viernes, 4 de julio de 2008

La época barroca

La época barroca

... del mismo material del que se tejen los sueños...
Pasaron unos días sin que Sofía supiera nada de Alberto, pero
miraba en el jardín varias veces al día para ver si venia Hermes.
Había contado a su madre que el perro encontró el camino de
vuelta por su cuenta y que el dueño la había invitado
a entrar en su
casa, que era un viejo profesor de física y que le había explicado el
sistema solar y la nueva ciencia que surgió en el siglo XVI.
A Jorunn le contó mas cosas: la visita a casa de Alberto la postal en
el portal y las diez coronas que encontró de camino a casa.
El martes 29 de mayo Sofía estaba en la cocina secando los
cacharros mientras su madre se había ido al salón para ver el
telediario. De repente oyó en la televisión que un mayor del
batallón noruego de las Naciones Unidas había sido alcanzado y
matado por una granada.
Sofía dejó caer el trapo de secar sobre el banco de la cocina
v
corrió al salón. Durante unos instantes pudo ver la foto del soldado
de las Naciones Unidas en la pantalla antes de que el telediario
pasara a otros temas.
–¡Oh no! –exclamó.
La madre se volvió hacia su hija.
–Pues sí, la guerra es cruel.
Entonces Sofía se echó a llorar.
–Pero Sofía, hija, no te lo tomes así.
–¿Dijeron su nombre?
–Sí, pero no me acuerdo. Era de Grimstad, creo.
–Eso es lo mismo que Lillesand, ¿verdad?
–¡Qué cosas dices!
–Si eres de Grimstad a lo mejor vas al colegio en Lillesand.
Ya no lloraba. Ahora fue la madre la que reaccionó. Se levantó del
sillón y apagó la televisión.
–¿Qué tonterías estás diciendo, Sofía?
–No es nada...
–¡Sí, algo pasa! Tienes un amigo, y empiezo a pensar que es
muchísimo mayor que tú. Contéstame, ¿conoces a algún hombre
que esté en el Líbano?
–No, no exactamente...
–¿Has conocido al hijo de alguien que está en el Líbano?
Que no, que no he dicho. Ni siquiera he conocido a su hija.
–¿A la hija de quién?
–No es asunto tuyo.
–¿Ah no?
–Quizás debería yo empezar a hacerte preguntas a ti. ¿Por qué no
está papi nunca en casa? ¿Es porque sois demasiado
cobardes para
divorciaros? ¿O es que tienes un amigo secreto? Etcétera, etcétera,
etcétera. Las dos podemos ponemos a preguntar.
–Creo que es necesario que hablemos.
–Puede ser. Pero ahora estoy tan cansada y tan agotada que me voy
a acostar. Además me ha venido la regla.
Y subió corriendo a su habitación, a punto de echarse a llorar.
En cuanto se hubo lavado y metido bajo el edredón, la madre entró
en su habitación.
Sofía se hizo la dormida, aunque sabía que su madre no se lo iba a
creer. Se dio cuenta de que su madre tampoco creía que Sofía
pensara que su madre creía que estaba dormida. Pero también la
madre hizo como si Sofía durmiera. Se quedó sentada en el borde
de la cama acariciándole la nuca.
Sofía pensó en lo complicado que resultaba vivir dos vidas
a la
vez. Casi deseaba que se acabara el curso de filosofía. Quizás
hubiese acabado para su cumpleaños o al menos para el día de San
Juan, que era cuando el padre de Hilde volvería del Líbano...
–Quiero dar una fiesta el día de mi cumpleaños –dijo de repente.
–¡Que bien! ¿A quiénes quieres invitar?
–A mucha gente. ¿Me dejas?
–Claro que sí. Tenemos un jardín muy grande... Ojalá siga el buen
tiempo.
–Lo que más me gustada sería celebrarlo la noche de San Juan.
–Entonces así lo haremos.
–Es un día muy importante –dijo Sofía, no pensando únicamente
en su cumpleaños.
–Ah sí...
–Me parece que me he hecho muy mayor últimamente.
–Eso está bien, ¿no?
–No lo sé.
Todo el tiempo Sofía había mantenido la cara contra la almohada
mientras hablaba. La madre dijo:
–Sofía, ¿por qué no me cuentas por qué estás tan... tan
desequilibrada estos días?
–¿Tu no estabas desequilibrada cuando tenías quince años?
–Seguramente lo estuve. Pero sabes de lo que estoy hablando.
Sofía se volvió hacia su madre.
–El perro se llama Hermes –dijo.
–¿Ah sí?
–Pertenece a un señor que se llama Alberto.
–Bueno.
–Vive en el casco antiguo.
–¿Tan lejos acompañaste al perro?
–Pero eso no importa.
–¿No dijiste que ese mismo perro ya había estado aquí varias
veces?
–¿Dije eso?
Tenía que pensar antes de hablar. Quería contar todo lo que pudiera
a su madre, pero no todo todo.
–No estás casi nunca en casa –empezó a decir.
–Es verdad, estoy demasiado ocupada.
–Alberto y Hermes han estado aquí muchas veces.
–¿Pero, por qué? ¿Han estado dentro de casa también?
–Hazme una pregunta cada vez, por favor. No han entrado dentro
de casa. Pero paran a menudo por el bosque. ¿Te parece eso muy
misterioso?
–No, no tiene nada de misterioso.
–Como tantos otros, paseando pasaron por delante de nuestra casa.
Saludé a Hermes un día que volvía del instituto. Así conocí a
Alberto.
–¿Y qué pasa con el conejo blanco y todo eso?
–Eso es algo que dijo Alberto. Es un filósofo de verdad. Me ha
hablado de todos los filósofos.
–¿Por encima de la valla del jardín?
–Nos hemos sentado, claro. Pero también me ha escrito cartas,
muchas cartas, a decir verdad. Algunas veces las cartas han llegado
con el cartero, otras veces simplemente las ha dejado en el buz6n
cuando iba de paseo.
–¿Conque ésas eran las cartas de amor» de las que hablamos?
–Solo que no eran cartas de amor.
–¿Sólo ha escrito sobre los filósofos?
–Pues fíjate que sí. Y he aprendido más con él que en ocho años de
colegio. ¿Tú has oído hablar, por ejemplo de Giordardo Bruno, que
fue quemado en la hoguera en el año 1600 ¿O de la ley de la
gravitación de Newton?
–No, hay tantas cosas que yo no sé...
–Si te conozco bien, ni siquiera sabes por qué la Tierra se mueve
en órbita alrededor del sol, y eso que se trata de tu propio planeta.
–¿Qué edad tiene aproximadamente?
–Ni idea. Por lo menos cincuenta años.
–¿Pero qué tiene que ver con el Líbano?
Esa pregunta era peor. Sofía pensó diez cosas a la vez. Y luego
escogió la única que le serviría.
–Alberto tiene un hermano que es mayor del batallón de las
Naciones Unidas. Es de Lillesand. Quizás fue él quien vivía en la
Cabaña del Mayor.
–Alberto, ¿no es un nombre un poco extraño aquí en Noruega?
–Puede ser.
–Suena a italiano.
–Lo sé. Casi todo lo que tiene importancia viene de Grecia o de
Italia.
–¿Pero habla noruego?
–Como tú y como yo.
–¿Sabes lo que pienso, Sofía?: deberías invitar a ese Alberto a
casa. Yo nunca he conocido a ningún filósofo de verdad.
–Ya veremos.
–Podríamos invitarle a tu gran fiesta. Es bonito mezclar
generaciones. Y así a lo mejor yo también podría participar, al
menos para servir las cosas. ¿No es mala idea, verdad?
–Si él quiere... Al menos es mucho más interesante hablar
con él
que con los chicos de mi clase. Pero...
–Pensarán que Alberto es tu nuevo novio.
–Entonces les puedes decir que no lo es.
–Ya veremos.
–Sí, ya veremos. Y otra cosa, Sofía: es verdad que papá y yo a
veces hemos tenido problemas pero nunca ha habido ningún
otro
hombre.
–Ahora quiero dormir. Me duele muchísimo la tripa.
–¿Quieres una pastilla?
–Vale.
Cuando volvió la madre con la pastilla y el vaso de agua, Sofía ya
se había dormido.
El 31 de mayo cayó en jueves. Sofía pasó aburrida las últimas
clases del curso. Había mejorado en algunas materias después de
iniciar el curso de filosofía. Solía oscilar entre el sobresaliente
y el
notable en la mayor parte de las asignaturas, pero ese último mes
había tenido un sobresaliente tanto en el control
de sociales como
en una redacción hecha en casa. Las matemáticas
se le daban peor
En la última clase les devolvieron una redacción escrita en el
colegio. Sofía había elegido un tema que trataba de «El hombre y
la tecnología». Había escrito un montón sobre el Renacimiento y la
ciencia, sobre el nuevo concepto de la naturaleza,
sobre Francis
Bacon, que había dicho que «saber es poder
», y sobre el nuevo
método científico. Se había esforzado en precisar que el método
empírico había precedido a los inventos
tecnológicos. Luego había
escrito sobre diversos factores negativos de la tecnología. Pero
todo lo que hacen los hombres se puede utilizar para bien o para
mal, había escrito al final. Lo bueno v lo malo es como un hilo
blanco y un hilo negro que constantemente se entretejen, y a veces
los dos hilos se entrelazan
tanto que resulta imposible
distinguirlos.
Cuando el profesor repartió los cuadernos miró a Sofía guiñándole
un ojo.
Le había puesto un sobresaliente y el siguiente comentario: «¡De
dónde has sacado todo esto?».
Sofía sacó un rotulador v escribió con letras mayúsculas en el
cuaderno: «Estoy estudiando filosofía».
Al cerrar el cuaderno algo cayó de entre las páginas. Era una postal
del Líbano.
Sofía se inclinó sobre el pupitre y leyó la postal.
Querida Hilde. Cuando leas esto ya habremos hablado por
teléfono sobre ese trágico accidente mortal ocurrido aquí. A veces
me pregunto si las guerras y la violencia podrían haberse evitado
si los hombres hubieran pensado un poco más. Quizás el mejor
recurso contra las guerras y violencia fuera un pequeño curso de
filosofia. ¿Qué te parecería
un manual de Filosofía de las
Naciones Unidas, del que se pudiera
regalar un ejemplar a todos
los nuevos ciudadanos del mundo en su lengua materna? Sugeriré
la idea al Secretario General de las Naciones Unidas.
Me contaste por teléfono que ya cuidas mejor de tus cosas. Muy
bien. Pues nunca he conocido a nadie con más facilidad que tu
para perderlas. Me dijiste que lo único que habías perdido desde
que hablamos la última vez era una moneda de diez coronas. Haré
lo posible para que la recuperes. Yo estoy lejos de la patria pero
tengo algún ayudante que otro que me puede echar una mano. (Si
encuentro la moneda de diez coronas la incluiré en tu regalo de
cumpleaños.) Abrazos de papá, que ya tiene la sensación de haber
empezado el largo camino de regreso a casa.
Sofía acabó de leer la postal justo en el momento en que sonó el
timbre anunciando el final de la última clase del día. Por su cabeza
volaron un montón de pensamientos.
En el patio se encontró con Jorunn, como de costumbre. En el
camino a casa Sofía abrió la mochila y le enseñó a su amiga
la
postal.
¿Qué día pone en el matasellos? –preguntó Jorunn.
–Seguro que 15 de junio...
–No, espérate... pone 30. 5.
–Eso fue ayer.. es decir el día siguiente del accidente en el Líbano.
–Dudo que una postal del Líbano llegue a Noruega en un día –
prosiguió Jorunn.
–Al menos teniendo en cuenta las señas que lleva: «Hilde
Møller
Knag C/o Sofía Amundsen, Instituto de Furulia.. “
–¿Crees que ha llegado con el correo, y que el profesor
simplemente la ha metido en tu cuaderno de redacciones?
–Ni idea. No sé si atreverme a preguntárselo.
Y no se dijo nada más de la postal.
–Daré una gran fiesta en mi jardín la noche de San Juan
–dijo Sofía.
–¿Con chicos?
Sofía se encogió de hombros.
–No tenemos por qué invitar a los más tontos.
–¿Pero invitarás a Jorgen, no?
–Si quieres. A lo mejor invito a Alberto Knox también.
–Estás chiflada.
–Lo sé.
Y no les dio tiempo a decir nada más, antes de despedirse
en el
centro comercial.
Lo primero que hizo Sofía al llegar a casa fue ir a buscar a Hermes
al jardín. Y efectivamente allí estaba, husmeando por los manzanos.
–¡Hermes!
El perro se quedó totalmente inmóvil un instante. Sofía sabía
exactamente lo que ocurrió durante ese instante: el perro
oyó que
Sofía lo llamaba, reconoció su voz y decidió comprobar
si ella
estaba allí, en el lugar de donde salía su voz. Y la descubrió y
decidió correr hacia ella. Finalmente las cuatro patas
echaron a
correr como palillos de tambor.
Esto en mucho para un instante.
Vino corriendo hacia ella moviendo enérgicamente el rabo y le
saltó encima.
–Hermes, buen perro. Bueno, bueno... no, no, no me lamas.
¡Siéntate! Así, muy bien.
Sofía sacó la llave para entrar en casa. Sherekan apareció entre la
maleza. No parecía fiarse mucho del desconocido animal.
Sofía
puso comida para el gato, echó semillas en el plato de los pájaros,
hojas de lechuga a la tortuga y escribió una nota pan su madre.
Puso que iba a acompañar a Hermes y que llamaría si no llegaba
antes de las siete.
De nuevo se fue para el centro. Esta vez se acordó de llevarse
dinero. Pensó en coger el autobús con Hermes, pero decidió
que
no debía hacerlo hasta consultárselo a Alberto.
Andando con Hermes delante pensaba en lo que era un animal.
¿Cuál era la diferencia entre un perro y un ser humano? Se
acordaba de lo que había dicho Aristóteles respecto a esto. Él había
señalado que tanto las personas como los animales
son seres vivos
con muchos e importantes rasgos comunes.
Pero también había
una diferencia esencial entre un ser humano y un animal, y esa
diferencia era la razón en el ser humano.
¿Cómo podía estar tan seguro de esta diferencia?
Demócrito, por su parte, pensaba que los hombres y los animales
son bastante parecidos, ya que tanto los seres humanos
como los
animales están compuestos por átomos. Pensaba además que ni los
animales ni los hombres tenían un alma inmortal.
Según él
también el alma está compuesta de pequeños átomos que se van
volando en todas las direcciones cuando muere un ser humano.
Pensaba, pues, que el alma de una persona
estaba intrínsecamente
unida al cerebro.
¿Pero cómo podía el alma estar compuesta de átomos? El alma no
era algo tangible como el resto del cuerpo. Era algo espiritual.
Ya habían pasado la Plaza Mayor y se estaban acercando al casco
antiguo. Cuando llegaron a la acera en la que Sofía encontró
la
moneda de diez coronas miró instintivamente al asfalto.
Y allí,
exactamente en el mismo lugar donde hacia muchos
días se había
agachado a recoger esa moneda, había ahora una postal con la
imagen hacia arriba. La imagen era de un jardín con palmeras y
naranjos.
Sofía se agachó y recogió la postal. Al mismo tiempo Hermes
empezó a gruñir. Era como si no le gustara que Sofía tocara la
postal.
La postal decía:
Querida Hilde. La vida está compuesta por una cadena de casualidades.
No es totalmente improbable que la moneda que perdiste
llegara a parar aquí. Quizás la encontrara una señora mayor en la
plaza de Lillesand esperando el autobús para Kristiansand. Desde
Kristiansand continuó viaje en tren para visitar a sus nietos, y
luego puede que, muchas horas más tarde, perdiera la moneda
aquí en la Plaza Nueva. También es muy posible que la misma
moneda fuera recogida más tarde ese día por una muchacha que
tuviera un a gran necesidad de encontrar diez coronas para poder
coger el autobús hacia su casa. Nunca se sabe, Hilde, pero si
realmente es así había que preguntarse si no existe una especie
de
providencia divina que está detrás de todo esto.
Abrazos de tu papá, que en el pensamiento está sentado sobre el
borde del muelle en Lillesand.
P. D. Ya te dije en la otra postal que te ayudaría a encontrar la
moneda.
En la parte de las señas ponía: «Hilde Møller Knag c/o alguien que
pase por allí...”. La postal llevaba el matasellos del 15. 6
Sofía subió casi corriendo detrás de Hermes por la escalera.
Cuando Alberto abrió la puerta ella dijo:
–Quítate viejo. Aquí llega el cartero.
Pensaba que tenía derecho a estar un poco gruñona en ese
momento.
Alberto la dejó entrar, Hermes se tumbó debajo del perchero
igual
que la última vez.
–¿Ha vuelto a dejar el mayor su tarjeta de visita, hija mía?
Sofía le miró. De repente descubrió que Alberto había cambiado de
disfraz. Lo primero en lo que se fijó fue en una peluca larga y
rizada que llevaba puesta. Luego vio que llevaba un traje ancho e
informe con un montón de encajes. Alrededor del cuello llevaba un
curioso pañuelo, encima del traje una capa roja. Llevaba medias
blancas, zapatos finos de charol con un lacito. En conjunto el
disfraz le recordaba a los cuadros que había visto de la corte de
Luis XIV
–¡Qué cursi! –dijo, y le dio la postal.
–Hmm... ¿es verdad que encontraste una moneda justo en el sitio
donde estaba la postal?
–Sí.
–Se está volviendo cada vez más fresco. Pero quizás sea mejor así.
–¿Por qué?
–Porque entonces será más fácil descubrirle. Pero este último
arreglo ha sido bastante asqueroso. Huele a perfume barato.
–¿A perfume?
–Que aparentemente es algo elegante pero que es todo engaño.
Fíjate en cómo se atreve a comparar su propia vigilancia
sucia con
la providencia divina.
Lo señaló en la postal. Luego la rompió en pedacitos igual que la
última vez. Para no ponerle de peor humor aún, Sofía no le contó
nada sobre la postal que se había encontrado en su cuaderno en el
colegio.
–Vayamos a sentarnos en el salón, querida alumna. ¿Qué hora es?
–Las cuatro.
–Hoy hablaremos del siglo XVII.
Entraron en el salón de techo abuhardillado, con la ventana en el
mismo. Sofía se fijó en que Alberto había cambiado algunos
objetos por otros. Había algunos que no estaban la ultima vez.
En la mesa había una cajita con una pequeña colección de
diferentes lentes. Junto a la cajita había un libro abierto. Era muy
antiguo.
–¿Qué es eso? –preguntó Sofía.
–Es la primen edición del famoso libro de Descartes Discurso del
Método, del año 1637. Es uno de mis tesoros más preciados.
–¿Y la cajita... ?
–... es una excelente colección de lentes, o cristales ópticos.
Fueron pulidos por el filósofo holandés Spinoza hacia mediados
del siglo XVII. Me ha costado una fortuna, pero es uno de mis más
valiosos tesoros.
–Seguramente comprendería el valor del libro y de la cajita si
supiera quiénes fueron esos Spinoza y Descanes.
–Desde luego. Intentemos primero entrar un poco en la época en la
que vivieron. Sentémonos.
Se sentaron igual que la última vez; Sofía en un gran sillón
y
Alberto Knox en el sofá. Entre ellos se encontraba la mesa con el
libro y la cajita. Al sentarse, Alberto se quitó la peluca
y la puso
sobre el escritorio.
–Vamos a hablar del siglo XVII, o de lo que solemos llamar época
barroca
–¿La época barroca? Qué nombre más raro, ¿no?
–La palabra «barroco» viene de otra que en realidad significa perla
irregular.. Típicas del arte de la época barroca son las formas llenas
de contrastes, a diferencia del arte renacentista, que era más
sencillo y más armonioso. El siglo XVII se caracterizaba, en
general, por una tensión entre contrastes irreconciliables. Por un
lado, continuó el ambiente positivo y vitalista del Renacimiento, y
por otro había muchos que buscaban
el extremo opuesto, con una
vida de negación del mundo y de retiro religioso. Tanto en el arte
como en la vida real nos encontramos con una vitalidad pomposa y
ostentosa, al mismo tiempo que surgieron movimientos monásticos
que daban la espalda al mundo.
–Así que castillos majestuosos y conventos escondidos.
–Pues sí, algo así. Una de las consignas de la época barroca era la
expresión latina “carpe diem”, que significa “goza de este día».
Otra expresión latina que se citaba frecuentemente
en la misma
época era el lema “memento mori», que significa «recuerda que
vas a morir”. En cuanto a la pintura, un mismo cuadro podía
mostrar una vitalidad bastante grandilocuente,
a la vez que abajo,
en una esquina, aparecía un esqueleto pintado. En muchos
contextos la época barroca estaba caracterizada por la vanidad y la
cursilería. Pero muchos también
se interesaron por el revés de la
medalla, ocupándose de lo “efímero» de todas las cosas. Es decir,
que todo lo hermoso que nos rodea va a morir y desintegrarse.
–Pero es verdad. Yo me pongo triste cuando pienso en que nada
dura.
–Entonces piensas exactamente igual que mucha gente en el siglo
XVII. También políticamente el Barroco fue la época de los
grandes contrastes. En. primer lugar, Europa estaba traumatizada
por las guerras. La peor de todas fue la Guerra de los Treinta Años,
que arrasó el continente desde 1618 a 1648. Se trataba en realidad
de toda una serie de guerras, especialmente
perjudiciales para
Alemania. Como consecuencia, en parte, de esta «guerra de los
treinta años» Francia empezó a ser la potencia
dominante en
Europa.
–¿Por qué lucharon?
–En gran medida fue una lucha entre protestantes y católicos.
Pero
también se trataba de poder político.
–Más o menos como en el Líbano.
–Por lo demás, el siglo XVII estaba caracterizado por grandes
diferencias de clase. Seguramente habrás oído hablar de la nobleza
francesa y de la corte de Versalles, pero no sé si habrás oído algo
sobre la pobreza de la gente. Cualquier «despliegue
de esplendor»
supone un «despliegue de poder». Se ha dicho que la situación
política de la época barroca puede compararse con el arte y la
arquitectura de la época. Los edificios
del barroco se
caracterizaban por un sinfín de recovecos y recodos complicados,
de la misma manera que la situación política
se caracterizaba por
alevosías e intrigas.
–¿No hubo un rey sueco que fue asesinado en un teatro?
–Estarás pensando en Gustavo III, que es un buen ejemplo
de lo
que estoy diciendo. Gustavo III no fue asesinado hasta 1792, pero
bajo circunstancias bastante «barrocas». Fue asesinado
durante un
gran baile de máscaras.
–Creía que había sido en un teatro.
–El gran baile de máscaras tuvo lugar en la ópera. La época
barroca de Suecia duró hasta el asesinato de Gustavo III.
El reinado de este rey se denomina «despotismo ilustrado», más
o menos como bajo Luis XIV casi cien años antes, Gustavo III era
un hombre muy vanidoso, amante de ceremonias afrancesadas y
frases corteses. Cabe decir que también amaba el teatro...
–Lo que le causó la muerte.
–Pero el teatro fue en la época barroca algo más que una simple
expresión artística. También fue el símbolo más importante
de la
época.
–¿Símbolo de qué?
–De la vida, Sofía. No sé cuántas veces durante el siglo XVII se
dijo aquello de que “la vida es un teatro», pero te aseguro
que
fueron muchas. Precisamente en la época barroca nació el teatro
moderno, con decorados y maquinaria escénica.
Se representaba
en escena una ilusión, para revelar después
que esa actuación en el
escenario sólo había sido una ilusión.
De esa manera, el teatro se
convirtió en una imagen de la vida humana en general, que podía
hacer una representación despiadada de la mezquindad humana.
–¿Shakespeare vivió en la época barroca?
–Escribió sus grandes obras alrededor de 1600, de modo que tenía
un pie en el Renacimiento y otro en la época barroca.
Pero ya en
Shakespeare encontramos montones de frases
sobre la vida como
un teatro. ¿Quieres algunos ejemplos?
–Con mucho gusto.
–En la piezaComo gustéis dice:
Todo el mundo es una escena
sobre la cual los hombres y mujeres son pequeños actores
que vienen y van. Un hombre
ha de hacer muchos papeles en la vida.
Y en Macbeth dice:
Sombra ambulante es esta vida, mísero actor que en el escenario
se afana y pavonea un momento y al cabo para siempre, calla su
voz. Relato de un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa
[6]
.
–Muy pesimista, ¿no?
Se interesaba por la brevedad de la vida. Puede que hayas oído la
cita más famosa de todas las de Shakespeare.
–«Ser o no ser; ésa es la cuestión. “
–Sí, eso lo dijo Hamlet. Un día andamos por el mundo, al día
siguiente habremos desaparecido.
–Pues sí, empiezo a darme cuenta de eso.
–Cuando los poetas y escritores de la época barroca no comparaban
la vida con un teatro, la comparaban entonces con un sueño.
Shakespeare, por ejemplo. dijo: «Somos del mismo material del
que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada de
sueño... “
–Qué poético.
–El escritor español Calderón, ; que nació en 1600, escribió
una
obra de teatro que se llamaba La vida a sueño. En esa obra dice:
«¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿qué es la vida? Una ilusión, una
sombra, una ficción; el mayor bien es pequeño; que toda la vida es
sueño, y los sueños, sueños son”.
–Tal vez tuviera razón. Hemos leído una obra en el instituto.
Se
llamaba Jeppe en La Montaña
–Sí, de Ludvig Holberg
[7]
. Aquí en el norte de Europa fue una
gran figura de la transición entre la época barroca y la Ilustración.
–Jeppe se durmió en una cuneta y luego se despertó en la cama del
barón. Entonces pensó que simplemente había soñado
que era un
pobre campesino. Luego, cuando vuelve a dormirse le llevan de
nuevo a la cuneta donde se vuelve a despertar.
Entonces cree que
ha soñado que ha dormido en la cama del barón.
–Holberg tomó prestado este motivo de Calderón, y Calderón lo
había tomado prestado de los viejos cuentos árabes de “Las mil y
una noches”. No obstante, comparar la vida con un sueño
constituye un motivo que encontramos aun mas atrás en la
Historia, sobre todo en la India y en China. El viejo sabio chino
Zhuangzi por ejemplo dijo: «Una vez soñé que era una mariposa, y
ahora ya no se si soy Zhuangzi que soñó que era una mariposa, o si
soy una mariposa que sueña que soy Zhuangzi”.
–Al menos no se podía comprobar cuál era la verdad.
–En Noruega tuvimos un genuino poeta barroco que se llamaba
Petter Dass. Vivió de 1647 a 1707. Por un lado quería describir
la
vida de aquí y ahora, y por otro lado subrayó que sólo Dios es
eterno y constante:
Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertas
Dios es Dios aunque todas las gentes estén muertas...
–Pero en el mismo salmo también describió la naturaleza del norte
de Noruega y hasta las especies de peces que allí se encuentran.
Éstos son rasgos típicamente barrocos. Dentro del mismo texto se
describe lo terrenal, lo de aquí, a la vez que lo celestial, lo del más
allá. Todo esto recuerda en cierto modo a la distinción que hacia
Platón entre el mundo concreto de los sentidos y el mundo
inalterable de las Ideas.
–¿Y cómo era la filosofía?
–También la filosofía se caracterizaba por fuertes tensiones
entre
maneras de pensar completamente opuestas. Como ya hemos visto,
algunos pensaban que la existencia era, en el fondo, de naturaleza
espiritual. Ese punto de vista se llama idealismo.
En punto de vista contrario se llama materialismo, por el que se
entiende una filosofía que reduce todos los fenómenos de la
naturaleza a magnitudes físicas concretas. También el materialismo
tenía muchos defensores en el siglo XVII. El más importante
de
todos ellos quizás fuera el filósofo inglés Thomas Hobbes. Todos
los fenómenos, también hombres y animales, están
compuestos
exclusivamente de partículas de materia, dijo Hobbes. Incluso la
conciencia del ser humano, o su alma, se debe a los movimientos
de partículas minúsculas en el cerebro.
–Entonces pensaba lo mismo que Demócrito mil años antes.
–Tanto el «idealismo» como el «materialismo» se repiten
continuamente a través de la historia de la filosofía. Pero en pocas
otras épocas las dos tendencias han estado tan presentes
al mismo
tiempo como en la barroca. El materialismo se nutría
constantemente de las nuevas ciencias naturales Newton señaló que
las mismas leyes de los movimientos rigen en todo a universo.
Pensaba que todos los cambios que se dan en la naturaleza,
es
decir en la Tierra y en el espacio, se deben a la ley de gravedad y a
las leyes sobre los movimientos de los cuerpos. Significa que todo
está dirigido por las mismas leyes inquebrantables
o «mecánica».
Por tanto, es en principio posible calcular
cualquier cambio en la
naturaleza con una exactitud matemática.
De esa forma, Newton
colocó las últimas piezas en lo que llamamos «visión mecánica del
mundo».
–¿Se imaginó el mundo como una gran máquina?
–Exactamente. La palabra «mecánico» proviene de la palabra
griega mechone, que significa máquina. Pero conviene tomar nota
de que ni Hobbes ni Newton observaron ninguna contradicción
entre la visión mecánica del mundo y la fe en Dios. No fue siempre
así entre los materialistas de los siglos XVIII y XIX. El médico y
filósofo francés Lamettrie escribió a mediados
del siglo XVIII un
libro que se llamó L`Homme machine, que significa «El hombre
máquina». De la misma manera que las piernas tienen músculos
para andar, dijo, el cerebro tiene «músculos» para pensar. Más
adelante, el matemático francés Laplace expresó un concepto
extremadamente mecánico con el siguiente pensamiento: si una
inteligencia hubiera conocido la situación de todas las partículas de
materia en un momento dado, «no habría nada inseguro, y tanto el
futuro como el pasado
estarían abiertos ante ella». Esta frase
expresa la idea de que todo lo que ocurre está decidido de
antemano. Lo que va a suceder «está en las cartas». Este concepto
lo llamamos determinismo.
–Entonces el ser humano no puede tener libre albedrío.
–No, todo es producto de procesos mecánicos, también lo son
nuestros pensamientos y nuestros sueños. En el siglo XIX, varios
materialistas alemanes dijeron que los procesos del pensamiento se
relacionan con el cerebro como la orina con los riñones y la bilis
con el hígado.
–Pero tanto la orina como la bilis son algo material. El
pensamiento no lo es.
–Estás tocando un punto muy importante. Puedo contarte
una
historia que expresa lo mismo. Érase una vez un astronauta y un
neurólogo rusos que discutían sobre religión. El neurólogo era
cristiano, y el astronauta no. «He estado en el espacio
muchas
veces», se jactó el astronauta, «pero no he visto ni a Dios ni a los
ángeles». «Y yo he operado muchos cerebros inteligentes»,
contestó el neurólogo, «pero nunca he visto un solo pensamiento».
–Eso no significa que no existan los pensamientos.
–Pero subraya que los pensamientos no son cosas que puedan
operarse o dividirse en partes cada vez más pequeñas. No resulta,
por ejemplo, muy fácil extirpar, mediante una operación,
una idea
errónea; por algo se ha metido tan adentro. Un importante filósofo
del siglo XVII, llamado Leihuiz, señaló que la gran diferencia entre
lo que está hecho de «materia» y lo que está hecho de «espíritu»,
precisamente es que lo material puede dividirse en trozos cada vez
más pequeños. Pero no se puede dividir un alma en dos.
–¿Pues qué cuchillo serviría para eso?
Alberto se limitó a mover la cabeza. Señaló la mesa y dijo:
–Los dos filósofos más importantes del siglo XVII fueron
Descartes y Spinoza. También ellos lucharon con cuestiones como
la relación entre “alma» y «cuerpo». Vamos a estudiarlos un poco
más detenidamente.
–Por mí puedes empezar, pero si no hemos acabado a las siete
tendré que llamar por teléfono.

Mapa de Grecia

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