viernes, 4 de julio de 2008

Kierkegaard

Kierkegaard

... Europa camina hacia la bancarrota...
Hilde miró el reloj. Eran más de las cuatro. Puso la carpeta
de
anillas sobre el escritorio y bajó corriendo a la cocina. Tenía que
llevar los bocadillos a la caseta antes de que su madre
dejara ya de
esperarla. Al salir de la habitación echó un vistazo al espejo de
latón.
Se apresuró a poner agua a hervir para el té y preparó a toda prisa
unos bocadillos.
Sí que le gastaría una broma a su padre. Hilde se sentía cada vez
más cómplice de Sofía y Alberto. La broma empezaría en
Copenhague.
Al cabo de un rato bajó a la caseta con una gran bandeja.
–Aquí llegan los bocadillos –dijo.
Su madre tenía una lija en una mano, y con la otra se apartó el pelo
de la frente, que estaba lleno de arena.
–Bueno, entonces nos saltamos la comida.
Se sentaron en el borde del muelle para comer.
–¿Cuándo llega papá? –preguntó Hilde al cabo de un rato.
–El sábado. Ya lo sabías, ¿no?
–¿Pero a qué hora? ¿No dijiste que iría vía Copenhague?
–Sí... llegará a Copenhague sobre las cinco. El avión para
Kristiansand no sale hasta las ocho y cuarto, creo, y aterriza
aquí
sobre las nueve y media.
–Entonces pasará unas horas en el aeropuerto de Copenhague...
–¿Porqué?
–Por nada... sólo me preguntaba por dónde vendría.
Comieron. Tras lo que le pareció una prudente pausa,
Hilde dijo:
–¿Has tenido noticias de Mine y Ole últimamente?
–Bueno, llaman de vez en cuando. En julio vendrán de vacaciones
algunos días.
–¿Antes no?
–No. no creo.
–¿Entonces estarán en Copenhague esta semana?
–¿De qué se trata, Hilde?
–De nada. De algo tenemos que hablar, ¿no?
–Has mencionado Copenhague dos veces.
–¿Ah sí?
–Hemos dicho que papá hace escala...
–Seguramente por eso pensé de repente en Anne y Ole.
Hilde volvió a poner los platos y las tazas en la bandeja.
–Tengo que seguir leyendo, mamá.
–Supongo que sí...
¿Había un tono de reproche en esa respuesta? Habían estado
hablando de arreglar la barca juntas antes de que volviera papá.
–Papá medio me ha hecho prometer que habría acabado
de leer el
libro para cuando él volviera.
–Eso me parece un poco exagerado. Una cosa es que esté lejos,
pero no tendría por qué organizar y dirigir las cosas aquí en casa
también.
–Deberías saber hasta qué extremos dirige –dijo Wilde
misteriosamente. Y no te puedes imaginar cómo disfruta
haciéndolo.
Subió de nuevo a su habitación y siguió leyendo.
De repente Solía oyó que alguien llamaba a la puerta. Alberto le
lanzó una severa mirada.
–No nos dejemos interrumpir.
Volvieron a sonar los golpes en la puerta.
–Te hablaré de un filósofo danés al que había escandalizado
mucho la filosofía de Hegel –dijo Alberto.
De pronto llamaron con tanta fuerza que la puerta tembló,
–Seguro que es el mayor, que ha enviado a algún personaje
fantástico para ver si nos dejamos engañar –prosiguió Alberto–.
Esas cosas no le cuestan ningún esfuerzo.
–Pero si no abrimos para ver quién es, tampoco le costará ningún
esfuerzo que tiren la casa.
–Quizás tengas razón. Supongo que tendremos que abrir.
Se acercaron a la puerta. Como los golpes eran tan fuertes, Sofía
esperaba encontrarse con una persona grande. Pero delante de la
pueda sólo había una niña con un vestido de flores y el pelo
largo y rubio. En la mano llevaba dos botellas, una roja y otra
azul.
–Hola –dijo Sofía–. ¿Quién eres?
–Soy Alicia –dijo la niña, e hizo tímidamente una reverencia.
–Lo que me imaginaba –dijo Alberto–. Es Alicia en el País de las
Maravillas.
–¿Pero cómo ha encontrado el camino hasta aquí?
Alicia contestó:
–El País de las Maravillas es un país sin límites. Significa
que el
País de las Maravillas está en todas partes, más o menos como
las Naciones Unidas. Por eso nuestro país debería ser miembro
de honor de las Naciones Unidas.
Deberíamos tener
representantes en todas las comisiones,
porque también las
Naciones Unidas provienen del país de las maravillas de la gente.
–Ja, ja, allí tenemos al mayor –se burló Alberto.
–¿Y qué te trae por aquí? –preguntó Sofía.
–He venido a darle a Sofía estas botellas filosóficas.
Entregó las botellas a Sofía. Las dos eran de cristal transparente,
pero en una había un líquido rojo y en la otra un líquido azul. En
la botella roja ponía «BÉBEME», y en la azul, «BÉBEME A MÍ
TAMBIÉN».
En ese instante pasó corriendo por la cabaña un conejo
blanco,
erguido sobre las patas traseras y vestido con chaleco y
chaqueta. Se paró justo delante de la cabaña, sacó del chaleco un
reloj de bolsillo y dijo: «Ay, ay, voy a llegar tarde».
Y continuó la carrera. Alicia le siguió, pero antes hizo otra
reverencia y dijo:
–Ahora empieza de nuevo.
–Da recuerdos a Dina y a la reina –gritó Sofía tras ella.
Y Alicia desapareció. Alberto y Sofía se quedaron mirando
las
botellas.
–BÉBEME y BÉBEME A MÍ TAMBIÉN –leyó Sofía–. No sé si
atreverme. Quizás sea veneno.
Alberto se limitó a encogerse de hombros.
–Pues viene del mayor y todo lo que procede de él es conciencia.
Simplemente, zumo del pensamiento.
Sofía desenroscó el tapón de la botella roja y se la acercó con
cuidado a la boca. El zumo sabia dulce y algo extraño, pero eso
era lo de menos. Al mismo tiempo comenzó
a suceder algo con
todo lo que había a su alrededor.
Fue como si el lago, el bosque y la cabaña comenzaran
a
extenderse, Pronto pareció que todo lo que veía era una sola
persona, y esa persona era la propia Sofía. Miró a Alberto, pero
era como si él también fuera una parte del alma de Sofía.
–Qué raro –dijo Sofía–. Veo todo como antes, pero ahora es como
si todo estuviera conectado. Tengo la sensación de que todo es
una sola conciencia.
Alberto asintió,, pero era como si Sofía dijera que sí a sí misma.
–Es el panteísmo, o la filosofía unitaria –dijo él–. Es el espíritu
universal de los románticos, quienes veían todo
como un solo
«yo». También es Hegel, que miraba de reojo al individuo y que
veía todo como una manifestación de la razón universal.
–¿Bebo de la otra también?
Eso pone en la botella.
Sofía desenroscó el tapón de la botella azul y bebió un gran
trago. Este zumo sabía un poco más refrescante y más ácido que
el rojo. También ahora tuvo lugar un rápido cambio en todo lo
que había a su alrededor
En el transcurso de un instante desapareció el efecto de la
bebida roja, de manera que las cosas volvieron a su antiguo
lugar. Alberto volvió a ser Alberto, los árboles del bosque
volvieron a ser los árboles del bosque y el agua volvió a aparecer
como un pequeño lago.
Pero esto sólo duró un segundo, porque ahora todo lo que Sofía
podía ver se estaba separando. El bosque ya no era bosque, sino
que cada arbolito aparecía como un mundo
aparte; cada ramita
era como un pequeño cuento sobre el que se podrían contar mil
cuentos.
De pronto el pequeño lago se había transformado en un inmenso
mar, no en anchura o profundidad, sino en detalles
resplandecientes y sutiles sinuosidades. Sofía entendió
que
podía haber empleado toda una vida sólo en contemplar
esta
agua, e incluso cuando la vida un día llegara a su fin, el agua
seguiría siendo un misterio inescrutable.
Posó la mirada sobre la copa de un árbol donde tres pequeños
gorriones estaban ocupados en un extraño juego. De alguna
manera Sofía sabía que los pajaritos estaban
en este árbol
incluso cuando miró a su alrededor después
de haber bebido de
la botella roja, pero, de todos modos, no los había visto de
verdad. La botella roja había borrado todos los contrastes y
todas las diferencias individuales.
Sofía se inclinó sobre la hierba. Descubrió un nuevo mundo, más
o menos como cuando uno bucea a mucha profundidad y abre
los ojos debajo del agua por primera vez. En el musgo, entre
hierbas y pajas, pululaba un sinfín de detalles vivos. Sofía vio
una araña que lentamente y a su aire buscaba su camino por el
musgo... un gusanito rojo que subía y bajaba a toda prisa por una
paja... y todo un pequeño ejército de hormigas trabajando en la
hierba. Pero
incluso cada una de las hormigas levantaba las
patas a su manera.
Y sin embargo, lo más curioso de todo fue lo que vio cuando se
volvió a levantar y miró a Alberto, que seguía de pie delante de la
cabaña. En Alberto vio a una persona extraña
era como un ser de
otro planeta, o como un personaje
de otro cuento. Al mismo
tiempo sentía de una manera
insólita que ella misma era una
persona única. No era solamente un ser humano, no era
solamente una chica de quince años. Era Sofía Amundsen y sólo
ella era eso.
–¿Qué ves? –preguntó Alberto.
–Veo que eres un tipo raro.
–¿Ah sí?
–Creo que nunca llegaré a entender lo que es ser otra persona,
porque no hay ninguna persona en todo el mundo que sea
idéntica a otra.
–¿Y el bosque?
–No está relacionado entre sí. Es como un universo entero de
maravillosos cuentos.
–Entonces es como pensaba. La botella azul es el individualismo.
Es por ejemplo la reacción de Sören Kierkegaard
a la filosofía
unitaria del Romanticismo. Pero también
lo es otro danés
contemporáneo de Kierkegaard, el famoso autor de cuentos H. C.
Andersen. Él tenía una vista muy aguda para la increíble riqueza
de detalles de la naturaleza.
El filósofo alemán Leibniz había
visto lo mismo cien años antes. Él había reaccionado contra la
filosofía unitaria de Spinoza, de la misma manera que Sören
Kierkegaard
reaccionó contra Hegel.
–Estoy escuchando lo que dices, pero al mismo tiempo te veo tan
raro que me entran ganas de reírme.
–Entiendo. Entonces debes beber un poco de la botella
roja.
Sentémonos aquí, en el escalón. Hablaremos un poco de
Kierkegaard antes de dejarlo por hoy.
Sofía se sentó en el escalón junto a Alberto y bebió un pequeño
trago de la botella roja. Ahora las cosas volvieron
a juntarse. De
hecho, casi se fundieron demasiado, porque de nuevo Sofía tuvo
la sensación de que ninguna diferencia tenía importancia.
Entonces volvió a meter la lengua en el cuello de la botella azul, y
el mundo volvió a ser más o menos como era antes de que Alicia
se presentara
con las dos botellas.
–¿Pero qué es lo verdadero? –preguntó Sofía–. ¿Es la botella roja o
es la azul la que proporciona la vivencia correcta?
–Tanto la azul como la roja, Sofía. No podemos decir
que los
románticos se equivocaron, porque sólo existe una realidad. Pero
a lo mejor fueron un poco maniáticos.
–¿Y la botella azul?
–Creo que es la botella de la que Kierkegaard habría bebido
largos sorbos. Al menos valoraba enormemente la importancia
del individuo. No somos solamente «hijos de nuestra época».
Cada uno de nosotros también es un individuo
único que vive
solamente esta única vez.
–A Hegel esto no le había importado gran cosa, ¿verdad?
–No, a él le interesaban más las grandes líneas de la Historia. Y
precisamente esto indignó a Kierkegaard, que pensaba que tanto
la filosofía unitaria de los románticos, como el historicismo de
Hegel, habían ahogado la responsabilidad
del individuo sobre su
propia vida. Para Kierkegaard, Hegel y los románticos eran más o
menos la misma cosa.
–Comprendo que se enfadara.
–Sören Kierkegaard nació en 1813 y fue educado muy
severamente por su padre, de quien también había heredado su
melancolía religiosa.
–No suena muy bien.
–Precisamente por su carácter triste y melancólico, se sintió
obligado a romper un compromiso matrimonial, lo que fue muy
mal visto por la burguesía de Copenhague. De ese modo, pronto
se convirtió en un hombre marginado y burlado, aunque con el
tiempo aprendió a defenderse. Se convirtió cada vez más en lo
que Ibsen llamaría más adelante
un “enemigo del pueblo».
–¿Por haber roto el compromiso?
–No, no sólo por eso. Fue, sobre todo, porque al final
de su vida
elaboró una intensa crítica cultural. «Toda Europa camina hacia
la bancarrota», dijo. Pensaba que vivía en una época totalmente
carente de pasión y dedicación.
Reaccionó especialmente contra
la falta de entusiasmo
dentro de la Iglesia, y criticó vivamente lo
que nosotros llamamos «religión de domingo».
–Hoy en día se podría hablar de «religión de la confirmación». La
gran mayoría de los jóvenes de hoy se confirman
sólo por los
regalos que van a recibir.
–Pues eso es. Para Kierkegaard el cristianismo era tan abrumador
y tan irracional que tenía que ser «lo uno o lo otro». No se puede
ser «un poco» cristiano, o «hasta cierto punto». Porque o Jesús
resucitó el Domingo de Pascua
o no. Y si realmente resucitó de
entre los muertos por nosotros, esto es entonces tan inmenso
que tiene que inundar
nuestras vidas.
Entiendo.
Pero Kierkegaard observó que tanto la Iglesia como la mayoría
de la gente tenían una postura de sabelotodo ante las cuestiones
religiosas. Para Kierkegaard la religión y la razón eran como
fuego y agua. No basta con creer que el cristianismo es lo
«verdadero». La fe cristiana consiste en seguir las huellas de
Cristo.
–¿Qué tenía que ver esto con Hegel?
–Puede que hayamos empezado por el final.
Entonces sugiero que des marcha atrás y arranques de nuevo.
Kierkegaard empezó a estudiar teología cuando contaba sólo 17
años, pero poco a poco se iba interesando cada vez más por las
cuestiones filosóficas. A los 27 años, presentó su tesis sobre el
concepto de la ironía, en la que se despachó a sus anchas contra
la ironía romántica y contra
el juego sin compromiso de los
románticos con la ilusión.
Como contrapartida a esta forma de
ironía puso la «ironía socrática». También Sócrates había
empleado la ironía
como recurso, pero en su caso fue para
provocar una seria reflexión. Al contrario que los románticos,
Sócrates era lo que Kierkegaard llamaba un «pensador
existente», es decir, un pensador que incluye toda su existencia
en su reflexión
filosófica.
–Bien.
–Tras romper su compromiso matrimonial, Kierkegaard se
marchó en 1841 a Berlín, donde asistió a las clases de Schelling,
entre otras.
–¿Llegó a conocer a Hegel?
–No, Hegel había muerto diez años antes, pero su espíritu seguía
siendo el dominante, tanto en Berlín como en muchas partes de
Europa. Su «sistema» se utilizaba como
una especie de
explicación total a toda clase de cuestiones.
Kierkegaard señaló
que las «verdades objetivas» por las que se interesaba la
filosofía hegeliana no tenían ninguna importancia para la
existencia del individuo.
–¿Y cuáles son las verdades importantes o esenciales?
–Más importante que la «Verdad con V mayúscula» es, según
Kierkegaard, encontrar la «verdad para mí». De esa manera
colocó al individuo contra el «sistema». Kierkegaard
opinaba que
Hegel se había olvidado de que él mismo era un ser humano. Así
describe al típico profesor hegeliano: «Mientras el meditabundo y
respetado señor profesor explica la totalidad de la existencia, se
olvida, en su distracción, de cómo se llama, de lo que es un ser
humano,
simplemente un ser humano, no unos ficticios 3/8 de
párrafo».
–¿Y qué es un ser humano según Kierkegaard?
–Es una pregunta que no se puede contestar generalizando.
Para
Kierkegaard no tiene ningún interés hacer una descripción
general de la naturaleza o del ser humano. Es la existencia de
cada uno la que es esencial. Y el hombre
no percibe su propia
existencia detrás de un escritorio. Cuando el ser humano actúa, y
especialmente cuando toma importantes decisiones, es cuando
se relaciona con su propia existencia. Se cuenta una anécdota
sobre Buda que puede ilustrar lo que quería decir Kierkegaard.
–¿Sobre Buda?
–Sí, porque también la filosofía de Buda tomó como punto de
partida la existencia del hombre: érase una vez un monje que
pensaba que Buda daba respuestas muy poco claras a preguntas
importantes sobre lo que es el mundo y lo que es el hombre.
Buda contestó con un ejemplo
de un hombre herido por una
flecha venenosa. El herido
no preguntaría por curiosidad
intelectual de qué estaba
hecha la flecha, qué veneno tenía o
desde qué ángulo había sido disparada.
–Más bien desearía que alguien le sacara la flecha y le curase la
herida.
–¿Verdad que sí? Eso es lo que era existencialmente importante
para él. Tanto Buda como Kierkegaard tenían una fuerte
sensación de existir sólo durante un breve instante.
Y como ya
hemos señalado: entonces no se sienta uno detrás de un
escritorio para meditar sobre la naturaleza
del espíritu universal.
–Entiendo.
–También dijo Kierkegaard que la verdad es «subjetiva
». Pero no
quería decir con ello que da lo mismo lo que creamos u
opinemos. Quería decir que las verdades realmente
importantes
son personales. Solamente esas verdades
son «una verdad para
mí».
–¿Puedes ponerme un ejemplo de una verdad subjetiva?
–Una cuestión importante es, por ejemplo, la de si el cristianismo
es lo verdadero. Esta no es una cuestión ante
la que se pueda
tomar una postura teórica o académica. Para uno que «se
entiende a sí mismo en términos de existencia
», se trata de vida
o muerte. No es algo que uno se siente a discutir por discutir. Es
algo que uno trata con la máxima pasión y fervor.
–Entiendo.
–Si te caes al agua no adoptas una postura teórica ante la
cuestión de si te vas a ahogar o no. En ese caso no es
«interesante» ni «poco interesante» si hay cocodrilos en el agua.
Es cuestión de vida o muerte.
–Pues sí.
–Tenemos que distinguir entre la cuestión filosófica de si existe
un dios y la relación del individuo con la misma cuestión. Ante
cuestiones de este tipo, cada individuo
se encuentra totalmente
solo. Y a preguntas semejantes
sólo nos podemos aproximar
mediante la fe. Las cosas que podemos saber mediante la razón
son, según Kierkegaard,
completamente inesenciales.
–Eso me lo tienes que explicar mejor.
–8 + 4 = 12, Sofía. Eso es algo que podemos saber con seguridad.
Es un ejemplo de esas «verdades de la razón» de las que todos
los filósofos después de Descartes se habían ocupado. ¿Pero
debemos incluirlas en nuestras oraciones? ¿Son cosas sobre las
que meditaremos cuando estemos a punto de morir? No, las
verdades de ese tipo pueden ser «objetivas» y «generales», pero
por ello también resultan totalmente indiferentes para la
existencia de cada uno.
–¿Y la fe?
–No puedes saber si una persona te ha perdonado cuando has
hecho algo malo. Precisamente por eso es importante
para ti
existencialmente. Es una cuestión con la que tienes una relación
viva. Tampoco puedes saber si otra persona te quiere o no. Sólo
es algo que puedes creer o esperar.
Pero eso es más importante
para ti que el que la suma de los ángulos de un triángulo sea 180
grados. Y nadie piensa precisamente en la «ley causal», ni en las
«formas conceptuales», en el momento de recibir su primer beso.
–No, sería de locos.
–Ante todo es importante la fe cuando se trata de cuestiones
religiosas. Kierkegaard escribió: «Si puedo entender a Dios
objetivamente no creo; pero precisamente porque no puedo, por
eso tengo que creer. Y si quiero conservarme
en la fe, tendré
que cuidarme siempre de conservar
la incertidumbre objetiva,
de estar a 70.000 fanegas de profundidad en esta incertidumbre
objetiva, y sin embargo creer».
–Me parece que lo expresa de un modo un poco pesado.
–Anteriormente muchos habían intentado probar la existencia de
Dios, o al menos captaría con la razón. Pero si uno se da por
satisfecho con ese tipo de pruebas de Dios o argumentos de la
razón, se pierde lo que es la propia fe, y con ello también el
fervor religioso. Porque lo esencial no es si el cristianismo es o
no lo verdadero, sino si es lo verdadero
para mí. En la Edad
Media esta misma idea se expresó
mediante la fórmula «credo
quia absurdum».
¿Ah sí?
Significa:«Creo porque es absurdo». Si la religión cristiana
hubiese apelado a la razón, y no a otras partes de nosotros,
entonces no se habría tratado de una cuestión de fe.
–Eso ya lo he entendido.
–Hemos visto lo que Kierkegaard entendía por «existencia
», lo
que entendía por «verdad objetiva» y lo que incluía en el
concepto «fe». Estos tres conceptos se formularon
como una
crítica de la tradición filosófica, y especialmente
de Hegel. Pero
también contenía una crítica de toda una cultura. En las
modernas sociedades urbanas, el ser humano
se había
convertido en «público», decía Kierkegaard, y la característica
más destacada de la multitud era toda esa «palabrería» sin
compromiso alguno. Hoy en día a lo mejor utilizaríamos la
expresión «conformismo», es decir que todo el mundo opina y
defiende lo mismo, sin tener ninguna
relación apasionada con el
tema en cuestión.
–Estoy pensando que tal vez Kierkegaard podría haber
dicho
algunas verdades a los padres de Jorunn.
–Pero no era siempre tan indulgente en sus apreciaciones.
Tenía
una pluma aguda y una ironía amarga. A veces
lanzaba sutilezas
tales como que «la multitud es la mentira» o que «la verdad
siempre está en la minoría». señalaba además que la mayor parte
de la gente tenía una relación de juego con la existencia.
–Una cosa es coleccionar muñecas Barbie, pero es casi peor que
una misma sea una muñeca Barbie...
–Lo cual nos lleva a la teoría de Kierkegaard sobre las tres fases
en el camino de la vida.
¿Qué has dicho?
Kierkegaard opinaba que existen tres actitudes vitales
diferentes. Él utiliza la palabra fases y las llama «fase estética»,
«fase ética» y «fase religiosa». Utiliza la palabra «fase» para
marcar que se puede vivir en las fases inferiores y de pronto dar
el salto» hasta una fase superior. Pero mucha
gente vive en la
misma fase toda la vida.
–Apuesto a que pronto llegará una explicación. Además empiezo
a sentir curiosidad por saber en qué fase me encuentro yo.
–Quien vive en la fase estética vive el momento y busca en todo
momento conseguir el placer. Lo que es bueno es lo que es
hermoso, bello o grato. En ese aspecto se vive totalmente en el
mundo de los sentidos. El estético se convierte en un juguete de
sus propios placeres y estados
de ánimo. Lo negativo es lo
«aburrido», lo «pesado».
–Pues sí, conozco bien esa actitud.
–El típico romántico es por lo tanto el típico estético.
Porque no
se trata solamente de placeres sensuales. También quien tiene
una relación de juego con la realidad, por ejemplo, con el arte o
la filosofía con los que él o ella trabajan, vive en la fase estética.
Se puede tener una relación estética o de «observador» incluso
con el dolor y el sufrimiento. Es la vanidad la que domina. Ibsen
dibujó al típico estético en su personaje Peer Gynt.
–Creo que entiendo lo que quieres decir.
–¿Te reconoces?
–No del todo. Pero me recuerda un poco al mayor.
–Quizás sí, Sofía... Aunque éste ha sido un ejemplo más de esa
pegajosa ironía romántica. Deberías enjuagarte la boca.
–¿Qué has dicho?
–Bueno, tú no tienes la culpa.
–¡Sigue!
–Uno que vive en la fase estética puede llegar a sentir
pronto
angustia y vacío. Pero en ese caso también hay esperanza. Según
Kierkegaard la angustia es algo casi positivo.
Es una expresión
de que uno se encuentra en una «situación
existencial». Ahora el
estético puede optar por dar el gran «salto» hasta una fase
superior. Pero o sucede o no sucede. No sirve de nada estar a
punto de saltar si no se hace del todo. Aquí se trata de un «o lo
uno o lo otro». Pero nadie puede dar el salto por ti. Tú mismo
tienes que elegir.
–Eso me recuerda un poco a lo de dejar de fumar o de consumir
droga.
–Sí, tal vez. Al describir esta «categoría de la decisión
»
Kierkegaard nos recuerda a Sócrates, que señaló que todo
verdadero conocimiento viene desde dentro. También la elección
que conduce a que un ser humano salte de una actitud vital
estética a una actitud vital ética o religiosa tiene que surgir
desde dentro. Esto lo describe Ibsen en Peer Gynt. Otra
descripción magistral de cómo la elección existencial emana de
una desesperación y miseria interiores la ofrece Dostoievski en
la gran novela Crimen y castigo.
–En el mejor de los casos se elige otra actitud vital.
–Y de esa manera a lo mejor se empieza a vivir en la fase ética, la
cual se caracteriza por la seriedad y elecciones
consecuentes
según criterios morales. Esta actitud ante la vida puede recordar
a la ética del deber de Kant. Se intenta
vivir de acuerdo con la ley
moral. Igual que Kant, Kierkegaard pone su atención ante todo en
la disposición mental de la persona. Lo esencial no es
exactamente lo que uno opina que es lo correcto y lo que uno
opina que es malo. Lo esencial es que uno elija tener una actitud
ante lo que es «correcto o equivocado». Lo único que le interesa
al estético es si una cosa es «divertida o aburrida».
¿Y no se corre el riesgo de convertirse en una persona
demasiado seria viviendo de este modo?
–Pues sí. Según Kierkegaard tampoco la «fase ética» es la más
satisfactoria. También en la fase ética puede uno llegar a
aburrirse de ser tan cumplidor y minucioso. Muchas personas,
cuando se hacen mayores, llegan a experimentar
una gran
sensación de cansancio. Algunos pueden
volver a caer en la vida
de juego de la fase estética. Pero algunos dan un nuevo salto
hasta la fase religiosa, alcanzando
así «la profundidad de 70.
000 fanegas» de la fe. Eligen la fe ante el placer estético y los
deberes de la razón. Y aunque puede ser «terrible caer en las
manos del Dios Vivo»., como expresa Kierkegaard, es cuando por
fin el ser humano encuentra la conciliación.
–El cristianismo.
–Sí Para Kierkegaard, la «fase religiosa» era la religión
cristiana.
Pero también tendría una gran importancia Para pensadores no
cristianos. En el siglo XX surgió una extensa
«filosofía
existencialista» inspirada en el pensador danés.
Sofía miró el reloj.
Son casi las siete. Tengo que irme corriendo. Habrá que oír a
mamá.
Dijo adiós con la mano a su profesor de filosofía y bajó corriendo
al agua y al bote.

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