jueves, 3 de julio de 2008

Ciencia de la historia y de la Medicina

Ciencia de la historia y ciencia de la
medicina

El destino no sólo determinaba la vida del individuo. Los griegos
también creían que el curso mismo del mundo estaba dirigido
por el destino. Opinaban que el resultado de una guerra podía
deberse a la intervención de los dioses.
También hoy en día hay muchos que creen que Dios u otras
fuerzas misteriosas dirigen el curso de la historia.
Pero justo a la vez que los filósofos griegos intentaban buscar
explicaciones naturales a los procesos de la naturaleza, iba
formándose una ciencia de la historia que intentaba encontrar
causas naturales a su desarrollo. El que un Estado perdiera una
guerra, no se explicaba ya como una venganza de los dioses. Los
historiadores griegos más famosos fueron Heródoto (484-424 a.
de C.) y Tucídides (460-400).
Los griegos también creían que las enfermedades podían
deberse a la intervención divina. Las enfermedades contagiosas
se interpretaban, a menudo, como un castigo de los dioses. Por
otra parte, los dioses podían volver a curar a las personas, si se
les ofrecían sacrificios.
Esto no es, en modo alguno, exclusivo de los griegos. Antes del
nacimiento de la moderna ciencia de la medicina, en tiempos
recientes, lo más normal era pensar que las enfermedades tenían
causas sobrenaturales. Por ejemplo, la palabra «influenza»
significa en realidad que uno se encuentra bajo una mala
«influencia» de las estrellas.
Incluso hoy en día, hay muchas personas en el mundo entero que
creen que algunas enfermedades –el SIDA, por ejemplo- son un
castigo de Dios. Muchos piensan, además, que un enfermo puede
ser curado de un modo sobrenatural.
Precisamente en la época en que los filósofos griegos iniciaron
una nueva manera de pensar, surgió una ciencia griega de la
medicina que intentaba encontrar explicaciones naturales a las
enfermedades y al estado de salud.
Se dice que Hipócrates, que nació en Cos hacia el año 460 a. de
C., fue el fundador de la ciencia griega de la medicina.
La protección más importante contra la enfermedad era, según la
tradición médica hipocrática, la moderación y una vida sana.
Lo natural en una persona es estar sana. Cuando surge una
enfermedad, es porque la naturaleza ha «descarrilado» a causa
de un desequilibrio físico o psíquico. La receta para estar sano
era la moderación, la armonía y «una mente sana en un cuerpo
sano».
Hoy en día se habla constantemente de la «ética médica», con lo
que se quiere decir que, el médico, está obligado a ejercer su
profesión médica según ciertas reglas éticas. Un médico no
puede, por ejemplo, extender recetas de estupefacientes a
personas sanas. Un médico tiene también que guardar el secreto
profesional. Esto significa que no tiene derecho a contar a otras
personas algo que un paciente le haya dicho sobre su
enfermedad.
Estas reglas tienen sus raíces en Hipócrates, que exigió a sus
discípulos que prestasen el siguiente juramento:
Utilizaré el tratamiento para ayudar a los enfermos según mi
capacidad y juicio, pero nunca con la intención de causar daño o
dolor. A nadie daré veneno aunque me lo pida o me lo sugiera,
tampoco daré abortivos a ninguna mujer con el fin de evitar un
embarazo. Consideraré sagra-dos mi vida y mi arte.
No utilizaré el cuchillo, ni siquiera en aquellos que sufren
indescriptiblemente, dejándoselo hacer a los que se ocupan de
ello.
Cuando entre en la morada de un enfermo, lo haré siempre en
beneficio suyo; me abstendré de toda acción injusta y de abusar
del cuerpo de hombres o mujeres, libres o esclavos.
De todo cuanto vea y oiga en el ejercicio de mi profesión y aun
fuera de ella callaré cuantas cosas sea necesario que no se
divulguen, considerando la discreción como un deber.
Si cumplo fielmente este juramento, que me sea otorgado gozar
felizmente de la vida y de mi arte y ser honrado siempre entre
los hombres. Si lo violo y me hago perjuro, que me ocurra lo
contrario.
Sofía se sentó en la cama de un salto, cuando se despertó el sábado
por la mañana. ¿Había sido un sueño o había visto de verdad al
filósofo?
Tocó con el brazo el suelo bajo la cama. Pues sí, allí estaba la carta
que había llegado por la noche. Sofía se acordó de todo lo que
había leído sobre la fe de los griegos en el destino. Entonces, no
había sido sólo un sueño.
¡Claro que había visto al filósofo! Y más que eso, había visto con
sus propios ojos que se había llevado la carta que ella le había
escrito.
Sofía salió de la cama y miró debajo. Sacó de allí todas las hojas
escritas a máquina. ¿Pero qué era aquello? Al fondo del todo, junto
a la pared, había algo rojo. ¿Podía ser una bufanda?, Sofía se
deslizó debajo de la cama y recogió un pañuelo rojo de seda. Sólo
estaba segura de una cosa: nunca había sido suyo.
Empezó a examinar el pañuelo minuciosamente y dio un pequeño
grito cuando vio unas letras escritas con una pluma negra a lo largo
de la costura. «HILDE», ponía.
¡Hilde! ¿Pero quién era Hilde? ¿Cómo podía ser que sus caminos
se hubieran cruzado de esa manera?

Mapa de Grecia

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