viernes, 4 de julio de 2008

Kant

Kant

... el cielo estrellado encima de mí y la ley moral dentro de
mí...
Alrededor de medianoche Albert Knag llamó por teléfono
a casa
para felicitar a Hilde en su decimoquinto cumpleaños.
La madre cogió el teléfono,
–Es para ti, Hilde.
–Soy papá.
–Estás loco. Son casi las doce.
–Sólo quería felicitarte.
–Me has estado felicitando todo el día.
–... pero quería esperar para llamar a que hubiese acabado
el día.
–¿Por qué?
–¿No has recibido el regalo?
–Ah, sí. ¡Muchísimas gracias!
–No me tortures. ¿Qué te ha parecido?
–Impresionante. Casi no he comido en todo el día.
–Tienes que comer.
–Sí, pero es tan emocionante,..
–¿Hasta dónde has llegado? Me lo tienes que decir, Hilde.
–Entraron en la Cabaña del Mayor porque tú empezaste a
incordiarles con aquel monstruo marino.
–La Ilustración.
–Y Olympe de Gouges.
–Entonces no me he equivocado mucho después de todo.
–¿Cómo «equivocado»?
Creo que sólo queda ya una felicitación. Pero ésa, en cambio tiene
música.
Leeré un poco en la cama antes de dormirme. –¿Entiendes algo?
–He aprendido más hoy que... que en toda mi vida. Es increíble que
ni siquiera hayan pasado veinticuatro horas desde
que Sofía volvió
del colegio y encontró el primer sobre.
–Pues sí. es curioso lo poco que hace falta.
–Pero ella me da un poco de pena.
–¿Quién? ¿Mamá?
–No, Sofía claro.
–Ah...
–Está completamente desconcertada, la pobrecita.
–Pero ella sólo es... quiero decir...
–Quieres decir que simplemente es alguien inventado por tú.
–Algo así, sí.
–Yo creo que Sofía y Alberto existen.
–Hablaremos más cuando llegue a casa.
–Vale.
–Que tengas un buen día.
–¿Qué has dicho?
–Quiero decir, buenas noches.
–Buenas noches.
Cuando Hilde se acostó media hora más tarde, aún había tanta luz
fuera que podía ver el jardín y la bahía. En esta época del año,
apenas se hacía de noche.
Se imaginó que estaba dentro de un cuadro colgado en una pared
de una pequeña cabaña del bosque. ¿Era posible asomarse desde
ese cuadro y mirar lo que había fuera?
Antes de dormirse siguió leyendo en la carpeta grande de anillas.
Sofía volvió a dejar la carta del padre de Hilde sobre la repisa de
la chimenea.
–Lo de las Naciones Unidas puede ser muy importante –dijo
Alberto–, pero no me gusta que se meta en mis explicaciones.
–No te lo tomes muy a pecho.
–A partir de ahora ignoraré pequeños fenómenos como
monstruos marinos y cosas así. Vamos a sentarnos aquí delante
de la ventana. Te hablaré de Kant.
Sofía descubrió un par de gafas sobre una pequeña mesa entre
dos sillones. También se dio cuenta de que las dos lentes eran
rojas. ¿Eran una especie de gafas de sol?
–Son casi las dos-dijo–. Tengo que estar en casa antes de las
cinco. Mamá seguramente tiene planes para el cumpleaños.
–Entonces tenemos tres horas.
–Empieza.
–Immanuel Kant nació en 1724 en la ciudad de Königsberg,
al
este de Prusia. Era hijo de un guarnicionero. Vivió casi toda su
vida en su ciudad natal, donde murió a los 80 años. Venía de un
hogar severamente cristiano. Muy importante para toda su
filosofía fue también su propia religiosidad.
Para él, como para
Berkeley, era importante salvar la base de la fe cristiana.
–De Berkeley ya he oído bastante, gracias.
–De todos los filósofos de los que hemos hablado hasta ahora,
Kant fue el primero que trabajó en una universidad
en calidad de
profesor de filosofía. Es lo que se suele llamar un «filósofo
profesional».
–¿Filósofo profesional?
–La palabra «filósofo» se emplea hoy en día con dos significados
algo distintos. Por «filósofo» se entiende ante todo una persona
que intenta buscar sus propias respuestas a las preguntas
filosóficas. Pero un «filósofo» también puede
ser un experto en
filosofía, sin que él o ella haya elaborado
necesariamente una
filosofía propia.
¿Y Kant fue un filósofo profesional?
Era ambas cosas. Si solamente hubiera sido un buen profesor, es
decir, un experto en los pensamientos de otros filósofos
no
habría llegado a ocupar un lugar en la historia de la filosofía.
Pero también es importante tener en cuenta que Kant tenía
profundos conocimientos de la tradición filosófica anterior a él.
Conocía a racionalistas como Descartes y Spinoza, y a empiristas
como Locke, Berkeley y Hume.
–Te dije que no me volvieras a mencionar a Berkeley.
–Recordemos que los racionalistas pensaban que la base de todo
conocimiento humano está en la conciencia del hombre. Y
recordemos también que según los empiristas
todo el
conocimiento del mundo viene de las percepciones.
Además
Hume señaló que existen unos límites muy claros para las
conclusiones que podemos sacar de nuestras
sensaciones.
–¿Con quién de ellos estaba de acuerdo Kant?
Opinaba que ambos tenían algo de razón, pero también opinaba
que los dos se equivocaban en algo. Lo que les ocupaba a todos
era: ¿qué podemos saber del mundo? Esta pregunta filosófica era
común en todos los filósofos
posteriores a Descartes. Se
mencionaron dos posibilidades:
¿el mundo es exactamente como
lo percibimos? ¿O es como se presenta a nuestra razón?
–¿Y qué opinaba Kant?
–Kant opinaba que tanto la percepción como la razón juegan un
importante papel cuando percibimos el mundo. Pero pensaba que
los racionalistas exageraban en lo que puede aportar la razón, y
pensaba que los empiristas habían hecho demasiado hincapié en
la percepción.
–Si no me pones pronto un buen ejemplo, todo queda en simple
palabrería.
–En principio Kant está de acuerdo con Hume y empiristas en que
todos nuestros conocimientos sobre el mundo provienen de las
percepciones. Pero, y en este punto
les da la mano a los
racionalistas, también hay en nuestra
razón importantes
condiciones de cómo captamos el mundo a nuestro alrededor.
Hay ciertas condiciones en la mente del ser humano que
contribuyen a determinar nuestro
concepto del mundo.
–¿Eso ha sido un ejemplo?
–Hagamos mejor un pequeño ejercicio. Coge esas gafas que
están en la mesa. Muy bien. ¡Y ahora póntelas!
Sofía se puso las gafas. Todo se coloreó de rojo a su alrededor.
Los colores claros se volvieron color rosa, y los colores oscuros
se volvieron rojo oscuro.
–¿Qué ves?
–Veo exactamente lo mismo que antes, sólo que todo
está rojo.
–Eso es porque las lentes ponen un claro límite a cómo puedes
percibir la realidad. Todo lo que ves proviene del mundo de fuera
de ti, pero el cómo lo ves también está relacionado con las lentes,
ya que no puedes decir que el mundo sea rojo aunque tú lo
percibas así.
–Claro que no...
–Si ahora te dieras un paseo por el bosque, o si te fueras a casa,
verías todo de la misma manera que lo has visto siempre. Sólo
que todo lo que verías estaría rojo.
–Mientras no me quite las gafas.
–Así, Sofía, exactamente así, opinaba Kant que hay determinadas
disposiciones en nuestra razón, y que estas disposiciones
marcan todas nuestras percepciones.
–¿De qué clase de disposiciones se trata?
Todo lo que vemos lo percibiremos ante todo como
un
fenómeno en el tiempo y en el espacio. Kant llamaba
al Tiempo y
al Espacio «las dos formas» de sensibilidad» del hombre. y
subraya que estas dos formas de nuestra conciencia son
anteriores a cualquier experiencia. Esto significa que antes de
experimentar algo, sabemos que sea lo que sea, lo captaremos
como un fenómeno en el tiempo y en el espacio. Porque no
somos capaces de quitarnos las «lentes» de la razón.
¿Quería decir con eso que intuir las cosas en el tiempo y en el
espacio es una cualidad innata?
–De alguna manera sí. Lo que vemos depende además
de si nos
criamos en Groenlandia o en la India. Pero en todas partes
experimentamos el mundo como procesos en el tiempo y en el
espacio. Es algo que podemos decir de antemano.
–¿Pero no son el tiempo y el espacio algo que está fuera de
nosotros?
–No, la idea de Kant es que el tiempo y el espacio pertenecen a la
constitución humana. El tiempo y el espacio
son ante todo
cualidades de nuestra razón y no cualidades
del mundo.
–Ésta es una nueva manera de verlo.
–Quiere decir que la conciencia del ser humano no es una
«pizarra» pasiva que sólo recibe las sensaciones desde fuera. Es
un ente que moldea activamente. La propia conciencia contribuye
a formar nuestro concepto del mundo.
Tal vez puedas
compararlo con lo que ocurre cuando echas agua en una jarra de
cristal. El agua se adapta a la forma de la jarra. De la misma
manera se adaptan las sensaciones
a nuestras «formas de
sensibilidad».
–Creo que entiendo lo que dices.
–Kant decía que no sólo es la conciencia la que se adapta a las
cosas. Las cosas también se adaptan a la conciencia. Kant lo
llamaba el «giro copernicano» en la cuestión sobre el
conocimiento humano. Con eso quería decir que la idea era tan
nueva y tan radical mente diferente a las ideas antiguas como
cuando Copérnico había señalado que es la Tierra la que gira
alrededor del sol, y no al revés.
–Ahora entiendo lo que quería decir cuando decía que tanto los
racionalistas como los empiristas tenían algo de razón. En cierta
manera los racionalistas se habían olvidado
de la importancia de
la experiencia,, y los empiristas habían cerrado los ojos a cómo
nuestra propia razón marca
nuestra percepción del mundo.
–Y la propia ley de causa-efecto, que en opinión de Hume no
podía ser percibida por el ser humano, forma parte, según Kant,
de la razón humana.
–¡Explica!
–Te acordarás de que Hume había afirmado que sólo es nuestro
hábito el que hace que percibamos una conexión
necesaria de
causas detrás de todos los procesos de la naturaleza. Según
Hume no podíamos percibir que la bola negra de biliar era la
causa de que la bola blanca se pusiera en movimiento, Por lo
tanto tampoco podemos afirmar que la bola negra siempre
pondrá a la bola blanca en marcha.
–Me acuerdo.
–Pero justamente eso, que según Hume no se puede probar, Kant
lo incluye como una cualidad de la razón humana.
La ley causal
rige siempre y de manera absoluta simplemente
porque la razón
del hombre capta todo lo que sucede como una relación causaefecto,
–Yo prefiero creer que la ley causal está en la misma naturaleza y
no en los seres humanos.
–La idea de Kant es que al menos está en nosotros.
Está de acuerdo con Hume en que no podemos saber nada
seguro sobre cómo es el mundo «en sí». Sólo podemos saber
cómo es «para mí», es decir para todos los seres humanos.
Esta
separación que hace Kant entre «das Ding an sich» y «das Ding
für mich» («la cosa en si» y «la cosa para mí», constituye su
aportación más importante a la filosofía.
–No soy muy buena en alemán.
–Kant hizo una clara separación entre la «cosa en sí» y la «cosa
para mi». Nunca podremos saber del todo cómo son las cosas
«en sí». Sólo podemos saber cómo las cosas aparecen ante
nosotros. En cambio antes de cada experiencia
podemos decir
algo sobre cómo las cosas son percibidas por la razón de los
hombres.
–¿Podemos?
–Antes de salir por la mañana no puedes saber nada de lo que
vas a ver o percibir durante el día. Pero puedes saber que aquello
que veas y experimentes lo percibirás como un suceso en el
tiempo y en el espacio. Además puedes
estar segura de que la
ley causal rige simplemente porque
la llevas encima, como una
parte de tu conciencia.
–¿Pero podríamos haber sido creados distintos?
–Si, podríamos haber tenido otros sentidos, y otro sentido del
tiempo y otra percepción del espacio. Además podríamos haber
sido creados de manera que no hubiéramos
buscado las causas
de los sucesos de nuestro entorno.
–¿Tienes algún ejemplo?
–Imagínate un gato tumbado en el suelo. Imagínate que una
pelota entra en la habitación. ¿Qué haría el gato en ese caso?
–Lo he visto muchas veces. El gato correría detrás de la pelota.
–De acuerdo. imagínate luego que eres tú la que estás
sentada
en una habitación y que de pronto entra una pelota
rodando. ¿Tú
también te irías corriendo detrás de 1a pelota?
–Antes de hacer algo giraría la cabeza para ver de dónde viene la
pelota.
–Sí, porque eres una persona, y buscarás indefectiblemente la
causa de cualquier suceso. La ley causal forma parte, pues, de tu
propia constitución.
–¿Eso es verdad?
–Hume había señalado que no podemos percibir ni probar las
leyes de la naturaleza. Esto le inquietaba a Kant, pero pensaba
que sería capaz de señalar la absoluta validez
de las leyes de la
naturaleza mostrando que en realidad
estamos hablando de las
leyes para el conocimiento humano.
–¿Un niño pequeño daría la vuelta para averiguar quién ha tirado
la pelota?
–Tal vez no. Pero Kant señala que la razón en un niño no se
desarrolla totalmente hasta que no tiene material
de los
sentidos con el que trabajar. En realidad no tiene ningún sentido
hablar de una razón vacía.
–No, sería una extraña razón.
–Entonces podemos hacer una especie de resumen. Según Kant
hay dos cosas que contribuyen a cómo las personas
perciben el
mundo. Una son las condiciones exteriores, de las cuales no
podemos saber nada hasta que las percibimos.
A esto lo
podemos llamar el material del conocimiento.
La segunda son
las condiciones internas del mismo ser humano, por ejemplo, el
que todo lo percibimos como sucesos
en el tiempo y en el
espacio y además como procesos que siguen una ley causal
inquebrantable. Esto lo podríamos llamar la forma del
conocimiento.
Alberto y Sofía se quedaron sentados mirando un instante por la
ventana. De pronto Sofía vio a una niña que apareció entre los
árboles al otro lado del lago.
–¡Mira! –dijo Sofía–. ¿Quién es?
No lo sé.
Apareció solamente durante unos instantes, luego desapareció.
Sofía se dio cuenta de que llevaba algo rojo en la cabeza.
–De todas formas no debemos dejarnos distraer por cosas así.
–Continúa entonces.
–Kant también señaló que está claramente delimitado
lo que el
hombre puede conocer mediante la razón. podríamos decir
quizás que las «lentes» de la razón ponen algunos de esos
límites.
–¿Cómo?
–¿Recuerdas que los filósofos anteriores a Kant discutieron
las
«grandes» cuestiones filosóficas, por ejemplo si el hombre tiene
un alma inmortal, si hay un dios, si la naturaleza está formada
por partículas pequeñas indivisibles
o si el universo es finito o
infinito?
–Sí.
–Kant pensaba que el ser humano no puede obtener
conocimientos seguros sobre tales cuestiones, lo cual no
significa que rechace ese tipo de planteamientos. Al contrario.
Si
hubiera rechazado esas cuestiones sin más, no podríamos
considerarlo un auténtico filósofo.
–¿Entonces qué hizo?
–Tienes que tener un poco de paciencia. Cuando se refiere a las
grandes cuestiones filosóficas, Kant opina que la razón opera
fuera de los límites del conocimiento humano.
Al mismo tiempo
es inherente a la naturaleza del hombre, o a su razón, una
necesidad fundamental de plantear
precisamente cuestiones de
este tipo. Pero cuando preguntamos, por ejemplo, si el universo
es finito o infinito, planteamos una pregunta sobre una unidad
de la que nosotros mismos formamos una pequeña parte. Por lo
tanto jamás podremos conocer plenamente esa unidad.
–¿Por qué no?
–Cuando te pusiste las gafas rojas demostramos que según Kant
hay dos elementos que contribuyen a conocimiento del mundo.
–La percepción y la razón.
Sí, el material de nuestros sentidos nos viene a través de los
sentidos, pero el material también se adapta a las cualidades
de
la razón. Forma parte, por ejemplo, de las cualidades
de la razón
el preguntar por la causa de un suceso.
–Como por ejemplo el por qué una pelota rueda por el suelo.
–Si quieres. Pero cuando nos preguntamos de dónde procede el
mundo y discutimos las posibles respuestas, entonces
la razón
está en cierta manera vacía, porque no tiene ningún material de
los sentidos que «tratar», no tiene ninguna experiencia en la que
apoyarse. Porque no hemos percibido jamás toda aquella
inmensa realidad de la que constituimos una pequeña parte.
De alguna manera somos una pequeña parte de la pelota que
rueda por el suelo. Y entonces no podemos saber
de dónde viene.
–Pero una cualidad de la razón humana siempre será el
preguntar de dónde viene la pelota. Por eso preguntamos
constantemente, esforzándonos al máximo por encontrar
respuestas a las cuestiones últimas. Pero nunca obtenemos
respuestas seguras porque la razón no tiene material para
contestar.
–Desde luego. Es una sensación que conozco muy bien.
En cuanto a esas cuestiones fundamentales referentes
a toda la
realidad, Kant mostró que ocurrirá siempre que dos puntos de
vista sean igualmente probables o improbables
partiendo de lo
que nos pueda decir la razón humana.
Ejemplos, por favor.
Tan sensato resulta decir que el mundo tiene que tener un
principio como decir que no tiene tal principio, porque ambas
posibilidades son igualmente imposibles de imaginar por la
razón. Podemos afirmar que el mundo ha existido siempre, ¿pero
puede algo haber existido desde siempre sin que nunca haya
tenido un principio? Ahora estamos
obligados a asumir el punto
de vista contrario. Decimos que el mundo tiene que haber
surgido alguna vez y entonces tiene que haber surgido de la
nada, si no, simplemente
habríamos hablado de un cambio de un
estado a otro. ¿Pero puede algo surgir de la nada, Sofía?
–No, las dos posibilidades resultan igualmente inconcebibles.
Al
mismo tiempo una tiene que ser correcta y la otra equivocada.
–Recordarás que Demócrito y los materialistas señalaron
que la
naturaleza tenía que estar compuesta por unas partes muy
pequeñas de las cuales todas las cosas están compuestas. Otros,
por ejemplo Descartes, pensaban que la realidad extensa
siempre debe poder dividirse en partes cada vez más pequeñas.
¿Pero quién de ellos tenía razón?
–Los dos... ¿o ninguno?
–Por otra parte muchos filósofos han señalado la libertad
de la
persona como una de sus cualidades más importantes.
Al mismo
tiempo nos hemos encontrado con filósofos,
entre los que están
Spinoza y los estoicos, que opinan que todo sucede de acuerdo
con las leyes necesarias
de la naturaleza. También en lo
referente a este punto, Kant pensaba que la razón del ser
humano no es capaz de emitir ningún juicio seguro.
–Tan razonable como irrazonable sería afirmar cualquiera
de las
dos cosas.
–Y finalmente, también fracasaremos si mediante la razón
intentamos probar la existencia de Dios. Sobre este tema, los
racionalistas, por ejemplo Descartes, habían intentado
demostrar que tiene que haber un dios simplemente porque
tenemos una idea de un «ser perfecto». Otros, por ejemplo
Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, dedujeron que tiene que
haber un dios porque todas las cosas tienen que tener una causa
inicial.
–¿Y qué opina Kant?
–Rechaza las dos pruebas de la existencia de Dios. Ni la razón ni
la experiencia poseen ningún fundamento seguro para poder
afirmar que existe un dios. Para la razón es tan probable como
improbable que haya un dios.
–Pero empezaste diciendo que Kant quiso salvar los
fundamentos de la fe cristiana.
–Sí, efectivamente abre la posibilidad de una dimensión
religiosa. Donde fracasan la experiencia y la razón
surge un
vacío que puede llenarse dele religiosa.
–¿Y de esa manera salvó el cristianismo?
–Puedes expresarlo así, si quieres. Hay que tener en cuenta que
Kant era protestante. Desde la Reforma un rasgo característico
del cristianismo protestante es que se ha basado en la fe. Desde
la Edad Media la Iglesia católica ha tenido más confianza en que
la razón pueda servir de apoyo a la fe.
–Entiendo.
Pero Kant no se contentó con afirmar que estas cuestiones
últimas tienen que dejarse en manos de la fe del hombre,
sino
que también era prácticamente necesario para la moral de los
hombres suponer que tienen un alma inmortal, que hay un dios,
y que el hombre tiene libre albedrío.
Entonces hace casi como Descartes. Primero estuvo
muy crítico,
según estamos viendo. Luego se mete por la puerta de atrás a
Dios y a algo más.
–Pero al contrario que Descartes, Kant no deja de señalar
clarisimamente que no es la razón la que ha llevado
a este punto
de vista, sino la fe. A esta fe en un alma inmortal, en la existencia
de un dios y en el libre albedrío
la denomina postulados
prácticos.
–¿Y qué significa eso?
–«Postular» significa afirmar algo que no se puede probar. Con
«postulado práctico», Kant se refiere a algo que hay que afirmar
para la «práctica» del hombre, es decir
para la moral del hombre.
«Es moralmente necesario suponer la existencia de Dios», decía.
De pronto alguien llamó a la puerta. Sofía se levantó, pero al ver
que Alberto no hacía ningún ademán de levantarse,
ella dijo:
–¿Tendremos que abrir, no?
Alberto se encogió de hombros, pero finalmente se levantó él
también. Abrieron la puerta y vieron fuera una niña que llevaba
un vestido blanco de verano y una capucha
roja en la cabeza. Era
la misma niña que habían visto al otro lado del pequeño lago.
Llevaba una cesta con comida
colgada del brazo.
–Hola –dijo Sofía–. ¿Quién eres tú?
–¿No ves que soy Caperucita Roja?
Sofía miró a Alberto, y Alberto asintió.
–¿Has oído lo que acaba de decir?
–Estoy buscando la casa de mi abuela –dijo la niña-
Está vieja y
enferma y le traigo comida.
–No es aquí –dijo Alberto–. Así que debes darte prisa y seguir tu
camino.
Lo dijo haciendo un gesto con la mano que a Sofía le recordó al
gesto que se hace para ahuyentar a una mosca molesta.
Pero tengo que entregar una carta –continuó la niña de la
capucha roja.
Sacó un pequeño sobre que dio a Sofía. A continuación,
prosiguió su camino.
–¡Cuídate del lobo! –gritó Sofía.
Alberto estaba ya entrando en la salita de nuevo. Sofía le siguió y
se sentó en el mismo sillón de antes.
–Fíjate, era Caperucita Roja –dijo Sofía.
–Y no sirve de nada avisarla. Ahora irá a casa de su abuela, y allí
la comerá el lobo. No aprenderá nunca, todo esto se repetirá
eternamente.
Pero nunca he oído decir que llamara a otra puerta antes de
llegar a casa de su abuela.
Un detalle insignificante, Sofía.
Entonces Sofía se fijó en el sobre que la niña le había dado. Fuera
ponía «Para Hilde». Abrió el sobre y leyó en voz alta:
Querida Hilde. Si el cerebro del ser humano fuera tan sencillo
que lo pudiéramos entender, entonces seríamos tan estúpidos
que tampoco lo entenderíamos.
Abrazos, papá.
Alberto asintió.
–Es verdad. Y creo que Kant podría haber dicho algo parecido. No
podemos esperar entender lo que somos.
Quizás podamos llegar a entender plenamente una flor o un
insecto pero jamás podremos entendernos del todo a nosotros
mismos. Y aún menos debemos esperar que vayamos
a entender
todo el universo.
Solía volvió a leer la extraña frase una y otra vez, pero
Alberto
continuo.
–Habíamos dicho que no nos dejaríamos estorbar por monstruos
marinos y cosas por el estilo. Antes de acabar
hoy quiero
explicarte la ética de Kant.
–Date prisa, porque tengo que irme a casa pronto.
–El escepticismo de Hume sobre lo que nos pueden decir la razón
y los sentidos obligó a Kant a reflexionar de nuevo sobre algunas
de las cuestiones vitales, entre ellas las del campo de la moral.
–Hume dijo que no se puede probar lo que es bueno y lo que es
malo, porque del «es» no podemos deducir el «debe ser».
Según Hume no eran ni nuestra razón ni nuestros sentidos los
que decidían la diferencia entre el bien y el mal. Eran
simplemente los sentimientos. Este fundamento le pareció poco
sólido a Kant.
–Lo comprendo muy bien.
–Kant partía ya del punto de vista de que la diferencia
entre el
bien y el mal es algo verdaderamente real. En eso estaba de
acuerdo con los racionalistas, quienes habían señalado que es
inherente a la razón del hombre el saber distinguir entre el bien
y el mal. Todos los seres humanos sabemos lo que está bien y lo
que está mal, y lo sabemos no sólo porque lo hemos aprendido,
sino porque es inherente a nuestra mente. Según Kant todos los
seres humanos tenemos
una «razón práctica», es decir una
capacidad de razonar
que en cada momento nos dirá lo que es
bueno y lo que es malo moralmente.
–¿Entonces es algo innato?
–La capacidad de distinguir entre el bien y el mal es tan innata
como las demás cualidades de la razón. De la misma manera que
todos los seres humanos tienen las mismas
formas de razón,
por ejemplo el que percibamos todo como algo determinado
causalmente todos tenemos también
acceso a la misma ley
moral universal. Esta ley moral tiene la misma validez absoluta
que las leyes físicas de la naturaleza. Tan fundamental es para
nuestra vida moral que todo tenga una causa como para nuestra
vida racional que 7+5=12.
–¿Y qué dice esa ley moral?
–Dado que es anterior a cualquier experiencia, es «formal», es
decir, no está relacionada con determinadas situaciones de
elección moral. Es válida para todas las personas
en todas las
sociedades y en cualquier época. No te dice, por tanto, que no
debes hacer esto o aquello si te encuentras
en esta o aquella
situación. Te dice cómo debes actuar en todas las situaciones.
–¿Pero de qué nos sirve tener dentro una «ley moral
» si no nos
dice nada sobre cómo debemos actuar en situaciones
determinadas?
–Kant formuló la ley moral como un imperativo categórico,
con
lo cual quiso decir que la ley moral es «categórica
», es decir,
válida en todas las situaciones. Además es un «imperativo», es
decir, es «preceptiva» o, en otras palabras,
completamente
ineludible.
–Vale...
–No obstante, Kant formula este «imperativo categórico
» de
varias maneras. En primer lugar dice que «siempre
debes actuar
de modo que al mismo tiempo desees que la regla según la cual
actúas pueda convertirse en una ley general».
–Quiere decir que cuando yo hago algo tengo que asegurarme de
que desearía que todos los demás hicieran
lo mismo si se
encontrasen en la misma situación. ¿Es eso?
Exactamente. Sólo así actúas de acuerdo con la ley moral que
tienes dentro. Kant también formuló el imperativo
categórico
diciendo que «siempre debes tratar a las personas como si
fueran una finalidad en sí y no sólo un medio para otra cosa».
–¿No debemos «utilizar» a otras personas con el fin de conseguir
ventajas para nosotros mismos?
–Eso es. Pues toda persona es una finalidad en sí. Pero no sólo se
refiere a los demás, también es válido para uno mismo. Tampoco
tienes derecho a usarte a ti mismo como un mero medio para
conseguir algo.
–Esto recuerda un poco la «regla de oro» que dice que debes
hacer a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti.
–Sí, y es una norma formal que en el fondo abarca a todas las
situaciones de elección ética. También puedes decir que la «regla
de oro» expresa lo que Kant llama «ley moral».
–Pero todo son simplemente afirmaciones. Hume tenía
razón en
decir que no podemos probar con la razón lo que es bueno y lo
que es malo.
–Según Kant, la ley moral es tan absoluta y de validez
tan
general como por ejemplo la ley de causalidad, que tampoco
puede ser probada mediante la razón, y que sin embargo es
totalmente ineludible. Nadie desea refutarla.
–Tengo la sensación de que en realidad estamos hablando
de la
conciencia. Porque todo el mundo tendrá una conciencia, ¿no?
–Sí. Cuando Kant describe la ley moral, es la conciencia
del
hombre lo que describe. No podemos probar lo que dice la
conciencia, pero de todos modos lo sabemos.
–Algunas veces a lo mejor sólo soy buena con los demás porque
me merece la pena. Puede ser una manera de hacerse popular,
por ejemplo.
–Pero si compartes algo con los demás sólo con el fin de hacerte
popular, entonces no actúas por respeto a la ley moral. A lo
mejor actúas de acuerdo con ella, y eso está bien, pero para que
algo pueda llamarse «acto moral», tiene que ser el resultado de
una superación personal. Si haces algo sólo porque piensas que
es tu obligación cumplir
la ley moral, se puede hablar de un acto
moral. Por eso la ética de Kant se suele denominar ética de
obligación.
Yo puedo sentir que es mi obligación recoger dinero
para
Cáritas y Manos Unidas.
–Sí, y lo decisivo es que lo harías porque opinas que es lo
correcto. Aunque el dinero recogido desapareciera en el camino,
o no llegara a alimentar a aquellos a los que estaba
destinado,
habrías cumplido con la ley moral. Habrías actuado con una
actitud correcta, y según Kant es la actitud
lo que es decisivo
para poder determinar si se trata o no de un acto moral. No son
las consecuencias del acto las que son decisivas. Por ello
también llamamos a la ética de Kant ética de intención.
–¿Por qué era tan importante para él saber si actuabas
respetando la ley moral? ¿Lo más importante no es que lo que
hagamos sirva a los demás?
–Pues sí, Kant no estaría en desacuerdo con eso. Pero sólo
cuando sabemos que actuamos respetando la ley moral
actuamos en libertad.
–¿Sólo cumpliendo una ley actuamos en libertad? ¿No suena eso
un poco extraño?
–Según Kant no lo es. Recordarás que tuvo que «postular» que el
hombre tiene libre albedrío. Este es un punto importante, porque
Kant también pensaba que todo sigue la ley causal. ¿Entonces
cómo podemos tener libre albedrío?
–A mí no me lo preguntes.
–Kant divide al hombre en dos, y lo hace de una manera
que
recuerda a Descartes y al hombre como «ser doble
» porque tiene
a la vez un cuerpo y una razón. Como seres con sentidos
estamos totalmente expuestos a las inquebrantables
leyes
causales, pensaba Kant. Nosotros no decidimos lo que
percibimos, las percepciones nos llegan necesariamente y nos
caracterizan, lo queramos o no. Pero los seres humanos no
somos únicamente seres con sentidos,
sino que también somos
seres con razón.
–Explícate
–Como seres que percibimos pertenecemos plenamente
a la
naturaleza. Por lo tanto también estamos sometidos
a la ley
causal. Y en ese sentido no tenemos libre albedrío.
Pero como
seres de la razón formamos parte de lo que Kant llama «das Ding
an sich», es decir del mundo tal como es en sí,
independientemente de nuestras percepciones.
Únicamente
cuando cumplimos nuestra «razón práctica
», que hace que
podamos realizar elecciones morales, tenemos libre albedrío.
Porque cuando nos doblegamos ante la ley moral somos
nosotros mismos los que creamos la ley por la que nos guiamos.
–Sí, eso es de alguna manera verdad. Soy yo, o algo dentro de mí,
la que dice que no debo comportarme mal con los demás.
–Cuando eliges no comportarte mal, aun cuando puedas
perjudicar tus propios intereses, entonces actúas en libertad.
–Lo que está claro es que no se es libre ni independiente
cuando
uno simplemente se deja guiar por sus deseos
–Se puede uno volver «esclavo» de muchas cosas. Incluso de su
propio egoísmo. Pues se requiere independencia
y libertad para
elevarse por encima de los deseos de uno.
–¿Y los animales, qué? Ellos sí siguen sus deseos y sus
necesidades. ¿No tienen ninguna libertad para cumplir una ley
moral?
–No. Precisamente esa libertad es la que nos convierte
en seres
humanos.
–Pues sí, ahora lo entiendo.
–Finalmente podemos mencionar que Kant logró sacar
a la
filosofía del embrollo en que se había metido en cuanto a la
disputa entre racionalistas y empiristas. Con Kant muere por
tanto una época de la historia de la filosofía. Él murió en 1804,
justo cuando comienza a florecer la época llamada
Romanticismo. En su tumba en Königsberg se puede leer una de
sus más famosas citas. Hay dos cosas que llenan su mente cada
vez de más admiración y respeto,
pone, y es «el cielo estrellado
encima de mí y la ley moral dentro de mí». Y continúa: «Son para
mí pruebas de que hay un Dios por encima de mí y un Dios
dentro de mi».
Alberto se echó hacia atrás en el sillón.
–Ya está –dijo–. Creo que hemos dicho lo más importante
sobre
Kant.
–Además son las cuatro y cuarto.
–Pero hay algo más, espera un momento, por favor.
–Nunca me voy de la clase hasta que el profesor ha dicho que ha
acabado.
–¿Dije que Kant piensa que no tenemos ninguna libertad
si sólo
vivimos como seres perceptivos?
–Sí, dijiste algo por el estilo.
–Pero si nos dejamos guiar por la razón universal, entonces
seremos libres e independientes. ¿También dije eso?
–Sí. ¿Por qué lo repites ahora?
Alberto se inclinó hacia Sofía mirándola a los ojos y susurró:
–No te dejes impresionar por todo lo que veas, Sofía.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Date la vuelta, hija mía.
–No te entiendo.
–Es corriente decir «Si no lo veo, no lo creo». Pero ni aun
entonces deberás creerlo.
–Algo así me dijiste antes.
–Referente a Parménides, sí.

Pero sigo sin entender lo que quieres decir.
–¡Vaya! Pues que estábamos sentados allí fuera en la escalera
charlando. Y entonces un «monstruo marino» comenzó
a
moverse en el agua.
–¿Y eso no era extraño?
–En absoluto. Luego llega Caperucita Roja y llama a la puerta.
«Estoy buscando la casa de mi abuelita.” Es una vergüenza, Sofía.
No es más que el teatro puesto en escena por el mayor. Igual que
los comunicados dentro de plátanos
y tormentas imprudentes.
–Crees...
–Pero te dije que tengo un plan. Mientras sigamos nuestra propia
razón él no logrará engañarnos. Entonces somos
libres de algún
modo. Porque, aunque él nos pueda hacer
“percibir» muchas
cosas, nada me va a sorprender. Si llega a oscurecer el cielo con
elefantes voladores apenas haré un gesto con la boca. Pero siete
más cinco son doce. Ése es un conocimiento que sobrevive a
cualquier efecto de dibujos animados. La filosofía es lo contrario
del cuento.
Sofía se quedó un instante mirándole asombrada.
–Ya te puedes marchar –dijo Alberto finalmente- Te convocaré a
una nueva reunión sobre el Romanticismo. Vamos a hablar sobre
Hegel y Kierkegaard. Pero sólo falta una semana para que el
mayor aterrice en el aeropuerto de Kjevik. Antes de esa fecha
tendremos que librarnos de su pegajosa imaginación. No digo
nada más, Sofía. Pero debes
saber que estoy trabajando en un
maravilloso plan para los dos.
–Entonces me voy.
–Espera. Tal vez nos hemos olvidado de lo más importante.
–¿De qué?
–La canción de cumpleaños, Sofía. Hoy Hilde cumple
quince años.
–Y yo también.
–Tú también, sí. Cantemos.
Se levantaron los dos y cantaron:
–¡Cumpleaños feliz! ¡Cumpleaños feliz! ¡Te deseamos
todos,
cumpleaños feliz!
Eran las cuatro y media. Sofía bajó corriendo al lago y cruzó
remando hasta la otra orilla. Arrastró la barca hasta los juncos y
comenzó a correr a través del bosque.
Ya en el sendero vio de repente moverse algo entre los troncos
de los árboles. Se acordó de Caperucita Roja, que había ido sola
por el bosque para visitar a su abuela, pero la figura que vio
entre los árboles era mucho más pequeña.
Sofía se acercó. La figura no era más grande que una muñeca, era
de color marrón, y llevaba un jersey rojo.
Sofía se quedó parada cuando se dio cuenta de que era un osito
de peluche.
El que alguien se hubiera dejado un osito de peluche en el
bosque no era en sí nada misterioso. Pero este osito estaba vivo,
al menos estaba haciendo alguna cosa.
¿Hola? –dijo Sofía.
El pequeño osito se giró bruscamente.
–Yo me llamo Winnie Pooh. Desgraciadamente me he perdido en
este bosque en este día que, de otra manera, habría sido un día
estupendo. A ti nunca te había visto antes.
–Quizás es que nunca he estado aquí antes dijo Sofía–. En ese
caso puede que tú estés en tu Bosque de los Cien Metros.
–No, ese problema de matemáticas es demasiado difícil para mí.
Recuerda que sólo soy un oso con poca razón.
–He oído hablar de ti.
–Serás tú a la que llaman Alicia. Christopher Robin me habló de
ti. Bebiste tanto de una botella que te hiciste más y más pequeña.
Pero luego bebiste de otra botella y entonces volviste a crecer.
Hay que tener cuidado con lo que uno se mete en la boca. Yo una
vez comí tanto que me quedé atascado en una madriguera de
conejos.
–Yo no soy Alicia.
–No importa nada quiénes somos. Lo que importa es qué somos.
Lo dice el Búho, y él tiene mucha razón. Siete más cuatro son
doce, dijo una vez en un día de sol completamente
normal. Mis
amigos y yo nos sentimos muy avergonzados porque los
números son muy difíciles de utilizar. Es mucho más fácil
calcular el tiempo.
–Yo me llamo Sofía.
–Me alegro, Sofía. Supongo que debes de ser nueva en este
bosque. Pero ahora me tengo que ir a buscar al Cerdito porque
vamos a una fiesta en el jardín de la casa de otro amigo.
Le dijo adiós con una pata y Sofía descubrió que llevaba una
notita en la otra.
–¿Qué tienes ahí? –preguntó ella.
Winnie Pooh levantó la notita y dijo:
–Por culpa de esto me perdí.
–Pero si sólo es un papelito.
–No, no es en absoluto «sólo un papelito». Es una carta para la
Hilde del Espejo.
–Ah bueno, entonces la puedo coger yo.
–¿Pero tú no eres la chica del espejo, no?
–No, pero...
–Una carta siempre debe entregarse a la persona en cuestión.
Ayer mismo me lo tuvo que explicar Christopher Robin.
–Pero yo conozco a Hilde.
–No importa. Aunque conozcas muy bien a una persona
no
debes leer sus cartas.
–Quiero decir que se la puedo dar a Hilde.
–Ah, eso es otra cosa. Toma, Sofía. Si me libro de la carta,
encontraré la casa del Cerdito. Para que tú encuentres
a Hilde,
primero tendrás que encontrar un gran espejo. Pero eso no te
resultará fácil por aquí.
Y el osito le dio a Sofía el papelito que llevaba en la mano. A
continuación comenzó a correr bosque adentro con sus patitas.
Cuando hubo desaparecido, Sofía desdobló
la nota y leyó su
contenido:
Querida Hilde. Me parece vergonzoso que Alberto no contara a
Sofía que Kant abogó por la creación de una «federación de los
pueblos». En su escrito La paz perpetua
escribió que todos los
países deberían unirse en una «federación de los pueblos» que se
ocuparía de conseguir
una pacífica coexistencia entre las
distintas naciones. Aproximadamente 125 años después de la
publicación de este escrito en 1795, se creó la llamada «Sociedad
de Naciones
» tras la Primera Guerra Mundial. Al finalizar la
Segunda Guerra Mundial la Sociedad de Naciones fue sustituida
por las Naciones Unidas. Se podría decir que Kant es una especie
de padrino de la idea de la ONU. Kant pensaba
que la «razón
práctica» de los hombres impone a los Estados que se salgan de
ese «estado natural» que causa tantas guerras, y que creen un
nuevo sistema de derecho internacional que las impida. Aunque
el camino hasta la creación de una sociedad sea largo, es nuestra
obligación trabajar a favor de un «generalizado y duradero
seguro de paz». Para Kant la creación de una sociedad tal era
una meta muy lejana, casi podríamos decir que era la máxima
meta de la filosofía. Yo, por mi parte me encuentro en la
actualidad en el Líbano.
Abrazos, papá.
Sofía se metió la notita en el bolsillo y continuó hacia casa.
Contra estos encuentros en el bosque le había advertido
Alberto.
Pero ella tampoco podía dejar que el osito errara eternamente
por el bosque buscando a la Hilde del espejo.

Mapa de Grecia

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