viernes, 4 de julio de 2008

El Romanticismo

El Romanticismo

... el camino secreto va hacia dentro...
Hilde dejó caer la carpeta grande de anillas. Primero sobre sus
rodillas y luego al suelo.
Ya había más luz en la habitación que cuando se acostó. Miró el
reloj. Eran casi las tres. Se dio la vuelta en la cama para dormir. En
el momento de dormirse pensó en por qué su padre
había escrito
sobre Caperucita Roja y Winnie Pooh...
Durmió hasta las once del día siguiente. Le parecía que había
estado soñando intensamente toda la noche, pero era incapaz
de
acordarse de lo que había soñado. Tenía la sensación de haber
estado en una realidad completamente diferente.
Bajó a la cocina y se hizo el desayuno. Su madre se había puesto el
mono azul. Iba a bajar a la caseta a arreglar el barco un poco.
Aunque no le diera tiempo de llevarlo al agua, al menos
debería
estar listo para cuando el padre de Hilde volviera del Líbano.
–¿Bajas a echarme una mano?
–Primero tengo que leer un poco más. Luego puedo bajar
té y
bocadillos, si quieres.
Después de desayunar, Hilde volvió a subir a su habitación,
hizo
su cama y se puso cómoda con la carpeta de anillas sobre las
rodillas.
Sofía se metió por el seto y de nuevo se encontró en ese gran
jardín que una vez había comparado con el jardín del Edén...
Ahora se dio cuenta de que había hojas y ramas sueltas
por
todas partes tras la tormenta de la noche anterior.
Tenía la sensación de que existía una relación entre la tormenta
y las ramas sueltas, por un lado, y el encuentro con Caperucita
Roja y Winnie Pooh por el otro.
Se fue al balancín y lo limpió de agujas de pino y ramas
Menos
mal que tenía cojines de plástico, porque así no hacia falta
meterlos en casa cada vez que caía un chaparrón.
Entró en casa. Su madre acababa de volver, y estaba metiendo
algunas botellas en la nevera. Sobre la mesa de la cocina había
dos tartas.
–¿Van a venir invitados? –preguntó Sofía. Casi se había olvidado
de que era su cumpleaños.
–Haremos la gran fiesta en el jardín el sábado, pero me pareció
que deberíamos celebrarlo hoy también.
¿Qué?
–He invitado a Jorunn y a sus padres.
Sofía se encogió de hombros.
–Como quieras.
Los invitados llegaron un poco antes de la siete y media.
El
ambiente estaba tenso, porque la madre de Sofía no conocía muy
bien a los padres de Jorunn.
Sofía y Jorunn subieron a la habitación de Sofía a redactar
la
invitación para la fiesta del jardín. Ya que también
iban a invitar
a Alberto Knox, a Sofía se le ocurrió que podían llamarla «Fiesta
filosófica en el jardín». Jorunn no protestó, pues la fiesta era de
Sofía, y últimamente se habían
puesto muy de moda las
llamadas «fiestas temáticas».
Por fin acabaron de redactar la invitación. Habían tardado dos
horas y estaban muertas de risa.
Querido ______________
Te invitamos a una fiesta filosófica en el jardín del Camino del
Trébol 3, el sábado 23 de junio (San Juan) a las 19. 00 horas. En
el transcurso de la fiesta, esperamos poder solucionar el misterio
de la vida. Tráete una chaqueta de lana y buenas ideas que
puedan contribuir a una pronta solución
de los enigmas de la
filosofía. Desgraciadamente está prohibido encender hogueras
de San Juan debido al gran peligro de incendio, pero las llamas
de la imaginación podrán arder libremente. Habrá incluso un
auténtico filósofo
entre los invitados. Se reserva el derecho de
admisión. (¡Nada de prensa!)
Un cordial saludo, Jorunn Ingebrigtsen
(comisión de festejos)
y Sofía Amundsen (anfitriona)
Bajaron para reunirse con los mayores, que ahora charlaban con
un poco más de soltura que cuando Sofía y Jorunn se refugiaron
en el piso de arriba. Sofía le dio la invitación,
que estaba escrita
con una estilográfica, a su madre.
–Anda, por favor, dieciocho copias –dijo. A veces le pedía a su
madre que le sacara alguna fotocopia en el trabajo.
La madre repasó rápidamente la invitación, y luego se la dio al
asesor fiscal.
Ya veis. Está completamente chiflada.
–Esto parece emocionante –dijo el asesor fiscal, y dio la hoja a su
mujer–. A mi me gustaría mucho participar
en esta fiesta.
–Ahora le tocó el turno a la Barbie.
–¡ Pero qué emocionante! ¿Nos dejas venir, Sofía?
–Pues entonces, veinte copias.
–Estás como una cabra –dijo Jorunn.
Antes de acostarse, Sofía se quedó un largo rato junto
a la ventana. Se acordó de la noche en que, hacía más de un mes
había visto la silueta de Alberto en la oscuridad. Ahora también
era de noche, pero era una luminosa noche de verano.
No supo nada de Alberto hasta el martes por la mañana.
Llamó
por teléfono justo después de que su madre se marchara a
trabajar.
–Sofía Amundsen.
–Alberto Knox.
–Ya me lo figuraba.
–Lamento no haber llamado antes, pero he estado trabajando
intensamente en nuestro plan. Sólo cuando el mayor se concentra
plenamente en ti, yo tengo ocasión de estar solo y trabajar sin
que me interrumpan.
–Qué raro.
–Entonces aprovecho para esconderme en algún sitio,
¿sabes?
Incluso la mejor vigilancia del mundo tiene sus límites cuando la
lleva una sola persona... He recibido una tarjeta tuya.
–¿Una invitación, quieres decir?
–¿Y te atreves?
¿Por qué no?
–No es fácil saber lo que puede pasar en una fiesta así.
–¿Vendrás?
–Claro que iré. Pero hay otra cosa. ¿Has pensado en que es el
mismo día en que el padre de Hilde vuelve del Líbano?
–No, a decir verdad, no había caído en eso.
–No creo que sea pura casualidad el que te haga organizar
una
fiesta filosófica en el jardín el mismo día que él vuelve a su casa
de Bjerkely.
–Como te digo, no se me había ocurrido.
–Pero a él sí. Bueno, ya hablaremos. ¿Puedes venir a la Cabaña del
Mayor esta mañana?
–Debería arrancar las malas hierbas del jardín.
–Digamos entonces a las dos. ¿Vas a poder?
–Iré.
También esta vez Alberto estaba sentado en los escalones
cuando llegó Sofía.
–Siéntate aquí –dijo. Hoy fue derecho al grano. Hasta ahora
hemos hablado del Renacimiento, de la época barroca y de la
ilustración. Hoy vamos a hablar del Romanticismo,
la última gran
época cultural europea. Nos estamos
acercando al final de una
larga historia, hija mía.
–¿Tanto tiempo duró el Romanticismo?
–Empezó muy a finales del siglo XVIII y duró hasta mediados del
siglo pasado. No obstante, después de 1850 ya no tiene sentido
hablar de «épocas» enteras que abarquen
literatura y filosofía,
arte, ciencia y música.
–¿Pero el Romanticismo fue una época así?
–Se ha dicho que el Romanticismo fue la última «postura común»
ante la vida en Europa. Surgió en Alemania
como una reacción
contra el culto a la razón de la Ilustración.
Después de Kant y su
fría razón, era como silos jóvenes
alemanes respiraran aliviados.
–¿Y qué pusieron en lugar de la razón?
–Los nuevos lemas fueron «sentimiento», «imaginación
»,
«vivencia» y “añoranza». También algunos de los filósofos
de la
Ilustración habían señalado la importancia de los sentimientos,
como por ejemplo Rousseau, pero en ese caso como una crítica
contra la importancia exclusiva que se daba a la razón. Ahora
esta subcorriente se convirtió en la corriente principal de la vida
cultural alemana.
Entonces ¿Kant había perdido partidarios?
–Sí y no. Muchos románticos se consideraron herederos
de Kant,
pues el maestro había afirmado que lo que podemos saber sobre
«das Ding an sich» es muy limitado. Por otro lado, había señalado
lo importante que es la aportación del «yo» al conocimiento.
Ahora cada individuo
tenía libertad para dar su propia
interpretación de la existencia. Los románticos aprovecharon
esta libertad, convirtiéndola en un culto casi desenfrenado al
«yo», lo cual también condujo a una revalorización del genio artístico.
–¿Había muchos genios de ésos?
–Un ejemplo es Beethoven, en cuya música nos encontramos
con
un ser que expresa sus propios sentimientos
y añoranzas. En
ese sentido Beethoven era un creador «libre”, al contrario que los
maestros del Barroco, por ejemplo Bach y Handel, quienes
compusieron sus obras en honor a Dios y, muy a menudo,
conforme a reglas muy severas.
–Yo sólo conozco la «Sonata del Claro de Luna» y la «Quinta
sinfonía».
–Pues entonces puedes apreciar lo romántica que es la «Sonata
del Claro de Luna» y lo dramática que es la expresión
que
emplea Beethoven en la «Quinta sinfonía».
–Dijiste que también los humanistas del Renacimiento
eran
individualistas.
–Sí. De hecho hay muchos rasgos comunes entre el Renacimiento
y el Romanticismo, quizás sobre todo en la importancia que
otorgaban, unos y otros, al arte y a su significado
para el
conocimiento del hombre. En este campo Kant aportó lo suyo. En
su estética había investigado qué es lo que sucede cuando nos
sentimos abrumados por algo muy hermoso; por ejemplo, por
una obra de arte. Cuando nos entregamos a una obra de arte sin
servir a otros intereses
que a la propia vivencia artística, nos
acercamos a una percepción de «das Ding an sich».
–¿Eso quiere decir que el artista es capaz de transmitir
algo que
los filósofos no pueden expresar?
–Así opinaron los románticos. Según Kant, el artista juega
libremente con su capacidad de conocimiento. El poeta alemán
Schiller continuó desarrollando las ideas de Kant. Escribe que la
actividad del artista es como un juego, y que el hombre sólo es
libre cuando juega, porque entonces
hace sus propias leyes. Los
románticos opinaban que solamente el arte podía llevarnos más
cerca de «lo inefable
». Algunos fueron hasta el final y
compararon al artista con Dios.
–Porque el artista crea su propia realidad exactamente
de la
misma manera que Dios ha creado el mundo.
–Se decía que el artista tiene una «fuerza imaginativa
de
creación del mundo». En su entusiasmo artístico podía llegar a
sentir desaparecer la frontera entre sueño y realidad. Novalis,
que era uno de los jóvenes genios, dijo que «el mundo se
convierte en sueño, el sueño en mundo
». Escribió una novela
medieval que se titulaba Heinrich von Olterdingen. El escritor no
pudo dejarla acabada cuando murió, en 1801, pero tuvo de todas
formas una gran importancia. La novela cuenta la historia del
joven Heinrich, que está buscando aquella «flor azul» que un día
vio en un sueño y que desde entonces siempre ha añorado. El
romántico inglés Coleridge expresó la misma idea de esta
manera:
What if you slept? And what if, in your sleep, you dreamed? And
what if, in your dream, you went to heaven and there plucked a
rare and beautiful flower? And what if, when you awoke, you had
the flower in your hand? Ah, what then?
[9]
–Qué bonito.
–Esta añoranza de algo lejano e inaccesible era típica
de los
románticos. Algunos también añoraron los tiempos pasados, por
ejemplo la Edad Media, que ahora se revalorizó frente a la
evaluación tan negativa de la Ilustración.
Los románticos
también añoraban culturas lejanas, por ejemplo Oriente y sus
misterios. También se sentían atraídos por la noche, por el
amanecer, por viejas ruinas y por lo sobrenatural. Se interesaban
por lo que podríamos llamar los «aspectos oscuros» de la
existencia, es decir, lo enigmático, lo tétrico y lo misterioso.
–A mí me suena como una época interesante. ¿Quiénes
eran en
realidad esos románticos?
–El Romanticismo era ante todo un fenómeno urbano.
Precisamente en la primera parte del siglo pasado tuvo lugar un
florecimiento de la cultura urbana en muchos
lugares de Europa,
y muy marcadamente en Alemania.
Los «románticos» típicos
eran hombres jóvenes, muchos
de ellos estudiantes, aunque
quizás no se ocuparan demasiado de los estudios en sí. Tenían
una mentalidad expresamente
antiburguesa y solían hablar de la
policía o de sus caseras como «filisteos» o simplemente como «el
enemigo
».
–En ese caso yo no me habría atrevido a ser casera de ningún
romántico.
–La primera generación de románticos vivió su juventud
alrededor del año 1800, y podemos llamar al movimiento
romántico la primera insurrección juvenil de Europa.
Los
románticos tenían varios rasgos comunes con la cultura hippie
que surgió ciento cincuenta años más tarde.
¿Flores y pelo largo, música de guitarra y pereza?
–Sí, se ha dicho que «la ociosidad es el ideal del genio
y la
pereza la virtud romántica». Era la obligación del romántico vivir
la vida o soñar para alejarse de ella. El comercio
cotidiano y los
quehaceres de todos los días eran cosa de los filisteos.
–¿Henrik Wergeland era un romántico?
–Tanto Wergeland como Welhaven
[10]
eran románticos.
Wergeland también defendió muchos de los ideales de la
Ilustración, pero su comportamiento, caracterizado por una
obstinación inspirada pero desordenada, tenía casi todos
los
rasgos típicos de un romántico, por ejemplo, sus exaltados
enamoramientos. Su «Stella», a quien dedica sus poemas de
amor, era tan distante e inaccesible como la «flor azul» de
Novalis. El propio Novalis se comprometió con una joven que
sólo tenía catorce años. Ella murió cuatro
días después de
cumplir los quince, pero Novalis continuó
amándola el resto de
su vida.
–¿Has dicho que se murió sólo cuatro días después de cumplir
los quince años?
–Sí.
–Yo tengo hoy quince años y cuatro días.
–Es verdad...
–¿Cómo se llamaba?
–Se llamaba Sophia.
–¿Qué has dicho?
–Bueno...
–¡Me estás asustando! ¿Es esto una coincidencia?
–No sé, Sofía, pero ella se llamaba Sophia.
–¡Sigue!
–El propio Novalis murió a los 29 años. Fue uno de los jóvenes
muertos». Pues muchos de los románticos murieron jóvenes,
muchos a causa de la tuberculosis. Algunos se suicidaron.
–¡Vaya!
–Aquellos que llegaron a viejos dejaron más bien de ser
románticos alrededor de los 30 años. Muchos se volvieron
muy
burgueses y conservadores.
–¡Entonces se pasaron al campo del enemigo!
–Sí, tal vez. Pero hablamos del enamoramiento romántico.
El
amor inaccesible había sido introducido ya por Goethe en su
novela epistolar titulada “Los sufrimientos del joven Werther”,
publicada en 1772. El pequeño libro acaba con que el joven
Werther se pega un tiro porque no consigue
a la mujer a la que
ama...
¿No era eso un poco exagerado?
–Resultó que el número de suicidios aumentó después
de
publicarse el libro, y durante algún tiempo estuvo prohibido en
Dinamarca y Noruega. Como ves, no carecía de peligro ser
romántico. Se ponían en marcha fuertes sentimientos.
–Al oír la palabra «romántico», pienso en grandes pinturas de
paisajes, bosques misteriosos y naturaleza salvaje...
preferiblemente envuelta en niebla.
–Uno de los rasgos más importantes del romanticismo
era
precisamente la añoranza de la naturaleza y la mística de la
misma. Y, como ya he dicho, esas cosas no surgen en el campo.
Te acordarás de Rousseau, que lanzó esa consigna de «vuelta a
la naturaleza», que finalmente tuvo éxito en el Romanticismo. El
Romanticismo representa,
entre otras cosas, una reacción contra
el universo mecánico de la Ilustración. Se ha dicho que el
Romanticismo
implicaba un renacimiento de la antigua
conciencia cósmica.
¡Explícate!
–Significa que la naturaleza se consideró una unidad.
En este
punto los románticos conectaban con Spinoza, pero también con
Plotino y filósofos del Renacimiento como Jacob Bóhme y
Giordano Bruno. Éstos tuvieron en común su vivencia de un «yo»
divino en la naturaleza.
–Eran panteístas...
–Tanto Descartes como Hume habían hecho una fuerte distinción
entre el yo, por un lado, y la realidad extensa
por el otro.
También Kant había hecho una clara separación
entre el «yo»
que conoce, y la naturaleza «en sí». Ahora se decía que la
naturaleza era un enorme yo. Los románticos
también
empleaban la expresión «alma universal
» o «espíritu universal».
–Entiendo.
–El filósofo romántico dominante fue Schelling, que vivió desde
1775 a 1854. Intentó anular la mismísima distinción
entre
«espíritu» y «materia». Toda la naturaleza, tanto las almas de los
seres humanos, como la realidad física,
son expresiones del
único Dios o del «espíritu universal
», dijo él.
–Bueno, me recuerda a Spinoza.
–«La naturaleza es el espíritu visible, el espíritu es la naturaleza
invisible», dijo Schelling. Porque en todas partes
de la naturaleza
intuimos un «espíritu estructurador». También dijo que «la
materia es inteligencia adormecida».
–Esto me lo tendrás que explicar más detenidamente.
–Schelling vio un «espíritu universal» en la naturaleza, pero
también vio el mismo espíritu en la conciencia del hombre. En
este sentido la naturaleza y la conciencia humana son en realidad
dos expresiones de lo mismo.
–Sí, ¿por qué no?
–Es decir, que uno puede buscar el «espíritu universal
» tanto en
la naturaleza como en la mente de uno mismo. Por eso Novalis
dijo que “el camino secreto va hacia
dentro». Pensaba que el
hombre lleva todo el universo dentro y que la mejor manera de
percibir el secreto del mundo es entrar en uno mismo.
–Es una idea hermosa.
–Para muchos románticos la filosofía, la investigación
de la
naturaleza y la literatura se elevan a una unidad superior. Estar
sentado en un estudio escribiendo inspirados
poemas o
estudiando la vida de las flores y la composición
de las piedras
eran en realidad dos lados del mismo asunto. Porque la
naturaleza no es un mecanismo muerto, es un «espíritu
universal» vivo.
–Si sigues hablando así, creo que me hago romántica.
–El científico nacido en Noruega, Henrik Steflens, llamado por
Wergeland «la hoja de laurel, desaparecido de Noruega con el
viento», porque se había ido a vivir a Alemania, llegó en 1801 a
Copenhague para dar conferencias
sobre el Romanticismo
alemán. Caracterizó el movimiento romántico con las siguientes
palabras: «Cansados de los eternos intentos de atravesar la
materia cruda, elegimos
otro camino y quisimos apresurarnos
hacia lo infinito. Entramos en nosotros mismos y creamos un
nuevo mundo...”
–¿Cómo consigues acordarte de tantas palabras de memoria?
–No tiene importancia, hija mía.
–Sigue.
–Schelling también vio una evolución en la naturaleza
de tierra y
piedra a la conciencia del hombre. Señaló transiciones muy
graduales de naturaleza muerta a formas de vida cada vez más
complicadas. La visión de la naturaleza
de los románticos
reflejaba que la naturaleza se entendía
como un solo organismo,
es decir, como una unidad que constantemente va desarrollando
sus posibilidades inherentes.
La naturaleza es como una planta
que abre sus hojas y sus pétalos. O como un poeta que despliega
sus poemas.
–¿No recuerda esto un poco a Aristóteles?
Pues sí. La filosofía de la naturaleza del Romanticismo
tiene
rasgos aristotélicos y neoplatónicos. Pues Aristóteles tenía una
visión más orgánica de los procesos naturales que los
materialistas mecanicistas.
–Entiendo.
–También encontramos pensamientos parecidos en su nueva
visión de la Historia. Muy importante para los románticos
sería
el filósofo e historiador Herder, que vivió desde 1744 a 1803.
Opinó también que el transcurso de la Historia se caracteriza por
el contexto, el crecimiento y la orientación. Decimos que tenía
una visión dinámica de la Historia porque la vivía como un
proceso. Los filósofos de la Ilustración habían tenido a menudo
una visión estática de la Historia. Para ellos sólo existía una
razón universal y general, que fluctuaba según los tiempos.
Herder señaló que toda época histórica tiene su propio valor. De
la misma manera cada pueblo tiene sus particularidades o su
«alma popular». La cuestión es si somos capaces de identificamos
con las condiciones de otras culturas.
–De la misma manera que tenemos que identificar-nos con la
situación de otra persona para entenderla mejor, también
debemos identificamos con otras culturas para comprenderlas.
–Supongo que hoy en día eso es más o menos evidente.
Pero en
el Romanticismo era algo nuevo. El Romanticismo
contribuyó
también a reforzar los sentimientos de identidad de cada una de
las naciones. No es una casualidad
que nuestra propia lucha por
la independencia nacional
floreciera precisamente en 1 814.
–Entiendo.
–Ya que el Romanticismo implicaba orientaciones nuevas en
tantos campos, lo normal ha sido distinguir entre dos clases de
Romanticismo. Por «Romanticismo» entendemos,
ante todo, lo
que llamamos Romanticismo universal.
Pienso entonces en
aquellos románticos que se preocuparon
por la naturaleza, el
alma universal y el genio artístico. Esta forma de romanticismo
floreció primero, y de un modo muy especial, en la ciudad de
Jena alrededor del año 1800.
¿Y la otra clase de Romanticismo?
–La otra es la llamada Romanticismo nacional, que floreció un
poco más tarde, especialmente en la ciudad de Heidelberg. Los
románticos nacionales se interesaban sobre
todo por la historia
del «pueblo», por la lengua del «pueblo» y en general por la
cultura «popular». Y también el «pueblo» fue considerado un
organismo que desdobla sus posibilidades inherentes,
precisamente como la naturaleza
y la historia.
–Dime dónde vives, y te diré quién eres.
–Lo que unificó al Romanticismo universal y al nacional
fue ante
todo la consigna «organismo». Los románticos
consideraban
tanto una página, como un pueblo «organismos vivos», de
manera que también una obra literaria era un organismo vivo. La
lengua era un organismo, incluso
la naturaleza se consideraba
un solo organismo. Por ello no hay una diferenciación bien
definida entre el Romanticismo
universal y el Romanticismo
nacional. El espíritu
universal estaba presente en el pueblo, así
como en la cultura popular y en la naturaleza y el arte.
–Comprendo.
–Herder ya había recopilado canciones populares de muchos
países, y había publicado la colección bajo el elocuente título
Stimmen der Völker in Liedern (Las Voces de los Pueblos en sus
Canciones). Caracterizó la literatura popular como “lengua
materna de los pueblos». En Heidelberg se comenzaron a
recopilar canciones y cuentos populares. Tal vez hayas oído
hablar de los cuentos de los hermanos Grimm.
–Ah sí, «Blancanieves» y «Caperucita Roja», «Cenicienta
» y
«Hansel y Gretel»...
–Y muchos, muchos más. En Noruega teníamos a Asbjornsen y
Moe, que viajaron por todo el país recogiendo
la «literatura
propia del pueblo». Era como cosechar
una jugosa fruta que de
repente se había descubierto como algo rico y nutritivo. Y corría
prisa, porque la fruta ya estaba cayéndose de los árboles.
Landstad recopiló canciones
e Ivar Aasen recopiló la propia
lengua noruega. Desde mediados del siglo pasado también se
redescubrieron los viejos mitos de los tiempos paganos.
Compositores de toda Europa comenzaron a incorporar la música
folklórica a sus composiciones. De esa manera intentaron
construir un puente entre la música popular y la artística.
–¿La música artística?
–Por música artística se entiende música compuesta por una sola
persona, por ejemplo Beethoven. La música popular, por otra
parte, no la había compuesto una persona determinada, sino el
propio pueblo. Por eso tampoco sabemos exactamente cuándo se
compusieron las melodías populares.
Y de la misma manera se
distingue entre cuentos populares y cuentos artísticos.
–¿Qué significa «cuento artístico»?
–Un cuento que ha sido creado por un determinado escritor, por
ejemplo Hans Christian Andersen. Precisamente
el género
cuentístico fue cultivado con gran pasión
por los románticos.
Uno de los maestros alemanes fue Hoffmann.
–Creo que he oído hablar de los cuentos de Hoffmann.
–El cuento fue el gran ideal literario entre los románticos,
más o
menos de la misma manera que el teatro había sido la forma
artística preterida de los barrocos. Proporcionaba
al escritor
grandes posibilidades de jugar con su propia fuerza creativa.
–Podía jugar a Dios ante un mundo imaginado.
–Exactamente. Y ahora podríamos hacer un breve resumen.
¡Venga!
–Los filósofos románticos entendieron el «alma universal
» como
un «yo» que, en un estado más o menos onírico,
crea las cosas
en el mundo. El filósofo Fichte señala que la naturaleza procede
de una actividad imaginativa superior
e inconsciente. Schelling
dijo que el mundo «está en Dios». Pensaba que Dios es
consciente de algunas cosas, pero también hay aspectos de la
naturaleza que representan
lo inconsciente en Dios. Porque
también Dios tiene un «lado oscuro».
–Es una idea que me asusta y me fascina a la vez.
–De la misma manera se consideró la relación entre el autor y su
obra de creación. El cuento proporcionó al escritor
la posibilidad
de jugar con su propia «fuerza imaginativa». El mismo acto de la
creación no era siempre consciente.
Al escritor le podía ocurrir
que el cuento que estaba escribiendo saliera empujado por una
tuerza inherente. A veces estaba como hipnotizado mientras
escribía.
–De acuerdo.
–Pero luego el mismo escritor podía romper la ilusión.
Podía
intervenir en el relato con pequeños comentarios
irónicos al
lector, para que éste, al menos esporádicamente,
recordara que
el cuento sólo era un cuento.
–Entiendo.
–De esta manera el escritor también podía recordar al lector que
su propia vida era de cuento. Esta clase de ruptura de la ilusión
la solemos llamar «ironía romántica». Nuestro propio Ibsen, por
ejemplo, deja decir a uno de los personajes en su obra Peer Gynt
que «uno no muere en medio del quinto acto».
–Creo que entiendo que esa réplica tiene algo de divertido.
Porque al mismo tiempo dice que simplemente es un soñador.
–La frase es tan paradójica que podemos marcarla con un punto
y aparte.
–¿Qué quieres decir?
–Nada, nada, Sofía. Pero luego dijimos que la amada de Novalis se
llamaba Sofía, como tú, y que además murió cuando tenía quince
años y cuatro días...
–Comprenderás que me asustara, ¿no?
Alberto se quedó sentado mirando algo fijamente.
Prosiguió:
–Pero no debes temer que vayas a tener el mismo destino que la
amada de Novalis.
–¿Por qué no?
–Porque aún quedan muchos capítulos.
–¿Qué dices?
–Digo que la persona que lea esta historia de Sofía y Alberto sabe
que aún quedan muchas páginas de este cuento. Sólo hemos
llegado al Romanticismo.
–¡Me mareas!
–En realidad se trata del mayor, que intenta marear a Hilde. ¡Qué
feo por su parte!, ¿verdad Sofía? ¡Punto y aparte!
Alberto aún no había acabado la frase cuando un chico
salió
corriendo del bosque. Vestía ropa árabe y en la cabeza
llevaba
un turbante. En la mano llevaba una lámpara de aceite.
Sofía se agarró al brazo de Alberto.
–¿Quién es ése? preguntó.
El chico contestó por su cuenta:
–Me llamo Aladino, vengo del Líbano.
Alberto le miró con severidad.
–¿Y qué tienes en tu lámpara, chico?
El chico empezó a frotar la lámpara. De ella salió un espeso
vapor, y del vapor iba saliendo la figura de un hombre,
que tenía
barba negra y boina azul como Alberto. Flotando en el aire sobre
la lámpara, dijo lo siguiente:
–¿Me oyes, Hilde?Supongo que llego tarde para felicitarte.
Sólo
quiero decirte que para mí Bjerkely y la región
en la que vives
me parecen un verdadero cuento. Nos veremos dentro de pocos
días.
Y con esto, la figura de hombre volvió a diluirse en el vapor, y
toda la nube fue absorbida por la lámpara de aceite. El chico del
turbante se puso la lámpara bajo el brazo, volvió a meterse en el
bosque y desapareció.
–Es... increíble –dijo Sofía, finalmente.
–No es más que una tontería, hija mía.
–El espíritu hablaba exactamente como el padre de Hilde.
–Porque es su espíritu.
–Pero...
–Tú y yo y todo lo que nos rodea tiene lugar muy dentro de
nuestra conciencia. Es el 28 de abril por la noche, y alrededor del
mayor, que está despierto, están dormidos
todos los Cascos
Azules, y él mismo está a punto de dormirse. Pero tiene que
acabar el libro que va a regalarle a Hilde en su decimoquinto
cumpleaños. Por eso tiene que trabajar, Sofía, por eso el pobre
hombre apenas puede descansar.
–¡Madre mía!
–¡Punto y aparte!
Sofía y Alberto se quedaron sentados mirando al pequeño
lago.
Alberto estaba como petrificado. Al cabo de un rato Sofía se
atrevió a darle en la espalda.
–¿Te has distraído?
–Sí, en esto intervino directamente. Los últimos párrafos
estaban
inspirados por él hasta la última letra. Debería
sentirse
avergonzado. Pero a la vez se descubrió, dejándose
ver
completamente. Ahora sabemos que vivimos nuestras vidas en
un libro que el padre de Hilde manda a su casa como regalo de
cumpleaños. ¿Oíste lo que dije, no? Bueno, en realidad no fui en
absoluto yo quien lo dijo.
–Si todo esto es verdad intentaré escaparme del libro
y escoger
mi propio camino.
–En eso consiste exactamente mi plan secreto. Pero antes
tenemos que conseguir hablar con Hilde, porque ella está
leyendo cada palabra que estamos diciendo. En cuanto logremos
escaparnos de aquí será mucho más difícil
volverse a poner en
contacto con ella. Esto quiere decir que tenemos que aprovechar
la oportunidad ahora mismo.
–¿Qué le vamos a decir?
–Creo que el mayor está a punto de dormirse junto a la máquina
de escribir, aunque sus dedos siguen corriendo por el teclado
con una velocidad febril...
–Resulta curioso pensar en ello.
–Precisamente puede que ahora esté escribiendo cosas de las
que más adelante se arrepentirá. Y no tiene tinta blanca
correctora, Sofía. Eso forma una parte importante
de mi plan.
Pobre de aquel que se atreva a regalar al mayor Albert Knag un
frasquito de tinta correctora.
–De mí no recibirá nada.
–Aquí y ahora desafío a la pobre chica a que se rebele
contra su
propio padre. Debería avergonzarse de permitir
que su padre la
entretenga con siluetas y sombras. Si estuviese aquí, le
habríamos dejado notar en su propio cuerpo nuestra indignación.
–Pero no está aquí.
–Está presente en espíritu y alma, al mismo tiempo que está
sentado en el Líbano. Porque todo lo que nos rodea
es el “yo»
del mayor.
–Pero él también es algo más de lo que vemos aquí, a nuestro
alrededor.
–Porque simplemente somos sombras del alma del mayor, y a
una sombra no le resulta fácil atacar a su maestro,
Sofía.
Requiere perspicacia y reflexión madura. Pero tenemos una
posibilidad de influir sobre Hilde. Sólo un ángel
puede rebelarse
contra un dios.
–Podemos pedirle a Hilde que le haga la burla en cuanto vuelva a
casa. Puede decirle que es un canalla. Puede destrozarle su barca,
o al menos su linterna.
Alberto consintió. Luego prosiguió.
–Además puede fugarse. Para ella es mucho más fácil
que para
nosotros. Puede abandonar la casa del mayor Y no volver a
aparecer jamás. Se lo merecería este mayor, que está jugando
con su «fuerza imaginativa de crear mundos
» a nuestra costa.
–Me lo imagino. El mayor viajando por el mundo en busca de
Hilde. Pero Hilde ha desaparecido porque no podía
aguantar
vivir con un padre que se burlaba de Alberto y Sofía.
–Se cree gracioso. Eso es lo que quería decir cuando te dije que
nos usa para entretenimiento de un cumpleaños, Pero debería
tener cuidado, Sofía, y Hilde también.
–¿Qué quieres decir con eso?
–¿Estás cómoda?
–Con tal de que no aparezcan más espíritus de lámparas.
–Intenta imagínate que todo lo que vivimos tiene lugar en la
conciencia de otra persona. Nosotros somos esa conciencia. No
tenemos ninguna alma propia, somos el alma de otro. Hasta aquí
nos encontramos sobre un camino
filosófico conocido. Berkeley
y Schelling hubieran aguzado el oído.
–¿Sí?
–Luego puede ser que esa alma sea el padre de Hilde Møller
Knag. Está sentado escribiendo un libro de filosofía
para el
decimoquinto cumpleaños de su hija. Cuando Hilde se despierta
el 15 de junio, se encuentra con el libro sobre la mesilla, y ahora
ella y otros pueden leer acerca de nosotros. Durante mucho
tiempo el padre ha estado insinuando
que «el regalo» puede ser
compartido con otros.
–Me acuerdo.
–Esto que te estoy diciendo ahora lo está leyendo Hilde después
de que su padre estuviera una vez sentado en el Líbano
imaginándose que yo te contaba que él estaba en el Líbano...
imaginándose que yo te contaba que él estaba
sentado en el
Líbano...
Sofía se estaba mareando. Intentó pensar en lo que había oído
sobre Berkeley y los románticos. Alberto Knox prosiguió:
–Pero no deberían sentirse demasiado seguros. Y menos aún
deberían reírse, porque una risa puede fácilmente
atragantarse.
–¿A quién?
–A Hilde y a su padre. ¿No estamos hablando de ellos?
¿Pero por qué no deben sentirse seguros?
Porque no se puede descartar en absoluto la posibilidad
de que
también ellos sean sólo conciencia.
¡Cómo podría ser eso posible!
–Si era posible para Berkeley y los románticos, también
será
posible para ellos. Quizás también el mayor es una imagen de
sombras en un libro que trata sobre él y Hilde, y naturalmente
también de nosotros dos, ya que formamos
una pequeña parte
de su vida.
–Eso sería aún peor. En ese caso sólo seríamos imágenes
de
sombras de imágenes de sombras.
–Pero también puede ser que un escritor totalmente diferente
esté escribiendo un libro que trata sobre el mayor de los Cascos
Azules Albert Knag que escribe un libro para su hija Hilde. Este
libro trata de un tal «Alberto Knox» que de repente empieza a
enviar unas modestas reflexiones filosóficas
a Sofía Amundsen,
en el Camino del Trébol número 3.
–¿Tú crees?
–Simplemente digo que es posible. Para nosotros ese escritor
será un «dios oculto», Sofía. Aunque todo lo (que somos y todo lo
que decimos y hacemos emane de él, porque somos él, nunca
sabremos nada de él. Nos han metido
en la caja de más adentro.
Alberto y Sofía se quedaron pensando mucho tiempo.
Al final
Solía rompió el silencio:
–Pero si de verdad hay un escritor que se inventa la historia
sobre el padre de Hilde en el Líbano, de la misma manera que él
se ha inventado nuestra historia.
–¿Sí?
–... entonces puede ser que él tampoco se sienta tan seguro.
–¿Qué quieres decir?
–Allí está con Hilde y conmigo metidas en un lugar muy adentro
de su cabeza. ¿Pero no es posible que también
viva su vida en
una conciencia superior?
Alberto asintió con la cabeza.
–Desde luego, Sofía. También es posible eso. Y si es así, él nos ha
dejado tener esta conversación precisamente para insinuar esa
posibilidad. En ese caso ha querido señalar
que también él es
una imagen indefensa de sombras y que este libro en el que
Hilde y Sofía viven sus vidas es, en realidad, un libro de texto de
filosofía.
–¿Un libro de texto?
–Todas las conversaciones que hemos tenido, Sofía, todos los
diálogos...
–¿Sí?
–Son en realidad un monólogo.
–Me parece que ahora todo se ha disgregado en conciencia y
espíritu. Menos mal que aún nos quedan algunos
filósofos.
Aquella filosofía que comenzó tan magníficamente
con Tales,
Empédocles y Demócrito no puede naufragar aquí, ¿verdad?
–Qué va. Hablaré de Hegel. Fue el primer filósofo que intentó
salvar la filosofía después de que el Romanticismo
hubiera
reducido todo a espíritu.
–Espero con ilusión.
–Para que no nos interrumpan más espíritus o imágenes
de
sombras, sugiero que volvamos adentro.
–Además, ya hace un poco fresco.
–Capítulo nuevo.

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