viernes, 4 de julio de 2008

Marx

Marx

... un fantasma recorre Europa...
Hilde se levantó de la cama y se puso junto a la ventana que daba a
la bahía. Había empezado el sábado leyendo sobre el cumpleaños
de Sofía. El día anterior había sido su propio cumpleaños.
Si su padre había calculado que le iba a dar tiempo a leer hasta el
cumpleaños de Sofía, había calculado muy por lo alto. No hizo otra
cosa que leer durante todo el día anterior. Pero había tenido razón
en que sólo faltaba por llegar una última felicitación.
Era cuando
Alberto y Sofía habían cantado «Cumpleaños
feliz». A Hilde le
había dado un poco de vergüenza.
Luego Sofía había hecho las invitaciones para su «fiesta filosófica
en el jardín», que se celebraría el mismo día en que el padre de
Hilde regresaba del Líbano. Hilde estaba convencida
de que ese
día sucedería algo que ni ella ni su padre tenían
bajo control.
Una cosa sí era segura: antes de que su padre volviera a Berjerkely
le daría un pequeño susto. Era lo menos que podía hacer por Sofía
y Alberto. Le habían pedido ayuda.
Su madre seguía en la caseta. Hilde bajó de puntillas al piso de
abajo y fue a la mesita del teléfono. Buscó el teléfono de Anne y
Ole en Copenhague y marcó todos los números, uno por uno.
–Anne Kvamsdal.
–Hola, soy Hilde.
–¡Qué sorpresa! ¿Qué tal va todo por Lillesand?
–Muy bien, de vacaciones. Y sólo falta una semana para que papá
vuelva del Líbano.
–¡Qué contenta estarás, Hilde!
–Sí me hace mucha ilusión. Sabes en realidad llamo por eso...
–¿Ah sí?
–Creo que su avión llega a Copenhague sobre las cinco el día 23.
¿Estaréis en Copenhague ese día?
–Creo que sí.
–Quería pediros un pequeño favor.
–¡Faltaría más!
–Pero es un poco especial, ¿sabes?; no sé si se puede hacer.
–Suena muy interesante...
Y Hilde comenzó a explicarle. Habló de la carpeta de anillas,
de
Alberto y Sofía y todo lo demás. Varias veces tuvo que volver a
empezar porque ella o su tía, al otro lado del teléfono, se echaban a
reír. Cuando por fin colgó su plan estaba en marcha.
Luego tendría que hacer algunos preparativos allí mismo, pero aún
no corría prisa.
Hilde pasó el resto de la tarde y noche con su madre. Fueron al
cine a Kristiansand, porque tenían que «recuperar» un poco del día
anterior, que no había sido un verdadero cumpleaños.
Al pasar por
la entrada del aeropuerto, Hilde colocó algunas piezas mas en el
rompecabezas que tenía presente constantemente.
Por fin, cuando ya tarde se fue a acostar, pudo seguir leyendo en la
gran carpeta de anillas.
Eran casi las ocho cuando Sofía se metió por el Callejón.
Su
madre estaba con las plantas delante de la casa cuando Sofía
llegó.
¿De dónde vienes?
–Vengo por el seto.
–¿Por el seto?
–¿No sabes que hay un sendero al otro lado?
–¿Pero dónde has estado, Sofía? Una vez más, no me has avisado
de que no vendrías a comer.
–Lo siento. Hacía tan bueno. He dado un paseo larguísimo.
Su madre se levantó de la maleza y miró fijamente a su hija.
–¿No habrás vuelto a ver a ese filósofo?
–Pues sí. Ya te dije que le gusta mucho dar paseos.
–¿Vendrá a la fiesta?
–Sí, le hace mucha ilusión.
–A mí también. Estoy contando los días que faltan, Sofía.
¿Había un matiz irónico en la voz? Para asegurarse dijo:
–Menos mal que también he invitado a los padres de Jorunn. Si
no, hubiera sido un poco violento.
–Bueno... de cualquier forma, yo quiero tener una conversación
privada con ese Alberto, una conversación de adultos.
–Os dejaré mi cuarto. Estoy segura de que él te va a gustar
–Hay algo más. Ha llegado una carta para ti.
–Bueno...
–Lleva el matasellos del Batallón de las Naciones Unidas.
–Es del hermano de Alberto.
–Pero Sofía, ¡ya está bien!
Sofía pensó febrilmente. Y en un par de segundos le llegó una
respuesta oportuna. Fue como si alguien le hubiera
inspirado,
echándole una mano.
Le dije a Alberto que coleccionaba matasellos raros.
Y a los
hermanos se les puede utilizar para muchas cosas,
¿sabes?
Con esta respuesta consiguió tranquilizar a su madre. La comida
está en el frigorífico –dijo la madre en un tono un poco más
conciliador.
–¿Dónde esta la carta?
–Encima del frigorífico.
Sofía se apresuró a entrar en la casa. La fecha del matasellos
era
15. 6. 90. Abrió el sobre, y encontró dentro una pequeña nota.
¿De qué sirve esa constante creación a ciegas
si todo lo creado simplemente desaparecerá?
Sofía no tenía ninguna respuesta a esa pregunta. Antes de
sentarse a comer, dejó la nota en el armario junto con todas las
demás cosas que había ido recogiendo durante
las últimas
semanas. Ya se enteraría de por qué le habían
hecho esa
pregunta.
A la mañana siguiente, Jorunn fue a hacerle una visita.
Primero
jugaron al badminton y luego se pusieron a hacer planes sobre la
fiesta filosófica en el jardín. Tendrían que tener algunas
sorpresas preparadas por si la fiesta decaía
en algún momento.
Cuando su madre volvió del trabajo, seguían hablando
de la
fiesta. La madre repetía una y otra vez: «Esta vez no se
escatimará en nada». Y no lo decía en un sentido irónico.
Era como si pensara que una «fiesta filosófica» era exactamente
lo que Sofía necesitaba para volver a bajar a tierra después de
esas intranquilas semanas de intensa formación
filosófica.
Aquella noche lo planearon todo, desde las tartas y los farolillos
chinos, hasta concursos filosóficos con un libro
de filosofía para
jóvenes de premio. Si es que había algún
libro para jóvenes...,
Sofía no estaba muy segura.
El jueves 21 de junio, cuando sólo quedaban dos días para San
Juan, volvió a llamar Alberto.
–Sofía.
–Alberto.
–¿Qué tal?
–Perfectamente. Creo que he encontrado una salida.
–¿Una salida a qué?
–A lo que tú sabes. A esta prisión espiritual en la que ya llevamos
demasiado tiempo.
–Ah, eso...
–Pero no puedo decir nada sobre el plan hasta no haberlo puesto
en marcha.
–¿Y eso no será muy tarde? Tendré que saber en qué estoy
participando, ¿no?
–Ay, qué ingenua eres. ¿No sabes que están escuchando
todo lo
que decimos? Lo más sensato sería, pues, callarse.
–¿Tan mal está?
–Claro que sí, hija mía. Lo más importante tiene que suceder
cuando no hablemos entre nosotros.
–Ah...
–Vivimos nuestras vidas en una realidad ficticia detrás
de las
palabras de un cuento muy largo. Cada palabra es tecleada por el
mayor en una barata máquina de escribir portátil. Por lo tanto, de
lo que está escrito nada escapa a su atención.
–Entiendo. ¿Pero entonces cómo podríamos hacer algo a
escondidas de él?
–¡Chsss,.. !
–¿Qué?
También sucede algo entre líneas. Allí es donde intento
moverme con todo lo que tengo de doble fondo.
–Entiendo.
Pero tenemos que emplear juntos el tiempo que nos queda hoy y
mañana. El sábado estallará. ¿Puedes venir
enseguida?
–Iré ahora.
Sofía dio de comer a los pájaros y a los peces, buscó una gran
hoja de lechuga para Covinda y abrió una lata de comida de
gatos para Sherekan. Antes de irse, dejó el plato con la comida
del gato en la escalera.
Luego se metió por el seto y cogió el sendero al otro lado.
Cuando llevaba algún tiempo andando vio de repente un gran
escritorio en medio de la maleza. Detrás del escritorio
había un
señor mayor. Parecía como si estuviera calculando
algo. Sofía se
le acercó y le preguntó su nombre.
El hombre ni siquiera se molestó en levantar la vista.
–Scrooge –dijo, y volvió a inclinarse sobre los papeles.
–Yo me llamo Sofía. ¿Eres un hombre de negocios?
Él asintió con la cabeza.
–E inmensamente rico. No quiero perder ni una corona,
por eso
tengo que concentrarme en la contabilidad.
–¡Qué aburrido!
Sofía le dijo adiós con la mano y prosiguió su camino.
Pero había
avanzado pocos metros cuando vio a una niña que estaba
sentada completamente sola debajo de uno de los altos árboles.
Iba vestida con harapos y parecía pálida y enfermiza. Al pasar
Sofía, la niña metió la mano en una bolsita y sacó una caja de
cerillas.
–¿Me compras una caja de cerillas? –preguntó.
Sofía buscó en el bolsillo para ver si llevaba dinero encima. Sí,
por lo menos tenía una moneda de una corona.
–¿Cuánto cuestan?
–Una corona.
Sofía dio la moneda a la niña y se quedó parada con la caja de
cerillas en la mano.
–Eres la primera persona que me ha comprado algo en más de
cien años. Algunas veces me muero de hambre, otras me muero
congelada.
Sofía pensó que no era extraño que no vendiera cerillas ahí en el
bosque, pero luego se acordó del rico hombre de negocios al que
acababa de ver No era necesario que esa niña muriera de
hambre, cuando ese hombre tenía tanto dinero.
–Ven aquí –dijo Sofía.
Cogió a la niña de la mano y la llevó hasta el rico hombre de
negocios.
–Tendrás que procurar que esta niña tenga una vida mejor –dijo.
El hombre, sin levantar apenas la vista de los papeles, contestó:
–Eso cuesta dinero, ya te he dicho que no quiero perder ni una
sola corona.
–Pero es injusto que tú seas tan rico y que esta niña sea tan
pobre –insistió Sofía.
–¡Tonterías! La justicia sólo se practica entre iguales.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Yo empecé con las manos vacías, tiene que merecer
la pena
trabajar ¡Eso es el progreso!
–¡Por favor!
–Si no me ayudas me moriré –dijo la niña pobre.
El hombre de negocios volvió a levantar la mirada de los papeles
y golpeó la mesa con su pluma.
–No eres una partida en mi contabilidad. Vete a la casa de
beneficencia.
–Si no me ayudas, incendiaré el bosque –prosiguió la niña pobre.
Finalmente el señor de detrás del escritorio se levantó,
pero la
niña ya había encendido una cerilla y la había
acercado a unas
pajas secas, que empezaron a arder instantáneamente.
El hombre rico levantó los brazos.
–¡Socorro! –gritó–. ¡El gallo rojo está cantando!
La niña le miró con una sonrisa burlona.
–Al parecer no sabías que soy comunista.
De repente habían desaparecido la niña, el hombre de negocios y
el escritorio. Sofía se quedó sola, pero las llamas ardían cada vez
con más intensidad en la hierba seca. Intentó ahogarlas
pisándolas, y al cabo de un rato había
logrado apagar todo.
–¡Gracias a Dios! –Sofía miró las hierbas ennegrecidas.
En la
mano tenía una caja de cerillas.
¿No habría sido ella misma la que provocó el incendio?
Cuando se encontró con Alberto delante de la cabaña
le contó lo
que le había pasado.
–Scrooge era un tacaño capitalista en Cuento le Navidad de
Charles Dickens. Y a la niña de las cerillas la conocerás del
cuento de H. C. Andersen.
¿No es un poco extraño que me encontrara con ellos aquí en el
bosque?
–En absoluto. Este no es un bosque normal y corriente,
y ahora
toca hablar de Karl Marx. Conviene que hayas visto un ejemplo
de las enormes diferencias entre clases a mediados del siglo
pasado. Entremos. Así estaremos
al fin y al cabo, uno poco más
resguardados de la intervención
del mayor.
Se sentaron de nuevo delante de la mesa junto a la ventana que
daba al pequeño lago. Sofía todavía recordaba
la sensación que
había experimentado al ver el lago, después de haber bebido de
la botella azul.
Las dos botellas estaban sobre la repisa de la chimenea.
En la
mesa habían colocado una pequeña copia de un templo griego.
–¿Qué es eso? –preguntó Sofía.
–Todo a su debido tiempo, hija mía.
Y con esto Alberto comenzó a hablar de Marx.
–Cuando Kierkegaard llegó a Berlín en 1841, puede que se
sentara al lado de Karl Marx para escuchar las clases de
Schelling. Kierkegaard había escrito una tesis sobre Sócrates, y
Karl Marx había escrito en la misma época una tesis doctoral
sobre Demócrito y Epicuro, es decir sobre el materialismo de la
Antigüedad. De este modo los dos habían
señalado las
direcciones de sus propias filosofías.
–¿Porque Kierkegaard se hizo filósofo existencialista y Marx
materialista?
–Marx fue lo que se suele llamar un materialista histórico.
Volveremos sobre este tema más adelante.
–¡Continúa!
–Tanto Kierkegaard como Marx utilizaron, aunque cada uno a su
manera, a Hegel como punto de partida. Los dos están marcados
por la manera de pensar hegeliana, pero los dos se oponen a su
«espíritu universal», o a lo que llamamos idealismo de Hegel.
–Sería demasiado vago para ellos.
–Decididamente. Generalizando, decimos que la época de los
grandes sistemas acaba con Hegel. Después de él, la filosofía
toma caminos muy distintos. En lugar de grandes sistemas
especulativos surgió una llamada «filosofía
existencialista» o
«filosofía de la acción». Marx observó que «los filósofos
simplemente han interpretado el mundo de modos distintos; lo
que hay que hacer ahora es cambiarlo
». Precisamente estas
palabras señalan un importante giro en la historia de la filosofía.
Después de haberme encontrado con Scrooge y la niña de las
cerillas, no me cuesta nada comprender lo que Marx quería decir
–La filosofía de Marx tiene por tanto una finalidad práctica y
política. También conviene recordar que no sólo era filósofo, sino
también historiador, sociólogo y economista.
–¿Y fue un pionero en los tres campos?
–Al menos no hay ningún otro filósofo que haya tenido
tanta
importancia para la política práctica. Por otra parte, debemos
cuidarnos de identificar todo lo que se llama «marxismo» con el
pensamiento del propio Marx. De Marx se dice que se convirtió
en marxista a mediados de 1840, pero más tarde también tuvo a
veces necesidad de señalar que no era marxista.
–¿Jesús era cristiano?
–También eso se puede discutir, claro.
–Sigue.
Desde el principio, su amigo y colega, Friedrich Engels,
contribuyó a lo que más tarde se llamaría el «marxismo
». En
nuestro propio siglo Lenin, Stalin, Mao y muchos
otros han
hecho sus aportaciones al marxismo o «marxismo-
leninismo».
Entonces sugiero que nos atengamos al propio Marx. ¿Dijiste que
era un «materialista histórico»?
No era un «materialista filosófico», como los atomistas
de la
Antigüedad y el materialismo mecanicista de los siglos XVII y
XVIII, pero pensaba que en gran medida son las condiciones
materiales de la sociedad las que deciden cómo pensamos.
También para la evolución histórica son decisivas las
condiciones materiales.
–Bastante diferente al «espíritu universal» de Hegel.
–Hegel había señalado que la evolución histórica se mueve hacia
adelante por una tensión entre contrastes, que a su vez es
sustituida por un cambio brusco. Esta idea es continuada por
Marx. Pero según Marx, Hegel lo expresaba
al revés.
–¿Durante toda su vida?
–A la fuerza que impulsa la Historia hacia adelante, Hegel la
llamaba «espíritu universal». Es esto lo que, según Marx, es
poner las cosas al revés. Él quería mostrar que los cambios
materiales son los decisivos. Por lo tanto, no son las
«condiciones espirituales» las que crean los cambios materiales,
sino al revés. Son los cambios materiales los que crean las
nuevas condiciones espirituales. Marx subrayó
especialmente
las fuerzas económicas de la sociedad
como las que crean los
cambios y, de esa manera, impulsan
la Historia hacia adelante.
–¿No puedes ponerme un ejemplo?
–La filosofía y la ciencia de la Antigüedad tenían una finalidad
meramente teórica. No se tenía mucho interés
por aplicar los
conocimientos a mejoras prácticas.
–¿Y?
–Eso tenía que ver con la organización de la vida cotidiana
económica en sí. La producción estaba más o menos basada en el
trabajo de los esclavos. Por eso los ciudadanos
finos no tenían
necesidad de mejorar la producción
mediante inventos prácticos.
Éste es un ejemplo de cómo las condiciones materiales
contribuyen a marcar la reflexión filosófica de la sociedad.
–Entiendo.
A estas condiciones materiales, económicas y sociales
de la
sociedad, Marx las llamó base de la sociedad. A cómo se piensa
en una sociedad, qué clase de instituciones
políticas se tienen,
qué leyes y lo que no es menos importante,
qué religión, moral,
arte, filosofía y ciencia, Marx lo llama supraestructura de la
sociedad.
Base y supraestructura, entonces.
Ahora alcánzame el templo griego, por favor
Aquí lo tienes.
Esto es una copia reducida del viejo templo del Partenón
de la
Acrópolis. También lo has visto en la realidad.
En vídeo, quieres decir
–Ves que el edificio tiene un tejado muy elegante y elaborado.
Puede incluso que en lo primero que uno se fije sea en el propio
tejado y en la fachada. Eso es lo que podríamos
llamar la
«supraestructura». Pero el tejado no puede
flotar en el aire.
–Está sostenido por columnas.
–Todo el edificio tiene ante sí un sólido fundamento, o una
«base», que soporta toda la construcción. De la misma
manera
Marx opinaba que las condiciones materiales levantan, en cierto
modo, todo lo que hay de pensamientos e ideas en la sociedad.
En este sentido la supraestructura de una sociedad es el reflejo
de la base de la misma.
–¿Quieres decir que la teoría de las ideas de Platón es un reflejo
de la producción de vasijas y del cultivo de vino?
–No, no es tan sencillo, y Marx lo subraya muy claramente.
Hay
una influencia recíproca entre la base y la supraestructura de la
sociedad. Si hubiera negado esta reciprocidad,
habría sido un
«materialista mecanicista». Pero Marx reconoce que hay una
relación recíproca o «dialéctica
» entre la base y la
supraestructura, y por eso decimos que es un materialista
dialéctico. Por otra parte puedes tomar
nota de que Platón no
trabajó ni como alfarero ni como viticultor.
–Entiendo. ¿Pero vas a decir algo más sobre el templo?
–Sí, un poco más. Estudia detenidamente la base del templo e
intenta describírmela.
–Las columnas reposan sobre una base que consta de tres
niveles o escalones.
–De la misma manera también podemos distinguir tres niveles en
la base de la sociedad. Lo más básico es lo que podemos llamar
«condiciones de producción» de la sociedad, es decir las
condiciones y los recursos naturales que existen en la sociedad,
todo aquello que tiene que ver con el clima y las materias primas.
Todo esto constituye los cimientos de la sociedad, y estos
cimientos ponen límites clarísimos sobre qué tipo de producción
puede tener esta sociedad. Y con ello, también se ponen límites
muy claros sobre qué tipo de sociedad y qué tipo de cultura se
puede llegar a tener en general.
–Por ejemplo no se pueden pescar arenques en el Sahara, y
tampoco se pueden cultivar dátiles en el norte de Noruega.
–Justo. Lo has entendido. Pero también hay mucha diferencia
entre la manera de pensar de la gente de una cultura nómada y la
de un pueblecito pesquero del norte de Noruega. El siguiente
nivel abarca las «fuerzas productivas
» que existen en la
sociedad. Marx se refiere con esto a la clase de herramientas y
máquinas que se tienen.
–Antiguamente se pescaba con barcas de remo, hoy se pesca con
grandes barcos de arrastre.
–Ya estás tocando el siguiente nivel de la base de la sociedad, es
decir quién es el propietario de los medios de producción. A la
propia organización del trabajo, es decir; a la división del trabajo
y a las relaciones de propiedad, Marx las llamó relaciones de
producción de la sociedad.
Entiendo.
–Hasta aquí podemos concluir y decir que es el modo de
producción de una sociedad el que decide las condiciones
políticas e ideológicas que hay en esa sociedad.
No es una
casualidad que hoy en día pensemos de un modo algo distinto, y
que tengamos una moral distinta a la que existía en una antigua
sociedad feudal.
–Entonces Marx no creía en un derecho natural vigente
en todos
los tiempos.
–No, la cuestión de lo que es moralmente correcto es, según
Marx, un producto de la base de la sociedad. No es, por ejemplo,
una casualidad el que en las viejas sociedades
campesinas
fueran los padres los que decidieran con quién se iban a casar
sus hijos, ya que entraba en juego la cuestión de quién iba a
heredar la granja. En una ciudad moderna las relaciones sociales
son distintas. Aquí te puedes
encontrar con tu futuro esposo o
esposa en una fiesta o en una discoteca, y si uno está
suficientemente enamorado,
encontrará, de alguna manera, un
sitio donde vivir.
–Yo nunca hubiera consentido que mis padres decidieran
con
quién tengo que casarme.
–No, porque tú también eres hija de tu época. Marx señaló
además que, por regia general, es la clase dominante
de una
sociedad la que decide lo que es bueno y lo que es malo. Porque
toda la Historia es una historia de luchas
de clases. Es decir, que
la Historia trata, sobre todo, de quién va a ser propietario de los
medios de producción.
–¿No contribuyen también los pensamientos e ideas de la gente a
cambiar la Historia?
–Sí y no. Marx era consciente de que las relaciones de la
supraestructura de la sociedad pueden actuar sobre la base de la
sociedad, pero rechazó la idea de que la supraestructura
de la
sociedad tuviera una historia independiente.
Lo que ha
impulsado a la Historia a evolucionar desde las sociedades de
esclavos de la Antigüedad, hasta las sociedades industriales de
nuestra época, han sido sobre
todo los cambios que han tenido
lugar en la base de la sociedad.
–Sí, eso ya lo has dicho.
–En todas las fases de la Historia ha habido, según Marx, un
antagonismo entre las dos clases sociales dominantes.
En la
sociedad de esclavitud de la Antigüedad, el antagonismo estaba
entre el ciudadano libre y el esclavo; en la sociedad feudal de la
Edad Media entre el señor feudal
y el siervo; y más adelante
entre el noble y el burgués. Pero en la época del propio Marx, en
lo que él llama una sociedad burguesa o capitalista, los
antagonismos están ante todo entre el capitalista y el obrero o
proletario. Existe,
pues, un antagonismo entre los que poseen y
los que no poseen los medios de producción. Y como la «clase
superior
» no quiere ceder su predominio, un cambio sólo puede
tener lugar mediante una revolución.
–¿Qué sucede con la sociedad comunista?
–A Marx le interesaba especialmente la transición de una
sociedad capitalista a una sociedad comunista. También realiza
un análisis detallado del modo de producción
capitalista, Pero
antes de centrarnos en este tema, tenemos
que decir algo sobre
la visión que tenía Marx del trabajo de las personas.
–¡Venga!
–Antes de convertirse en comunista, el joven Marx estuvo
interesado en saber qué le ocurre al ser humano cuando trabaja.
También Hegel había analizado este tema. Hegel pensaba que
hay una relación recíproca o dialéctica entre el ser humano y la
naturaleza. Cuando el hombre trabaja
la naturaleza, al mismo
hombre también se le trabaja. O dicho de un modo un poco
diferente: cuando el hombre trabaja, interviene en la naturaleza y
deja en ella su huella. Pero en este proceso labora también la
naturaleza interviene
en el hombre y deja huella en su
conciencia.
–Dime qué clase de trabajo realizas y te diré quién eres.
–Ésta es, muy resumida, la tesis de Marx. El cómo trabajamos
marca nuestra conciencia, pero nuestra conciencia
también
marca nuestro modo de trabajar. Se puede decir que hay una
relación recíproca entre la «mano» y el «espíritu». Así, la
conciencia del hombre está en estrecha relación con su trabajo.
–Entonces tiene que resultar bastante terrible estar en el paro.
–Sí, porque el que no tiene trabajo está de alguna manera vacío.
Hegel ya había pensado en esto. Tanto para Hegel como para
Marx, el trabajo es algo positivo, es algo íntimamente
relacionado con el hecho de ser persona.
–Entonces también debe ser algo positivo ser obrero.
–Sí, en un principio si. Pero precisamente en este punto Marx
lanza su terrible crítica sobre la forma capitalista
de producción.
–¡Cuéntame!
–En el sistema capitalista el obrero trabaja para otro. Así el
trabajo se convierte en algo fuera de él. El obrero es un extraño a
su propio trabajo y por tanto también se convierte
en un extraño
a si mismo. Pierde su propia realidad humana. Marx dice con una
expresión hegeliana que el obrero se siente alienado.
–Yo tengo una tía que lleva veinte años en una fábrica
empaquetando bombones, de modo que no me cuesta
nada
entender lo que dices. Dice que odia tener que ir al trabajo todas
las mañanas.
–Pero si odia su trabajo, Sofía, entonces, en cierta manera,
también debe de odiarse a sí misma.
–Desde luego, odia los bombones.
–En la sociedad capitalista el trabajo está organizado
de manera
que el obrero está realizando, en realidad, un trabajo de esclavo
para otra clase social. Así, el obrero transfiere su propia fuerza
laboral, y con ello toda su existencia
humana, a la burguesía.
–¿Tan terrible es?
–Estamos hablando de Marx. Tenemos que tener presentes
las
condiciones sociales existentes a mediados del siglo
pasado. Y
la respuesta es un sonoro «sí». El obrero tenía fácilmente una
jornada laboral de doce horas, en unas frías naves de
producción. La paga era a menudo tan escasa que también tenían
que trabajar los niños y las mujeres que acababan
de dar a luz.
Todo esto llevó a condiciones sociales indescriptibles. En
algunos lugares, parte del salario se pagaba
en forma de
aguardiente barato, y muchas mujeres se veían obligadas a
prostituirse. Los clientes eran los «señores de la ciudad». En
pocas palabras: precisamente mediante lo que sería la marca de
nobleza del hombre, es decir, el trabajo,
al obrero se le convertía
en un animal.
–Es indignante.
–Para Marx también lo era. Al mismo tiempo, los hijos
de la
burguesía podían tocar el violín en grandes y cálidos
salones
tras un baño refrescante, o sentarse al piano antes de una
espléndida cena de cuatro platos. Bueno, el Violín y el piano
también podían tocarse por la tarde tras un estupendo paseo a
caballo.
¡Qué injusto!
–Así opinó Marx también. En 1848 publicó, junto con Engels, un
manifiesto. La primera frase de ese manifiesto
dice así: «Un
fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo»
–Me entra hasta miedo.
–A la burguesía también. Porque todo el proletariado había
empezado a levantarse. ¿Quieres saber cómo acaba este
manifiesto?
–Con mucho gusto.
–«Los comunistas desprecian mantener en secreto sus propias
opiniones e intenciones. Declaran abiertamente
que su meta
sólo podrá alcanzarse cuando el régimen
social hasta ahora
vigente sea derribado por la fuerza. Que las clases dominantes
tiemblen a la vista de una revolución
comunista. El proletariado
no tiene nada que perder excepto sus cadenas. Tiene un mundo
por ganar «¡Proletarios
del mundo entero, unios!»
–Si las condiciones eran tan malas como dices, creo que yo habría
firmado ese manifiesto. Hoy en día son diferentes
las
condiciones, ¿no?
–En Noruega sí, pero no en todas partes. Sigue habiendo
gente
que vive en condiciones infrahumanas, al mismo tiempo que se
producen mercancías que hacen cada vez más ricos a los
capitalistas. Esto es lo que Marx llama explotación.
–Entiendo.
–El capitalista puede luego invertir parte de las ganancias
en
nuevo capital, por ejemplo, en la modernización
de las
instalaciones de producción. Lo hace con la esperanza
de poder
producir la mercancía aún más barata y, por consiguiente,
aumentar las ganancias en el futuro.
–Es lógico.
Sí, puede parecer lógico, pero tanto en este punto como en otros,
a la larga no sucederá lo que se imagina el capitalista.
–¿Qué quieres decir?
–Marx opinaba que había varias contradicciones en la manera de
producción capitalista. El capitalismo es un sistema económico
autodestructivo, porque carece de una dirección racional.
–Eso es, en cierta manera, bueno para los oprimidos.
–Si, es inherente al sistema capitalista el caminar hacía su propia
perdición. De esa manera el capitalismo es «progresivo», o está
«dirigido hacia el futuro», porque es una fase en el camino hacia
el comunismo.
–¿Puedes poner un ejemplo sobre lo de que el capitalismo
es
autodestructivo?
–Acabamos de mencionar al capitalista al que le sobra
un buen
montón de dinero y que usa parte de ese superávit
para
modernizar la empresa; pero algo se gastará también
en clases
de violín, además de hacer frente a los caros hábitos que su
mujer ha ido adquiriendo.
–¿Ah, si?
Compra maquinaria nueva y no necesita ya tantos empleados.
Esto lo hace con el fin de aumentar su capacidad
de
competitividad.
–Entiendo.
–Pero él no es el único que piensa así, lo que significa que todo el
sector de producción se hace más eficaz. Las fábricas se hacen
cada vez más grandes, y se van concentrando
en menos manos
cada vez. ¿Entonces qué ocurre,
Sofía?
–Pues...
–Entonces se necesitará cada vez menos mano de obra, y habrá
más y más parados. Consecuenteniente, crecerán los problemas
sociales y esas crisis constituyen un aviso de que el capitalismo
se está acercando a su fin. Pero también hay otros rasgos de
autodestrucción del capitalismo.
Cuando hay que sacar cada vez
más ganancias al sistema de producción sin que se cree un
excedente suficientemente
grande como para seguir
produciendo a precios
competitivos...
–¿Sí?
–¿Entonces qué hace el capitalista? ¿Me lo puedes decir?
–No, no lo sé.
–Imagínate que eres la dueña de una fábrica. Tienes problemas
económicos. Estás a punto de arruinarte. Y yo te pregunto: ¿qué
puedes hacer para ahorrar dinero?
–¿Bajar los sueldos, tal vez?
–¡Muy lista! Pues sí, es lo más inteligente que puedes
hacer. Pero
si todos los capitalistas son igual de listos que tú, y lo son, dicho
sea de paso, los obreros serán tan pobres que ya no podrán
comprar nada. Decimos que baja el poder adquisitivo. Y ahora
nos encontramos dentro de un círculo vicioso. «A la propiedad
privada capitalista le ha llegado su hora», dice Marx. Pronto nos
encontraremos en una situación revolucionaria.
–Entiendo.
–Para resumir, acaba con que se levantan los proletarios
asumiendo la propiedad de los medios de producción.
–¿Y entonces qué pasa?
–Durante un cierto período tendremos una nueva «sociedad de
clases» en la que los proletarios mantendrán sometida por la
fuerza a la burguesía. A esta etapa Marx la llamó dictadura del
proletariado. Pero tras un período de transición, la dictadura del
proletariado será sustituida por una «sociedad sin clases», o
comunismo. En esta sociedad los medios de producción serán
propiedad de «todos», es decir del propio pueblo. En una
sociedad así cada uno «rendirá según su capacidad y recibirá
según su necesidad
». Además ahora el trabajo pertenecerá al
propio pueblo
y cesará la «alienación» capitalista.
–Todo esto suena maravillosamente bien, ¿pero cómo
fue luego?
¿Llegó la revolución?
–Sí y no. Hoy los economistas pueden afirmar que Marx se
equivocó en varios puntos importantes, por ejemplo
en su
análisis de las crisis del capitalismo. Marx tampoco
tuvo
suficientemente en cuenta la explotación de la naturaleza, que
hoy en día vivimos cada vez con más gravedad.
Pero... y hay un
pero muy grande...
¿Sí?
–El marxismo condujo de todos modos a grandes cambios. No
cabe duda de que el socialismo ha logrado combatir, en gran
medida, una sociedad inhumana. Al menos,
en Europa, vivimos
en una sociedad más justa y más solidaria que en los tiempos de
Marx. Y esto se debe en gran parte al propio Marx y a todo el
movimiento socialista.
–¿Qué pasó?
–Después de Marx el movimiento socialista se dividió
en dos
tendencias principales. Por un lado surgió la socialdemocracia
y
por otro el leninismo. La socialdemocracia,
que había abogado
por una aproximación pacífica al socialismo, fue el camino
elegido por la Europa Occidental.
Este proceso lo podríamos
llamar «revolución lenta». El leninismo, que conservó la fe de
Marx en que sólo la revolución
podía combatir la vieja sociedad
de clases, tuvo una gran importancia en Europa Oriental, Asia y
África. Pero los dos movimientos, cada uno desde su lado, han
combatido
la miseria y la represión.
¿Pero no se creó una nueva forma de represión? Por ejemplo en
la Unión Soviética y la Europa del Este.
–Sin duda, y aquí vemos de nuevo que todo lo que tocan los seres
humanos se convierte en una mezcla de bueno y malo. Por otra
parte sería muy injusto echar la culpa a Marx de las condiciones
negativas en los llamados países comunistas, cincuenta o incluso
cien años después de su muerte. Pero tal vez Marx no pensó que
también eran humanos aquellos que luego iban a administrar el
comunismo.
No habrá nunca ningún”país de la suerte», supongo.
Los hombres siempre crearán nuevos problemas contra
los que luchar.
–Seguro.
–Y con esto terminamos el capitulo sobre Marx, Sofía.
–¡Espérate un momento! ¿No dijiste algo de que la justicia sólo se
cumple entre iguales?
–No, lo dijo Scrooge.
–¿Cómo puedes saber que lo dijo?
–Bueno, porque tú y yo somos obra del mismo autor.
En ese
sentido estamos mucho más relacionados el uno con el otro de lo
que pueda parecer a primera vista.
–¡Maldito irónico!
–Doble, Sofía, es una ironía doble.
–Pero volvamos a lo de la justicia. Dijiste que Marx opinaba que
la sociedad capitalista era injusta. ¿Cómo definirías
una
sociedad justa?
–Un filósofo moralista inspirado por el marxismo, John Rawls,
intentó decir algo al respecto con el siguiente
ejemplo:
imagínate que eres miembro de un consejo muy serio que va a
elaborar todas las leyes de una futura sociedad.
–Me encantaría estar en ese consejo.
–Tendrían que evaluar absolutamente todo, pues nada más haber
llegado al acuerdo y haber firmado las leyes
se morirían.
¡Qué dices!
–Pero después volverían a despertarse inmediatamente en esa
sociedad para la que elaboraron las leyes. El punto clave es que
no tendrían la más leve idea sobre qué lugar ocuparían en la
sociedad.
–Entiendo.
–Una sociedad de ese tipo sería una sociedad justa. Porque
habría surgido entre «hombres iguales».
–Y mujeres.
–Es una condición evidente. No se sabría si se iba a despertar
como hombre o como mujer. Como habría el cincuenta por ciento
de probabilidad, esto significa que la sociedad sería igual de
buena para las mujeres que para los hombres.
–Suena fascinante.
–Dime, ¿fue Europa una sociedad así en la época de Marx?
¡No!
–Entonces a lo mejor puedes señalar una sociedad de ese tipo
hoy en día.
–Bueno, no se...
–Piénsalo un poco. Por ahora no habrá más sobre Marx.
–¿Qué has dicho?
–¡Final del capítulo!

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