viernes, 4 de julio de 2008

Jesús

Jesús

Bueno, Sofía. Supongo que me sigues todavía. Las palabras clave
son «Mesías», «Hijo de Dios», «salvación» y «reino de Dios». Al
principio todo esto se interpretó en un sentido político. También
en la época de Jesús había mucha gente que se imaginaba que
llegaría un nuevo «Mesías» en forma de líder político, militar y
religioso, del mismo calibre que el rey David. Este «salvador» se
concebía como un liberador nacional que acabaría con los
sufrimientos de los judíos bajo el dominio romano.
Pues sí, muchos pensaban así, pero también había gente con un
horizonte un poco más amplio. Durante varios siglos antes de
Cristo habían ido surgiendo profetas que pensaban que el
«Mesías» prometido sería el salvador del mundo entero. No sólo
salvaría del yugo a los israelitas, sino que además salvaría a
todos los hombres del pecado, de la culpa y de la muerte. La
esperanza de una “salvación”, en este sentido de la palabra, se
había extendido ya por toda la región helenística.
Y llega Jesús. No fue el único que se presentó como el Mesías
prometido. También Jesús utiliza las palabras «Hijo de Dios»,
«reino de Dios», «Mesías» y «salvación». De esta manera
conectaba siempre con las antiguas profecías. Entra en Jerusalén
montado en un asno y se deja vitorear por las masas como el
salvador del pueblo.
De esta manera alude directamente al modo en que fueron
instaurados en el trono los antiguos reyes, mediante un típico
rito de «subida al trono». También se deja ungir por el pueblo.
“Ha llegado la hora”, dice. «El reino de Dios está próximo.”
Todo esto es muy importante. Ahora debes seguirme muy de
cerca: Jesús se distinguía de otros mesías en el sentido de que
dejó muy claro que no era ningún rebelde militar o político. Su
misión era mucho más importante. Predicó la salvación y el
perdón de Dios para todos los hombres. Y decía a las gentes con
las que se encontraba: «Te absuelvo de tus pecados»
Resultaba bastante inaudito en aquellos tiempos repartir la
absolución de esa manera. Más escandaloso aún era que llamara
«padre» (abba) a Dios. Esto era algo totalmente nuevo entre los
judíos en la época de Jesús. Por eso tampoco tardaron mucho en
levantarse entre los letrados protestas contra él. Al cabo de
algún tiempo iniciaron los preparativos para que fuera ejecutado.
Precisando más: mucha gente en la época de Jesús esperaba la
llegada con gran ostentación (es decir, con espadas y lanzas) de
un Mesías que reinstauraría el «reino de Dios». La expresión
«reino de Dios» también se repite en toda la predicación de
Jesús, aunque en un sentido muy amplio. Jesús dijo que el «reino
de Dios» es amor al prójimo, preocupación por los débiles y los
pobres y perdón para los que han ido por mal camino.
Se trata de un importante cambio del significado de una
expresión vieja y medio militar. El pueblo andaba esperando a un
general que pronto proclamaría un «reino de Dios». Y llega Jesús,
vestido con túnica y sandalias, diciendo que el «reino de Dios», o
el “nuevo pacto”, significa que debes amar al prójimo como a ti
mismo. Y hay más, Sofía: dijo además que debemos amar a
nuestros enemigos. Cuando nos golpean, no debemos devolver el
golpe, qué va, debemos «poner la otra mejilla». «Y debemos
perdonar, no siete veces, sino setenta veces siete».
Con su propio ejemplo Jesús demostró que no se debía dar la
espalda a prostitutas, aduaneros corruptos y enemigos políticos
del pueblo. Y fue aún más lejos: dijo que un sinvergüenza que ha
despilfarrado toda la herencia paterna, o un dudoso aduanero
que ha cometido fraude, es justo ante Dios si se dirige a él y le
pide perdón; tan generoso es Dios en su misericordia.
Pero, ¿sabes?, aún fue un poco más lejos, aunque no te lo vayas a
creer: Jesús dijo que esos «pecadores» son más justos ante Dios,
y por ello más merecedores del perdón de Dios que los
irreprochables fariseos y «ciudadanos de seda» que andaban por
la vida tan orgullosos de su irreprochabilidad.
Jesús subrayó que ningún hombre puede hacerse merecedor de
la misericordia de Dios por sí mismo. No podemos salvarnos a
nosotros mismos. (¡Muchos griegos pensaban que eso era
posible!) Cuando Jesús predica las severas exigencias éticas en el
Sermón de la Montaña, no lo hace sólo para mostrar lo que es la
voluntad de Dios, sino también para mostrarnos que ningún
hombre es justo ante Dios. La misericordia de Dios no tiene
límites, pero es preciso que nos dirijamos a Dios suplicando su
perdón.
Dejo a tu profesor de religión profundizar en el personaje de
Jesús y en sus palabras. Tu profesor tiene una enorme tarea.
Espero que logre haceros comprender qué persona tan especial
era Jesús. Utiliza genialmente el lenguaje de la época, llenando a
la vez de nuevo y más amplio contenido las viejas consignas. No
es de extrañar que acabara en la cruz. Su mensaje radical de
salvación rompía con tantos intereses y posiciones de poder que
fue necesario quitarlo de en medio.
Al hablar de Sócrates vimos lo peligroso que puede resultar
apelar a la sensatez de las personas. En Jesús vemos lo peligroso
que puede resultar exigir un incondicional amor al prójimo y un
igualmente incondicional perdón. Incluso en nuestros días vemos
cómo tiemblan los cimientos de ciertos Estados poderosos
cuando se encuentran ante sencillas exigencias de paz, amor,
alimento para los pobres y perdón para los enemigos del Estado.
Acuérdate de lo indignado que estaba Platón por que el hombre
más justo de Atenas tuviera que pagar con su vida. Según el
cristianismo, Jesús era la persona más justa que jamás había
existido. Según el cristianismo murió por los hombres. Es lo que
se suele llamar la “muerte redentora” de Jesús. Él fue el «servidor
que padeció», que asumió la culpa de todos los hombres para
que pudiéramos reconciliarnos con Dios y salvarnos de su
castigo.

Mapa de Grecia

Mapa de Grecia
Antigua Grecia