viernes, 4 de julio de 2008

Atenas

Atenas

... de las ruinas se levantaron varios edificios...
Aquella tarde, la madre de Sofía se fue a visitar a una amiga. En
cuanto hubo salido de la casa, Sofía bajó al jardín y se metió en el
Callejón, dentro del viejo seto. Allí encontró un paquete grande
junto a la caja de galletas. Se apresuró a quitar el papel. ¡En el
paquete había una cinta de vídeo!
Entró corriendo en casa. ¡Una cinta de video! Eso si que era algo
nuevo. ¿Pero cómo podía saber el filósofo que tenían un vídeo? ¿Y
qué habría en esa cinta?
Sofía metió la cinta en el aparato, y pronto apareció en la pantalla
una gran ciudad. No tardó mucho en comprender que se trataba de
Atenas, porque la imagen pronto se centró en la Acrópolis.
Sofía había visto muchas fotos de las viejas ruinas.
Era una imagen viva. Entre las ruinas de los templos se movían
montones de turistas con ropa ligera y cámaras colgadas del cuello.
¿Y no había alguien con un cartel? ¡Allí volvía a aparecer!
¿No ponía “Hilde”?
Al cabo de un rato, apareció un primer plano de un señor de
mediana edad. Era bastante bajito, tenía una barba bien cuidada, y
llevaba una boina azul. Miró a la cámara y dijo:
–Bienvenida a Atenas, Sofía. Seguramente te habrás dado cuenta
de que soy Alberto Knox. Si no ha sido así, sólo repito que se sigue
sacando al gran conejo blanco del negro sombrero de copa del
universo. Nos encontramos en la Acrópolis. La palabra significa
«el castillo de la ciudad» o, en realidad, “ la ciudad sobre la
colina”. En esta colina ha vivido gente desde la Edad de Piedra. La
razón es, naturalmente, su ubicación tan especial. Era fácil
defender este lugar en alto del enemigo. Desde la Acrópolis se
tenía, además, buena vista sobre uno de los mejores puertos del
Mediterráneo: El Pireo. Conforme Atenas iba creciendo abajo,
sobre la llanura, la Acrópolis se iba utilizando como castillo y
recinto de templos. En la primera mitad del siglo v a. de C., se libró
una cruenta guerra contra los persas, y en el año 480, el rey persa,
Jerjes, saqueó Atenas y quemó todos los viejos edificios de madera
de la Acrópolis. Al año siguiente, los persas fueron vencidos, y
comenzó la Edad de Oro de Atenas, Sofía. La Acrópolis volvió a
construirse, mas soberbia y más hermosa que nunca, y ya desde
entonces únicamente como recinto de templos. Fue justamente en
esa época cuando Sócrates anduvo por calles y plazas, conversando
con los atenienses. Así, pudo seguir la reconstrucción de la
Acrópolis y la construcción de todos esos maravillosos edificios
que vemos aquí. ¡Fíjate qué lugar de obras tuvo que ser! Detrás de
mí puedes ver el templo mas grande. Se llama el Partenón o
“Morada de la Virgen” y fue levantado en honor a Atenea, que era
la diosa patrona de Atenas. Este gran edificio de mármol no tiene
una sola línea recta, pues los cuatro lados tienen todos una suave
curvatura. Se hizo así para dar mas vida al edificio. Aunque tiene
unas dimensiones enormes, no resulta pesado a la vista, debido,
como puedes ver, a un engaño óptico. También las columnas se
inclinan suavemente hacia dentro, y habrían formado una pirámide
de mil quinientos metros si hubieran sido tan altas como para
encontrarse en un punto muy por encima del templo. Lo único que
había dentro del templo era una estatua de Atenea de doce metros
de altura. Debo añadir que el mármol blanco, que estaba pintado de
varios colores vivos, se transportaba desde una montaña a dieciséis
kilómetros de distancia...
Sofía tenía el corazón en la boca. ¿De verdad era su profesor de
filosofía el que le hablaba desde la cinta de video? Sólo había
podido vislumbrar su silueta una vez en la oscuridad, pero podía
muy bien tratarse del mismo hombre que ahora estaba en la
Acrópolis.
El hombre comenzó a andar por el lateral del templo y la cámara le
seguía. Finalmente se acercó al borde de la roca y señaló hacia el
paisaje. La cámara enfocó un viejo anfiteatro situado por debajo de
la propia meseta de la Acrópolis.
–Aquí ves el antiguo teatro de Dionisos – prosiguió el hombre de la
boina –. Se trata probablemente del teatro mas antiguo de Europa.
Aquí se representaron las obras de los grandes autores de tragedias
Esquilo, Sófocles y Eurípides, precisamente en la época de
Sócrates. Ya mencioné la tragedia sobre el desdichado Edipo rey.
Pues esa tragedia se representó por primera vez aquí. También
hacían comedias. El autor de comedias más famoso fue
Aristófanes, que, entre otras cosas, escribió una comedia maliciosa
sobre el estrafalario Sócrates. En la parte de atrás puedes ver la
pared de piedra que servía de fondo a los actores. Esa pared se
llamaba skené y ha prestado su nombre a nuestra palabra “escena”.
Por cierto, la palabra teatro proviene de una antigua palabra griega
que significaba “mirar”. Pero pronto volveremos a los filósofos,
Sofía. Demos la vuelta al Partenón y bajemos por la parte de la
fachada.
El hombrecillo rodeó el gran templo y a su derecha se veían
algunos templos mas pequeños. Luego bajó unas escaleras entre
altas columnas. Desde la meseta de la Acrópolis subió a un
pequeño monte y señaló hacia Atenas.
–El monte sobre el que nos encontramos se llama Areópago. Aquí
era donde el tribunal supremo de Atenas pronunciaba sus
sentencias en casos de asesinato. Muchos siglos más tarde, el
apóstol Pablo estuvo aquí hablando de Jesucristo y del cristianismo
a los atenienses. Pero a ese discurso ya volveremos más adelante.
Abajo, a la izquierda, puedes ver las ruinas de la antigua plaza de
Atenas. Excepto el gran templo del dios herrero, Hefesto, sólo
quedan ya bloques de mármol. Bajemos...
Al instante, volvió a aparecer entre las viejas ruinas. Arriba, en la
parte superior de la pantalla de Sofía, se erguía el templo de Atenea
sobre la Acrópolis. El profesor de filosofía se había sentado sobre
un bloque de mármol. Miro a la cámara y dijo: –Estamos sentados
en las afueras de la antigua plaza de Atenas. ¡Triste, verdad! Me
refiero a cómo está hoy. Pero aquí hubo, en alguna época,
maravillosos templos, palacios de justicia y otros edificios
públicos, comercios, una sala de conciertos e incluso un gran
gimnasio. Todo, alrededor de la propia plaza, que era un gran
rectángulo... En este pequeño recinto, se pusieron los cimientos de
toda la civilización europea. Palabras como “política” y
“democracia”, “economía” e “historia”, “biología” y “física”,
“matemáticas” y “lógica”, “teología” y “filosofía”, “ética” y
“psicología”, “teoría” y “método”, “idea” y “sistema”, y muchas,
muchas más, proceden de un pequeño pueblo que vivía en torno a
esta plaza. Por aquí anduvo Sócrates hablando con la gente. Quizás
agarrara a algún esclavo que llevaba un cuenco de aceitunas para
hacerle, al pobre hombre, preguntas filosóficas. Porque Sócrates
opinaba que un esclavo tenía la misma capacidad de razonar que
un noble. Tal vez se encontrara en una vehemente disputa con
algún ciudadano, o conversara, en voz baja, con su discípulo
Platón. Resulta curioso, ¿verdad? Hablamos todavía de filosofía
“socrática” o filosofía “platónica”, pero es muy distinto ser Platón
o Sócrates.
Claro que le resultaba curioso a Sofía. Pero le parecía, no obstante,
igual de curioso que el filosofo le hablara así, de repente, a través
de una cinta de vídeo que había sido llevada a su lugar secreto del
jardín por un misterioso perro.
El filósofo se levantó del bloque de mármol y dijo en voz muy baja:
–Inicialmente, había pensado dejarlo aquí, Sofía. Quise mostrarte
la Acrópolis y las ruinas de la antigua plaza de Atenas. Pero aún no
sé si has entendido lo grandiosos que fueron en la Antigüedad los
alrededores de este lugar... de modo que siento la tentación... de
continuar un poco más. Naturalmente, es del todo inédito, pero
confío en que esto quede entre tú y yo. Bueno, de todas formas,
bastará con un rápido vistazo.
No dijo nada más, y se quedó mirando fijamente a la cámara
durante un buen rato. A continuación, apareció en la pantalla una
imagen totalmente distinta. De las ruinas se levantaron varios
edificios altos. Como por arte de magia, se habían vuelto a
reconstruir todas las ruinas. Sobre el horizonte se veía todavía la
Acrópolis, pero ahora, tanto la Acrópolis como los edificios de
abajo, en la plaza, eran completamente nuevos. Estaban cubiertos
de oro, y pintados con colores diferentes. Por la gran plaza se
paseaban personas vestidas con túnicas pintorescas. Algunos
llevaban espadas, otros llevaban jarras en la cabeza, y uno de ellos
llevaba un rollo de papiro bajo el brazo.
Ahora Sofía reconoció al profesor de filosofía. Seguía con su boina
azul, pero en estos momentos bestia una túnica amarilla, como las
demás personas de la imagen. Fue hacia Sofía, miró a la cámara y
dijo:
–Ya ves Sofía. Estamos en la Atenas de la Antigüedad. Quería que
tú también vinieras, ¿sabes? Estamos en el año 402 a. de C.,
solamente tres años antes de la muerte de Sócrates. [399 a d
Cristo]. Espero que aprecies esta visita tan exclusiva, pues no creas
que fue fácil alquilar una videocámara.
Sofía se sentía aturdida. ¿Cómo podía ese hombre misterioso estar,
de repente, en la Atenas de hace 2. 400 años? ¿Cómo era posible
ver una grabación en video de otra época? Naturalmente, Sofía
sabía que no había vídeo en la Antigüedad. ¿Podría estar viendo un
largometraje? Pero todos los edificios de mármol parecían tan
auténticos... Tener que reconstruir toda la antigua plaza de Arenas
y toda la Acrópolis sólo para una película resultaría carísimo. Y
sería un precio demasiado alto solo para que Sofía aprendiera algo
sobre Atenas.
El hombre de la boina la volvió a mirar.
–¿Ves a aquellos dos hombres bajo las arcadas? Sofía vio a un
hombre mayor, con una túnica algo andrajosa. Tenía una barba
larga y desarreglada nariz chata, un par de penetrantes ojos azules
y mofletes. A su lado, había un hombre joven y hermoso.
–Son Sócrates y su joven discípulo Platón. ¿Lo entiendes, Sofía?
Verás, ahora los conocerás personalmente.
El profesor de filosofía se acercó a los dos hombres que estaban de
pie bajo un alto tejado. Levantó la boina y dijo algo que Sofía no
entendió. Seguramente era en griego. Pero, al cabo de un instante,
miró directamente a la cámara de nuevo y dijo:
–Les he contado que eres noruega y que tienes muchas ganas dc
conocerlos. Ahora Platón te hará algunas preguntas para que las
medites. Pero tenemos que hacerlo antes de que los vigilantes nos
descubran.
Sofía notó una presión en las sienes, pues ahora se acercaba el
joven y miraba directamente a la cámara.
–Bienvenida a Atenas, Sofía –dijo con voz suave. Hablaba con
mucho acento–. Me llamo Platón, y te voy a proponer cuatro
ejercicios: lo primero, debes pensar en cómo un pastelero puede
hacer cincuenta pastas completamente iguales. Luego, puedes
preguntarte a ti misma por qué todos los caballos son iguales. Y
también debes pensar en si el alma de los seres humanos es
inmortal. Finalmente, tendrás que decir si los hombres y las
mujeres tienen la misma capacidad de razonar. ¡Suerte!
De repente, había desaparecido la imagen de la pantalla. Sofía
intentó adelantar y rebobinar la cinta, pero había visto todo lo que
contenía.
Sofía procuraba concentrarse y pensar. Pero en cuanto empezaba a
pensar en una cosa, le daba por pensar en otra totalmente diferente,
mucho antes de haber acabado de desarrollar el primer
pensamiento.
Hacia tiempo que sabía que el profesor de filosofía era un hombre
muy original. Pero a Sofía le parecía que se pasaba con esos
métodos de enseñanza que infringían incluso las leyes de la
naturaleza.
¿Eran verdaderamente Sócrates y Platón los que había visto en la
pantalla? Claro que no, eso era completamente imposible. Pero
tampoco habían sido dibujos animados lo que había visto.
Sofía sacó la cinta del aparato y se la llevó arriba, a su habitación.
Allí la metió en el armario, con todas las piezas del lego. Pronto se
tumbó rendida en la cama, y se durmió.
Unas horas más tarde, su madre entró en la habitación. La sacudió
suavemente y dijo:
–Pero Sofía, ¿qué te pasa?
–¿Eh...?
–¿Te has acostado vestida?
Sofía abrió los ojos a duras penas.
–He estado en Atenas – dijo.
Y no dijo nada más; se dio la vuelta y continuó durmiendo.

Mapa de Grecia

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Antigua Grecia