viernes, 4 de julio de 2008

Darwin

Darwin

.. un barco que navega por la vida cargado de genes...
El domingo por la mañana, un golpe seco despertó a Hilde. Era la
carpeta de anillas, que había caído al suelo. Había estado tumbada
en la cama leyendo acerca de Sofía y Alberto, que hablaban de
Marx. Luego se había dormido boca arriba con la carpeta en el
edredón. La lamparita que tenía sobre la cama había estado
encendida toda la noche.
El despertador en el escritorio marcaba las 8. 59 con cifras verdes.
Había soñado con grandes fábricas y ciudades llenas de humo y
hollín. Sentada en una esquina, una niña vendía cerillas.
Gente
bien vestida, con largos abrigos, simplemente había pasado
flotando.
Al incorporarse en la cama se acordó de aquellos legisladores
que
despertarían en una sociedad hecha por ellos mismos. Ella podía
estar contenta de vivir en Bjerkely.
¿Se habría atrevido a despertarse en Noruega sin saber en qué parte
lo haría?
Pero no sólo era cuestión del lugar donde despertaría. También
podría haberse despertado en una época completamente
distinta.
En la Edad Media, por ejemplo, o en una sociedad de la Edad de
Piedra de hace diez o veinte mil años. Hilde intentó imaginarse
sentada delante de la puerta de una caverna. Tal vez estaría
preparando una piel.
¿Como viviría una chica de quince años antes de que existiera lo
que llamamos cultura? ¿Cómo habría pensado entonces?
Hilde se puso un jersey, cogió la carpeta y se sentó para continuar
la lectura de la larga carta de su padre.
Justo en el instante en que Alberto acababa de decir”final del
capítulo», alguien llamó a la puerta de la Cabaña del Mayor
–¿No tenemos opción, verdad? –dijo Sofía.
–Supongo que no gruñó Alberto.
Fuera había un hombre muy viejo con pelo y larga barba blancos.
En la mano derecha llevaba un bastón, y en la izquierda una gran
lámina de un barco. A bordo de éste se podía ver toda clase de
animales.
–¿Y quién es este viejo señor? –interrogó Alberto.
–Me llamo Noé.
–Me lo imaginaba.
–Tu propio progenitor, hijo mío. Pero supongo que ya no está de
moda acordarse de los progenitores.
¿Qué llevas en la mano? –preguntó Sofía.
–Es una lámina de todos los animales que se salvaron
del gran
diluvio. Toma, hija mía, es para ti.
Sofía cogió la gran ilustración y el viejo dijo:
–Tendré que ir a casa a regar mis parras...
Dio un pequeño salto juntando los pies en el aire, de la forma
que sólo saben hacerlo hombres muy mayores de muy buen
humor.
Sofía y Alberto volvieron a entrar y se sentaron. Sofía empezó a
mirar la lámina, pero Alberto se la quitó con autoridad.
–Primero vamos a centrarnos en las grandes líneas dijo.
–Empieza.
–Nos olvidamos de decir que Marx vivió los últimos treinta y
cuatro años de su vida en Londres, adonde se trasladó en 1849, y
murió en 1883. Durante todo ese período también vivió Charles
Darwin en las afueras de Londres. Murió en 1882 y fue enterrado
solemnemente en Westminster
Abbey como uno de los grandes
hijos de Inglaterra. Pero Marx y Darwin no sólo se cruzan en el
tiempo y en el espacio. Marx intentó dedicar a Darwin la edición
inglesa de su gran obra El capital, pero Darwin no accedió. Al morir
Marx, al año siguiente de Darwin, su amigo Friedrich Engels
dijo: «De la misma manera que Darwin descubrió las leyes del
desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió
las leyes
del desarrollo histórico de la humanidad».
Entiendo.
–Otro importante pensador que también deseaba relacionar
su
actividad con Darwin, fue el psicólogo Sigmund
Freud. También
él vivió el último año de su vida en Londres. Freud señaló que
tanto la teoría de la evolución de Darwin, como su propio
psicoanálisis habían supuesto un agravio al «ingenuo amor
propio del ser humano».
Son ya muchos nombres, pero estamos hablando de Marx,
Darwin y Freud, ¿no?
En un sentido más amplio se puede hablar de una corriente
naturalista desde mediados del siglo XIX, hasta muy adentrado
nuestro propio siglo. Por naturalismo se entiende un concepto de
la realidad que no admite ninguna
otra realidad que la
naturaleza y el mundo perceptible.
Un naturalista considera, por
lo tanto, al hombre como una parte de la naturaleza. Un
investigador naturalista se basará exclusivamente en hechos
dados por la naturaleza, es decir, ni en especulaciones
racionalistas, ni en ninguna otra forma de revelación divina.
–¿Esto es válido para Marx, Darwin y Freud?
–Decididamente sí. Las palabras clave de mediados del siglo
pasado son «naturaleza», «ambiente», «historia», «evolución» y
«crecimiento». Marx había señalado que la ideología de los seres
humanos es un producto de la base material de la sociedad.
Darwin demostró que el ser humano
es el resultado de un largo
desarrollo biológico, y el estudio de Freud del subconsciente
mostró que los actos de los hombres se derivan, a menudo, de
ciertos instintos animales.
–Creo que entiendo lo que quieres decir con «naturalismo
» ¿pero
no sería mejor hablar de una cosa cada vez?
–Vamos a hablar de Darwin, Sofía. Supongo que te acordarás de
que los presocráticos buscaban explicaciones naturales a los
procesos de la naturaleza. De la misma manera
que ellos
tuvieron que librarse de las viejas explicaciones
mitológicas,
Darwin tuvo que librarse de la visión de la Iglesia sobre la
creación de animales y hombres.
¿Pero fue en realidad un filósofo?
–Darwin era biólogo e investigador de la naturaleza. Pero fue el
científico de los tiempos modernos que más que ningún otro
desafió la visión de la Biblia sobre el lugar del hombre en la
Creación de Dios.
–Entonces me vas a hablar un poco de la teoría de la evolución de
Darwin, ¿no?
–Empecemos con el propio Darwin. Nació en la pequeña
ciudad
de Shrewsbury en 1809. Su padre, el doctor Robert Darwin, era
un conocido médico del lugar y muy severo en cuanto a la
educación de su hijo. Cuando Charles
era alumno del Instituto
de Bachillerato de Shrewsbury, el director dijo de él que andaba
por ahí hablando tonterías
y presumiendo sin méritos, que no
hacía absolutamente
nada útil. Por «útil» este director de
instituto entendía
aprenderse de memoria los verbos latinos y
griegos. Con andar por ahí, quería decir que Charles iba y venía
coleccionando escarabajos de todas clases.
–Llegaría a arrepentirse de aquellas palabras.
–También mientras estudiaba teología se interesaba más por
cazar pájaros y atrapar insectos que por los estudios.
No obtuvo,
por tanto, buenos resultados en lo que a teología se refiere. Pero
aparte de los estudios de teología logró labrarse cierta
reputación como investigador de la naturaleza. También se
interesó por la geología, que tal vez fuera la ciencia más
expansiva de la época. Después de obtener su título de teología
en Cambridge en el mes de abril de 1831, se puso a viajar por el
norte de Gales para estudiar
formaciones de piedras y fósiles. En
el mes de agosto del mismo año, cuando tenía veintidós años,
recibió una carta que marcaría el rumbo del resto de su vida...
–¿Qué ponía en esa carta?
–La carta venía de su amigo y profesor John Steven Henslow.
Decía: «Me han pedido... recomendar a un investigador
de la
naturaleza para acompañar al capitán Fitzroy, que ha recibido el
encargo del Gobierno de investigar
el extremo sur de América.
Yo dije que te consideraba a ti la persona más cualificada que
conozco para encargarse de una tarea de esta clase. En cuanto a
las condiciones de sueldo, no sé nada. El viaje durará dos años...”.
–¡Madre mía, todo lo que sabes de memoria!
–Un detalle sin importancia, Sofía.
–¿Y contestó que sí?
–Se moría de ganas por aprovechar esta oportunidad,
pero en
aquella época los jóvenes no hacían nada sin el consentimiento
de sus padres. Tras largas consideraciones,
el padre dijo que sí,
y al final sería él quien pagaría el viaje del hijo. En cuanto a las
«condiciones de sueldo», resultó que no había tal cosa.
–Ah...
–El barco era el buque de guerra H. M. S Beagle. El 27 de
Septiembre de 1831, salió de Plymouth rumbo a Sudamérica
y no
volvió a Inglaterra hasta el mes de octubre de 1836, lo que quiere
decir que los dos años se convirtieron
en cinco. Por otra parte, el
viaje a Sudamérica se convirtió
en una vuelta al mundo. Estamos
ante el viaje científico más importante de los tiempos modernos.
–¿Dieron realmente la vuelta al mundo?
–Literalmente, sí. Desde Sudamérica continuaron viaje por el
Pacífico hasta Nueva Zelanda, Australia y sur de África. Luego
volvieron hasta Sudamérica, antes de regresar
finalmente a
Inglaterra. Darwin escribió que «el viaje
en el Beagle ha sido,
decididamente, el suceso más importante
de mi vida».
–No sería fácil ser investigador de la naturaleza en el mar.
–Los primeros años, el Beagle navegaba bordeando la costa de
Sudamérica, lo que proporcionó a Darwin una magnífica
oportunidad para conocer el continente también por tierra.
Importantísimas fueron también sus incursiones en las islas
Galápagos en el Pacífico, al oeste de Sudamérica.
Así pudo
recoger y coleccionar un amplio material que se iba enviando a
Inglaterra. No obstante, conservó para sí sus muchas reflexiones
sobre la naturaleza y la historia
de los seres vivos. Cuando
volvió a su patria, con sólo 27 años era ya un famoso
investigador de la naturaleza. Tenía ya en su mente una idea
clara de lo que sería su teoría
de la evolución. Pero pasarían
muchos años hasta que publicara su obra más importante.
Darwin era un hombre prudente, Sofía; como debe serlo un
investigador de la naturaleza,
–¿Cómo se titulaba esa obra?
–Bueno, en realidad fue más de una. Pero el libro que incitó el
debate más enardecido en Inglaterra fue “El Origen de las
especies”, que salió en 1859.El título era: On the Origin of
Species by Means of Natural Selection or the Preservation of
Favoured Races in Struggle for Life.Este título tan largo resume
toda la teoría de Darwin.
–¿Y qué significa eso?
–«El Origen de las especies mediante la selección natural y la
supervivencia de las razas favorecidas en la lucha por la vida.”
–Pues sí, ese título tiene mucho contenido.
–Pero lo vamos a ver punto por punto. En el de las especies
Darwin presentó dos teorías o tesis: En primer lugar dijo que
todas las plantas y animales actuales descendían de formas
anteriores más primitivas. Mantuvo que tiene lugar una
evolución biológica. Y lo segundo que defendió fue que la
evolución se debía a la «selección natural
».
–Porque sobreviven los más fuertes, ¿verdad?
–Pero primero nos centraremos en la propia idea de la evolución.
La idea en sí no era muy original. En determinados
círculos, la fe
en una evolución biológica había comenzado
a extenderse ya
desde principios del siglo XIX. El más influyente fue el zoólogo
francés Lamarck. Y antes de él, el propio abuelo de Darwin,
Erasmus Darwin, había insinuado
que las plantas y los animales
habían evolucionado
de unas pocas especies primitivas. Pero
ninguno de ellos había dado una explicación de cómo ocurre esa
evolución
y, por lo tanto, tampoco fueron peligrosos adversarios
de los hombres de la iglesia.
–Pero Darwin si lo fue.
–Sí, y no sin razón. Tanto los hombres de la Iglesia, como muchos
sectores de los ambientes científicos, se atenían
a la doctrina de
la Biblia. Según la cual las distintas especies de plantas y
animales eran inalterables. La idea era que cada especie animal
fue creada de una vez por todas mediante un determinado acto
de creación. Esta visión cristiana también armonizaba con Platón
y Aristóteles.
¿Cómo?
–La teoría de las Ideas de Platón implicaba que todas
las
especies animales eran inalterables porque estaban formadas
según las Ideas o formas eternas. El que las especies
animales
fueran inalterables constituía también una piedra angular en la
filosofía de Aristóteles. No obstante, precisamente en la época de
Darwin se realizaron varias observaciones y hallazgos que
pusieron nuevamente a prueba las ideas tradicionales.
–¿Qué observaciones y hallazgos fueron éstos?
–En primer lugar, se encontraban cada vez más fósiles,
y además
se encontraron grandes restos de huesos de animales
extinguidos. El propio Darwin se había asombrado
por los
hallazgos de restos de animales marinos tierra
adentro. En
Sudamérica, incluso en lo alto de los Andes, hizo hallazgos de
este tipo. Sofía, ¿tú me puedes explicar esto?
–No.
–Algunos opinaban que simplemente las personas o los animales
los habían tirado por allí. Otros pensaban que Dios había creado
esos fósiles y restos de animales marinos. Sólo con el fin de
engañar a los impíos.
–¿Qué opinaba la ciencia?
–La mayor parte de los geólogos defendió la «teoría de la crisis»,
en el sentido de que la Tierra había sido asolada
varias veces
por grandes inundaciones, terremotos y otras catástrofes que
extinguieron toda clase de vida. También la Biblia narra una
catástrofe de ese tipo. Estoy pensando en el diluvio y en el Arca
de Noé. Con cada catástrofe, Dios había renovado la vida de la
Tierra creando plantas y animales nuevos y más perfectos.
¿Y entonces los fósiles eran huellas de formas anteriores
de
vida, formas que se extinguieron tras alguna terrible catástrofe?
–Exactamente. Se decía, por ejemplo, que los fósiles eran huellas
de animales que no consiguieron sitio en el Arca de Noé. Pero
cuando Darwin se marchó de Inglaterra en el Beagle, se llevó
consigo el primer tomo de la obra Principios de Geología, del
geólogo inglés Charles Lyell. Este científico opinaba que la
geografía actual, con montañas
altas y valles profundos, era el
resultado de una evolución
inmensamente larga y lenta. La idea
era que cambios muy pequeños pueden conducir a enormes
cambios geográficos,
si se tienen en cuenta los grandísimos
espacios de tiempo transcurridos.
–¿En qué cambios pensaba él?
–Pensaba en las mismas fuerzas que actúan hoy: el sol, el viento,
la lluvia, la nieve, el deshielo, los terremotos y los elevamientos
de la tierra. Se suele decir que la gota horada la piedra, no
mediante la fuerza, sino mediante el continuo goteo. Lyell
pensaba que esos cambios pequeños y graduales durante largos
espacios de tiempo pueden llegar
a transformar la naturaleza
completamente. Pero esta tesis sola, no podía explicar por qué
Darwin había encontrado
restos de animales marinos en lo alto
de los Andes, aunque él no abandonó nunca esta idea de que
cambios pequeños y graduales podían dar lugar a grandes
cambios, transcurridos ya espacios de tiempo inmensamente
largos.
–¿Pensaría que también se podía emplear una explicación
parecida para la evolución de los animales?
–Sí, se preguntaba precisamente eso. Pero como ya he indicado,
Darwin era un hombre prudente, e hizo la pregunta mucho antes
de atreverse a aventurar alguna respuesta. En este aspecto,
emplea exactamente el mismo método que todos los verdaderos
filósofos. Es importante preguntar, pero no siempre hay que
tener prisa por contestar.
–Entiendo.
–Un factor decisivo de la teoría de Lyell era la edad de la Tierra.
En la época de Darwin se suponía generalmente
que habían
pasado unos 6. 000 años desde que Dios creara el mundo. Se
había llegado a esa cifra contando las generaciones desde Adán
y Eva hasta ese momento.
–¡Qué ingenuidad!
–Bueno, eso es fácil de decir para nosotros, ahora que tenemos
tanta información. Darwin llegó a la conclusión de que la Tierra
tenía unos 300 millones de años, pues una cosa quedaba
totalmente clara, y era que ni la teoría de Lyell sobre la evolución
gradual, ni la del propio Darwin tendrían ningún sentido si no se
contaba con períodos enormemente
largos.
–¿Y qué edad tiene verdaderamente la Tierra?
–Hoy sabemos que la Tierra tiene 4. 600 millones de años,
–Ya está bien...
–Hasta ahora nos hemos centrado en uno de los argumentos de
Darwin sobre la evolución biológica: la existencia
estratificada
de fósiles en las distintas capas de una montaña. Otro
argumento era la repartición geográfica de las especies vivas. En
este aspecto, el viaje de investigación del propio Darwin
contribuyó con un material nuevo e inmensamente
rico. Observó
con sus propios ojos que, de una región a otra, las distintas
especies animales podían distinguirse por muy pequeñas
diferencias. Sobre todo hizo unas interesantes observaciones al
respecto en las islas Galápagos, al oeste de Ecuador.
–¡Cuéntame!
–Estamos hablando de un denso grupo de islas volcánicas.
Por lo
tanto no había grandes diferencias ni en la fauna ni en la flora.
Pero a Darwin le interesaban precisamente
esas pequeñas
diferencias que existían. En todas esas islas se topaba con
tortugas gigantes, pero variaban un poco de isla a isla.
¿Verdaderamente había creado Dios una raza de tortugas
gigantes distinta para cada una de las islas?
–Lo dudo.
–Aún más importantes fueron las observaciones que hizo Darwin
sobre los pájaros en las Galápagos. Había claras
diferencias de
isla a isla entre las distintas clases de pinzones,
por ejemplo en
lo que se refiere a la forma del pico. Darwin demostró que estas
variaciones estaban estrechamente
unidas a lo que los pinzones
comían en las distintas islas. El pinzón de tierra, de pico
puntiagudo, se alimentaba
de piñones; el pequeño pinzón
cantor, de insectos; el pinzón carpintero, de insectos que cogía
en los troncos y las ramas de los árboles... Cada una de las clases
tenía un pico perfectamente adaptado a los alimentos que
tomaba. ¿Provenían todos esos pinzones de la misma especie de
pinzones? ¿Se había ido adaptando esa especie al entorno de las
distintas islas, manera que al final habían aparecido nuevas
especies de pinzones?
–Tal vez llegara a esa conclusión.
–Sí, quizás Darwin se convirtiera en «darvinista» precisamente en
las islas Galápagos. También se dio cuenta
de que la fauna en el
pequeño archipiélago se parecía a mucha de la que había
observado en América del Sur. ¿Podía ser que definitivamente
Dios hubiera creado esos animales un poco distintos entre ellos,
o es que había tenido
lugar una evolución? Dudaba cada vez
más de que las especies fueran inalterables. Pero aún no tenía
ninguna explicación satisfactoria sobre cómo tal evolución o
adaptación
podía haberse producido. Quedaba aún otro argumento
a favor de la teoría de que todos los animales de la Tierra
estaban emparentados.
–¿Cuál?
–El que se refiere al desarrollo del feto en los mamíferos. Si se
comparan fetos de perro, murciélago, conejo y ser humano en
una fase temprana, son tan parecidos que casi no se percibe la
diferencia. Hasta que el feto no está mucho más desarrollado, no
se puede distinguir el feto humano
del feto de conejo. Esto
debería indicar que somos parientes lejanos, ¿no?
–¿Pero seguía sin encontrar la explicación a cómo se había
producido el desarrollo?
–Reflexionaba constantemente sobre la teoría de Lyell de que los
cambios minúsculos podían dar lugar a grandes variaciones
después de espacios de tiempo inmensamente
largos. Pero no
encontró ninguna explicación que pudiera servir de principio
universal. Conocía también la teoría del zoólogo francés
Lamarck. Lamarck había señalado
que cada una de las especies
animales había evolucionado
según sus necesidades. Las jirafas,
por ejemplo, tenían el cuello tan largo porque durante muchas
generaciones
lo habían estirado con el fin de llegar a las hojas
de los árboles. Lamarck opinaba que las cualidades que cada
individuo va adquiriendo poco a poco gracias a sus propios
esfuerzos también son heredadas por los hijos. No obstante,
Darwin dejó esta teoría de las «cualidades adquiridas
» a un lado,
simplemente porque Lamarck no tenía ninguna prueba de sus
atrevidas aseveraciones. Pero había otro aspecto, mucho más
próximo, en el que Darwin pensaba
cada vez más. Podríamos
decir que tenía el propio mecanismo de la evolución de las
especies delante de sus narices.
Estoy esperando.
–Pero prefiero que tú misma descubras ese mecanismo.
Por eso
te pregunto: si tienes tres vacas, pero sólo tienes comida para
alimentar a dos de ellas, ¿qué harías entonces?
–Puede que tuviera que sacrificar a una de ellas.
–¿Sí... ? ¿Y a qué vaca matarías?
–Seguramente mataría a la vaca que diera menos leche.
–¿Ah, sí?
–Sí, es lógico.
–Y precisamente eso es lo que la gente ha hecho durante
miles
de años. Pero no dejemos todavía a las dos vacas.
Y si quisieras
que una de ellas tuviera terneros, ¿a cuál de ellas elegirías para
tenerlos?
–A la que diera más leche, porque lo más seguro es que también
el ternero se convirtiera en una buena vaca lechera.
–De modo que prefieres las buenas vacas lecheras a las malas.
Entonces bastará con un ejercicio más. Si vas de caza y tienes
dos perros cazadores, pero tienes que deshacerte
de uno de
ellos, ¿con cuál de ellos te quedarías?
Evidentemente me quedaría con el que fuera mejor cazador.
–De esa manera favorecerías al perro cazador más hábil,
¿verdad? Y ése, Sofía, ha sido el procedimiento que ha utilizado
la humanidad para criar animales durante más de diez mil años.
Las gallinas no siempre han puesto cinco huevos a la semana, las
ovejas no han tenido siempre tanta lana, y los caballos no han
sido siempre tan fuertes y rápidos.
La gente ha ido haciendo una
selección artificial. Y lo mismo ha pasado dentro del reino
vegetal. No se siembran patatas malas si se tiene acceso a
mejores semillas. Nadie se ocupa de cortar espigas que no llevan
trigo. El punto clave de Darwin es que ninguna vaca, ninguna
espiga de trigo ningún perro o ningún pinzón son idénticos a
otros ejemplares de su misma especie. La naturaleza muestra un
enorme abanico de variaciones, incluso dentro de la misma
especie ningún individuo es idéntico a otro. De eso seguramente
te diste cuenta cuando probaste la bebida azul.
–Ya lo creo.
–Darwin tuvo que preguntarse a sí mismo: ¿podría existir un
mecanismo semejante también en la naturaleza? ¿Podría ser que
la naturaleza realizara una «selección natural
» de individuos
«aptos» para vivir? Y finalmente, pero no por ello menos
importante: ¿podría un mecanismo de ese tipo crear muy a la
larga especies totalmente nuevas de animales y plantas?
–Me imagino que la respuesta es que sí.
–Darwin seguía sin poderse imaginar del todo cómo se podía
realizar tal «selección natural». Pero en el mes de octubre de
1838, exactamente dos años después de volver en el Beagle, se
encontró por pura casualidad con un pequeño
libro del
especialista en población Thomas Malthus, titulado An Essay on
the Principle of Population (Ensayo sobre el principio de la
población). Fue Benjamin Franklin, el americano que entre otras
cosas inventó el pararrayos, quien le dio la idea del libro a
Malthus. Franklin había señalado
que si no hubiese factores del
imitadores en la naturaleza,
una sola planta o especie se habría
extendido por toda la Tierra. Pero como hay varias especies, se
mantienen
en jaque entre ellas.
–Entiendo.
–Malthus continuó desarrollando esta idea y la aplicó a la
situación de la población de la Tierra. Señaló que la capacidad
procreadora de los humanos es tan grande
que siempre nacen
más niños de los que tienen posibilidad
de que vivan. Opinaba
que ya que la producción de alimentos nunca podrá llegar a
alcanzar el crecimiento de la población, un gran número está
destinado a sucumbir en la lucha por la vida. Los que sobrevivan,
y, por consiguiente,
saquen adelante la raza, serán los que mejor
se defiendan
en la lucha por la existencia.
–Suena lógico.
–Pero éste era ese mecanismo universal que buscaba
Darwin. De
pronto tuvo la explicación de cómo sucede
la evolución. Se debe
a la selección natural en la lucha
por la vida y, en esa lucha, el
que mejor se adapte al entorno es el que sobrevivirá y llevará la
raza adelante. Ésta era la segunda teoría que presentó en el libro
El origen de la especies. Escribió: «El elefante es, de todos los
animales
conocidos, el que más despacio se reproduce, pero si
todas sus crías sobreviviesen habría, después de 750 años, cerca
de diecinueve millones de elefantes descendientes de la primera
pareja».
–Por no hablar de todos los miles de huevas de bacalao
de un
solo bacalao.
–Darwin señaló que la lucha por la existencia es a menudo más
dura entre especies cercanas, porque tienen que luchar por los
mismos alimentos. Es entonces cuando actúan las pequeñas
ventajas, es decir, las pequeñas y positivas
variaciones con
respecto a la media. Cuanto más dura sea la lucha por la
existencia, más rápida será la evolución de nuevas especies. En
esos casos solamente sobrevivirán los que estén mejor
adaptados, todos los demás morirán.
–Cuanto menos alimento haya y más numerosas sean las
camadas, ¿más rápida será la evolución?
–Si, pero no se trata únicamente de alimentos. Puede
ser igual de
importante evitar ser presa de otros animales.
En este sentido
puede ser una ventaja, por ejemplo, tener
un color de
«camuflaje», o la capacidad de correr deprisa o de detectar
animales hostiles, o, en el peor de los casos, saber mal. Tampoco
es de despreciar un veneno que mate a los animales de rapiña.
No es una casualidad que muchos cactus sean venenosos, Sofía.
En el desierto crece casi únicamente el cactus, razón por la cual
es una planta muy expuesta a los animales herbívoros.
–La mayoría de los cactus tiene además pinchos.
–También la capacidad de reproducción es evidentemente
de
importancia primordial. Darwin estudió detalladamente
lo
ingeniosa que llega a ser en muchos casos la polinización. Las
plantas irradian sus maravillosos colores v emiten sus dulces
aromas precisamente con el fin de atraer a insectos que
contribuyan a la polinización. Por la misma razón los pájaros
entonan sus hermosos gorgoritos. Un buey perezoso o
melancólico no tiene como tal ningún interés para la historia de
su especie. Tales cualidades aberrantes
desaparecerán casi
instantáneamente. Porque la única misión que tiene el individuo
es crecer y alcanzar la madurez sexual y reproducirse para
continuar la especie. Es como una larga carrera de relevos.
Aquellos que, por alguna
razón, no consiguen llevar adelante
sus genes, serán eliminados durante la selección. De esta forma
la especie siempre irá mejorando. La resistencia a las
enfermedades es una importante cualidad que siempre van
recogiendo y conservando las variantes que sobreviven.
–¿Quiere decir eso que todo mejora cada vez más?
–La selección constante hace que los que estén mejor adaptados
a un determinado ambiente, o a una determinada celda ecológica,
sean los que a la larga continúen la especie dentro de ese
ambiente. No obstante, lo que es una ventaja en un ambiente no
tiene por qué serlo en otro. Para algunos de los pinzones de las
islas Galápagos la destreza voladora era muy importante. Pero no
es tan importante volar bien si la comida hay que buscarla en la
tierra. En el transcurso de los tiempos, han surgido tantas
especies animales precisamente
por existir tantas celdas
distintas en la naturaleza.
–Pero, en cambio sólo hay una especie humana
–Sí, porque los humanos tienen una fantástica capacidad
de
adaptarse a las más diversas condiciones de vida. Esto fue algo
que asombró a Darwin cuando vio cómo los indios de la Tierra de
Fuego sobrevivían en aquel clima tan frío. Pero no significa que
todos los humanos sean iguales. Los que viven alrededor del
ecuador, tienen la piel más oscura
que los que habitan las
regiones más al norte, y esto se debe a que la piel morena
protege mejor contra la luz solar. Personas blancas que se
exponen mucho al sol están, por ejemplo, más expuestas a
padecer cáncer de piel.
–¿Es una ventaja tener la piel blanca si vives en el norte?
–Pues sí, porque en el caso contrario, las personas habrían tenido
la piel oscura en todas partes. Pero la piel blanca desarrolla más
fácilmente vitaminas solares, lo que puede ser una gran ventaja
en lugares con poco sol. Hoy en día esto no es muy importante
porque podemos procurarnos
suficientes vitaminas solares con
lo que comemos. Pero no hay nada que sea casual en la
naturaleza. Todo se debe a los minúsculos cambios que han ido
teniendo lugar durante innumerables generaciones.
–En realidad es fantástico.
¿Verdad que sí? Entonces, por ahora, podemos resumir
la teoría
de la evolución de Darwin de la siguiente forma...
¡Venga!
–Podemos decir que la «materia prima» que se halla detrás de la
evolución de la vida en la Tierra son las constantes
variaciones
entre los individuos dentro de la misma especie y también las
enormes camadas que hacen que sólo una pequeña parte consiga
sobrevivir. El propio «mecanismo
» o fuerza motriz de la
evolución es la selección natural en la lucha por la existencia.
Esta selección hace que siempre sean los más fuertes o los
«mejor adaptados» los que sobrevivan.
–Me parece tan lógico como un ejercicio de matemáticas.
¿Cómo
fue recibido el libro sobre el «origen de las especies»?
–Hubo algunas luchas bastante feroces. La Iglesia protestó
enérgicamente, y la ciencia británica se dividió en dos. En
realidad no era de extrañar, pues Darwin había alejado
a Dios
del acto de la Creación. Ahora bien, algunos señalaron que era
mucho más grandioso crear algo que llevara
inherentes sus
propias posibilidades de evolución que crear en detalle todas las
cosas de una sola vez.
De pronto Sofía se levantó de la silla de un salto.
–¡Mira! –exclamó.
Señaló a la ventana. Junto al lago andaban una mujer hombre
cogidos de la mano. Estaban totalmente desnudos.
–Son Adán y Eva –dijo Alberto–. Poco a poco tuvieron
que
resignarse a compartir su destino con el de Caperucita
Roja y
Alicia en el País de las Maravillas. Por eso aparecen aquí.
Sofía se acercó a la ventana para verlos mejor. Pronto
desaparecieron entre los árboles.
–Porque Darwin pensaba que los humanos descendían
de los
animales, ¿no?
–En 1871 publicó el libro Descent of man, o La descedencia
humana, en el que señala todos los grandes parecidos
entre
humanos y animales; y que los humanos y los monos
antropoideos en algún momento del pasado tienen que haberse
desarrollado del mismo progenitor. Por entonces
también se
habían encontrado los primeros fósiles de cráneos de una clase
extinguida de humanos, primero en una cantera en el peñón de
Gibraltar y unos años más tarde en Neanderthal, en Alemania.
Curiosamente las protestas fueron menores en 1871 que en
1859, cuando Darwin publicó
El origen de las especies, pero la
idea de que el hombre
desciende de los animales ya estaba
implícita en aquel primer libro. Y, como ya he dicho, cuando
murió Darwin en 1882 fue enterrado con todos los honores como
un pionero
del mundo de la ciencia.
–De modo que al final recibió los honores que se merecía.
–Al final sí. Pero al principio fue caracterizado como
el «hombre
más peligroso de Inglaterra».
–¡Madre mía!
–«Esperemos que no sea verdad», dijo una noble señora,
«pero si
resulta ser verdad, esperemos que no se llegue
a saber
públicamente». Un reconocido científico de la época dijo algo
parecido: «Un humillante descubrimiento; cuanto menos se hable
de él, mejor».
–¡Ellos casi aportaron la prueba de que los humanos están
emparentados con los avestruces!
–Pues sí, es verdad. Pero es fácil para nosotros saberlo
todo a
posteriori. De pronto mucha gente se sintió obligada a revisar su
visión del Génesis de la Biblia. El joven
escritor John Ruskin lo
expresó así: «Ojalá los geólogos
me dejaran en paz. Al final de
cada versículo de la Biblia
oigo sus martillazos».
–¿Y los martillazos eran el dudar de la palabra de Dios?
–Supongo que era eso lo que quiso decir. Porque no sólo se
desmoronó la interpretación literal del Génesis, sino
que la
teoría de Darwin implicaba que eran variaciones completamente
casuales las que al fin y al cabo habían producido
al hombre. Y
más que eso: Darwin había convertido al ser humano en un
producto de algo tan poco emocional como la «lucha por la
existencia».
–¿Darwin dijo algo de cómo se producen estas «variaciones
casuales»?
–Estás tocando el punto más débil de su teoría. Darwin tenía sólo
vagas nociones de genética. Algo se produce
mediante el cruce.
Un padre y una madre nunca llegan
a tener dos hijos totalmente
iguales; ya ahí se produce una cierta variación. Por otra parte,
tampoco se puede conseguir
algo verdaderamente nuevo de esa
manera. Además hay plantas y animales que son gemíparos, o
que se reproducen
mediante división celular. En cuanto a la
cuestión de cómo se producen las variaciones, el llamado
neodarvinismo ha completado la teoría de Darwin.
–¡Cuéntame!
–Todo lo que sea vida y reproducción se trata, en último
término,
de división celular. Al dividirse una célula en dos, se producen
dos células idénticas con exactamente los mismos genes. Por
división celular se entiende, por tanto,
el que una célula se copia
a sí misma.
–¿Sí?
–Pero algunas veces ocurren minúsculos fallos en este proceso,
de modo que la célula copiada no sale exactamente
igual a la
célula madre. A este fenómeno la biología
moderna lo llama
mutación. Tales mutaciones pueden carecer totalmente de
importancia, pero otras pueden conducir a cambios acentuados
de las cualidades del individuo.
Algunas pueden ser
directamente dañinas, y esos «mutantes» se eliminan
constantemente de las grandes camadas
mediante la selección.
Muchas enfermedades se deben
en realidad a una mutación.
Ahora bien, algunas veces una mutación también puede aportar
al individuo precisamente
aquella cualidad positiva que este
individuo necesita
para defenderse mejor en la lucha por la
existencia.
–¿Por ejemplo un cuello más largo?
–La explicación de Lamarck sobre el cuello largo de la jirafa, era
que las jirafas se habían estirado. Pero según el darvinismo,
ninguna cualidad de ese tipo es hereditaria, Darwin pensó que
era una variación natural de la longitud del cuello del progenitor
de la jirafa. El neodarvinismo completa este punto señalando una
clara causa de que se produzcan esas variaciones.
–¿Eran las mutaciones?
–Sí. Cambios completamente accidentales en los genes
proporcionaron a algunos de los antepasados de las jirafas
un
cuello un poco más largo que la media. Cuando había escasez de
comida podía resultar muy importante. El que llegaba más alto
en los árboles, tenía las mayores posibilidades
de sobrevivir.
Podemos además imaginarnos que algunas
de las jirafas
primitivas hubieran desarrollado la capacidad
de hurgar en la
tierra para encontrar comida. Después de muchísimo tiempo, una
especie de animales extinguida puede, como ves, dividirse en dos
especies de animales.
–Entiendo.
–Vamos a ver unos ejemplos más recientes de cómo funciona la
selección natural. Es un principio muy sencillo.
–¡Venga, cuéntame!
–En Inglaterra vive una determinada especie de mariposas
llamada medidor de abedul. Como su nombre indica, viven en los
claros troncos de los abedules. Si retrocedemos al siglo XVIII
veremos que la gran mayoría de medidores de abedules era de
un color gris claro. ¿Por qué, Sofía?
–Porque así los pájaros no las veían fácilmente.
–Pero de vez en cuando nacían algunos ejemplares oscuros,
debido a mutaciones completamente accidentales. ¿Cómo crees
que se defendieron estas variantes oscuras?
–Serían mas fáciles de ver, y por consiguiente también más
fáciles de atrapar por pájaros hambrientos.
–Porque en este ambiente, es decir en los claros troncos de
abedul, el color oscuro era una cualidad desfavorable.
Por lo
tanto, eran siempre las mariposas blancas las que aumentaban.
Pero de pronto sucedió algo en el ambiente.
Debido a la
industrialización, en algunos lugares los troncos blancos se
volvieron completamente oscuros por el hollín. ¿Qué crees que
sucedió entonces?
Supongo que ahora eran las mariposas oscuras las que se
defendían mejor.
–Sí, y no tardaron mucho en aumentar en cantidad. Entre 1848 y
1948 el porcentaje de medidores negros de abedules aumentó
del uno al noventa y nueve por ciento en algunos sitios. El
ambiente había sido modificado, y ya no era ninguna ventaja ser
claro en la lucha por la existencia.
¡Más bien al contrario! Los
«perdedores» blancos eran eliminados, con la ayuda de los
pájaros, nada más aparecer
en los árboles. No obstante volvió a
suceder un importante
cambio. Una reducción en la utilización
de carbón y un mejor equipo de limpieza en las fábricas ha dado
como resultado un medio ambiente mucho más limpio en los últimos
años.
–¿De modo que los troncos se están volviendo blancos?
–Por eso las mariposas están a punto de volver al color blanco.
Eso es lo que se llama adaptación. Estamos ante una ley de la
naturaleza.
–Entiendo.
–Pero hay más ejemplos sobre cómo las personas intervienen en
el medio ambiente.
–¿En qué estás pensando?
–Se ha intentado combatir las alimañas con distintas materias
venenosas. En un principio puede dar buenos resultados.
Pero
cuando se pulveriza un campo o un huerto con venenos contra
los insectos, se causa una pequeña catástrofe
ecológica para
aquellas alimañas que uno desea combatir. Una serie de
mutaciones puede dar lugar a que aparezca un grupo de
alimañas que sea más resistente al veneno empleado. Ahora esos
«ganadores» tienen el campo
libre, y de esa manera las alimañas
se vuelven cada vez más difíciles de combatir precisamente por
los intentos humanos
de exterminarlas. Son, como ya sabes, las
variantes más resistentes las que sobreviven.
–¡Qué horror!
–Al menos da que pensar. También en nuestro propio
cuerpo
intentamos combatir parásitos dañinos. Estoy pensando en las
bacterias.
–Utilizamos penicilina u otros antibióticos.
–Y una cura de penicilina es precisamente una «catástrofe
ecológica» para los pequeños diablos. Pero conforme
íbamos
derrochando penicilina también nos hacíamos
resistentes a
ciertas bacterias. De esa forma hemos ido creando bacterias que
son mucho más difíciles de combatir
que antes. Nos vemos
obligados a utilizar antibióticos cada vez más fuertes, pero al
final...
–Al final nos saldrán las bacterias por la boca, ¿no? ¿Quizás
tengamos que empezar a pegarles tiros?
–Eso quizás sea un poco exagerado. Pero está claro que la
medicina moderna ha creado un serio dilema. No se trata sólo de
que algunas bacterias se hayan vuelto más agresivas. Antes
había muchos niños que no llegaban a adultos porque
sucumbían a diferentes enfermedades, e incluso
se puede decir
que sólo sobrevivían unos pocos. Ahora bien la medicina
moderna ha dejado esta selección natural de alguna manera
fuera de juego. Lo que ayuda a un individuo a superar una mala
racha de salud, puede a la larga llegar a debilitar las resistencias
de la humanidad contra diversas enfermedades. Si no
consideramos en absoluto
lo que llamamos «higiene de la
herencia», eso puede
conducir a una degeneración de la
humanidad. Con esto se quiere decir que se debilitan las
condiciones genéticas
para evitar enfermedades graves.
–Son perspectivas bastante siniestras.
–Sí, pero un verdadero filósofo no puede dejar de señalar lo
«siniestro» si cree que es verdad. Intentemos resumir
de nuevo.
¡Adelante!
–Puedes decir que la vida es como una gran lotería en la que
solamente los décimos ganadores son visibles.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Los que han perdido en la lucha por la existencia han
desaparecido. Detrás de cada especie de plantas y animales
de
la Tierra hay millones de años de selección de «décimos
ganadores». Y los «décimos perdedores» sólo aparecen una vez,
lo cual quiere decir que no existe hoy en día ninguna especie de
plantas o animales que no puedan llamarse «décimos
ganadores» en la gran lotería de la vida.
–Porque sólo se conserva lo mejor.
–Así puedes expresarlo si quieres. Ahora me puedes alcanzar
aquella lámina que trajo ese... bueno, ese vigilante
de fieras.
Solía le dio la lámina. Por un lado estaba dibujada el Arca de Noé;
por el otro lado se había dibujado un árbol genealógico para
todas las especies animales. Éste era el lado que Alberto le
quería enseñar.
–La lámina muestra el reparto de las distintas especies
de
plantas y animales. ¿Ves cómo cada una de las distintas
especies
pertenece a grupos, clases y series?
–Sí.
–Junto con los monos, los hombres pertenecemos a los llamados
primates. Los primates son mamíferos, y todos
los mamíferos
pertenecen a los vertebrados, que a su vez pertenecen a los
animales pluricelulares.
–Casi recuerda a Aristóteles.
–Es verdad. Pero esta lámina no sólo nos dice algo de la división
de las diferentes especies hoy, sino que también dice algo de la
historia de la evolución de la vida. ¿Ves por ejemplo que los
pájaros se separaron una vez de los reptiles,
y que los reptiles
se separaron por su parte de los anfibios
y que los anfibios lo
hicieron de los peces?
–Sí, queda claro.
–Cada vez que una de las líneas se divide en dos, han surgido
mutaciones que han conducido a nuevas especies.
Así surgieron
también con los años las diferentes clases
y series de animales.
Esta lámina está muy simplificada. En realidad hoy viven en el
mundo más de un millón de especies
animales, y ese millón sólo
es una fracción de todas las especies animales que han vivido en
la Tierra. ¿Ves por ejemplo que un grupo de animales llamados
trilobites está totalmente extinguido?
–Y más abajo están los animales unicelulares.
–Algunos de los cuales tal vez no hayan cambiado en un par de
millones de años. ¿Ves que va una línea de esos Organismos
unicelulares al reino vegetal? Pues también las plantas
probablemente descienden de la misma célula primigenia que
todos los animales.
–Lo comprendo, pero hay algo que me gustaría saber.
–Dime.
–¿De dónde vino esa «célula primigenia»? ¿Tenía Darwin alguna
respuesta a esa pregunta?
–Te he dicho ya que Darwin era un hombre muy prudente. No
obstante, sobre este punto que mencionas, se aventuró a
adivinar. Escribió: «.. si pudiéramos imaginarnos una pequeña
charca cálida en la que se encontraran toda clase de sales, en la
que hubiera amoniaco y fósforo, luz, calor, electricidad, etc., y
que se formase químicamente
un compuesto proteínico en esta
charca, dispuesto a someterse a cambios aún más complicados...”.
–¿Sí, qué?
–Darwin filosofa sobre cómo la primera célula podría
haber
surgido en una materia inorgánica. Y vuelve a dar en el clavo. La
ciencia de hoy se imagina precisamente que la primera y
primitiva forma de vida surgió en esa charquita cálida que
describió Darwin.
¡Cuenta!
–Bastará con un esbozo superficial, y recuerda que estamos a
punto ya de despedirnos de Darwin. Vamos a dar el salto hasta lo
más nuevo en la investigación sobre el origen de la vida en la
Tierra.
–Estoy a punto de ponerme nerviosa. Nadie conoce la respuesta a
cómo ha surgido la vida, ¿no?
–Quizás no, pero se han ido colocando cada vez más piezas en
ese rompecabezas sobre cómo pudo haber comenzado la vida.
–¡Sigue!
–Afirmemos en primer lugar que toda clase de vida en la Tierra,
plantas y animales, está construida alrededor de exactamente las
mismas sustancias. La definición más sencilla de «vida» es que
vida es una sustancia que en una disolución nutritiva tiene la
capacidad de dividirse en dos partes idénticas. Este proceso es
dirigido por una sustancia que llamamos ADN. Con el ADN se
indican los cromosomas
o materiales genéticos que se
encuentran en todas las células vivas. También hablamos de la
molécula ADN, porque el ADN es en realidad una complicada
molécula, o una macromolécula. La cuestión es cómo se produjo
la primera
molécula ADN.
–¿Si?
–La Tierra se formó cuando surgió el sistema solar hace 4. 600
millones de años. Al principio era una masa incandescente,
pero
poco a poco la corteza terrestre se fue enfriando. La ciencia
moderna opina que la vida se produjo
hace entre 3. 000 y 4. 000
millones de años.
–Suena completamente improbable.
–Eso no lo puedes decir hasta no haber oído el resto. En primer
lugar tienes que darte cuenta de que el planeta tenía un aspecto
muy distinto al que tiene hoy. Como no había vida, tampoco
había oxígeno en la atmósfera. El oxígeno
libre no se forma
hasta la fotosíntesis de las plantas. El hecho de que no hubiera
oxígeno es muy importante. Es impensable que los ladrillos de la
vida, que a su vez pueden
formar el ADN, hubieran podido surgir
en una atmósfera
que contuviera oxígeno.
–¿Por qué?
–Porque el oxígeno es un elemento muy reactivo. Mucho antes de
haberse podido formar moléculas tan complicadas como la de
ADN, los ladrillos de la molécula ADN se habrían oxidado.
–Vale.
–Por eso sabemos también con seguridad que no surge nueva
vida hoy en día, ni siquiera una bacteria o un virus.
Esto quiere
decir que toda la vida en la Tierra tiene que tener la misma edad.
Un elefante tiene un cuadro genealógico
tan largo como la
bacteria más simple. Podrías decir que un elefante, o una
persona, en realidad son una continua
colonia de animales
unicelulares. Porque en cada célula del cuerpo tenemos
exactamente el mismo material genético.
Toda la receta sobre
quiénes somos se encuentra, por lo tanto, escondida en cada
célula minúscula del cuerpo.
–Es curioso.
–Uno de los grandes enigmas de la vida es que las células de un
animal pluricelular sean capaces de especializar
su función.
Porque todas las distintas propiedades genéticas
no están
activas en todas las células. Algunas de esas propiedades, o
genes, están «apagadas» y otras están «encendidas». Una célula
del hígado produce unas proteínas
diferentes a las que produce
una neurona o una célula de la piel. Pero tanto en la célula del
hígado, como en la neurona y en la célula de la piel, existe la
misma molécula ADN, que contiene, como ya indicamos, toda la
receta del organismo del que estamos hablando.
–¡Sigue!
–Cuando no había oxígeno en la atmósfera, tampoco
había
ninguna capa protectora de ozono alrededor del planeta. Es decir,
que no había nada que obstaculizara las radiaciones del
universo. Esto es muy importante, porque
precisamente esta
radiación jugaría un papel relevante en la formación de las
primeras moléculas complicadas. Esa radiación cósmica fue la
propia energía que hizo que las distintas sustancias químicas de
la tierra comenzaran a unirse en complicadas macromoléculas.
–Vale.
–Puntualizo: para que esas moléculas complicadas de las que
está compuesta toda clase de vida pudieran formarse,
tuvieron
que haberse cumplido al menos dos condiciones:
no pudo existir
oxígeno en la atmósfera, y tuvo que haber existido la posibilidad
de radiación del universo.
–Entiendo.
–En la «pequeña charca cálida», o «caldo primigenio
la suelen
llamar los científicos de hoy en día, se formó en una ocasión una
macromolécula enormemente complicada, la cual tenía la extraña
cualidad de poder dividirse
en dos partes idénticas. Y con ello se
pone en marcha esa larga evolución, Sofía. Si simplificamos un
poco, vemos que ya estamos hablando del primer material
genético, el primer ADN o la primera célula viva. Ésta se dividió y
se volvió a dividir, pero desde el principio ocurrieron también
constantes mutaciones. Después de un tiempo inmensamente
largo ocurrió que esos organismos unicelulares se unieron para
formar organismos pluricelulares más complicados.
Así se puso
también en marcha la fotosíntesis de las plantas, y se formó una
atmósfera que contenía oxigeno. Esta atmósfera tuvo una doble
importancia: en primer lugar, debido a ella, se pudieron
desarrollar los animales que respiraban
con pulmones. La
atmósfera defendió, además, la vida contra las radiaciones
dañinas del universo. Porque precisamente esa radiación, que
quizás fuera una importante
«chispa» para la formación de la
primera célula, también
es muy dañina para toda clase de vida.
–Pero supongo que la atmósfera no se formó de un día para otro,
¿no?
–La vida se produjo primero en ese pequeño «mar» que hemos
llamado «caldo primigenio». Allí se podía vivir protegido
contra
la peligrosa radiación. Mucho más tarde, y después
de que la
vida del mar hubiese formado una atmósfera, subieron a tierra
firme los primeros anfibios. Y de todo lo demás ya hemos
hablado. Estamos sentados en una cabaña del bosque mirando
hacia atrás a un proceso que ha durado unos tres o cuatro mil
millones de años. Precisamente en nosotros el largo proceso ha
llegado a tomar conciencia de si mismo.
–¿Pero tú crees, a pesar de todo, que todo esto ha sucedido por
pura casualidad?
–No, yo no he dicho eso. La lámina muestra que la evolución
puede tener una dirección. En el curso de millones
de años se
han ido formando animales con un sistema nervioso cada vez
más complicado y poco a poco también con un cerebro cada vez
más grande. Personalmente no creo que esto sea casual. ¿Tú qué
crees?
–El ojo humano no puede haber sido creado por pura casualidad.
¿No crees que significa algo el que podamos
ver el mundo que
nos rodea?
–Lo del desarrollo del ojo también asombró a Darwin.
No le
encajaba muy bien que una cosa tan maravillosa
como un ojo
pudiera surgir solamente por la selección
natural.
Sofía se quedó mirando a Alberto. Pensó en lo extraño
que era
que viviera justo en este momento, que viviera
solamente esta
vez y que jamás volviera a la vida. De pronto exclamó:
–«Qué significa la eterna Creación, si todo lo creado
ha de
desaparecer para siempre!»
Alberto la miró severamente.
–No deberías hablar así, hija mía. Son palabras del diablo.
–¿Del diablo?
–O de Mefisto, del Fausto de Goethe: «Was solí uns denn das
ewge Schaffen! / Ceschaifenes zu nichts hinwegzuraffen!”
–¿Pero qué significan exactamente esas palabras?
–Justo en el instante antes de morir, Fausto mira hacía
atrás en
su larga vida y exclama triunfante:
Deténte, eres tan hermosa.
La huella de mi vida
no puede quedar envuelta en la nada.
Basta el presentimiento de aquella
felicidad sublime
para hacerme gozar mi hora inefable.
–¡Qué palabras tan bonitas!
–Pero luego le toca al diablo. En cuanto Fausto expira, Mefisto
exclama:
¡Acabó!
¡Estúpida palabra!
¿Por qué acabó?
¿No equivale esto a decir que todo quedó
reducido a la nada?
¡Qué significa la eterna Creación,
si todo lo creado ha de desaparecer para siempre!
El mundo, al dejar de existir,
será como si no hubiese existido nunca,
y, sin embargo, lo vemos agitarse incesante
como si realmente fuese algo.
En verdad, prefiero aún mi eterno vacío.
–¡Qué pesimista! Me ha gustado más la primera cita. Aunque su
vida acababa, Fausto veía un significado en las huellas que
dejaba tras sí.
–¿No es también una consecuencia de la teoría de la evolución de
Darwin que formamos parte de algo grande, y que cada
minúscula forma de vida tiene importancia para el gran
contexto? ¡Nosotros somos el planeta vivo, Sofía! Somos el gran
barco que navega alrededor de un sol ardiente en el universo.
Pero cada uno de nosotros también es un barco que navega por
la vida cargado de genes. Si logramos llevar esta carga al
próximo puerto, entonces no habremos vivido en vano.
Bjornstjerne Bjornson expresó la misma idea en el poema
«Psalmo II»:
¡Honremos la primavera eterna de la vida
que todo lo creó!;
hasta lo minúsculo tiene su creación merecida,
sólo la forma se perdió.
De estirpes nacen estirpes
que alcanzan mayor perfección;
de especies nacen especies,
millones de años de resurrección.
¡Alégrate tú que tuviste la suerte de participar
como flor en su primer abril
y, en honor a lo eterno, el día disfrutar
como ser humano
y de poner tu grano
en la tarea de la eternidad;
pequeño y débil inhalarás
un único soplo
del día que no acaba jamás!
–¡Qué bonito!
–Bueno, entonces no decimos nada más por hoy. Yo digo
simplemente «Final del capítulo».
–Pero entonces tienes que dejar esa ironía tuya.
–¡«Final del capítulo»!, he dicho. Debes obedecer mis palabras.

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