viernes, 4 de julio de 2008

Descartes

Descartes

... quería retirar todo el viejo material de construcción...
Alberto se levantó para quitarse la capa roja que puso sobre una
silla, y se volvió a acomodar en el sofá.
–René Descartes nació en 1596 y vivió una vida errante por
Europa. Desde muy joven había nutrido una fuerte esperanza de
conseguir conocimientos seguros sobre la naturaleza de los
hombres y del universo. Pero después de haber estudiado filosofía
se convenció cada vez más de su propia ignorancia.
–¿Más o menos como Sócrates?
–Mas o menos como él, sí. Como Sócrates, estaba convencido
de
que sólo nuestra razón puede proporcionarnos conocimientos
seguros. No podemos fiarnos de lo que dicen los viejos libros. Ni
siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos.
–Así pensó Platón, también él opinó que sólo la razón nos puede
proporcionar conocimientos seguros.
–Exacto. Hay una línea que va desde Sócrates y Platón y que pasa
por San Agustín antes de llegar a Descartes. Todos estos filósofos
fueron racionalistas. Opinaban que la razón es la única fuente
segura de conocimiento. Tras extensos estudios, Descartes llegó a
la conclusión de que los conocimientos que se habían heredado de
la Edad Media no eran necesariamente de fiar. En este punto quizás
podríamos compararlo con Sócrates, que no se fiaba de las
opiniones corrientes con las que solía encontrarse en la plaza de
Atenas. ¿Y entonces qué hace uno, Sofía, me lo puedes decir?
–Entonces uno empieza a filosofar por cuenta propia.
–Justamente. Descartes decidió empezar a viajar por Europa, de la
misma manera que Sócrates empleó su vida en conversar con las
gentes de Atenas. Descartes nos cuenta que a partir de entonces
sólo buscará aquella ciencia que pueda encontrar
en él mismo o en
el «gran libro del mundo». Se adhirió por tanto al servicio de la
guerra, que le llevó a varios lugares de Centroeuropa. Más adelante
vivió unos años en París, pero en 1629 se fue a Holanda, donde
vivió casi 20 años trabajando en sus tratados filosóficos. En 1649
fue invitado a Suecia por la reina Cristina. Pero la estancia en ese
lugar que él denominó la «tierra de los osos, del hielo y las rocas»,
le provocó una pulmonía,
y Descartes murió en el invierno de
1650.
–Con sólo 54 años.
–Pero llegaría a tener una gran importancia para la filosofía,
incluso después de su muerte. No es ninguna exageración
decir
que fue Descartes quien fundó la filosofía de los tiempos
modernos. Tras el entusiasta redescubrimiento del renacimiento
del ser humano y de la naturaleza, surgió de nuevo una necesidad
de recoger las ideas de la época en un sistema filosófico
consistente. El primer gran sistematizador fue Descartes.
Luego le
siguieron Spinoza y Leibniz, Locke y Berkeley, Hume y Kant...
–¿Qué quieres decir con un «sistema filosófico»?
–Con eso quiero decir una filosofía construida desde los cimientos
y que procura encontrar una especie de esclarecimiento
de todas
las cuestiones filosóficas importantes. La Antigüedad
había tenido
grandes sistematizadores como Platón y Aristóteles. La Edad
Media tuvo a Santo Tomás de Aquino, que quiso construir un
puente entre la filosofía de Aristóteles y la teología cristiana.
Luego llegó el Renacimiento, con un embrollo de viejos y nuevos
pensamientos sobre la naturaleza y la ciencia, sobre Dios y el
hombre. Hasta el siglo XVII no hubo por parte de la filosofía un
intento de recoger las nuevas ideas en un sistema filosófico
esclarecido. El primero en intentarlo fue Descartes. El puso la
primera piedra de lo que sería el proyecto más importante
de la
filosofía de las generaciones siguientes. Ante todo le interesaba
averiguar lo que podemos saber, es decir, aclarar la cuestión de la
«certeza de nuestro conocimiento». La otra gran cuestión que le
preocupó fue la «relación entre el alma y el cuerpo
». Estos dos
planteamientos caracterizarían el debate filosófico durante los
siguientes ciento cincuenta años.
–Entonces fue un hombre avanzado para su época.
–Si, pero también eran cuestiones que se planteaban en esa época.
En lo que se refiere al problema de conseguir conocimientos
indudables, muchos expresaron un escepticismo filosófico
total,
opinando que los hombres tendrían que resignarse
a no saber
nada. Pero Descartes no se resignó a eso. Si se hubiera resignado,
no habría sido un verdadero filósofo. De nuevo podemos establecer
un paralelismo con Sócrates, que tampoco se resignó al
escepticismo de los sofistas. Precisamente
en la época de
Descartes la nueva ciencia había desarrollado un método que
proporcionaría una descripción totalmente segura
y exacta de los
procesos de la naturaleza.
Descartes tuvo que preguntarse si no habría también un método
seguro y exacto para la reflexión filosófica.
–Entiendo.
–Pero eso sólo fue una cosa. La nueva física había planteado
la
cuestión sobre la naturaleza de la materia, es decir; sobre qué es lo
que decide los procesos físicos de la naturaleza. Cada vez más se
defendía una interpretación mecánica de la naturaleza.
Pero
cuanto más mecánicamente se conceptuaba el mundo físico, tanto
más imperiosa se volvía la cuestión sobre la relación entre el alma
y el cuerpo. Antes del siglo XVII era habitual
considerar el alma
como una especie de «respiración vial» que fluye por todos los
seres vivos. El significado original de las palabras «alma» y
«espíritu» es, de hecho, «aliento vital» o «respiración
» en casi
todos los idiomas europeos. Para Aristóteles el alma en algo
presente en todo el organismo como “principio de la vida» de ese
organismo, es decir; algo que no se podía imaginar
desprendido
del cuerpo. Por tanto, Aristóteles también hablaba de «alma de
planta» y «alma de animal». Hasta el siglo XVII no se introdujo
una separación radical entre “alma» y «cuerpo». Todos los objetos
físicos, también los cuerpos de los animales y los cuerpos
humanos, fueron explicados como un proceso mecánico.
Pero el
alma del hombre no podía formar parte de esa “maquinaria
corporal». ¿Dónde estaría entonces el alma? Una cuestión
importante que quedaba por explicar era cómo algo «espiritual”
podía poner en marcha un proceso mecánico.
–En realidad es algo bastante curioso.
–¿Qué quieres decir?
–Decido levantar un brazo, y entonces levanto el brazo. O decido ir
corriendo a coger el autobús, e instantáneamente mis piernas
comienzan a correr. Otras veces puedo pensar en algo triste. De
repente, mis lágrimas empiezan a brotar. Entonces
tiene que haber
una misteriosa relación entre el cuerpo y la conciencia.
–Precisamente este problema puso en marcha los pensamientos de
Descartes. Igual que Platón, estaba convencido de que había una
clarísima separación entre “espíritu” y “materia”.
Pero Platón no
pudo responder a la pregunta de cómo el cuerpo afecta al alma, o
cómo el alma afecta al cuerpo.
–Yo tampoco puedo, así que me gustada saber a qué conclusión
llegó Descartes.
–Sigamos su propio razonamiento.
Alberto señaló el libro que estaba sobre la mesa que había
entre
ellos.
–En este pequeño libro, Discurso del Método, Descartes plantea la
cuestión de qué método debe emplear el filósofo cuando se dispone
a solucionar un problema filosófico, pues las ciencias naturales ya
tenían su nuevo método.
–Eso ya lo has dicho.
–Descartes constata primero que no podemos considerar
nada
como verdad si no reconocemos claramente que lo es. Para
conseguir esto puede que sea necesario dividir un problema
complejo en cuantas partes parciales sea posible. Entonces
se
puede empezar por las ideas más sencillas. Podría decirse
que
cada idea tendrá que “medirse y pesarse», más o menos como
Galileo decía que todo tenía que medirse y que lo que no se podía
medir tendría que hacerse medible. Descartes pensaba que la
filosofía podía ir de lo simple a lo complejo. Así sería posible
construir nuevos conocimientos. Al final había que hacer
constantes recuentos y controles para poder asegurarse
de que no
se había omitido nada.
Entonces, y no antes, puede ser alcanzable una conclusión
filosófica.
–Casi suena a problema aritmético.
–Sí, Descartes quiso emplear el método matemático también en la
reflexión filosófica. Quiso probar verdades filosóficas más o
menos de la misma manera en la que se prueba un teorema
matemático. También quiso emplear la misma herramienta que
empleamos cuando trabajamos con números, es decir la razón.
Pues solamente la razón nos proporciona conocimientos seguros.
No resulta tan evidente que los sentidos sean de fiar. Ya hemos
subrayado su parentesco con Platón, quien también señaló que las
matemáticas y los números nos podían proporcionar un
conocimiento más certero que los testimonios de los sentidos.
–¿Pero es posible solucionar los problemas filosóficos de ese
modo?
–Volvamos al razonamiento del propio Descartes, cuya meta era
lograr conocimientos certeros sobre la naturaleza de la vida.
Empezó por afirmar que como punto de partida se debe
dudar de
todo, porque no quería edificar su sistema filosófico
sobre un
fondo de arena.
–Porque si fallan los cimientos podría derrumbarse todo el edificio.
–Gracias por tu ayuda, hija. No es que Descartes pensara
que
fuera razonable dudar de absolutamente todo, sino que en principio
hay que dudar de todo. En primer lugar, no es del todo seguro que
podamos continuar nuestra búsqueda filosófica leyendo a Platón o
a Aristóteles, porque aunque ampliamos
nuestros conocimientos
históricos, no ampliamos nuestro conocimiento del mundo. Para
Descartes resultaba imprescindible
librarse de ideas viejas antes
de comenzar su propia indagación filosófica.
–¿Quería retirar todo el viejo material de construcción antes de
iniciar la nueva casa?
–Sí, con el fin de asegurarse completamente de que la nueva
construcción de ideas fuera a aguantar, quería limitarse a utilizar
exclusivamente material nuevo y fresco. No obstante, la duda de
Descartes es más profunda que eso, pues decía que ni siquiera
podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos.
Quizás nos
está tomando el pelo.
–¿Cómo?
–También cuando soñamos creemos que estamos viviendo algo
real. ¿Hay en realidad, algo que distinga nuestras sensaciones en
estado de vigilia de las de los sueños? «Cuando reflexiono detenidamente
sobre esto, no encuentro ni un solo criterio para
distinguir la vigilia del sueño», escribe Descartes. Y sigue:
«¿Cómo puedes estar seguro de que tu vida entera no es un
sueño?».
–Jeppe en la Montaña creía que simplemente había soñado
que
había dormido en la cama del barón.
–Y cuando estaba acostado en la cama del barón, creía que su vida
de campesino pobre sólo había sido un sueño. De este modo,
Descartes acaba por dudar absolutamente de todo. Y en este punto
habían acabado sus reflexiones muchos filósofos
anteriores a él.
–Entonces no llegaron muy lejos.
–Descartes, sin embargo, intentó seguir trabajando precisamente
a
partir de ese punto cero. Había llegado a la conclusión
de que
estaba dudando de todo y que eso es lo único de lo que podía estar
seguro. Y ahora se le ocurre algo. De algo sí puede estar totalmente
seguro a pesar de todo: de que duda. Pero, si duda, también tiene
que ser seguro que piensa, y puesto que piensa tiene que ser seguro
que es un sujeto que piensa. O, como él mismo lo expresa:
«Cogito, ergo sum».
–¿Y eso qué significa?
–«Pienso, luego existo.”
–No me extraña mucho que llegara a esa conclusión.
–Cierto. Pero debes tomar nota de esa seguridad intuitiva
con la
que de repente se concibe a sí mismo como un yo pensante. A lo
mejor recuerdas que según Platón lo que captamos
con la razón es
más real y existente que aquello que captamos
con los sentidos.
Lo mismo pasa con Descartes. No sólo capta que es un yo
pensante, sino que al mismo tiempo entiende
que este yo pensante
es más real que ese mundo físico que captamos con los sentidos. Y
luego continúa, Sofía. De ninguna
manera ha concluido su
investigación filosófica.
–Continúa, tú también.
–Ahora Descartes se pregunta si hay algo más que reconoce
con la
misma seguridad intuitiva que lo de la existencia del yo como
sujeto pensante. Llega a la conclusión de que también
tiene una
idea clara y definida de un «ser perfecto». Es una idea que ha
tenido siempre, y para Descartes es evidente que una idea como ésa
no puede proceder de él, porque: «La idea de un ser perfecto no
puede venir de algo que es imperfecto. De modo que esta idea de
un ser perfecto tiene que proceder de ese mismo ser perfecto, o,
con otras palabras, de Dios». En consecuencia, para Descartes
resulta tan evidente que hay un Dios como que el que piensa es un
ser pensante.
–Ahora me parece que empieza a sacar conclusiones demasiado
rápidamente. Al principio tenía mucho cuidado.
–Si, muchos han señalado esto como el punto más débil de
Descartes. Pero tú dices «conclusiones». En realidad, no se trata de
ninguna prueba. Lo que opina Descartes es simplemente que todos
tenemos una idea de un ser perfecto, y que resulta inherente a esta
idea el que ese ser perfecto exista. Porque un ser perfecto no sería
perfecto si no existiera. Y además,
nosotros no tendríamos
ninguna idea de un ser perfecto si no hubiera tal ser perfecto.
Nosotros somos imperfectos, entonces
no puede venir de nosotros
la idea sobre lo perfecto. La idea de un Dios es, según Descartes,
una idea innata, está impresa
en nosotros desde que nacemos, de
la misma manera que el artista imprime su firma en la obra».
–Pero aunque yo tenga una idea de un «cocofante», eso no quiere
decir que el «cocofante» exista.
–Descartes te habría contestado que tampoco es inherente
al
concepto «cocofante» el que exista. En cambio, es inherente
al
concepto «un ser perfecto» que ese ser exista. Según Descartes esto
es tan seguro como que es inherente a la idea de círculo ¿que todos
los puntos del círculo se encuentren igual de lejos del centro del
mismo. No puedes hablar de un círculo sin que cumpla ese
requisito. De la misma manera tampoco puedes hablar de un ser
perfecto que careciera de la cualidad más importante de todas, es
decir, de la existencia.
–Es ésa una manera bastante especial de pensar.
–Es una manera de pensar marcadamente «racional». Descartes
opinaba, como Sócrates y Platón, que hay una relación
entre el
pensamiento v la existencia. Cuanto más evidente resulte algo al
pensamiento tanto más segura es su existencia.
–Hasta ahora ha llegado a la conclusión de que es una persona que
piensa y de que hay, además, un ser perfecto.
–Y con esto como punto de partida prosigue. En cuanto a todas
esas ideas que tenemos de la realidad exterior, por ejemplo
del sol
y de la luna, podría ser que todo fueran simplemente imaginaciones
o imágenes de sueños. Pero también la realidad exterior tiene
algunas cualidades que podemos reconocer con la razón. Esas
cualidades son las relaciones matemáticas, es decir,
todo aquello
que puede medirse, como la longitud, la anchura
y la profundidad.
Esas cualidades «cuantitativas» son tan claras y evidentes para la
razón como que yo soy un ser pensante.
Por otra parte, las
cualidades «cualitativas» como el color, el olor y el sabor, están
relacionadas con nuestros sentidos y no describen realmente la
realidad exterior.
–¿De modo que la naturaleza no es un sueño, a pesar de todo?
–No lo es, no. Y en este punto Descartes vuelve a recurrir
a
nuestra idea sobre un ser perfecto. Cuando nuestra razón reconoce
algo clara y nítidamente, como es el caso de las relaciones
matemáticas de la realidad exterior, entonces tiene que ser así.
Porque un Dios perfecto no nos engañaría. Descartes
invoca la
«garantía de Dios» para que lo que reconocemos con nuestra razón
también corresponda a algo real.
–De acuerdo. Ahora ha llegado a la conclusión de que es un ser
pensante, que existe un Dios y que además existe una realidad
exterior.
–Pero la realidad exterior es esencialmente distinta a la realidad del
pensamiento. Descartes ya puede constatar que hay dos formas
distintas de realidad, o dos sustancias. Una sustancia
es el
pensamiento o «alma», la otra es la extensión o «materia
». El
alma solamente es consciente, no ocupa lugar en el espacio y por
ello tampoco puede dividirse en partes más pequeñas.
La materia,
sin embargo, sólo tiene extensión, ocupa lugar en el espacio y
siempre puede dividirse en partes cada vez más pequeñas, pero no
es consciente. Según Descartes, las dos sustancias provienen de
Dios, porque sólo Dios existe independientemente
de todo. Pero
aunque tanto el «pensamiento» como la «extensión» provengan de
Dios, las dos sustancias son totalmente independientes la una de la
otra. El pensamiento es totalmente libre en relación con la materia,
y viceversa: los procesos materiales también actúan totalmente
independientes
del pensamiento.
–Y con esto la Creación de Dios se dividió en dos.
–Exactamente. Decimos que Descartes es un dualista, es decir que
realiza una clara bipartición entre la realidad espiritual
y la
realidad extensa. Sólo el ser humano tiene alma. Los animales
pertenecen plenamente a la realidad extensa. Su vida y sus
movimientos se realizan mecánicamente. Descartes consideró
a
los animales como una especie de autómatas complejos. En cuanto
a la realidad extensa tiene, pues, un concepto totalmente
mecanicista de la realidad, exactamente como los materialistas.
–Dudo mucho de que Hermes sea una máquina o un autómata.
Descartes seguramente no llegaría nunca a sentir cariño
por
ningún animal. ¿Y nosotros mismos? ¿También somos autómatas?
–Sí y no. Descartes llegaría a pensar que el hombre es un «ser
dual», que piensa pero que también ocupa espacio; lo que significa
que el hombre tiene un alma y al mismo tiempo un cuerpo extenso.
Aristóteles y San Agustín ya habían dicho algo parecido. Ellos
opinaban que el hombre tiene un cuerpo exactamente como los
animales, pero también un alma como los ángeles. Según
Descartes, el cuerpo humano es una pieza de mecánica. Pero el
hombre también tiene un alma que puede actuar completamente
libre en relación con el cuerpo. Los procesos corporales no tienen
tal libertad, sino que siguen sus propias leyes. Pero lo que
pensamos con la razón no ocurre en el cuerpo, sino en el alma, que
está totalmente libre en relación
con la realidad extensa. A lo
mejor debo añadir que Descartes no excluía la posibilidad de que
también los animales
pudieran pensar. Pero si poseen esa
capacidad entonces la misma bipartición entre «pensamiento» y
«extensión» también tiene que ser válida para ellos.
–De eso ya hemos hablado. Si decido ir corriendo a coger
el
autobús, entonces se pone en marcha el autómata. Y si a pesar de
ello pierdo el autobús, las lágrimas empiezan a brotar.
–Ni siquiera Descartes podía negar que ocurre constantemente
una
alternancia de ese tipo entre el alma y el cuerpo. Opinaba que
mientras el alma se encuentra en el cuerpo, está relacionada con
éste mediante un órgano cerebral especial que él llamaba «glándula
pineal», en la que se está realizando una continua alternancia entre
«espíritu» y «materia». De esta forma el alma se deja confundir
constantemente por sentimientos
y afectos relacionados con las
necesidades del cuerpo. No obstante, el alma puede independizarse
de esos impulsos «bajos» y actuar libremente en relación al cuerpo.
La meta es que la razón se encargue del control. Porque aunque la
tripa me duela un montón, la suma de los ángulos de un triángulo
sigue siendo 180º. De ese modo el pensamiento tiene la capacidad
de elevarse por encima de las necesidades del cuerpo y actuar
«razonablemente». En ese sentido el alma es totalmente superior al
cuerpo. Nuestras piernas podrán hacerse viejas y pesadas, los
dientes se nos podrán caer, pero 2 + 2 seguirán siendo 4 mientras
nosotros sigamos conservando la razón. Pues la razón no se vuelve
vieja y pesada. Es nuestro cuerpo el que envejece. Para Descartes
es la propia razón la que es el «alma». Afectos y sentimientos más
bajos tales como el deseo y el odio están estrechamente
relacionados con las funciones del cuerpo,
y por ello con la
realidad extensa.
–No acabo de comprender del todo la comparación que hace
Descartes del cuerpo con una máquina o un autómata.
–Esta comparación se debe a que la gente de la época de Descartes
estaba fascinada por las máquinas y mecanismos de reloj que
aparentemente eran capaces de funcionar por su cuenta. La palabra
«autómata” significa precisamente algo que se mueve por si mimo.
Evidentemente era una mera ilusión eso de que se movieran por su
cuenta. Un reloj astronómico, por ejemplo, está construido por el
hombre, y es el hombre el que tiene que darle cuerda. Descartes
subraya que esos aparatos artificiales están compuestos de un
modo muy simple, con unas cuantas piezas, si se los compara con
ese montón de huesos, músculos, nervios, arterias y venas de que
están compuestos los cuerpos de los animales y de los humanos.
¿Por qué no iba a hacer
Dios un cuerpo de animal o de hombre
basado en las leyes de la mecánica?
–Hoy en día mucha gente habla de la «inteligencia artificial”.
–Entonces te refieres a los autómatas de nuestros tiempos.
Hemos
creado máquinas que a veces nos hacen pensar erróneamente que
son realmente inteligentes. Esas máquinas habrían aterrorizado a
Descartes. Quizás hubiera empezado a dudar de que la razón del
hombre fue tan libre e independiente
como él pensaba. Porque hay
filósofos que opinan que la vida espiritual del hombre no es más
libre de lo que lo son los procesos fisiológicos. Es evidente que el
alma de un ser humano
es infinitamente más compleja que un
programa de ordenador,
pero algunos opinan que en principio
somos tampoco
libres como lo son esos programas. Pero mira,
Sofía, voy a enseñarte algo.
Alberto señaló un gran escritorio en el otro extremo de la
habitación. Allí había un pequeño ordenador; Se levantó y cruzó la
habitación, seguido por Sofía.
Alberto conectó la máquina y en seguida apareció en la parte
superior de la pantalla una C:. Escribió «Laila»y dijo:
–Éste es un avanzado programa de conversación.
Pronto apareció en la pantalla un texto:
«Hola, me llamo Laila. ¿Estás cómoda?»
Sofía tecleó dos letras:
«Sí», escribió. Alberto le puso una silla para que se sentara.
«¿Cómo te llamas?», preguntó la pantalla.
«Sofía Amundsen», escribió Sofía, y la máquina contestó.
«Camino del Trébol, 3. Me alegro de conocerte, Sofía. Estás
deseando que llegue tu cumpleaños, ¿verdad?»
Sofía se sobresaltó.
–Solo le he dado tu nombre y tus señas además de tu fecha de
nacimiento. Es como cuando te presentan a algún desconocido. De
antemano, se suele contar con algunos datos informativos.
«No está mal», escribió Sofía.
«¿No estarás mal, Sofía? Intenta escribir frases enteras.»
«Gracias, estoy perfectamente. ¿Puedo hacerte una pregunta?
»
«Me alegro de que estés perfectamente. Pregúntame, si quieres.»
«¿Que edad tienes?», escribió Sofía.
«Fui construido en Atlanta el 8 de agosto de 1988, pero fui
traducido al no niego en la Escuela Superior de Tecnología de
Noruega el 28 de marzo de 1990.»
«¡Caray!»
–Te dije que tenías que escribir frases enteras.
«Sólo dije caray.»
«No entiendo argot. Conozco más de 100. 000 palabras. Pero lo
más cercano a caray que conozco es “caridad”. ¿Eres creyente,
Sofía?»
«No lo sé.»
«El no saber suele ser una fase en el camino hacia nuevos
conocimientos».
«Sócrates habría dicho lo mismo. O quizás también Descartes».
«Sócrates fue un filósofo griego que vivió del 470 al 399 a. de C.
Si quieres saber más, pulsa la tecla F7. Descartes fue un filósofo
francés que vivió de 1596 a 1650. Si quieres saber más, pulsa la
tecla F8.»
«Gracias. Es suficiente. ¿Puedo preguntar otra cosa?»
«Me alegro de que fuera suficiente. Pregunta otra cosa.»
Alberto se moría de risa. Sofía escribió:
«¿Quién es Hilde Møllerr Knag?»
«Hilde Møller Knag vive en Lillesand y tiene la misma edad que
Sofía Amundsen.”
«¿Cómo lo sabes?»
«No sé cómo, pero lo encontré aquí en algún sitio del disco duro».
Sofía sintió una mano sobre el hombro.
–Le he dado los pocos datos que tenemos sobre Hilde.
«¿Sabes algo más de Hilde?», escribió Sofía.
«El padre de Hilde es observador de las Naciones Unidas en el
Líbano. Tiene el rango de mayor y envía constantemente postales a
su hija».
«¡Quiero que lo busques!»
«No puedo. No está en mis archivos, y yo no estoy conectado
a
ninguna otra base de datos.»
«;¡¡Dije que lo buscaras!!!»
«¿Estás enfadada, Sofía? Tantas exclamaciones son un claro
indicio de sentimientos agitados.”
«¡Quiero hablar con el padre de Hilde!»
«Tienes problemas para controlar tu voluntad. Si quieres hablar de
tu infancia puedes pulsar la tecla F9.”
Alberto volvió a poner su mano sobre el hombro de Sofía.
–Tiene razón. Esto no es ninguna bola de cristal, hija mía. «Laila»
no es más que un programa de ordenador.
«¡Cállate!», escribió Sofía.
«Como quieras, Sofía. Nuestra amistad sólo ha durado 13 minutos
y 52 segundos. Me acordaré de todo lo que hemos dicho.
Ahora
interrumpo el programa.”
Volvió a aparecer el signo C: en la pantalla.
–Volvamos a sentarnos –dijo Alberto.
Pero Sofía ya había tecleado nuevas letras.
«Knag», había escrito.
A continuación apareció en la pantalla el siguiente mensaje:
«Aquí estoy.”
Ahora fue Alberto quien se sobresaltó.
«¿Quién eres?», escribió Sofía.
«El mayor Albert Knag a su servicio. Estoy conectando directamente
desde el Líbano. ¿Qué desean los señores?»
–¿Pero qué es esto? –suspiró Alberto–. El muy fresco ha logrado
meterse en el disco duro.
Empujó a Sofía para que se quitara de la silla y se sentó delante del
teclado.
«¿Cómo demonios conseguiste meterte en mi ordenador?
»,
escribió.
«Una menudencia, querido colega. Soy muy preciso al elegir
dónde quiero aparecer»
« ¡Asqueroso virus informático!»
«Bueno, bueno. Por el momento actúo como virus de cumpleaños.
¿Me permiten enviar un saludo especial?»
«Gracias, empezamos a tener de sobra».
«Me daré mucha prisa. Todo esto es en tu honor, querida
Hilde.
De nuevo te felicito con todo mi corazón en el día de tu
cumpleaños. Tendrás que perdonar las circunstancias, pero quiero
que mis felicitaciones crezcan por todas partes a tu alrededor.
Recuerdos de papá, que está añorando poder abrazarte».
Antes de que Alberto tuviera tiempo de escribir algo más, volvió a
aparecer el signo C: en la pantalla.
Alberto tecleó «dir knag*.*»y el siguiente mensaje apareció
en la
pantalla.
knag.lib 147.643 15/06/90 12. 47
knag.lil 326.439 23/06/90 22. 34
Alberto escribió: «erase knag*.*» y apagó el ordenador.
–Bueno, ya lo he quitado –dijo–. Pero es imposible saber
dónde
puede volver a aparecer.
Se quedó sentado mirando fijamente la pantalla del ordenador
Añadió:
–Lo peor de todo era el nombre: Albert Knag...
Hasta ahora Sofía no se había fijado en la similitud de los nombres:
Albert Knag y Alberto Knox. Pero Alberto estaba tan excitado que
no se atrevió a decir nada. Volvieron a sentarse junto a la mesa.

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