esas cosas. Para estar totalmente seguro, la había saludado
con la mano a través de un televisor en una tienda de
electrodomésticos. Se podría haber ahorrado eso último...
Lo que más le intrigaba era la chica del pelo negro.
Sofía... ¿quién eres, Sofía? ¿De dónde vienes? ¿Por qué te has
cruzado en mi camino?
Al final Sofía había recibido un libro sobre ella misma. ¿Sería el
mismo libro que Hilde tenía en las manos en ese momento,
y que
no era más que una carpeta? Pero, de todos modos,
¿cómo era
posible encontrarse con un libro sobre una misma en un libro sobre
una misma? ¿Qué ocurriría si Sofía empezaba a leer ese libro?
¿Qué iba a ocurrir ahora? ¿Qué podía ocurrir ahora?
Hilde notó con los dedos que quedaban ya muy pocas hojas.
Al volver a casa, Sofía se encontró con su madre en el autobús.
¡Qué mala suerte! ¿Qué diría cuando viera el libro
que llevaba en
la mano?
Sofía intentó meterlo en la bolsa con los confetis y los globos
que había comprado para la fiesta, pero no le dio tiempo.
–¡Hola, Sofía! ¡Qué casualidad que hayamos cogido el mismo
autobús! ¡Qué bien!
–Hola...
–¿Has comprado un libro?
–No exactamente.
–El mundo de Sofía, qué curioso.
Sofía se dio cuenta de que ni siquiera tenía una mínima
posibilidad de mentir.
–Me lo ha regalado Alberto.
–Ya me lo figuro. Bueno, como ya he dicho antes, tengo muchas
ganas de conocer a ese hombre. ¿Me dejas ver?:
–Mamá, ¿no puedes esperar por lo menos hasta que lleguemos a
casa? Es mi libro.
–Sí, sí, es tu libro. Sólo quiero mirar la primera página.
Pero...
«Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto».
–¿Lo pone de verdad?
–Sí, Sofía, lo pone. Está escrito por alguien que se llama Albert
Knag. Es desconocido. ¿Cómo se llama ese Alberto
tuyo?
–Knox.
–Tal vez ese extraño hombre haya escrito un libro entero sobre
ti, Sofía. Puede que haya usado lo que se llama
un pseudónimo.
–No es él, mamá. Déjalo, de todos modos no vas a entender nada.
–Bueno, si tú lo dices. Mañana será por fin la fiesta. Ya verás
como todo se arregla.
–Alberto Knag vive en otra realidad. Este libro es una corneja
blanca.
–Por favor, déjalo ya. ¿No era un conejo blanco?
–¡Basta!
La conversación entre madre e hija no dio más de si, antes de
que tuvieran que bajarse en Camino del Trébol. Allí se
encontraron con una manifestación.
–¡Qué fastidio! –exclamó Helene Amundsen. Creía que por lo
menos en este barrio nos libraríamos del parlamento callejero».
No había más que diez o doce personas. En las pancartas
ponía:
«PRONTO LLECARÁ EL MAYOR», «SÍ A LA RICA COMIDA EN SAN
JUAN» y NACIONES UNIDAS».
A Sofía casi le daba pena su madre.
–No te preocupes por ellos, mamá –dijo.
–Pero qué manifestación tan rara, ¿no, Sofía? Casi un poco
absurda.
–No es nada.
–El mundo cambia cada vez más deprisa. En realidad,
ni siquiera
me sorprende.
–Por lo menos deberla sorprenderte el hecho de que no te
sorprenda.
–En absoluto. Siempre que no sean violentos. Espero que no
hayan pisado los rosales. No veo la necesidad de hacer una
manifestación en un jardín.
–Ha sido una manifestación filosófica, mamá. Los filósofos
auténticos no pisan los rosales.
–¿Sabes una cosa, Sofía? No sé si creo en los filósofos
auténticos. En nuestros días casi todo es sintético.
Pasaron la tarde haciendo preparativos. A la mañana siguiente,
decoraron la mesa y el jardín. Luego llegó Jorunn.
–¡Madre mía! Mis padres vendrán con los otros. Es culpa tuya que
vengan, Sofía.
Media hora antes de llegar los invitados, todo estaba preparado.
Los árboles del jardín estaban decorados con confetis y farolillos
japoneses. Habían metido cables alargadores
por una ventana
del sótano. La verja, los árboles de la entrada y la fachada de la
casa estaban decorados con globos. Sofía y Jorunn habían estado
toda la tarde soplando
para hincharlos.
En la mesa había pollo y ensaladas, panecillos y pan trenzado. En
la cocina había bollos, rosquillas y tartas de nata y chocolate,
pero en medio de la mesa ya habían colocado
un gran pastel de
veinticuatro anillas. En lo alto del pastel su madre había colocado
la figurita de una muchacha
vestida para la confirmación. La
madre habla dicho que la figura no tenía por qué representar a
una muchacha de confirmación, pero Sofía estaba convencida de
que la habla colocado sólo porqué ella había dicho, en alguna
ocasión, que no sabia si se iba a confirmar o no. Para su madre
era como si con ese pastel y con esa fiesta estuvieran celebrando
la confirmación de Sofía.
–Esta vez no hemos escatimado en nada –dijo varias
veces
durante la última media hora antes de llegar los invitados.
Llegaron los invitados. Primero llegaron tres de las chicas de la
clase, con blusas veraniegas, faldas largas, chaquetas
de punto y
un poco de rimel. Un poco más tarde aparecieron por allí Jorgen
y Lasse. Entraron por la puerta del jardín con una mezcla de
timidez y arrogancia típica de los chicos de su edad.
–¡Felicidades!
–Por fin, tú también te has hecho mayor.
Sofía se dio cuenta de que Jorunn y Jorgen ya se estaban
mirando disimuladamente. Había algo en el aire. Y además era
San Juan.
Todo el mundo traía regalos, y como se trataba de una fiesta
filosófica, varios de los invitados habían intentado
averiguar lo
que era la filosofía. Aunque no todos habían
conseguido
encontrar regalos filosóficos, la mayoría de ellos se habla
esforzado en escribir algo filosófico en la tarjeta. Le regalaron un
diccionario de filosofía y un diario con llave en el que ponía: ANOTACIONES FILOSÓFICAS
PERSONALES>.
Conforme iban llegando los invitados, la madre de Sofía les
servia sidra en copas altas de vino blanco.
–Bienvenido... ¿Cómo se llama este joven?... A ti no te conozco...
Cuánto me alegro de verte, Cecilie.
Cuando todos los jóvenes habían llegado y estaban bajo los
árboles frutales con sus copas, el Mercedes blanco de los padres
de Jorunn aparcó delante de la casa. El asesor fiscal vestía un
correcto traje gris de irreprochable corte. La señora llevaba un
traje pantalón rojo con lentejuelas de color rojo oscuro. Sofía
habría jurado que la señora había entrado en una tienda de
juguetes a comprar una muñeca Barbie que llevara ese traje
pantalón. Luego le había dado la muñeca a un sastre,
encargándole que le hiciera uno idéntico. También podría ser que
el asesor fiscal hubiese comprado la muñeca y que se la hubiese
entregado a un mago para que la convirtiera en una mujer de
carne y hueso. Pero esta posibilidad era tan improbable que Sofía
la rechazó.
Bajaron del Mercedes y, al entrar en el jardín, los jóvenes
se
quedaron mudos de asombro. El asesor fiscal en persona, de
parte de toda la familia Ingebrigtsen, entregó a Sofía un paquete
largo y estrecho. Sofía intentó no perder los estribos cuando
resultó ser una... si eso... una muñeca Barbie.
–¿Estáis tontos o qué? ¡Sofía ya no juega con muñecas!
La señora Ingebrigtsen acudió en seguida, haciendo tintinear las
lentejuelas.
–Es para que la tenga de adorno, claro está.
–Bueno, muchas gracias –dijo Sofía intentando suavizar
la
situación.
La gente empezaba a circular alrededor de la mesa.
–Entonces ya sólo falta Alberto –dijo la madre de Sofía en un tono
ligeramente excitado, intentando ocultar su preocupación. Ya
entre los demás invitados había corrido
el rumor sobre ese
invitado tan especial.
–Ha prometido venir, y vendrá.
–Entonces no nos podemos sentar antes de que venga,
¿no?
–Si, sentémonos.
Helene Amundsen se puso a colocar a los invitados alrededor de
la larga mesa, cuidando de que quedara una silla libre entre ella
y Sofía. Hizo algún comentario sobre lo que iban a comer, sobre
el tiempo, y sobre el hecho de que Sofía era ya una mujer adulta.
Llevaban ya media hora en la mesa cuando un hombre
de
mediana edad, con perilla y boina, llegó andando por el Camino
del Trébol. Traía un gran ramo con quince rosas rojas.
–¡Alberto!
Sofía se levantó de la mesa y fue a recibirle. Le dio un fuerte
abrazo y cogió el ramo. Él contestó a la bienvenida hurgando en
los bolsillos de su chaqueta, de donde sacó un par de grandes
petardos a los que prendió fuego y lanzó al aire. Luego se colocó
en el sitio libre entre Sofía y su madre.
–¡Felicidades de todo corazón! –dijo.
El grupo estaba atónito. La señora Ingebrigtsen lanzó una
elocuente mirada a su marido. La madre de Sofía, por el
contrario, experimentó tal alivio al ver que el hombre había
venido, que podría perdonarle cualquier cosa. La homenajeada
tuvo que reprimir la risa que le estaba haciendo
cosquillas en la
tripa.
Helene Amundsen pidió la palabra y dijo:
–Doy la bienvenida también a Alberto Knox a esta fiesta
filosófica. Él no es mi nuevo amante; aunque mi marido
esté
siempre viajando no tengo ningún amante. Este extraño señor es
el nuevo profesor de filosofía de Sofía. Además de saber lanzar
petardos, sabe muchas más cosas. Este hombre es capaz de
sacar un conejo vivo de un sombrero
negro de copa. ¿O era una
corneja, Sofía?
–Gracias, muchas gracias –dijo Alberto, y se sentó.
–¡Salud! –dijo Sofía, y todos levantaron sus copas con coca-cola.
Estuvieron sentados comiendo durante mucho tiempo.
De
pronto Jorunn se levantó de la mesa, se acercó con paso decidido
a Jorgen y le dio un sonoro beso en la boca, a lo que él respondió
intentando tumbarla sobre la mesa para poder agarrarla mejor y
devolverle el beso.
–Creo que voy a desmayarme –exclamó la señora Ingebrigtsen.
–En la mesa no, hijos míos –fue el único comentario
de la señora
Amundsen.
–¿Por qué no? –preguntó Alberto volviéndose hacia ella.
–¡Qué pregunta tan extraña!
Para un auténtico filósofo nunca está de más preguntar.
Y entonces, algunos de los chicos que no habían recibido
ningún
beso empezaron a tirar huesos de pollo al tejado.
Esto también
provocó un comentario de la madre de Sofía:
–No hagáis eso, por favor. Resulta muy molesto tener
huesos de
pollo en los canalones.
Pedimos disculpas dijo uno de los chicos. Y comenzaron
a tirar
los huesos de pollo al otro lado de la verja.
–Creo que ha llegado la hora de recoger los platos y sacar el
postre –dijo finalmente la señora Amundsen
¿Cuántos quieren café?
Los señores Ingebrigtsen, Alberto y otros dos invitados
levantaron la mano.
–Sofía y Jorunn, ¿queréis ayudarme?
En el camino hacia la cocina, las dos amigas pudieron
charlar un
poco.
–¿Por qué le besaste?
–Estaba mirando su boca, y de repente me entraron muchas
ganas de besarle. No pude resistirme.
–¿A qué te supo?
–Un poco distinto de lo que me había imaginado, pero...
¿Era la primera vez?
–Pero no será la última.
En seguida estuvieron sobre la mesa el café y las tartas.
Alberto
había empezado a repartir petardos entre los chicos, pero la
madre de Sofía pidió la palabra otra vez.
–No haré un gran discurso –dijo–. Pero sólo tengo una hija, y ha
pasado exactamente una semana y un día desde que cumplió
quince años. Como podéis ver, no hemos
escatimado en nada. En
el pastel hay veinticuatro anillas,
así que por lo menos hay una
anilla para cada uno. Los que se sirvan primero, pueden coger
dos anillas, porque
empezamos desde arriba, y las anillas se
hacen cada vez más grandes. Lo mismo pasa con nuestras vidas.
Cuando
Sofía era pequeña, daba pasitos en redondo en círculos
pequeños y modestos. Pero con los años, los círculos han ido
ensanchándose cada vez más. Ahora van desde casa hasta el
casco viejo y luego vuelven otra vez a casa. Y como
además
tiene un padre que viaja mucho, ella llama por teléfono a todo el
mundo. ¡Felicidades, Sofía!
–¡Qué delicia! –exclamó la señora Ingebrigtsen.
Sofía no sabía si se refería a la madre, al discurso en si, al pastel
de anillas o a la propia Sofía.
El grupo aplaudía, y un chico lanzó un petardo a un peral. Jorunn
se levantó de la mesa e intentó levantar a Jorgen de su silla. Él se
dejó llevar, se tumbaron en la hierba y siguieron besándose. Al
cabo de un rato, rodaron por el suelo bajo unos groselleros.
–Hoy en día son las chicas las que llevan la iniciativa
–dijo el
asesor fiscal.
Dicho esto, se levantó de la mesa y se fue hacia los groselleros,
donde se quedó para estudiar el fenómeno de cerca.
Todos los invitados siguieron su ejemplo. Sólo Sofía y Alberto se
quedaron sentados en sus sitios. Pronto los invitados estaban
formando un semicírculo alrededor de Jorunn y Jorgen, que ya
habían abandonado los inocentes
besos, para pasar a una forma
más descarada de caricias.
–No hay manera de pararlos –dijo la señora Ingebrigtsen,
no sin
cierto orgullo.
–Cierto –dijo su marido–. Las generaciones siguen a las
generaciones.
Miró a su alrededor para ver si sus acertadas palabras habían
sido bien recibidas. Como sólo se encontró con cabezas
mudas,
añadió:
–¡Qué remedio!
Desde lejos, Sofía vio que Jorgen intentaba desabrochar
la blusa
de Jorunn, que ya estaba bastante manchada de hierba. Ella
estaba manoseando el cinturón de él.
–A ver si os vais a acatarrar –dijo la señora Ingebrigtsen.
Sofía miró abatida a Alberto.
–Esto avanza más deprisa de lo que yo había pensado
–dijo él–.
Tenemos que marcharnos de aquí; pero antes, quiero decir
algunas palabras.
Sofía comenzó a dar palmas.
–¿Queréis volver a sentaros? Alberto va a decir algo.
Todos, menos Jorunn y Jorgen, se acercaron a la mesa y se
sentaron.
–¿Nos va a hablar? –dijo Helene Amundsen–. ¡Qué amable!
–Gracias a usted.
–Y luego le encanta pasear, ¿verdad que si? Dicen que es muy
importante mantenerse en forma. Resulta muy simpático, en mi
opinión, llevarse al perro de paseo. Se llama Hermes, ¿no?
Alberto se levantó y pidió la palabra.
–Querida Sofía –dijo–, creo recordar que ésta es una fiesta
filosófica y, por lo tanto, voy a dar un discurso filosófico.
Y fue interrumpido por un aplauso.
–En esta desenfrenada fiesta no vendría mal un poco de razón.
Pero no nos olvidemos de felicitar a la anfitriona, que ha
cumplido quince años.
Aún no había acabado la frase, cuando se oyó el ruido de un
avión que se estaba acercando. Pronto se encontraba
volando
muy bajo sobre el jardín. El avión llevaba
una especie de
bandera muy larga en la que ponía:
¡Felicidades en tu decimoquinto cumpleaños! Más aplausos y más
fuertes.
–Ya veis –exclamó la señora Amundsen–. Este hombre sabe otras
cosas aparte de lanzar petardos.
–Gracias, no ha sido nada. Durante las últimas semanas,
Sofía y
yo hemos realizado una investigación filosófica de gran
envergadura. Deseo aquí y ahora exponer los resultados
a los
que hemos llegado. Vamos a desvelar los secretos
más íntimos
de la existencia.
De pronto se hizo tal silencio que se oía el canto de los pájaros.
También se oían sonoros besos que venían de los groselleros.
–¡Continúa! –dijo Sofía!
–Tras profundas indagaciones, que han abarcado desde los
primeros filósofos griegos hasta hoy, nos hemos encontrado con
que vivimos nuestras vidas en la conciencia
de un mayor. Este
señor presta en la actualidad sus servicios
como observador de
las Naciones Unidas en el Líbano, pero también ha escrito un
libro a su hija, que vive en Lillesand. Ella se llama Hilde Møller
Knag y cumplió quince años el mismo día que Sofía. El libro, que
trata sobre
todos nosotros, estaba encima de su mesilla cuando
ella se despertó temprano en la mañana del día 15 de junio.
En
realidad se trata de una carpeta de anillas. Y justo en este
momento está notando que las últimas hojas le hacen
cosquillas
en los dedos.
Una especie de nerviosismo había comenzado a extenderse
alrededor de la mesa.
–Nuestra existencia no es ni más ni menos que una especie de
entretenimiento para el cumpleaños de Hilde Møller Knag.
Porque todos hemos sido creados por la imaginación
del mayor,
sirviéndole como una especie de fondo para la enseñanza
filosófica que ha recibido su hija. Esto quiere decir, por ejemplo,
que el Mercedes blanco que hay en la puerta no vale un céntimo.
No es nada. No vale más que todos esos Mercedes blancos que
ruedan y ruedan por la cabeza de un pobre mayor de las
Naciones Unidas, que en este momento acaba de sentarse a la
sombra
de una palmera, con el fin de evitar una insolación. Hace
mucho calor en el Líbano, amigos míos.
–¡Tonterías –exclamó el asesor fiscal–. No son más que disparates.
–La palabra es libre, desde luego –dijo Alberto, que seguía
imperturbable–. Pero la verdad es que lo que es un disparate es
esta fiesta, y la única pequeña dosis de razón en todo esto es mi
discurso.
Entonces el asesor fiscal se levantó y dijo:
–Uno intenta llevar adelante sus negocios de la mejor
manera
posible. Y además procura tener cuidado en todos
los sentidos.
Y encima tiene que tolerar que venga un sinvergüenza vago que,
con ciertas aseveraciones «filosóficas
», intenta derribar todo lo
que has conseguido.
Alberto asintió con la cabeza.
–Contra este tipo de comprensión filosófica no sirve ningún
seguro. Estamos ante algo peor que las catástrofes naturales,
señor asesor fiscal. Como usted sabe, el seguro tampoco cubre
ese tipo de catástrofes.
–Esto no es ninguna catástrofe de la naturaleza.
–No, es una catástrofe existencial. Eche usted un vistazo a los
groselleros y comprenderá lo que quiero decir.
Uno no puede
asegurarse contra el derrumbamiento de su existencia. Tampoco
puede asegurarse contra el apagón del sol.
–¿Tenemos que tolerar esto? –dijo el padre de Jorunn
mirando a
su mujer.
Ella dijo que no con la cabeza y lo mismo hizo la madre
de Sofía.
–Qué pena –dijo. Y aquí era donde no se había escatimado en
nada.
Sin embargo, los jóvenes tenían las miradas clavadas en Alberto.
Pues suele ocurrir que la juventud está más abierta a nuevos
pensamientos e ideas que la gente que ya ha vivido bastantes
años.
–Nos gustaría seguir oyéndote –dijo un chico de pelo rubio
rizado y gafas.
Gracias, pero en realidad no queda mucho por decir.
Cuando se
ha llegado a la certeza de que se es una imagen
soñada en la
conciencia adormecida de otra persona, entonces, en mi opinión,
es más sensato callarse. Pero puedo concluir recomendando a los
jóvenes un pequeño curso sobre la historia de la filosofía. Así
desarrollaréis una postura crítica ante el mundo en el que vivís.
Es muy importante
adoptar una postura crítica ante los valores
de la generación de los padres. Si en algo me he esforzado, es en
enseñarle a Sofía a pensar críticamente. Hegel lo llamó “pensar
negativamente»
El asesor fiscal aún no se había vuelto a sentar. Se había
quedado de pie dando pequeños golpes en la mesa con las
yemas de los dedos.
–Este agitador intenta destruir todas esas posturas sanas ante la
escuela y la Iglesia que intentamos inculcar en las nuevas
generaciones, pues ellos son los que tienen la vida por delante, y
los que algún día heredarán nuestras propiedades. Si este
agitador no abandona inmediatamente
la fiesta, llamaré a mi
abogado. Él sabrá lo que hay que hacer.
–Poco importa lo que quiera hacer, pues usted no es más que una
imagen de sombras. Por otra parte, Sofía y yo abandonaremos la
fiesta dentro de un instante. Pues el curso de filosofía no ha sido
simplemente un proyecto filosófico.
También ha tenido su lado
práctico. Cuando llegue el momento, desapareceremos por arte
de magia. De esa manera también queremos salirnos a
escondidas de la conciencia
del mayor.
Helene Amundsen agarró a su hija por el brazo.
¡No irás a dejarme, Sofía!
Sofía abrazó a su madre. Miró a Alberto y dijo:
–Mamá se pondrá muy triste...
–No, eso es una tontería. No debes olvidar lo que has aprendido.
Es precisamente de esa tontería de la que debemos librarnos. Tu
madre es una mujer tan agradable y simpática como la cesta de
Caperucita Roja, que estaba llena de comida para su abuelita.
Pero su tristeza no es mayor
que la necesidad que tiene ese
avión que acaba de pasar
de coger combustible.
–Creo que entiendo lo que quieres decir admitió Sofía. Se volvió
hacia su madre. Por eso tengo que dejarte,
mamá. Algún día
tendría que hacerlo.
–Te echaré de menos dijo la madre–. Pero si hay un cielo por
encima de éste, más vale que vueles. Me ocuparé
de Govinda.
¿Debo ponerle una o dos hojas de lechuga
al día?
Alberto le puso una mano en el hombro.
–Ni tú ni nadie más nos echaréis de menos, y la razón
es
simplemente que no existís. Y entonces tampoco tenéis
ningún
mecanismo con el que echarnos de menos.
–¡Ésta es la ofensa más grave que pueda imaginarse!
–exclamó la señora Ingebrigtsen.
El asesor fiscal le dio la razón.
–De cualquier forma, le cogeremos por injurias. A lo mejor es
comunista. Quiere quitarnos todo aquello que apreciamos. Es un
canalla. Un malvado grosero...
Tras esto, Alberto y el asesor fiscal se sentaron. Este último
estaba rojo de ira. Jorunn y Jorgen vinieron a sentarse
a la mesa.
Sus ropas estaban sucias y arrugadas. El pelo rubio de Jorunn
estaba lleno de barro y tierra.
–Mamá, estoy embarazada –dijo.
–Bueno, pero espera a que lleguemos a casa.
En seguida recibió el apoyo de su marido.
–Tendrá que aguantarse. Y si el bautismo es esta noche,
tendrá
que arreglárselas ella sola.
Alberto lanzó una seria mirada a Sofía.
–Ha llegado la hora.
–¿Por qué no nos haces un poco de café antes de irte?
–dijo la
madre.
–Sí, mamá, lo haré.
Sofía se llevó el termo a la cocina y se puso a hacer más café.
Mientras esperaba a que se hiciera el café, dio de comer a los
pájaros y a los peces. También entró en el baño para dar una
hoja de lechuga a Govinda. Al gato no lo vio, pero abrió una lata
grande de comida para gatos y la echó en un plato hondo que
puso delante de la puerta. Notó que tenía los ojos humedecidos.
Cuando volvió al jardín, se dio cuenta de que la fiesta parecía ya
más una fiesta infantil que la de alguien que acabara de cumplir
quince años. Había botellas volcadas, habían untado por toda la
mesa un trozo de tarta de chocolate,
la fuente de los bollos
estaba tirada en el suelo. En el momento de salir Sofía, un chico
estaba poniendo un petardo
en la tarta de nata. Estalló y toda la
nata se esparció entre la mesa y los invitados. El más
perjudicado fue el traje pantalón de la señora Ingebrigtsen.
Lo curioso fue que tanto ella, como todos los demás, lo tomaron
con la mayor naturalidad del mundo. Jorunn cogió un gran trozo
de tarta de chocolate y le untó la cara a Jorgen. Después, empezó
a lamerle.
La madre de Sofía y Alberto se habían sentado en el balancín, un
poco alejados de los demás. Llamaron a Sofía.
–Por fin habéis podido hablar a solas –dijo Sofía.
–Y tú tenías toda la razón –dijo la madre, entusiasmada–.
Alberto
es una persona muy generosa. Te dejo en sus fuertes brazos.
Sofía se sentó entre ellos.
Dos de los chicos habían logrado llegar al tejado. Una chica se
dedicaba a pinchar todos los globos con una horquilla. También
llegó en moto un huésped no invitado. Traía vino y aguardiente.
Fue recibido por algunos que se prestaron gustosamente a
ayudarle a descargar.
El asesor fiscal se levantó de la mesa. Dio unas palmadas
y dijo:
¿Vamos a jugar, niños?
Se aseguró una de las botellas de cerveza, la vació y la colocó en
medio de la hierba. Luego volvió a la mesa y cogió
las últimas
cinco anillas del pastel. Mostró a los invitados cómo había que
tirar las anillas por encima de la botella.
¡Qué pueril! –dijo Alberto. Tenemos que escaparnos
antes de que
el mayor ponga el punto final y Hilde cierre la carpeta.
–Entonces vas a tener que recoger todo tú sola, mamá.
–No importa, hijita. Esto no es vida para ti. Si Alberto
te puede
proporcionar una existencia mejor, nadie se alegrará más que yo.
¿Dijiste que tenía un caballo blanco?
Sofía miró al jardín. Estaba irreconocible. Botellas y huesos de
pollo, bollos y globos estaban pisoteados en la hierba.
–Esto fue mi pequeño paraíso –dijo.
–Y ahora serás expulsada del paraíso –contestó Alberto.
Uno de los chicos se había sentado dentro del Mercedes
blanco.
Arrancó y se precipitó por la puerta cerrada del jardín, entró en
el camino de gravilla y bajó al jardín.
Sofía notó que alguien la agarraba fuertemente por el brazo. Algo
la llevó hacia el Callejón. Oyó la voz de Alberto
que decía:
–¡Ahora!
Al mismo tiempo, el Mercedes blanco destrozó un manzano. Las
manzanas verdes rodaron por el capó.
–¡Esto es demasiado! –gritó el asesor fiscal. Exijo una sustanciosa
indemnización.
Recibió el apoyo incondicional de su encantadora mujer.
La culpa la tiene ese grosero. ¿Dónde está?
Es como si se los hubiera tragado la tierra dijo Helene
Amundsen, y lo dijo no sin cierto orgullo.
Se enderezó, se acercó a la mesa manchada y comenzó
a recoger
algo de la fiesta filosófica del jardín.
–¿Quiere alguien más café?

Nuestra época

Nuestra época

... el hombre está condenado a ser libre...rse
El despertador marcaba las 23.55. Hilde se quedó tumbada
mirando al techo, dejando que las asociaciones flotaran libremente.
Cada vez que se paraba en medio de un círculo de pensamientos, se
preguntaba por qué no podía seguir pensando
en la misma línea.
¿Sería a caso algo que estaba intentando reprimir?
Si hubiera conseguido desprenderse de toda clase de censura,
¿habría, quizás, comenzado a soñar despierta? La sola idea, le daba
un poco de miedo.
Cuanto más lograba relajarse y abrirse a los pensamientos
e
imágenes, más viva era la sensación de que se encontraba en la
Cabaña del Mayor, junto al pequeño lago, en el bosque que
rodeaba la cabaña.
¿Qué estaría tramando Alberto? Bueno, naturalmente era su padre
el que estaba tramando que Alberto tramara algo. ¿Sabría él lo que
Alberto podía llegar a hacer? Quizás estuviese intentando darse
tanta libertad a sí mismo que al final sucediera
algo que hasta a él
le sorprendiera.
Ya no quedaban muchos días. ¿Y si echara un vistazo a la última
hoja? No, eso seria hacer trampa. Pero aún había algo más: Hilde
no estaba totalmente convencida de que ya se hubiera
decidido lo
que ocurriría en la última página.
¿No era ése un extraño pensamiento? Si la carpeta de anillas estaba
ahí, el padre no podría añadir nada. Si Alberto no inventara algo
por su cuenta: una sorpresa...
Ella misma se ocuparía de un par de sorpresas. Su padre
No tenía ningún control sobre ella. ¿Pero y ella? ¿Tenía ella control
sobre sí misma?
¿Qué era la conciencia? ¿No era ése uno de los mayores enigmas
del universo? ¿Qué era la memoria? ¿Qué es lo que nos hace
«recordar» todo lo que hemos visto y vivido?
¿Cuál es ese mecanismo que cada noche nos hace tener, como por
arte de magia, sueños maravillosos?
Estando así, tumbada, cerraba de vez en cuando los ojos. Luego los
volvía a abrir. Al final se olvidó de volverlos a abrir.
Se había dormido.
Cuando unos enfurecidos gritos de gaviotas la despertaron
eran las
6. 66. ¿No era un número extraño? Hilde se levantó
de la cama y,
como todos los días, se acercó a la ventana para mirar la bahía. Eso
va se había convertido en una costumbre, tanto en verano como en
invierno.
De repente fue como si dentro de su cabeza estallara una caja de
colores. Se acordó de lo que había soñado, pero era algo más que
un sueño corriente; sus colores y su fondo eran completamente
vivos.
Había soñado que su padre volvía del Líbano, y todo el sueño
había sido como una prolongación del sueño de Sofía en el que
encontró su cruz de oro en el muelle.
Hilde estaba sentada en el borde del muelle, exactamente
como en
el sueño de Sofía. Y una voz muy débil le susurró:
«Me llamo
Sofía». Hilde se quedó sentada muy quieta para ver si podía
enterarse de dónde venía la voz. Luego el ruido continuó como un
débil rumor. Era como si le estuviera hablando un insecto «Pareces
ciega y sorda.” Al instante siguiente, su padre entro en el jardín,
vestido con uniforme de las Naciones Unidas «Hildecita» la llamó,
y Hilde se fue corriendo hacia él para echarse en sus brazos. Y
entonces acabo el sueño.
Se acordó de unos versos del poeta noruego Arnulf Overland:
Me despertó una noche un sueño extraño
sentí como si una voz me hablara a mí
lejana como una corriente subterránea
y yo me levanté: ¿Qué quieres de mí?
Mientras estaba junto a la ventana, su madre entró en la habitación.
–¡Hola! ¿Ya estás despierta?
–No lo sé.
–Volveré sobre las cuatro, como siempre.
–Vale.
–Que tengas un buen día de vacaciones, Hilde.
–Hasta luego.
Cuando Hilde oyó que su madre cerraba la puerta de abajo, se
volvió a meter en la cama y abrió la carpeta.
«... voy a meterme en lo más profundo del subconsciente del
mayor, Sofía. Allí me quedaré hasta que nos volvamos a ver»
¡Allí! Hilde continuó leyendo. El dedo índice de su mano derecha
le estaba avisando de que ya quedaban pocas hojas.
Cuando Sofía salió de la Cabaña del Mayor, aún pudo
ver a
algunos personajes de Disney junto al lago, pero era como si se
fueran disolviendo conforme ella se iba acercando. Cuando llegó
a la barca, ya habían desaparecido
del todo.
Mientras remaba, y una vez que hubo subido la barca entre los
juncos de la otra orilla, gesticulaba y movía los brazos. Se trataba
de atraer la atención del mayor para que Alberto pudiera estar
tranquilo en la cabaña.
Mientras corría por el sendero, daba pequeños brincos,
y un
poco más adelante, intentó andar como una muñeca
de cuerda.
Para que el mayor no se aburriera, también
empezó a cantar.
Se quedó un momento meditando sobre el plan de Alberto que
ella no conocía. Luego le remordía tanto la conciencia por
haberse olvidado de su tarea que se subió a un árbol como
compensación.
Trepó hasta muy arriba, y cuando casi había llegado a la cima,
tuvo que admitir que no sabía cómo volver a bajar. Lo intentaría
al cabo de un rato, pero, mientras tanto, tenía que inventar algo,
porque el mayor podía cansarse de mirarla
y empezar a vigilar a
Alberto y descubrir lo que estaba
haciendo.
Sofía agitó los brazos, un par de veces intentó cantar como un
gallo y finalmente comenzó a cantar a la tirolesa. Teniendo en
cuenta que era la primera vez que lo intentaba,
en sus quince
años de vida, quedó bastante satisfecha del resultado.
Hizo un nuevo intento de bajar pero no pudo. De repente,
un
enorme ganso fue a posarse en una de las ramas a las que Sofía
estaba agarrada. Después de haber visto un montón de figuras
de Disney, Sofía no se sorprendió en absoluto
cuando el ganso
empezó a hablar.
–Me llamo Morten –dijo el ganso–. En realidad soy un ganso
manso, pero en esta ocasión he venido del Líbano con los gansos
salvajes. Al parecer, necesitas ayuda para bajar del árbol.
–Eres demasiado pequeño para ayudarme dijo Sofía.
–Una conclusión sacada precipitadamente, señorita.
Eres tú la
que eres demasiado grande.
–Bueno, a los efectos da igual, ¿no?
–Deberías saber que he transportado a un niño campesino
de tu
misma edad por toda Suecia. Se llama Nils Holgersson.
–Yo tengo quince años.
–Nils tenía catorce. Un año más o menos no tiene ninguna
importancia a efectos del transporte.
–¿Cómo lograste levantarle?
–Le di una pequeña bofetada para que se desmayara.
Cuando se
volvió a despertar, no era más grande que un pulgar.
–En ese caso tendrás que darme una bofetada a mí también,
porque no puedo quedarme aquí sentada el resto de mi vida.
Además, el sábado voy a dar una fiesta filosófica
en mi jardín.
–Muy interesante. Entonces supongo que esto es un libro de
filosofía. Cuando volaba sobre Suecia con Nils Holgersson,
hicimos escala en Márbacka, en Vármland. Allí Nils se encontró
con una señora mayor que tenía planeado
escribir un libro sobre
Suecia. Sería un libro que los niños podrían leer en los colegios;
tenía que ser instructivo y verídico, dijo. Al oír todo lo que le
había pasado a Nils, decidió escribir un libro sobre lo que él
había visto a lomos del ganso.
–Muy extraño.
–A decir verdad, era un poco irónico, porque ya estábamos
dentro de ese libro.
Sofía notó de pronto que algo le golpeaba la mejilla. De repente,
se había vuelto minúscula. El árbol era como un bosque entero, y
el ganso tenía el tamaño de un caballo.
–Vamos –dijo el ganso.
Sofía caminó por la rama y se subió al lomo del ganso. Sus
plumas eran suaves, pero como ahora ella era tan pequeña, más
que hacerle cosquillas, le pinchaban.
En cuanto se hubo acomodado, el ganso comenzó a volar. Volaba
muy alto por encima de los árboles. Sofía miró al pequeño lago y
a la Cabaña del Mayor. Allí dentro estaría Alberto haciendo
complicados planes.
–Bastará con una pequeña gira turística dijo el ganso batiendo
las alas.
Y con esto se preparó para el aterrizaje al pie del árbol
que Sofía
hacia breves momentos había comenzado a trepar. Al tomar
tierra, Sofía salió rodando. Después de un par de volteretas por
el brezo, se incorporó. Observó con gran asombro que había
recuperado su tamaño natural.
El ganso se pavoneó un par de veces alrededor de ella.
–Muchas gracias por tu ayuda –dijo Sofía.
–No ha sido nada. ¿Dijiste que esto es un libro de filosofía?
–Lo dijiste tú.
–Bueno, da lo mismo. Si de mí hubiera dependido, te habría
llevado gustosamente volando a través de toda la historia de la
filosofía, de la misma manera que llevé a Nils por Suecia.
Podríamos haber sobrevolado Mileto y Atenas, Jerusalén y
Alejandría, Roma y Florencia, Londres y París, Jena y Heidelberg,
Berlín y Copenhague...
–Ya basta.
–Pero incluso para un ganso muy irónico habría sido muy
complicado volar a través de los siglos. Es mucho más fácil
cruzar los condados suecos.
El ganso cogió velocidad y ascendió.
Sofía estaba completamente agotada, pero cuando se metió por
el seto pensó que Alberto estaría satisfecho con esta maniobra
de despiste. El mayor no habría tenido mucho
tiempo para
pensar en Alberto durante la última hora, y si lo había hecho,
estaría aquejado de un grave desdoblamiento
de personalidad.
Sofía tuvo el tiempo justo para meterse en casa antes de que su
madre llegara de trabajar. Así no tuvo que explicar
que un ganso
manso la había ayudado a bajarse de un árbol.
Después de comer, empezaron a preparar la fiesta. Bajaron al
jardín un tablero de tres o cuatro metros de largo que había en el
ático, y caballetes para poner debajo.
Colocarían la mesa debajo de los árboles frutales. La última vez
que se utilizó el tablero había sido en el décimo aniversario de
boda de los padres de Sofía. Ella sólo tenía ocho años entonces,
pero se acordaba muy bien de la gran fiesta al aire libre, a la que
habían acudido todos los familiares
y amigos.
El pronóstico del tiempo era inmejorable. No había llovido ni una
gota después de aquella terrible tormenta el día anterior al
cumpleaños de Sofía. De todos modos tendrían
que esperar al
sábado por la mañana para decorar y poner la mesa, pero su
madre quería tener el tablero y los caballetes ya preparados en el
jardín.
Un poco más tarde hicieron panecillos y pan francés con dos
masas diferentes. Habría pollo y ensaladas. Y Coca-Cola y Fanta.
A Sofía le daba un poco de miedo que alguno de los chicos
trajera cerveza, porque no quería problemas.
Antes de acostarse Sofía, su madre quiso asegurarse una vez
más de que Alberto iría de verdad a la fiesta.
–Claro que va a venir. Incluso ha prometido hacer un juego de
manos filosófico.
–¿Un juego de manos filosófico? ¿Y eso qué es?
–No sé, si fuera prestidigitador podría haber hecho un truco de
esos de magia. Quizás hubiera sacado un conejo
blanco de un
sombrero de copa negro...
–¿Otra vez?
... pero como es filósofo, hará un juego de manos filosófico
Como va a ser una fiesta filosófica...
–Eres una muchacha muy respondona.
–¿Tú has pensado en contribuir con algo a la fiesta?
–Sí, Sofía. Algo haré.
–¿Un discurso?
–No digo nada. ¡Buenas noches!
A la mañana siguiente, la madre de Sofía despertó a su hija antes
de ir a trabajar. Le dio una lista de cosas que tenía que comprar
en el centro.
Nada más irse su madre, sonó el teléfono. Era Alberto.
Al parecer
ya sabía exactamente cuándo estaba sola en casa y cuándo no.
–¿Cómo van tus secretos?
¡Chsss... ! ¡No digas nada! No le des ocasión de meditar sobre ello.
–Creo que logré llamar su atención ayer.
–Muy bien.
–¿Queda más curso de filosofía?
–Por eso te llamo. Ya hemos llegado a nuestro siglo. A partir de
ahora deberías saber orientarte por tu cuenta. Lo importante ha
sido la base. No obstante, debemos vernos
para tener también
una pequeña charla sobre nuestra época.
–Ahora tengo que ir al centro.
–Muy bien. Ya te dije que íbamos a hablar de nuestra
época.
–¿Sí?
–Estaremos bien allí, quiero decir.
–¿Quieres que vaya a tu casa?
–No, no, aquí no. Está todo patas arriba. He estado buscando
micrófonos ocultos por todas partes.
–Ah...
–Hay un nuevo café al otro lado de la Plaza Mayor. Se llama Café
Pierre. ¿Sabes dónde está?
–Sí, si. ¿Cuándo quieres que vaya?
–¿Te parece bien a las doce?
–A las doce en el café.
–Será mejor no decir nada más ahora.
–Hasta luego.
Pasaban unos minutos de las doce, cuando Sofía se asomó por el
Café Pierre. Era uno de esos calés de moda con mesas redondas y
sillas negras, baguettes y boles individuales
con ensalada.
No era un local grande, y lo primero en lo que Sofía se fijó fue en
que Alberto no estaba. A decir verdad, fue lo único en lo que se
fijó. Había mucha gente en las mesas, pero Alberto no estaba.
No estaba acostumbrada a ir sola a los cafés. ¿Debería
salir y
volver al cabo de un rato para ver si Alberto había
llegado?
Se acercó al mostrador de mármol y pidió un té con limón. Se
llevó la taza a una de las mesas libres. Miraba constantemente a
la puerta de entrada. Mucha gente entraba
y salía, pero Sofía
sólo estaba pendiente de Alberto.
¡Ojalá hubiera tenido un periódico!
Pasado un tiempo, no pudo evitar mirar un poco a su alrededor.
Algunos le devolvían la mirada. Por un instante Sofía se sintió
una joven mujer. Sólo tenía quince años, pero podría pasar por
diecisiete, o al menos dieciséis y medio.
¿Qué pensaría toda esta gente del café sobre eso de existir?
Tenían pinta de simplemente estar, como si se hubiesen
sentados de mentira. Hablaban y gesticulaban intensamente,
pero no parecían hablar de nada importante.
De repente se acordó de Kierkegaard, que había dicho
que la
característica más destacada de la multitud era esa palabrería sin
compromiso». ¿Toda esa gente vivía en la fase estética, o qué? ¿O
había, al fin y al cabo, algo que era existencialmente importante
para ellos?
En una de sus primeras cartas, Alberto había dicho que existía un
fuerte parentesco entre niños y filósofos. Y de nuevo Sofía pensó
en que tenía miedo de hacerse mayor.
¿Y si también ella llegara
a meterse dentro de la piel del conejo blanco que se saca del
negro sombrero de copa del universo?
Mientras estaba pensando en todo esto, miraba fijamente
a la
puerta de entrada. De pronto entró Alberto vagando
desde la
calle. Aunque era verano llevaba una boina negra y un abrigo
bastante largo. La vio en seguida y fue derecho hacia ella. Sofía
pensó que era algo nuevo tener una cita con él así, en público.
–Son más de las doce y cuarto, tardón.
–Eso se llama «margen de cortesía». ¿Puedo ofrecerle
algo de
comer a la joven señorita?
Alberto se sentó y la miró directamente a los ojos. Sofía se
encogió de hombros.
–Me da igual. Una medianoche, tal vez.
Alberto se acercó al mostrador. Al instante volvió con una taza
de café y dos grandes baguettes con queso y jamón.
–¿Ha sido caro?
–Nada, Sofía.
–Tendrás al menos una excusa para haber llegado tan tarde.
No, no la tengo, porque he venido tarde a propósito.
Me
explicaré.
Dio un par de grandes mordiscos al bocadillo y dijo:
Vamos a hablar de nuestro siglo.
–¿Ha sucedido algo de importancia filosófica en este
siglo?
–Mucho. Tanto que diverge en todas las direcciones. Primero
diremos unas palabras sobre una corriente importante:
el
existencialismo, que es una denominación común que abarca
varias corrientes filosóficas que toman como punto de partida la
situación existencial del hombre. Solemos
denominarla «filosofía
existencialista del siglo XX». A algunos de los filósofos
existencialistas les sirvió de base Kierkegaard, pero también
Hegel y Marx.
–Entiendo.
–Otro filósofo que tendría una gran importancia para
el siglo xx
fue el alemán Friedrich Nietzsche, que vivió desde 1844 a 1900.
También Nietzsche reaccionó frente a la filosofía de Hegel y el
«historicismo» alemán. Contra un anémico interés por lo que él
llamaba «una moral de esclavos
cristiana», exalta la vida misma.
Quería hacer una «revaluación
de todos los valores» para que el
despliegue vital
de los fuertes no fuera impedido por los
débiles. Según Nietzsche, tanto el cristianismo como la tradición
filosófica
habían dado la espalda al mundo real, señalando hacia
el «cielo» o el «mundo de las Ideas». No obstante, precisamente
este mundo, que había sido considerado el «verdadero» mundo,
es en realidad «un mundo» en apariencia.
«Sed fieles a la tierra»,
dijo. «No escuchéis a aquellos
que os ofrecen esperanzas
celestiales.”
–Bueno...
–El filósofo existencialista alemán Martin Heidegger estaba
influenciado por Kierkegaard y por Nietzsche. Pero ahora nos
vamos a centrar en el existencialista francés Jean-Paul Sartre, que
vivió entre 1905 y 1980. Fue el más conocido
de los
existencialistas, al menos entre el gran público. Su
existencialismo se desarrolló particularmente en los años
cuarenta, justo después de finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Más tarde se adhirió al movimiento marxista francés pero nunca
fue miembro de ningún partido.
–¿Por eso querías que nos viéramos en un café francés?
–No ha sido totalmente casual, no. El propio Sartre era un asiduo
de los cafés. En un café como éste, se encontró
con su
compañera Simone de Beauvoir, que también era filósofa
existencialista.
–¿Una mujer filósofa?
–Correcto.
–Me consuela ver que la humanidad haya empezado
por fin a
civilizarse.
–Aunque nuestra época también es una época de nuevas
preocupaciones.
–Ibas a hablar del existencialismo.
–Sartre dijo que «el existencialismo es un humanismo
», con lo
cual quería decir que los existencialistas no toman como punto
de partida otra cosa que el propio ser humano. Tal vez debamos
añadir que se trata de un humanismo
con una visión mucho más
sombría de la situación del hombre de la que tenía el humanismo
que conocimos en el Renacimiento.
–¿Por qué?
–Tanto Kierkegaard como algunos de los filósofos
existencialistas de nuestro siglo eran cristianos. Sartre, por otra
parte, pertenece a lo que podemos llamar el existencialismo
ateo. Su filosofía puede considerarse como un despiadado
análisis de la situación del hombre cuando «Dios ha muerto». La
expresión «Dios ha muerto» viene de Nietzsche.
–¡Sigue!
–La palabra clave de la filosofía de Sartre es, como para
Kierkegaard, la palabra «existencia». Ahora bien, no se entiende
por existencia lo mismo que por «ser». Las plantas y los animales
también «son», pero no tienen que preocuparse por lo que esto
significa. El hombre es el único ser vivo que es consciente de su
propia existencia. Sartre dice que las cosas físicas solamente son
«en ellas mismas», pero el ser humano también es «para él
mismo». Ser persona es algo muy diferente a ser cosa.
–En eso estoy de acuerdo.
–Sartre dice que la existencia del hombre precede a cualquier
significado que pueda tener El que yo exista precede,
por lo
tanto, a lo que soy «La existencia precede a la esencia», dice.
–Es una frase muy enredada.
–Por «esencia» entendemos aquello de lo que algo consta, es
decir la naturaleza de una cosa. Pero, según Sartre, el hombre no
tiene una naturaleza innata. Por tanto el hombre tiene que
crearse a sí mismo. Tiene que crear su propia naturaleza o
«esencia» porque esto no es algo que venga dado de antemano.
–Creo que entiendo lo que quieres decir.
–A través de toda la historia de la filosofía, los filósofos han
intentado dar una respuesta a qué es el hombre, o qué es la
naturaleza humana. Pero Sartre pensaba que el hombre no tiene
una tal «naturaleza» eterna en que refugiarse.
Por eso tampoco
sirve preguntar por el «sentido» de la vida en general. Estamos,
en otras palabras, condenados a improvisar. Somos como actores
que entran en el escenario
sin tener ningún papel estudiado de
antemano, ningún cuaderno con el argumento, ningún apuntador
que nos pueda susurrar al oído lo que debemos hacer. Tenemos
que elegir por nuestra cuenta cómo queremos vivir.
–En cierta manera es verdad. Si en la Biblia, o en un libro de texto
de filosofía, pudiéramos consultar cómo debemos vivir, estaría
muy bien.
–Has cogido el significado. Pero cuando el hombre se da cuenta
de que existe y de que va a morir, y de que no tiene nada a lo que
agarrarse, entonces esto crea angustia, según Sartre. Recordarás
que la angustia también era característica
de la descripción de
Kierkegaard de un hombre que se encuentra en una situación
existencial.
–Sí.
–Sartre dice además que el hombre se siente extranjero en un
mundo sin sentido. Al describir la «alienación» del hombre,
recoge al mismo tiempo pensamientos centrales
de Hegel y
Marx. La sensación del hombre de ser un extranjero
en el
mundo, crea un sentimiento de desesperación,
aburrimiento,
asco y absurdo.
Sigue siendo bastante corriente sentirse «deprimido» o pensar
que todo es «un rollo».
–Sí, Sartre describió al ser urbano del siglo xx. Recordarás
que
los humanistas del Renacimiento habían señalado
casi
triunfalmente la libertad y la independencia del ser humano.
Sartre, por el contrario, consideró la libertad del hombre como
una condena. «El hombre está condenado
a ser libre», dijo.
«Condenado porque no se ha creado a sí mismo y sin embargo es
libre. Porque una vez que ha sido arrojado al mundo es
responsable de todo lo que hace.”
–No hemos pedido a nadie que nos cree como individuos
libres.
–Éste es precisamente el punto clave de Sartre. Pero somos
individuos libres, y debido a nuestra libertad estamos
condenados a elegir durante toda la vida. No existen valores o
normas eternas por las que nos podamos regir. Precisamente por
eso resultan tan importantes las elecciones
que hacemos.
Porque somos completamente responsables
de todos nuestros
actos. Sartre destaca precisamente que el hombre jamás debe
eludir la responsabilidad de sus propios actos. Por eso tampoco
podemos librarnos de nuestra responsabilidad amparándonos en
que «tenemos que ir al trabajo» o que «tenemos que» dejarnos
dirigir por ciertas normas burguesas sobre cómo debemos vivir.
La persona que, de esta forma, va entrando en la masa anónima,
se convierte en un hombre impersonal de esa masa. Él o ella se
ha refugiado en la mentira de la vida. Porque la libertad humana
nos exige poner algo de nosotros mismos, existir
«auténticamente».
–Comprendo.
–Esto es aplicable ante todo a nuestras elecciones éticas. No
podemos echar nunca la culpa a la «naturaleza humana», a la
«fragilidad humana» o cosas parecidas. Ocurre
de vez en cuando
que hombres algo entrados en años se comportan como cerdos y
que en último término echan la culpa al «viejo Adán». Pero un tal
«viejo Adán» no existe. No es más que una figura a la que nos
agarramos para eludir
la responsabilidad de nuestros propios
actos.
–No hay nada de lo que no se eche la culpa al pobre.
–Aunque Sartre mantiene que la existencia no tiene ningún
sentido inherente, no significa que a él le guste que sea así. No
es lo que llamamos un «nihilista».
–¿Qué es eso?
–Es alguien que opina que nada importa nada y que todo está
permitido. Sartre opina que la vida debe tener algún
sentido. Es
un imperativo. Y somos nosotros los que tenemos
que darle ese
sentido a nuestra propia vida. Existir es crear tu propia existencia.
–¿Podrías explicar esto con un poco más de detalle?
–Sartre intenta demostrar que la conciencia no es nada en sí
misma antes de percibir algo. Porque la conciencia
siempre es
conciencia de algo. Y ese «algo» es tanto nuestra propia
aportación como la del entorno. También nosotros participamos
en decidir lo que percibimos, ya que seleccionamos lo que tiene
importancia para nosotros.
–¿No puedes poner un ejemplo?
–Dos personas pueden estar presentes en el mismo lugar y sin
embargo captarlo todo de forma completamente diferente. Es
porque cuando percibimos el entorno, contribuimos
con nuestra
propia opinión, o nuestros propios intereses.
Por ejemplo, puede
ser que una mujer embarazada tenga la sensación de ver a
mujeres embarazadas por todas partes. No significa que no
hayan estado allí antes, sino que, simplemente, su embarazo le
ha proporcionado una nueva realidad. Alguien que esté enfermo,
por ejemplo, tal vez vea ambulancias por todas partes...
–Entiendo.
–Nuestra propia existencia contribuye a decidir cómo percibimos
las cosas en el espacio. Si algo es inesencial
para mi, no lo veo. Y
ahora puedo explicarte por qué he llegado tarde aquí, al café.
Dijiste que fue a propósito.
–Dime qué fue lo primero que viste al entrar en el caté.
–Lo primero que vi fue que tú no estabas.
–¿No es un poco curioso que lo primero que vieras en este local
fuese algo que no estaba aquí?
–Puede ser, pero era contigo con quien tenía una cita.
–Sartre utiliza precisamente una visita a un café como
éste para
demostrar cómo «liquidamos» lo que no tiene importancia para
nosotros.
–¿Llegaste tarde únicamente para demostrar eso?
–Sí, para que entendieras este punto tan importante de la
filosofía de Sartre. Puedes considerarlo como un deber
de
alumno.
–¡Pues vaya!
–Si estás enamorada y estás esperando que tu amado
te llame
por teléfono, entonces «oyes» tal vez toda la noche que no llama.
Captas precisamente el hecho de que no llama. Si vas a esperarlo
al tren, y sale un montón de gente al andén sin que tú veas a tu
amado, entonces no ves a todos esos otros. No hacen más que
estorbar, no significan
nada para ti. Incluso puede ser que te
resulten directamente
repugnantes, pues ocupan mucho espacio.
Lo único que captas es que él no está allí.
–Comprendo.
–Simone de Beauvoir intentó emplear el existencialismo
también
en los papeles sexuales. Sartre había señalado
que los seres
humanos no tienen ninguna «naturaleza
» eterna en la que
refugiarse. Somos nosotros mismos quienes creamos lo que
somos.
–¿Si?
–Lo mismo ocurre con la manera en la que concebimos
los sexos.
Simone de Beauvoir señaló que no existe una eterna «naturaleza
de mujer» o «naturaleza de hombre
», pero la opinión tradicional
siempre ha utilizado esas categorías. Por ejemplo, se ha dicho
muy a menudo que el hombre tiene una naturaleza «trascendente
e ilimitada», y que por lo tanto busca un sentido y un destino
fuera del hogar.
De la mujer se ha dicho que su orientación en la
vida es contraria a la del hombre. Es «inmanente», es decir,
quiere estar donde está. De esa manera protegerá a la familia, la
naturaleza y las cosas cercanas. Hoy en día solemos decir que la
mujer se interesa más que el hombre por los detalles.
–¿De verdad ella pensaba así?
–No me escuchas. Simone de Beauvoir pensaba precisamente que
no existía ninguna «naturaleza femenina» o naturaleza
masculina». Al contrario. Pensaba que mujeres
y hombres deben
librarse de estos arraigados prejuicios e ideales.
–Estoy de acuerdo.
–Su libro más importante salió en 1949 y se titulaba
El segundo sexo.
–¿Qué quería decir con ese título?
–Se refería a la mujer. En nuestra cultura se la ha convertido en
«el segundo sexo». Sólo el hombre aparece como sujeto, y la
mujer se convierte en un objeto del hombre. De esta manera, se
le quita la responsabilidad de su propia vida.
–Ella tiene que reconquistar esta responsabilidad. Tiene que
recuperarse a sí misma y no sólo atar su identidad
al hombre.
Porque no es sólo el hombre el que reprime a la mujer. Al no
responsabilizarse de su propia vida, la mujer se reprime a sí
misma.
–Somos exactamente tan libres y tan independientes como
decidimos ser.
–Así lo puedes expresar, si quieres. El existencialismo
tendría
una gran influencia sobre la literatura, desde los años cuarenta
hasta hoy. Éste es también en gran medida
el caso del teatro.
Sartre escribió novelas y obras de teatro. Otros nombres
importantes son el francés Camus, el irlandés Beckett, el rumano
Ionesco y el polaco Gombrowicz. Característico de éstos, y de
muchos otros escritores
modernos, es lo que solemos llamar el
absurdo. La palabra
se emplea especialmente en «teatro del
absurdo».
–Bien.
¿Sabes lo que quiere decir «absurdo»?
–Se usa para algo que no tiene sentido o que es irracional,
¿no?
–Exactamente. El «teatro del absurdo» surgió como una reacción
al «teatro realista» y su intención era mostrar en el escenario la
falta de sentido de la vida, y de esa manera
hacer reaccionar al
público. El objetivo no era, por lo tanto, cultivar esta falta de
sentido. Todo lo contrario: mostrando
y revelando lo absurdo,
por ejemplo en sucesos totalmente
cotidianos, el público se
vería obligado a buscar una existencia más auténtica y más
verdadera.
–Sigue.
–El teatro del absurdo expone a veces situaciones completamente
triviales, y puede por ello considerarse una especie de
«hiperrealismo». Se muestra al ser humano exactamente como
es. Pero si representas en un escenario justamente lo que sucede
en un cuarto de baño una mañana
cualquiera en un hogar
cualquiera, entonces el público
empieza a reírse. Esta risa puede
interpretarse como una defensa al verse expuesto en el escenario.
–Comprendo.
–El teatro del absurdo también puede tener rasgos surrealistas. A
veces los personajes del escenario se enredan
en las situaciones
más improbables e irracionales, como en los sueños. Cuando los
personajes aceptan esto sin ningún asombro, es el público el que
tiene que reaccionar
con asombro justamente ante esta falta de
asombro. Es el mismo caso de las películas mudas de Charles
Chaplin. Lo cómico de esas películas es muchas veces la falta de
asombro de Chaplin ante las situaciones tan absurdas en las que
se enreda. De esa manera, el público se verá obligado
a meterse
en sí mismo y buscar algo más auténtico y más verdadero.
–A veces resulta increíble lo que la gente acepta sin reaccionar.
–A veces puede estar muy bien pensar que «esto es algo de lo
que tengo que huir», aunque uno aún no sepa a dónde ir.
–Si la casa está ardiendo hay que huir de ella, aunque
no se
tenga otra casa donde meterse.
–¿Verdad que sí? ¿Quieres otra taza de té? ¿O una coca-cola?
–Vale. Sigo pensando que no deberías haber llegado tarde.
–Bueno, es un reproche a pesar del cual lograré sobrevivir.
Alberto volvió con una taza de café y una coca-cola. Mientras
tanto Sofía había llegado a la conclusión de que le empezaba a
gustar la vida en el café. Y tampoco estaba ya tan convencida de
que todas las conversaciones en las demás mesas fueran tan
insignificantes.
Alberto dejó la botella de coca-cola sobre la mesa dando un gran
golpe. Varias personas levantaron la vista para ver qué había
sido eso.
–Y con ello hemos llegado al final del camino –dijo.
–¿Quieres decir que la historia de la filosofía acaba con Sartre y
el existencialismo?
–No, decir eso sería una exageración. La filosofía existencialista
tuvo una importancia fundamental para mucha
gente en todo el
mundo. Como ya hemos visto, tiene raíces muy atrás en la
Historia, pasando por Kierkegaard y hasta Sócrates. Ahora bien,
el siglo xx también ha visto un florecimiento y una renovación de
otras corrientes filosóficas
que hemos estudiado antes.
–¿Tienes algún ejemplo?
–Una corriente de ese tipo es el neotomismo, es decir
ideas que
pertenecen a la tradición de Santo Tomás de Aquino. Otra
corriente es la llamada filosofía analítica, o empirismo lógico,
que tiene sus raíces en Hume, pero que también está relacionada
con la lógica de Aristóteles. Por lo demás, se puede decir que el
siglo xx se ha caracterizado
por lo que llamamos neomarxismo
en una rica ramificación
de diferentes corrientes. Ya
mencionamos el neodarvinismo. Y hemos señalado la
importancia del psicoanálisis.
–Entiendo.
–Una última corriente que debe mencionarse es el materialismo,
que también tiene muchas raíces históricas. Gran parte de la
ciencia moderna tiene sus orígenes en los esfuerzos
presocráticos. Por ejemplo, se sigue buscando la «partícula
elemental» indivisible de la que todo está compuesto.
Nadie ha
podido dar aún una respuesta unificada a lo que es la «materia».
Las ciencias naturales modernas, por ejemplo la física nuclear o
la bioquímica, son tan fascinantes
que para muchas personas
constituyen una parte importante de su concepto de la vida.
–¿Viejo y nuevo, todo en uno?
–Si, algo así. Porque las mismas preguntas con las que
empezamos este curso, siguen sin contestarse. En este contexto
Sartre decía algo muy importante cuando señalaba
que las
cuestiones existenciales no pueden contestarse
de una vez por
todas. Una cuestión filosófica es, por definición, algo a lo que
cada generación, o mejor dicho, cada ser humano, tiene que
enfrentarse una y otra vez.
–Resulta un poco desolador pensar en ello.
–No sé si estoy de acuerdo en eso. ¿No es precisamente
cuando
nos preguntamos esas cosas cuando nos sentimos vivos? Y
además se puede decir que cuando los hombres se han
esforzado por encontrar respuestas a las preguntas últimas, han
encontrado respuestas claras y definitivas a otras cuestiones.
Las ciencias, la investigación y la tecnología surgieron de la
reflexión filosófica de las personas. ¿No fue, al fin y al cabo, la
extrañeza de la existencia la que llevó al hombre a la Luna?
–Si, es verdad.
–Cuando Armstrong puso el pie en la Luna dijo: «Un paso
pequeño para un ser humano, pero un gran paso para la
humanidad». De esta manera, al resumir cómo se sentía al poner
el pie en la Luna, incluía a todas las personas que habían existido
antes que él. Pues no era él el único que tenía
mérito.
–Claro que no.
–Nuestra época ha tenido que enfrentarse a problemas
totalmente nuevos, sobre todo los enormes problemas de medio
ambiente. Una importante corriente filosófica del siglo xx es en
consecuencia la ecofilosofía. Muchos ecofilósofos occidentales
han señalado que toda la civilización
de Occidente va por muy
mal camino, por no decir que está a punto de llegar al tope de lo
que puede tolerar el Planeta. Han intentado llegar hasta el fondo,
no quedándose
sólo en los resultados concretos de contaminación
y destrucción medioambiental. Dicen que hay algo
profundamente erróneo en toda la manera de pensar occidental.
–Yo creo que tienen razón.
–Los ecofilósofos han puesto en cuestión la propia idea de la
evolución, que se basa en que el hombre es el que está «más
arriba», es decir que somos nosotros los dueños de la naturaleza.
Este modo de pensar podrá resultar
fatal para la vida en este
Planeta.
–Me indigna pensar en ello.
–Para su crítica de esta manera de pensar, muchos ecofilósofos
han recurrido a ideas y pensamientos de otras culturas, por
ejemplo la India. También han estudiado ideas y costumbres de
los llamados «pueblos naturales», o de poblaciones
, como por ejemplo los indios, con el fin de
reencontrar algo que nosotros ya hemos perdido.
–Entiendo.
–También dentro de los círculos científicos han surgido
personas, durante los últimos años, que han señalado que toda
nuestra manera científica de pensar se encuentra ante un
“cambio de paradigmas”, es decir, ante un cambio fundamental
en la propia manera científica de pensar. Esto ya ha dado fruto
en algunos campos. Hemos visto muchos ejemplos de los
llamados , que abogan por una
filosofía global y por un nuevo estilo de vida.
–Eso está bien.
–Pero al mismo tiempo siempre ocurre que allí donde
está el
hombre hay que separar la paja del grano. Algunos
han señalado
que estamos entrando en una época totalmente
nueva, Age>. Pero tampoco todo lo nuevo es bueno, y no hay que
rechazar todo lo viejo. Ésa es una de las razones por la cual te he
ofrecido este curso de filosofía.
Ahora tendrás una base
histórica para cuando tú misma tengas que orientarte en la
existencia.
–Te agradezco tu atención.
–Seguramente te darás cuenta de que mucho de lo que se incluye
en el término , es engaño y charlatanería.
También lo
que llamamos , o
ha tenido una fuerte presencia en las
últimas décadas, conviniéndose en una verdadera industria.
Como consecuencia de la pérdida de adeptos del cristianismo
han proliferado, como hongos, nuevas ofertas en el mercado
sobre conceptos de la vida.
–¿Puedes ponerme algunos ejemplos?
–La lista es tan larga que no me atrevo a empezarla.
Además no es fácil describir tu propio tiempo. Pero ahora te
propongo que demos una vuelta por el centro. Quiero enseñarte
algo.
Sofía se encogió de hombros.
–No puedo quedarme mucho tiempo. ¿No habrás olvidado la
fiesta de mañana?
–De ninguna manera. Ocurrirán cosas maravillosas.
Pero primero tenemos que acabar el curso de filosofía de Hilde,
porque el mayor no ha pensado más allá, ¿sabes?
Con eso también pierde algo de su ventaja.
Volvió a levantar la botella de coca-cola, que ahora estaba vacía,
para dejarla caer de nuevo sobre la mesa con un gran golpe.
Salieron a la calle. La gente iba y venia deprisa como hormigas
afanosas en un hormiguero. Sofía se preguntaba qué era lo que
Alberto quería enseñarle.
Alberto se detuvo delante del escaparate de una tienda
de
aparatos eléctricos, donde vendían de todo, desde televisores,
videos y antenas parabólicas hasta teléfonos móviles,
ordenadores y faxes.
Alberto señaló el gran escaparate y dijo:
–He aquí el siglo xx, Sofía. Podemos decir que el mundo estalló a
partir del Renacimiento. Con los grandes descubrimientos, los
europeos empezaron a viajar por todo el mundo. Hoy ocurre lo
contrario. Podemos llamarlo .
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que el mundo entero se absorbe en una sola red de
comunicaciones. No hace mucho tiempo los filósofos tenían que
viajar con carro y caballo para orientarse en la vida, o para
encontrarse con otros pensadores.
Hoy en día podemos estar en
cualquier lugar del planeta y recoger toda la experiencia humana
a través de la pantalla de un ordenadores.
–Es fantástico, pero casi da un poco de miedo.
La cuestión es si la Historia se está aproximando a su fin o si,
por el contrario, nos encontramos en el umbral de una nueva era.
Ya no somos solamente ciudadanos de una ciudad, o de un
determinado Estado. Vivimos en una civilización planetaria.
Es verdad.
La evolución tecnológica, sobre todo en lo que se refiere a la
comunicación, casi ha sido más importante en los últimos treinta
o cuarenta años que en todo el resto de la Historia. Y tal vez
hayamos visto sólo el principio...
–¿Era esto lo que ibas a enseñarme?
No, está al otro lado de esa iglesia.
Justo cuando se marchaban apareció una imagen en una pantalla
del escaparate. Era una imagen de unos soldados
de las
Naciones Unidas.
–¡Mira! Dijo Sofía.
Enfocaron a uno de los soldados. Tenía la barba casi igual de
negra que la de Alberto. De pronto sacó un papelito
en el que
ponía: “¡Pronto llegaré1 Hilde!». Dijo adiós con una mano y luego
desapareció.
¡Vaya tipo!
¿Era el mayor?
Ni siquiera quiero contestar.
Pasaron por el parque que había delante de la iglesia y salieron a
una nueva calle principal. Alberto estaba un poco irritado; al cabo
de un rato señaló una librería que se llamaba Libris y que era la
más grande de la ciudad.
–¿Es aquí donde vas a enseñarme algo?
Entremos.
Dentro de la librería Alberto señaló una de las paredes más
grandes, donde había tres secciones: NEW AGE, ESTILO DE VIDA
ALTERNATIVA y MISTICISMO.
En las estanterías había libros con títulos muy interesantes
tales
como: ¿Una vida después de la muerte?, Los secretos del
espiritismo, Tarot, el fenómeno de los OVNIS, vuelven los dioses,
Has estado aquí antes, ¿Qué es la astrología?
etc., etc. Había
centenares de títulos diferentes.
–Esto también es el siglo xx, Sofía. Es el templo de nuestra época.
–Tú no crees en esas cosas, ¿no?
–Aquí hay mucho de engaño. Pero se vende tan bien como la
pornografía. De hecho, mucho de esto podría considerarse como
una especie de pornografía. Aquí los jóvenes pueden comprar
exactamente los libros que les ponen más cachondos. Pero la
relación entre la verdadera filosofía y los libros como éstos es
más o menos como la diferencia entre verdadero amor y
pornografía.
Exageras un poco, ¿no?
–Sentémonos en el parque.
Salieron de la librería y se sentaron en un banco vacío
delante
de la iglesia. Debajo de los árboles andaban las palomas, y entre
ellas había algún gorrión que otro.
–Lo llaman parapsicología –empezó Alberto. Lo llaman telepatía,
clarividencia y telequinesia. Lo llaman espiritismo, astrología y
ufología. Así pues, tiene muchas denominaciones.
–Pero contéstame ya, ¿crees de verdad que todo es mentira?
–No sería muy correcto por parte de un auténtico filósofo
medir
a todos con el mismo rasero. Pero no excluyo que esas palabras
que acabo de mencionar dibujen un mapa detallado de un paisaje
que no existe. Al menos hay aquí muchas de esas quimeras que
Hume habría entregado a las llamas. En muchos de esos libros
no hay ni una experiencia
que sea auténtica.
–¿Y cómo es posible que se escriban tantísimos libros
sobre
esas cosas?
Se trata del negocio más rentable del mundo. Es lo que quiere
mucha gente.
¿Y por qué crees que lo quieren?
–Es sin duda la expresión de una añoranza, de un deseo de algo
«místico», de algo que es «diferente y que rompe con lo
cotidiano». Pero eso es complicarse la vida, Sofía, o cruzar el río
para coger agua, como decimos los noruegos.
–¿Qué quieres decir?
–Estamos caminando por un maravilloso cuento. A nuestros pies
se levantan las grandes obras de la Creación. A plena luz del día,
Sofía. ¿No te parece increíble?
–Si.
¿Entonces por qué vamos a acudir a «consultas» de gitanas o
trastiendas académicas para experimentar algo «emocionante» o
algo «más allá de los límites»?
–¿Pero entonces crees que los que escriben esos libros
son
todos unos tramposos y unos mentirosos?
–No, eso no lo he dicho. Pero aquí también se trata de un
«sistema darvinista».
¡Explícate!
–Piensa en todo lo que ocurre en el curso de un día. Incluso
puedes delimitarlo a un día en tu propia vida. Piensa
en todo lo
que ves y oyes y haces.
¿Si?
–Algunas veces te suceden extrañas coincidencias. Por ejemplo
vas a la tienda a comprar algo que cuesta veintiocho coronas. Un
poco más tarde llega Jorunn para devolverte veintiocho coronas
que te había pedido prestadas hace tiempo. Luego os vais al cine
y a ti te dan el asiento
veintiocho.
–Pues si, sería una misteriosa coincidencia.
–Lo que está claro es que no dejaría de ser una coincidencia.
Lo
que ocurre es que la gente colecciona esas coincidencias.
Coleccionan experiencias misteriosas o inexplicables. Cuando
esas experiencias de las vidas de unos miles de millones de
personas se recopilan en libros, puede dar la impresión de ser un
material muy convincente.
Y sigue aumentando en cantidad.
Pero también en este caso nos encontramos ante una lotería en
la que solamente
se ven los décimos ganadores.
–¿No existen personas videntes o médiums que viven
esas cosas
con mucha frecuencia?
–Pues si. Si excluimos a los tramposos, encontramos otra
importante explicación a todas esas «experiencias místicas».
¡Cuenta!
–Te acordarás de que hablamos de la teoría de Freud sobre el
subconsciente.
¿Cuántas veces tendré que decirte que no soy una despistada?
–Ya Freud señaló que muchas veces podemos actuar como una
especie de médiums de nuestro propio subconsciente.
De
repente nos damos cuenta de que pensamos o hacemos algo sin
entender del todo por qué lo hacemos. La razón es que tenemos
muchísimas más experiencias, pensamientos y vivencias
interiores de las que somos conscientes.
–¿Sí?
–También hay personas que hablan y andan mientras
duermen.
Lo podemos llamar una especie de «automatismo
mental». Y
bajo hipnosis hay personas que dicen y hacen cosas
automáticamente. Y te acordarás de que los surrealistas
intentaron escribir con «escritura automática». De ese modo
intentaban actuar como médiums de su propio
subconsciente.
–De eso también me acuerdo.
A intervalos regulares durante este siglo ha estado de moda el
espiritismo. La idea es que un médium puede llegar a establecer
contacto con un muerto. O hablando con la voz del muerto, o por
ejemplo mediante una escritura
automática, el médium ha
recibido un mensaje por ejemplo de una persona que vivió hace
muchos centenares de años. Estos sucesos se han utilizado como
prueba de que existe una vida después de la muerte, o de que los
seres
humanos vivimos muchas vidas.
Comprendo.
–No quiero decir que todos esos médiums hayan sido unos
estafadores. Algunos han actuado de buena fe, de eso no cabe
duda. Es cierto que han sido médiums, pero sólo de su propio
subconsciente. Hay varios ejemplos de investigaciones
meticulosas de médiums que en un estado de trance han
revelado conocimientos y capacidades que ni ellos mismos ni
otros entienden cómo han podido adquirir.
Alguien que no
conocía el hebreo, por ejemplo, empezó
a emitir un mensaje en
ese idioma. Entonces tendría que haber vivido antes, Sofía. O
haber estado en contacto con un espíritu muerto.
–¿Tú qué crees?
–Resultó que cuando era pequeña la había cuidado una mujer
judía.
Ah...
–¿Estás decepcionada? Pero en sí es fantástica la capacidad
que
tienen algunas personas para almacenar experiencias
anteriores
en el subconsciente.
–Entiendo lo que quieres decir.
–También otras curiosidades cotidianas pueden explicarse
mediante la teoría de Freud sobre el subconsciente.
Si de
repente recibo una llamada de un amigo al que no he visto en
muchos años, y yo mismo acabo de estar
buscando su teléfono...
–Me dan escalofríos.
–La explicación puede ser, por ejemplo, que los dos oímos una
vieja melodía en la radio, una melodía que oímos la última vez
que estuvimos juntos. Lo que pasa es que no se es consciente de
esta conexión oculta.
~¿O trampa... o el efecto del décimo ganador... o el subconsciente?
–Al menos es sano acercarse a ese tipo de estanterías con cierto
escepticismo. En cualquier caso, es muy importante
para un
filósofo. En Inglaterra existe una asociación especial para los
escépticos. Hace muchos años prometieron
un sustancioso
premio económico a la primera persona que les pudiera mostrar
un modesto ejemplo de algo sobrenatural.
No tenía que ser
ningún gran milagro, bastaba con un pequeño ejemplo de
telepatía. Pero hasta ahora no se ha presentado nadie.
–Entiendo.
–Además hay muchas cosas que los seres humanos no
entendemos. A lo mejor tampoco conocemos las leyes de la
naturaleza. En el siglo pasado había muchos que a fenómenos
como el magnetismo y la electricidad los consideraban
como
una clase de magia. Supongo que mi propia bisabuela se habría
asombrado si le hubiera hablado de la televisión o de los
ordenadores.
–¿Entonces no crees en nada sobrenatural?
–De eso hemos hablado antes. La propia expresión
“sobrenatural» también es un poco extraña. No, supongo que yo
sólo creo en una sola naturaleza, que, en cambio, es muy extraña.
–¿Pero esas cosas misteriosas de aquellos libros que me
enseñaste... ?
–Todos los auténticos filósofos tienen que tener los ojos bien
abiertos. Aunque no hayamos visto nunca una corneja blanca, no
debemos dudar nunca de que existen. Y un día puede que incluso
un escéptico como yo tenga que aceptar un fenómeno en el cual
no ha creído antes. Si no hubiera dejado abierta esta posibilidad,
habría sido un dogmático. Y entonces no habría sido un
verdadero filósofo.
Albedo y Sofía se quedaron sentados en el banco sin decir nada.
Las palomas estiraban la nuca y arrullaban. A veces se asustaban
con una bicicleta o con un movimiento brusco.
–Tendré que irme a casa a preparar la fiesta dijo finalmente
Sofía.
–Pero antes de despedirnos te enseñaré una corneja blanca. Está
más cerca de lo que pensamos.
Alberto se levantó del banco e hizo señas para que volvieran a
entrar en la librería.
Esta vez pasaron de largo todas los estantes con libros sobre
fenómenos sobrenaturales. Alberto se detuvo delante de un
frágil estante al fondo de la librería. Encima del estante
había un
letrero que decía: “FILOSOFÍA».
Alberto señaló un determinado libro, y Solía se sobrecogió
al ver
el título: EL MUNDO DE SOFÍA.
–¿Quieres que te lo compre?
–No sé si me atrevo.
Pero un poco más tarde se encontraba en el camino de vuelta a
casa, con el libro en una mano y una bolsa con cosas para la
fiesta en la otra.

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