viernes, 4 de julio de 2008

El arte de conversar

El arte de conversar

La propia esencia de la actividad de Sócrates es que su objetivo
no era enseñar a la gente. Daba más bien la impresión de que
aprendía de las personas con las que hablaba. De modo que no
enseñaba como cualquier maestro de escuela. No, no, él
conversaba.
Está claro que no se habría convertido en un famoso filósofo si
sólo hubiera escuchado a los demás. Y tampoco le habrían
condenado a muerte, claro está. Pero, sobre todo, al principio
solía simplemente hacer preguntas, dando a entender que no
sabía nada. En el transcurso de la conversación, solía conseguir
que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y
entonces, podía suceder que el otro se viera acorralado y, al final,
tuviera que darse cuenta de lo que era bueno y lo que era malo.
Se dice que la madre de Sócrates era comadrona, y Sócrates
comparaba su propia actividad con la del arte de parir de la
comadrona. No es la comadrona la que pare al niño. Simplemente
está presente para ayudar durante el parto. Así, Sócrates
consideraba su misión ayudar a las personas a parir la debida
comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir
del interior de cada uno. No puede ser impuesto por otros. Sólo
el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero
conocimiento.
Puntualizo: la capacidad de parir hijos es una facultad natural. De
la misma manera, todas las personas pueden llegar a entender
las verdades filosóficas cuando utilizan su razón. Cuando una
persona “entra en juicio”, recoge algo de ella misma.
Precisamente haciéndose el ignorante, Sócrates obligaba a la
gente con la que se topaba a utilizar su sentido común. Sócrates
se hacía el ignorante, es decir, aparentaba ser más tonto de lo
que era. Esto lo llamamos ironía socrática. De esa manera, podía
constantemente señalar los puntos débiles de la manera de
pensar de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas.
Un encuentro con Sócrates podía significar quedar en ridículo
ante un gran público.
Por lo tanto, no es de extrañar que Sócrates, a la larga, pudiera
resultar molesto e irritante, sobre todo para los que sostenían
los poderes de la sociedad. Atenas es como un caballo apático,
decía Sócrates, y yo soy un moscardón que intenta despertarlo y
mantenerlo vivo. (¿Qué se hace con un moscardón, Sofía? ¿Me lo
puedes decir?)

Mapa de Grecia

Mapa de Grecia
Antigua Grecia