jueves, 3 de julio de 2008

La teoría atómica

La teoría atómica

Aquí estoy de nuevo, Sofía. Hoy conocerás al último gran filósofo
de la naturaleza. Se llamaba Demócrito (aprox. 460-370 a. de C.) y
venía de la ciudad costera de Abdera, al norte del mar Egeo. Si
has podido contestar a la pregunta sobre el lego, no te costará
mucho esfuerzo entender lo que el proyecto de este filósofo.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los
cambios en la naturaleza no se debían a que las cosas realmente
«cambiaran». Suponía, por lo tanto, que todo tenía que estar
construido por unas piececitas pequeñas e invisibles, cada una
de ellas eterna e inalterable. A estas piezas más pequeñas
Demócrito las llamó átomos.
La palabra «átomo» significa «indivisible». Era importante para
Demócrito poder afirmar que eso de lo que todo está hecho no
podía dividirse en partes más pequeñas. Si hubiera sido así, no
habrían podido servir de ladrillos de construcción. Pues, si los
átomos hubieran podido ser limados y partidos en partes cada
vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una
pasta cada vez más líquida.
Además, los ladrillos de la naturaleza tenían que ser eternos,
pues nada puede surgir de la nada. En este punto, Demócrito
estaba de acuerdo con Parménides y los eleáticos. Pensaba,
además que los átomos tenían que ser fijos y macizos, pero no
podían ser idénticos entre sí. Si los átomos fueran idénticos, no
habríamos podido encontrar ninguna explicación satisfactoria de
cómo podían estar compuestos, pudiendo formar de todo, desde
amapolas y olivos, hasta piel de cabra y pelo humano.
Existe un sinfín de diferentes átomos en la naturaleza, decía
Demócrito. Algunos son redondos y lisos, otros son irregulares y
torcidos. Precisamente por tener formas diferentes, podían
usarse para componer diferentes cuerpos. Pero aunque sean
muchísimos y muy diferentes entre sí, son todos eternos,
inalterables e indivisibles.
Cuando un cuerpo –por ejemplo un árbol o un animal muere y se
desintegra, los átomos se dispersan y pueden utilizarse de nuevo
en otro cuerpo. Pues los átomos se mueven en el espacio, pero
como tienen entrantes y salientes se acoplan para configurar las
cosas que vemos en nuestro entorno.
¿Ya has entendido lo que quise decir con las piezas del lego,
verdad? Tienen más o menos las mismas cualidades que
Demócrito atribuía a los átomos, y, precisamente por ello,
resultan tan buenas para construir. Ante todo son indivisibles.
Tienen formas y tamaños diferentes, son macizas e
impenetrables. Además, las piezas del lego tienen entrantes y
salientes que hacen que las puedas unir para poder formar todas
las figuras posibles.
Estas conexiones pueden deshacerse para poder dar lugar a
nuevos objetos con las mismas piezas.
Lo bueno de las piezas del lego es precisamente que se pueden
volver a usar una y otra vez. Una pieza del lego puede formar
parte de un coche un día, y de un castillo al día siguiente.
Además podemos decir que las piezas del lego son eternas».
Niños de hoy en día pueden jugar con las mismas piezas con las
que jugaban sus padres.
También podemos formar cosas de barro, pero el barro no puede
usarse una y otra vez, precisamente porque se puede romper en
trozos cada vez más pequeños, y porque esos pequeñísimos
trocitos de barro no pueden unirse para formar nuevos objetos.
Hoy podemos más o menos afirmar que la teoría atómica de
Demócrito era correcta. La naturaleza está, efectivamente,
compuesta por diferentes átomos que se unen y que vuelven a
separarse. Un átomo de hidrógeno que está asentado dentro de
una célula en la punta de mi nariz, perteneció, en alguna ocasión,
a la trompa de un elefante. Un átomo de carbono dentro del
músculo de mi corazón estuvo una vez en el rabo de un
dinosaurio.
En nuestros días, la ciencia ha descubierto que los átomos
pueden dividirse en «partículas elementales». A estas partículas
elementales las llamamos protones, neutrones y electrones.
Quizás esas partículas puedan dividirse en partes aún más
pequeñas. No obstante, los físicos están de acuerdo en que tiene
que haber un límite. Tiene que haber unas partes mínimas de las
que esté hecho el mundo.
Demócrito no tuvo acceso a los aparatos electrónicos de nuestra
época. Su único instrumento de verdad fue su inteligencia. Y su
inteligencia no le ofreció ninguna elección. Si de entrada
aceptamos que nada cambia, que nada surge de la nada y que
nada desaparece, entonces la naturaleza ha de estar compuesta
necesariamente por unos minúsculos ladrillos que se juntan, y
que se vuelven a separar.
Demócrito no contaba con ninguna fuerza» o «espíritu» que
interviniera en los procesos de la naturaleza. Lo único que existe
son los átomos y el espacio vacío, pensaba. Ya que no creía en
nada más que en lo material, le llamamos materialista.
No existe ninguna «intención» determinada detrás de los
movimientos de los átomos. En la naturaleza todo ocurre
mecánicamente. Eso no significa que todo lo que ocurre sea
«casual», pues todo sigue las leyes inquebrantables de la
naturaleza. Demócrito pensaba que había una causa natural en
todo lo que ocurre, una causa que se encuentra en las cosas
mismas. En una ocasión dijo que preferiría descubrir una ley de
la naturaleza a convertirse en rey de Persia.
La teoría atómica también explica nuestras sensaciones, pensaba
Demócrito. Cuando captamos algo con nuestros sentidos, se
debe a los movimientos de los átomos en el espacio vacío.
Cuando vemos la luna, es porque los «átomos de la luna»
alcanzan mi ojo.
¿Y qué pasa con la conciencia? ¿No podrá estar formada por
átomos, es decir, por «cosas» materiales? Pues sí, Demócrito se
imaginaba que el alma estaba formada por unos «átomos del
alma» especialmente redondos y lisos. Al morir una persona, los
átomos del alma se dispersan hacia todas partes. Luego, pueden
entrar en otra alma en proceso de creación.
Eso significa que el ser humano no tiene un alma inmortal.
Mucha gente comparte también, hoy en día, este pensamiento.
Opinan, como Demócrito, que «el alma» está conectada al cerebro
y que no podemos tener ninguna especie de conciencia cuando el
cerebro se haya desintegrado.
Demócrito puso temporalmente fin a la filosofía griega de la
naturaleza. Estaba de acuerdo con Heráclito en que todo en la
naturaleza «fluye». Las formas van y vienen. Pero detrás de todo
lo que fluye, se encuentran algunas cosas eternas e inalterables
que no fluyen. A estas cosas es a lo que Demócrito llamó átomos.
Mientras leía, Sofía miraba por la ventana para ver si aparecía
junto al buzón el misterioso autor de las cartas. Se quedó mirando a
la calle fijamente, pensando en lo que acababa de leer. Le pareció
que Demócrito había razonado de un modo muy sencillo y, sin
embargo, muy astuto. Había encontrado la solución al problema de
la materia primaria» y del cambio.
Este problema era tan complicado que los filósofos lo habían
meditado durante varias generaciones. Pero al final, Demócrito
había solucionado todo el problema utilizando simplemente su
inteligencia.
Sofía estaba a punto de echarse a reír. Tenía que ser verdad que la
naturaleza estaba hecha de piececitas que nunca cambian. Al
mismo tiempo, Heráclito había tenido razón al afirmar que todas
las formas de la naturaleza fluyen», pues todos los humanos y
todos los animales mueren, e incluso una cordillera de montañas se
va desintegrando lentísimamente, y lo cierto es que también la
cordillera está compuesta por unas cositas indivisibles que nunca
se rompen.
Al mismo tiempo, Demócrito se había hecho nuevas preguntas.
Había dicho, por ejemplo, que todo sucede mecánicamente. No
aceptó ninguna fuerza espiritual en la naturaleza, como
Empédocles y Anaxágoras.
Además, Demócrito pensaba que el ser humano carece de alma
inmortal.
¿Podía estar totalmente segura de que esto era correcto. ?
No estaba del todo segura. Pero, claro, se encontraba muy al
principio del curso de filosofía.

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