viernes, 4 de julio de 2008

Bjerkely

Bjerkely

... un viejo espejo mágico que la bisabuela había comprado a
una gitana...
Hilde Møller Knag se despertó en la buhardilla de la vieja
villa en
las afueras de la pequeña ciudad de Lillesand. Miró el reloj. Sólo
eran las seis, y sin embargo era totalmente de día. Una ancha franja
de sol matutino cubría va casi toda la pared.
Salió de la cama y se acercó a la ventana tras haber arrancado una
hoja del calendario que había sobre el escritorio. Jueves 14 de junio
de 1990. Hizo una bolita con la hoja y la tiró a la papelera.
Viernes 15 de junio de 1990, ponía ya muy claramente en el
calendario. Ya en enero había escrito «QUINCE AÑOS» en esta
hoja. Le pareció especialmente significativo cumplir quince años el
día quince ¡Eso no volvería a sucederle nunca!
¡Quince años! ¿No seria ése el primer día de su vida de «adulta»?
No podía volverse a la cama como si nada. Además, era el último
día de colegio antes de las vacaciones. Hoy sólo tenían que ir a la
iglesia a la una. Y había algo más: dentro de una semana volvería
papá del Líbano. Había prometido estar en casa para San Juan.
Hilde se colocó junto a la ventana y miró el jardín y el muelle y la
pequeña caseta donde se guardaba la barca. Aún no habían sacado
la barca de motor, pero el viejo bote estaba amarrado
en el muelle.
Tenía que acordarse de achicar el agua después
de la fuerte lluvia
de anoche.
Mirando la pequeña bahía se acordó de pronto de que una vez,
cuando tenía seis o siete años, se metió en el bote y se fue remando
sola hacia el mar. Luego se cayó al agua y a duras penas pudo
llegar a la playa. Calada hasta los huesos subió por los matorrales.
Cuando por fin estuvo en el jardín, delante de la casa, su madre
llegó corriendo. El bote y los dos remos se habían
quedado
flotando en el agua. Todavía soñaba de vez en cuando con el bote
abandonado flotando allí fuera solo. Había sido una experiencia
humillante.
Fijardín no era especialmente frondoso, ni estaba especialmente
bien cuidado, pero era grande y era de Hilde. Un manzano doblado
por el viento y unos pocos frambuesos que casi no tenían frutos
habían sobrevivido a duras penas a los fuertes temporales del
invierno.
Entre matorrales y piedras estaba el viejo balancín en el pequeño
trozo de césped. Tenía un aspecto un poco triste, tan solo en la
fuerte luz de la mañana. Parecía aún más triste porque
habían
recogido los cojines. Habría sido mamá anoche, para ponerlos a
salvo de la tormenta.
Todo el gran jardín estaba rodeado de abedules. Así, quedaba al
menos protegido de los fuertes golpes de viento. Estos abedules
fueron los que dieron el nombre de «Bjerkely» a la finca hacía más
de cien años.
El bisabuelo de Hilde había construido la casa justo antes
del
cambio de siglo. Fue capitán en uno de los últimos grandes
veleros. Todavía hoy había mucha gente que conocía la casa como
«Villa del Capitán».
Esa mañana en el jardín había huellas de la fortísima lluvia de la
noche anterior. Hilde se había despertado varias veces por los
truenos. Ahora no se veía ni una sola nube.
Todo parecía muy fresco tras esos chaparrones de verano. Las
últimas semanas habían sido secas y calurosas, los abedules tenían
ya un feo tono amarillo en la capa exterior de las hojas. Ahora era
como si el mundo estuviera recién lavado. Hilde tenía además la
sensación de que toda su infancia había desaparecido con la
tormenta de la noche anterior.
«Claro que duele cuando brota...” ¿Era una poetisa sueca 1a que
había dicho algo así? ¿O quizás finlandesa?
Hilde se puso delante del gran espejo de latón que colgaba
encima
de la vieja cómoda que perteneció a su abuela.
¿Era guapa? Al menos no era muy fea. No era ni guapa ni fea.
Tenía el pelo rubio y largo. A Hilde le hubiera gustado tener un
pelo un poco más rubio o un poco más oscuro. Así, ni lo uno ni lo
otro, resultaba un poco soso. En la parte positiva anotó sus rizos.
Muchas de sus amigas se rizaban el pelo, pero los rizos de Hilde
eran naturales. Anotó también en la parte positiva los ojos verdes,
muy verdes, por cierto. «Son verdaderamente
verdes», solían decir
sus tíos y tías mirándola fijamente.
Hilde se preguntó si esa imagen que estaba estudiando era el
reflejo de una chica o de una mujer joven. Llegó a la conclusión
de que no era ni lo uno ni lo otro. Su cuerpo tenía algo de mujer
pero su cara parecía una manzana sin madurar.
Este viejo espejo tenía algo que a Hilde siempre le hacía pensar en
su padre. Antes había estado colgado abajo en el estudio.
El
estudio era la biblioteca, lugar de retiro y cuarto de poeta de su
padre, situado encima de la caseta de la barca. Albert, como le
llamaba Hilde cuando él estaba en casa, siempre
había soñado con
escribir algo grande. Una vez había intentado
escribir una novela,
pero todo quedó en el intento. De vez en cuando publicaba algún
poema o esbozo sobre la costa en el periódico local. A Hilde le
enorgullecía casi tanto como a él ver el nombre de su padre
impreso: ALBERT KNAG. Al menos
en Lillesand era un nombre
que tenía cierta resonancia. También el bisabuelo se había llamado
Albert.
Volvió a pensar en el espejo. Hace muchos años su padre había
bromeado diciendo que era posible guiñarse un ojo a sí mismo en
un espejo, pero que no se podía uno guiñar a sí mismo los dos ojos
a la vez. La única excepción era este espejo de latón, porque era un
viejo espejo mágico que la bisabuela había comprado a una gitana,
poco después de casarse.
Hilde lo había intentado muchas veces, pero era tan difícil
guiñarse los dos ojos a la vez como intentar alejarse de su propia
sombra. Al final le habían regalado a ella el viejo tesoro heredado.
Durante toda su infancia había vuelto de vez en cuando a intentar
lo imposible.
No era de extrañar que hoy estuviera un poco pensativa. Tampoco
era de extrañar que hoy se sintiera un poco egocéntrica.
Quince
años...
Hasta ese momento no había mirado la mesilla de noche.
¡Había
un gran paquete! Envuelto en un precioso papel azul celeste y con
cinta roja de seda. ¡ Tenía que ser un regalo de cumpleaños!
–¿Sería el regalo? ¿Podría ser el gran REGALO de papá, ese que
había estado envuelto en tanto misterio? Papá había hecho un
montón de extrañas insinuaciones en las postales. Pero se había
«impuesto a sí mismo una severa censura».
El regalo era algo que «crecía y crecía» había dicho en una postal.
Luego había insinuado algo sobre una chica a la que pronto
conocería, y a la que le había mandado copia de todas
las postales.
Hilde había intentado preguntárselo a su madre,
pero ella tampoco
tenía ni idea.
Lo más raro de todo fue un comentario acerca del regalo sobre que
tal vez «pudiera compartirse con otras personas». Por algo
trabajaba para las Naciones Unidas. Una de las ideas fijas –tenía
muchas- del padre de Hilde era que las Naciones Unidas deberían
tener una especie de responsabilidad de gobierno
sobre todo el
mundo. «Ojalá las Naciones Unidas logren
algún día unir a la
humanidad», había escrito en una de las postales.
¿Podría abrir el paquete antes de que mamá subiera con panecillos
y bebida, el regalo y las banderitas? Suponía que sí, pues si no, no
lo habrían dejado en su mesilla.
Hilde cruzó el cuarto de puntillas y cogió el paquete de la mesilla.
¡Pesaba un montón! Encontró una tarjetita: «A Hilde, en su
decimoquinto cumpleaños, de papá».
Se sentó en la cama y comenzó a quitar cuidadosamente la cinta
roja. Luego quitó el papel.
¡Era una carpeta grande de anillas!
¿Ese era el regalo? ¿Ese era el regalo del que tanto se había
hablado? ¿Ese era el regalo que había «crecido y crecido» y que
además podía compartirse con otros?
Una rápida ojeada reveló que la carpeta estaba llena de hojas
escritas a máquina. Hilde conocía el tipo de letra de la máquina de
escribir que papá se había llevado al Líbano.
¿Le había escrito un libro entero?
En la primera hoja ponía con letras mayúsculas escritas a mano:
EL MUNDO DE SOFÍA.
Un poco más abajo en la página ponía escrito a máquina:
LO QUE ES EL SOL PARA LA TIERRA NEGRA, LA
VERDADERA ILUSTRACIÓN LO ES PARA EL AMIGO DE
LA TIERRA.
N. F. S. Grundtvig
[8]
Hilde pasó la hoja. En la parte superior de la siguiente página
comenzaba el primer capítulo, cuyo título era: «El jardín del
Edén». Se acomodó en la cama, apoyó la carpeta contra las rodillas
y comenzó a leer.
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera
parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían
hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era
como un sofisticado ordenador. Solía
no estaba muy segura de
estar de acuerdo. Un ser humano
tenía que ser algo más que una
máquina.
Hilde continuó leyendo y pronto se olvidó de todo. Se olvidó
incluso de que era su cumpleaños. No obstante, de vez en cuando
un pensamiento lograba meterse entre las líneas de lo que estaba
leyendo.
¿Papá había escrito una novela? ¿Por fin se había puesto a escribir
su gran novela? ¿La había acabado en el Líbano? Se había quejado
muchas veces de que el tiempo se hacia muy largo en aquellas
latitudes.
También el padre de Sofía estaba viajando. ¿Sería ella la chica a la
que Hilde conocería... ?
Cuando había conseguido tener una fuerte sensación de que un
día desaparecería del todo, entendía realmente lo enormemente
valiosa que es la vida... ¿De dónde viene el mundo?... Al fin y al
cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había
nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan
imposible como pensar que el mundo había existido siempre?
Hilde seguía leyendo. Confundida, daba saltos en la cama cuando
leía que Sofía Amundsen recibía postales del Líbano. «Hilde
Møller Knag c/o Sofía Amundsen, Camino del Trébol, 3...”
Querida Hilde. Te felicito de corazón en tu decimoquinto
cumpleaños. Como puedes ver quiero hacerte un regalo con el
que podrás crecer. Perdóname por enviar la postal a Sofía.
Resulta más fácil así. Con todo cariño, papá.
¡Ese granuja! Hilde siempre había pensado que papá era un
tunante, pero ahora se había superado a sí mismo. En lugar de
adjuntar esta postal al paquete la había incorporado al mismo libroregalo.
Pero la pobre Sofía estaba totalmente confusa.
¿Por qué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de
Sofía cuando estaba clarísimo que iba destinada
a otra persona?
¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión
de recibir una tarjeta
de cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba
«más fácil así»? Y ante todo:
¿cómo encontraría a Hilde?
Exactamente, ¿cómo iba a hacerlo?
Hilde dio la vuelta a la página y comenzó a leer el segundo
capitulo. Se titulaba «El sombrero de copa». Luego venía
una
larga carta que la misteriosa persona había escrito a Sofía. Hilde
contuvo el aliento.
Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés
tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar
sellos.
Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado
por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven
en este planeta. El cómo ha nacido
el universo, el planeta y la
vida aquí...
«Sofía se sentía agotada.” Así se sentía también Hilde. Papá no
sólo le había escrito un libro para su decimoquinto cumpleaños,
sino que había escrito un libro extraño y misterioso.
Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un
sombrero de copa vacío. Dado que se trata de un conejo
muy
grande, este truco dura muchos miles de millones de años. En el
extremo de los finos pelillos de su piel nacen todas las criaturas
humanas. De esa manera son capaces
de asombrarse por el
imposible arte de la magia. Pero conforme se van haciendo
mayores, se adentran cada vez más en la piel del conejo, y allí se
quedan...
No sólo era Sofía la que tenía la sensación de encontrarse
en un
lugar muy dentro de la piel del conejo blanco. Hoy Hilde cumplía
quince años. También tuvo la sensación de que había llegado la
hora de decidir por qué camino seguiría gateando
hacia arriba.
Leyó acerca de todos los filósofos de la naturaleza. Hilde sabía que
su padre se interesaba por la filosofía. Había escrito en el periódico
que la filosofía debería ser una asignatura más en la escuela. «¿Por
qué se debe incluir la asignatura de filosofía
en el nuevo plan de
estudios?», se titulaba el artículo. Papá también había sacado el
tema en una reunión de padres de la clase de Hilde. A ella le había
dado mucha vergüenza.
Miró el reloj. Eran las siete y media. Afortunadamente, su madre
tardaría otra hora en subir con la bandeja del cumpleaños;
en ese
momento no había nada que le interesara más que Sofía y todas
aquellas preguntas filosóficas. Leyó el capitulo
que se titulaba
«Demócrito». Primero se planteaba a Sofía una pregunta para que
la meditara: ¿por qué las piezas del lego son el juguete más genial
del mundo? Luego encontró un «sobre
amarillo grande» en el
buzón.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los
cambios en la naturaleza no se debían a que las cosas realmente
«cambiaran». Suponía, por lo tanto, que todo tenía que estar
construido por unas piececitas pequeñas
e invisibles, cada una
de ellas eterna e inalterable. A estas piezas más pequeñas
Demócrito las llamóátomos .
Hilde se indignó al leer que Sofía encontró su pañuelo rojo de seda
debajo de la cama. ¡Conque ése era el camino que había tomado su
pañuelo! ¿Pero cómo puede desaparecer un pañuelo simplemente
para entrar en un cuento? Tendría que estar también en otro sitio.
El capitulo sobre Sócrates comenzó cuando Sofía leyó «unas líneas
sobre el batallón noruego de las Naciones Unidas en el Líbano» en
un periódico. ¡Típico de su padre! Le obsesionaba
mucho que los
noruegos no mostraran más interés por la labor de paz llevada a
cabo por los cascos azules de las Naciones
Unidas. Si a nadie más
le interesaba, por lo menos debía interesarle a Sofía. De esta
manera papá se inventaba una especie
de atención por parte de los
medios de comunicación.
No pudo evitar una sonrisita al leer una «P. D.” en la carta del
profesor de filosofía a Sofía:
Si encontraras un pañuelo rojo de seda, ruego lo guardes bien.
De vez en cuando, objetos de este tipo se cambian por error en
colegios y lugares así, y ésta es una escuela de filosofía.
Hilde oyó ruidos en la escalera. Seguramente era su madre
que
venía con la bandeja del cumpleaños. Antes de que llamara
a la
puerta, Hilde tuvo tiempo de leer que Sofía había encontrado
en el
lugar secreto del jardín la cinta de vídeo de Atenas.
–¡Cumpleaños feliz cumpleaños feliz, te deseo querida Hilde,
cumpleaños feliz! –mamá empezó a cantar va en la escalera.
–Adelante –dijo Hilde, mientras leía que el profesor de filosofía
había empezado a hablar a Sofía directamente desde la Acrópolis.
Era casi idéntico al padre de Hilde, con la «barba negra muy
aseada» y la boina azul.
¡Felicidades, Hilde!
–Hmm...
–Pero, Hilde, ¿qué te pasa?
–Ponlo allí si quieres.
–¿No vas a... ?
–¿No ves que estoy ocupada?
–¡Pensar que tienes ya quince años!
–¿Has estado en Atenas, mamá?
–No, ¿por qué?
–Es curioso que los viejos templos aún estén allí. Tienen 2. 500
años. El más grande se llama «Morada de la Virgen».
–¿Has abierto el regalo de papá?
–¿Qué regalo?
–Por favor, Hilde, levanta la vista de una vez. Estás como
enloquecida.
Hilde dejó caer la carpeta sobre sus rodillas.
Su madre se inclinó sobre la cama. En la bandeja traía una vela
encendida, panecillos con mantequilla y una Fanta. También había
un paquetito en la bandeja.
–Mil gracias, mamá. Eres un encanto, pero, ¿sabes?, no tengo
mucho tiempo.
–Pero si no tienes que estar en la iglesia hasta la una.
Por fin Hilde se dio cuenta de verdad de dónde estaba, y por fin la
madre puso la bandeja en la mesilla.
–Perdóname, estaba completamente absorta en esto.
Señaló la carpeta y prosiguió:
–Es de papá...
–¿Qué es lo que ha escrito? Yo estaba tan ilusionada como tú. Y no
he podido sacarle a tu padre una palabra sensata en meses.
Por alguna razón Hilde se sintió de pronto un poco tímida.
–Ah, es sólo un cuento.
–¿Un cuento?
–Sí, un cuento. Y luego un libro de filosofía. Bueno, algo así.
–¿No vas a abrir mi paquete?
Hilde no podía establecer diferencias entre sus padres, de modo
que también desenvolvió el paquete de la madre. Era una pulsera
de oro.
–¡Qué preciosidad! ¡Muchísimas gracias!
Hilde se levantó y abrazó a su madre. Se quedaron un rato sentadas
charlando.
–Ya puedes marcharte –dijo de pronto Hilde–. En este momento
está en lo alto de la Acrópolis, ¿sabes?
–¿Quién?
–Ni idea. Sofía tampoco lo sabe. Eso es precisamente lo interesante.
–Bueno, tengo que ir a la oficina. Come un poco, hija. Tu vestido
está colgado abajo.
Por fin. La madre desapareció por la escalera. Lo mismo ocurrió
con el profesor de Sofía, bajando las escaleras de la Acrópolis. Se
colocó en el monte del Areópago, y un poco más tarde apareció en
la vieja plaza de Atenas.
Hilde se sobresaltó cuando los viejos edificios se levantaron
de
repente de las ruinas. Una de las ideas fijas de su padre era que
todos los países de las Naciones Unidas deberían unirse para
construir una copia exacta de la antigua plaza de Atenas, donde se
pudiera trabajar en cuestiones filosóficas y además en actividades
de desarme. Un gigantesco proyecto de este tipo uniría a la
humanidad, pensaba él. «Ya sabemos construir
plataformas
petrolíferas y naves espaciales.”
Luego leyó acerca de Platón. «Sobre las alas del amor velará
el
alma “a casa”, al mundo de las Ideas, donde será librada de la
“cárcel del cuerpo”.”
Sofía se había metido por el seto siguiendo a Hermes, pero él
pronto desapareció. Después de haber leído sobre Platón ella se
adentró más en el bosque y llegó a una cabaña junto a un pequeño
lago. Allí había colgada una pintura de Bjerkeley. Por la
descripción resultaba evidente que tenía que ser la Bjerkely
de
Hilde. También había allí un retrato de un señor llamado
Berkeley
« ¿No resultaba curioso?»
Hilde dejó la voluminosa carpeta sobre la cama, se acercó a la
librería v miró en una enciclopedia que le habían regalado en su
decimocuarto cumpleaños. Berkeley... ya.
Berkeley, George(1685-1753), filósofo inglés, obispo de la ciudad
de Cloyne. Niega la existencia de un mundo material fuera de la
conciencia del hombre. Nuestras sensaciones están producidas por
Dios. B. es también famoso por su critica a las ideas generales
abstractas. Obra principal: Tratado concerniente a los principios
del conocimiento humano (1710)
Pues si, era curioso. Hilde se quedó unos instantes de pie,
pensando, antes de volver a la cama y a la carpeta.
De alguna manera era su padre el que había colgado los dos
cuadros. ¿Podía haber otra conexión aparte del parecido de
nombres?
Entonces Berkeley era un filósofo que negaba la existencia
de un
mundo material fuera de la conciencia del hombre. ¡Qué cosas tan
raras se podían afirmar! Pero no resultaba siempre
tan fácil refutar
aquellas afirmaciones. La descripción encajaba
muy bien en el
mundo de Sofía, sin embargo. Pues sus «sensaciones» habían sido
provocadas por el padre de Hilde.
Se enteraría mejor cuando leyera más. Hilde se rió cuando leyó que
Sofía vio el reflejo de una chica que le guiñaba
los dos ojos.
Parecía como si la muchacha del espejo guiñara
los ojos a Sofía.
Era como si quisiera decir: te veo, Sofía. Estoy aquí, al otro lado.”
Encontró su monedero verde, con el dinero y todo. ¿Cómo había
ido a parar allí?
¡Tonterías! Durante un instante Hilde había pensado que Sofía
realmente lo había encontrado. Pero también intentó
identificarse
con Sofía para sentir cómo habría sido todo aquello para ella. Para
ella todo era muy misterioso y muy enigmático.
Por primera vez Hilde sintió un verdadero deseo de encontrarse
cara a cara con Sofía. Tenía ganas de hablar con ella sobre la
explicación de todo esto.
Pero Sofía tendría que salir de la cabaña antes de ser cogida
en
flagrante. El bote estaría flotando en el agua, claro. Papá no podía
dejar de recordarle la vieja historia del bote.
Hilde bebió un trago de Fanta y empezó un panecillo con ensalada
de gambas mientras leía la carta sobre el «hombre
ordenado»,
Aristóteles, que había criticado la doctrina de Platón.
Aristóteles señaló que no existe nada en la mente que no haya
estado antes en los sentidos, y Platón podría haber
dicho que no
hay nada en la naturaleza que no haya
estado antes en el mundo
de las Ideas. En ese sentido, opinaba Aristóteles, Platón
“duplicaba el número de las cosas».
Hilde no sabía, de hecho, que fue Aristóteles quien había
inventado ese juego del «reino vegetal, reino animal y reino
mineral».
Aristóteles se propuso hacer una buena limpieza en el cuarto de
la naturaleza. Intentó mostrar que todas las cosas
de la
naturaleza pertenecen a determinados grupos y subgrupos.
Cuando se enteró de la visión que tenía Aristóteles de la mujer se
desilusionó y se indignó muchísimo. ¿Cómo podía ser un filósofo
tan agudo y a la vez tan idiota?
Sofía se había inspirado en Aristóteles para ordenar su propio
cuarto. Y allí, junto a todos los demás trastos, encontró aquella
media blanca que había desaparecido hacía un mes del cajón de
Hilde! Sofía metió todas las hojas que le había dado Alberto en una
carpeta de anillas. «Ya había más de cincuenta páginas”. Hilde, por
su parte, había llegado a la página ciento veinticuatro pero, claro,
ella tenía toda la historia sobre Sofía, además de todas las «cartas
del curso» de Alberto Knox.
“El helenismo» se titulaba el siguiente capítulo. Lo primero que
sucedió en este capítulo fue que Sofía encontró una postal con la
foto de un jeep de las Naciones Unidas. Llevaba el matasellos del
Batallón de las Naciones Unidas, del 15 del 6. De nuevo una postal
para Hilde, pegada en el cuento en lugar de enviada por correo:
Querida Hilde. Supongo que piensas celebrar tu decimoquinto
cumpleaños. ¿O lo harás al día siguiente? Bueno, la duración del
regalo no tiene ninguna importancia.
De alguna manera durará
toda la vida. Te vuelvo a felicitar.
Ahora habrás entendido por
qué envío tas postales a Solía. Estoy seguro de que ella te las
enviará a ti.
P. D. Mamá me dijo que habías perdido tu cartera. Prometo
pagar las 150 coronas que perdiste. En el colegio te darán otro
carnet escolar, supongo, antes de que cierre por vacaciones,
Mucho cariño de tu papá.
No estaba mal. Significaba que se había ganado 150 coronas.
A lo mejor papá había pensado que sólo con un regalo casero era
suficiente.
Resultaba, pues, que también el 15. 6 era el cumpleaños de Sofía.
Pero el calendario de Sofía sólo había llegado hasta la primera
quincena de mayo. Seria cuando su padre escribió precisamente
este capítulo, y entonces habría fechado por adelantado la tarjeta de
cumpleaños para Hilde.
Y la pobre Sofía corriendo al centro comercial para encontrarse
con Jorunn.
¿Quién era Hilde? ¿Cómo era posible que el padre de esa chica
diera más o menos por sentado que Sofía conocería
a Hilde? En
todo caso no parecía lógico que enviara las postales a Sofía, en
lugar de enviarlas directamente a su hija.
También Hilde se sentía elevada por encima de la habitación
mientras leía acerca de Plotino.
Digo que hay algo de misterio divino en todo lo que existe. Lo
vemos brillar en un girasol o en una amapola. Y también
intuimos algo del inescrutable misterio cuando vemos a una
mariposa levantar el vuelo desde una rama, o a un pez dorado
que nada en su pecera. Pero donde más cerca de Dios podemos
estar es en nuestra propia alma. Sólo allí podemos unirnos con el
gran misterio de la vida. En muy raros momentos podemos
incluso llegar a sentir que nosotros mismos somos el misterio
divino.
Hasta ahora esto era de lo más vertiginoso que había leído
Hilde.
Y al mismo tiempo lo más sencillo: todo es Uno, y ese «Uno» es
un misterio divino del que todo el mundo forma parte.
Esto no era en realidad algo en lo que hiciera falta creer. Es así,
pensó Hilde. Y cada uno puede interpretar la palabra «divino»
como quiera.
Pasó rápidamente al capítulo siguiente. Sofía y Jorunn se iban de
excursión con tienda de campaña la noche del 17 de mayo. Luego
fueron a la Cabaña del Mayor
Hilde no había leído aún muchas páginas antes de levantarse
y dar
unos pasos por la habitación con la carpeta de anillas
en los brazos.
¡Qué cara! En esa pequeña cabaña del bosque su padre dejó que las
dos amigas encontraran copias de todas las postales
que él había
enviado a Hilde durante la primera parte de mayo. Las copias eran
auténticas. Cuando Hilde recibía esas postales de su padre solía
leerlas dos y tres veces. Reconoció cada palabra.
Querida Hilde. Estoy tan a punto de explotar con todos
mis
secretos relacionados con tu cumpleaños que varias
veces al día
tengo que frenar el deseo de ir a llamarte por teléfono y
contártelo todo. Es algo que crece y crece. Y sabes que, cuando
una cosa no hace más que crecer; resulta
cada vez más difícil
mantenerla escondida...
Sofía recibió una nueva carta del curso de filosofía de Alberto.
Trataba de judíos y griegos y de las dos grandes civilizaciones.
A
Hilde le gustó esta amplia perspectiva de pájaro sobre
la Historia.
Nunca habían aprendido algo parecido en el colegio. Allí todo eran
detalles y más detalles. Al leer la carta tuvo la sensación de que su
padre le acababa de dar una perspectiva
totalmente nueva de Jesús
y el cristianismo.
Le gustó la cita de Goethe que decía que «el que no sabe llevar su
contabilidad por espacio de tres mil años se queda como un
ignorante en la oscuridad y sólo vive al día».
El siguiente capítulo empezaba con un trozo de cartulina pegada a
la ventana de la cocina de Sofía. Era, evidentemente, una
felicitación para Hilde.
Querida Hilde. No sé si esta postal te llegará el día de tu
cumpleaños. Espero que así sea o que si no, al menos, no hayan
transcurrido demasiados días. Que transcurra una semana o dos
para Sofía no significa necesariamente que transcurra tanto
tiempo para nosotros. Yo volveré a casa la víspera de San Juan.
Entonces nos sentaremos juntos
en el balancín mirando al mar,
Hilde. Tenemos tantas cosas de qué hablar...
Luego Alberto llamó a Sofía. Era la primera vez que ella oía su voz.
–Suena como a una especie de guerra.
–Lo llamaría más bien una lucha espiritual. Tendremos
que
llamar la atención de Hilde y conseguir que se ponga de nuestra
parte, antes de que su padre vuelva a Lillesand.
Así fue como Sofía se encontró con Alberto Knox disfrazado
de
filósofo medieval en la vieja iglesia del siglo –XII.
La iglesia... Hilde miró el reloj. Eran la una y cuarto... Se había
olvidado completamente de la hora.
A lo mejor no importaba demasiado que no fuera a la iglesia el día
de su cumpleaños pero había algo de ese cumpleaños
que la
irritaba. Iba a perderse un montón de felicitaciones.
Y de todos modos tendría que escuchar sermones pronto. A
Alberto no le costaba ningún trabajo hacer el papel de cura.
Cuando hubo leído el capítulo en el que Sofía había aparecido ante
Hildegarda, tuvo que acudir de nuevo a la enciclopedia.
Pero esta
vez no encontró nada, ni sobre la una ni sobre
la otra ¡Típico!.
Cuando se trataba de una mujer o de algo femenino la enciclopedia
era tan muda como un cráter de la luna. ¿Estaría censurada la
enciclopedia por la Asociación de Protección a los Machos, o qué?
Hildegarda de Eibingen había sido predicadora, escritora,
médico,
botánica e investigadora de la naturaleza. Además
podía
considerarse «un símbolo de que a menudo las mujeres
eran las
más realistas, incluso las más científicas, de la Edad Media». Pero
ni una palabra en la enciclopedia. ¡Qué vergüenza!
Hilde no había oído hablar nunca de ningún «lado fe-menino» o
«naturaleza materna» de Dios. Se llamaba Sophia, pero no se
merecía ni un poco de tinta de imprenta.
Lo único que encontró en la enciclopedia fue algo sobre la Iglesia
de Sofía en Constantinopla. Se llamaba «Haiga Sofía», lo cual
quería decir la «sagrada sabiduría». Esta «sabiduría
» había dado
nombre a una capital y a un sinfín de reinas, pero no ponía nada
sobre ella en la enciclopedia. ¿No era eso censura?
Era verdad que Sofía aparecía ante la «mirada interior» de Hilde.
Tenía constantemente la sensación de imaginarse a la chica con el
pelo negro.
Cuando Sofía volvió a casa tras haber pasado casi toda la noche en
la Iglesia de Maria, se puso delante del espejo de latón
que se
había traído de la cabaña del bosque a casa.
Vio los nítidos contornos de su propia cara pálida enmarcada
por el pelo negro, que no se adaptaba a otro peinado
que el de
la propia naturaleza, un peinado de pelo lacio. Pero debajo de
este rostro también aparecía, como un espectro, la imagen de
otra muchacha.
De pronto la muchacha desconocida empezó a guiñarle
enérgicamente los dos ojos. Era como si quisiera dar a entender
que de verdad estaba allí dentro, al otro lado. Sólo duró unos
segundos. Luego desapareció.
Hilde misma había estado delante del espejo exacta mente de la
misma manera, buscando la imagen de otra persona.
¿Pero cómo
podía saberlo papá? ¿Y no había estado buscando a una mujer de
pelo negro? Pues la bisabuela había comprado el espejo a una
gitana.
Hilde notó que le temblaban las manos, con las que tenía agarrada
la gran carpeta de anillas. Se le ocurrió la idea de que Sofía existía
de verdad allí dentro, «al otro lado».
Ahora Sofía soñó con Hilde y Bjerkely. Hilde no la podía ni ver ni
oír, pero entonces Sofía encontró la cruz de oro de Hilde en el
borde del muelle. Y la misma cruz, con las iniciales de Hilde y
todo, apareció en la cama de Sofía cuando se despertó después del
sueño.
Hilde tuvo que pararse a pensar ¿No había perdido también
la cruz
de oro? Se fue a la cómoda y buscó el joyero. La cruz de oro que le
había regalado su abuela por su bautizo había
desaparecido.
Entonces también había perdido la cruz. ¡Vaya! ¿Pero cómo podía
saberlo su padre si ni ella misma lo sabía?
Y aún había algo más: al parecer, Sofía había soñado que el padre
de Hilde volvía del Líbano. Pero todavía faltaba una semana.
¿Sería el sueño de Sofía una profecía? ¿Querría decir su padre que
cuando él volviera también Sofía, de alguna manera,
estaría allí?
Había escrito algo sobre que Hilde iba a tener una nueva amiga.
En una visión inmensamente clara pero también tremendamente
breve, Hilde se sintió convencida de que Sofía era algo más que
papel y tinta de imprenta. Existía.

Mapa de Grecia

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