jueves, 3 de julio de 2008

El destino

El destino

... el adivino intenta interpretar algo que en realidad no está
nada claro...
Sofía había estado vigilando la puerta de la verja del jardín,
mientras leía sobre Demócrito. Para asegurarse, decidió, no
obstante, darse una vuelta por la puerta.
Al abrir la puerta exterior descubrió un sobrecito blanco fuera en la
escalera. Y en el sobre ponía “Sofía Amundsen”.
¡De modo que la había engañado! Justo ese día, cuando con tanto
celo había vigilado el buzón, el filósofo misterioso se había
acercado a la casa a escondidas desde otro lado y simplemente
había puesto la carta sobre la escalera, antes de darse a la fuga otra
vez. ¡Demonios!
¿Cómo podía saber que Sofía iba a estar vigilando el buzón
justamente ese día? ¿La habrían visto él, o ella, en la ventana? A1
menos se alegraba de haber salvado el sobre antes de que su madre
llegara a casa.
Sofía volvió a su cuarto y abrió allí la carta. El sobre blanco estaba
un poco mojado por los bordes; además, tenía un par de profundos
cortes. ¿Por qué? No había llovido en varios días.
En la notita ponía:
¿Crees en el destino?
¿Son las enfermedades un castigo divino?
¿Cuáles son las fuerzas que dirigen la marcha de la historia?
¿Que si creía en el destino? No estaba muy segura. Pero conocía a
mucha gente que sí creía. Varias amigas de clase, por ejemplo,
leían sus horóscopos en las revistas. Si creían en la astrología,
también creerían en el destin0, ya que los astrólogos pensaban que
la situación de las estrellas en el firmamento podía decir algo sobre
la vida de las personas en la Tierra.
Si se creía que un gato negro que cruzaba el camino significaba
mala suerte, entonces también se creería en el destino, pensaba
Sofía. Cuanto mas pensaba en ello, más ejemplos le salían de la fe
en el destino. ¿Por qué se decía «toca madera, por ejemplo y por
qué martes trece era una día de mala suerte; Sofía había oído decir
que muchos hoteles se saltaban el número trece para las
habitaciones. Se debería a que, a fin de cuentas, había muchas
personas supersticiosas.
–Superstición, por cierto, ¿no era una palabra extraña? Si creías en
el cristianismo o en el islán se llamaba fe», pero si creías en
astrología o en martes y trece, entonces se convertía en seguida en
superstición.
¿Quién tenía derecho a llamar superstición, a la fe de otras
personas?
Por lo menos, Sofía estaba segura de una cosa: Demócrito no había
creído en el destino. Era materialista. Sólo había creído en los
átomos y en el espacio vacío.
Sofía intentó pensar en las otras preguntas de la notita.
¿Son las enfermedades un castigo divino?» Nadie creería eso hoy
en día. Pero de repente se acordó de que mucha gente pensaba que
rezar a Dios ayudaba a curarse, así que creerían que Dios tenía algo
que ver en la cuestión de quién estaba sano y quién estaba enfermo.
La última pregunta le resultaba mas difícil. :Sofía jamás había
pensado en qué era lo que dirigía el curso de la historia. ¿Serian las
personas, no? Si fuera Dios o el destino, las personas, no podrían
tener libre albedrío.
El tema del libre albedrío le hizo pensar en otra cosa. ¿Porqué iba a
tolerar que ese misterioso filósofo jugara con ella al escondite?
¿Por que no podía ella escribirle una carta al filósofo? Seguro que
él, o ella, dejaría un nuevo sobre grande en el buzón en el
transcurso de la noche, o en algún momento de la mañana
siguiente. Entonces, ella dejaría una carta para el profesor de
filosofía.
Sofía se puso en marcha. Le resultaba muy difícil escribir a alguien
a quien jamás había visto. Ni siquiera sabía si era un hombre o una
mujer. Tampoco si era joven o viejo. Por lo que sabía, incluso
podría tratarse de una persona a la que ella conocía.
En poco tiempo había redactado una pequeña carta:
Muy respetado filósofo: En esta casa se aprecia con sumo agrado
su generoso curso de filosofía por correspondencia. Pero molesta
no saber quién es usted. Le rogamos por tanto presentarse con
nombre completo. A cambio será invitado a entrar a tomar una
taza de café con nosotros, pero si puede ser, cuando mi madre no
esté en casa. Ellas trabaja todos los días de 7, 30 a 17, 00 de lunes
a viernes. Yo soy estudiante, y tendré el mismo horario, pero,
excepto los jueves, siempre estoy e casa a partir de los dos y
cuarto. Además, el café me sale muy bueno. Le doy las gracias por
anticipado. Saludos de su atenta alumna. Sofía Amundsen, 14 años.
En la parte inferior de la hoja escribió:«Se ruega contestación».
A Sofía le pareció que la carta era demasiado formal. Pero no era
fácil elegir las palabras cuando se escribía a una persona sin rostro.
Metió la hoja en un sobre de color rosa y lo cerró. Por fuera
escribió: «Al filósofo»
El problema era cómo sacarlo fuera sin que su madre lo viera. Al
mismo tiempo, tendría que mirar el buzón temprano a la mañana
siguiente, antes de que llegara el periódico. Si no llegaba ningún
envío durante la noche, tendría que volver a recoger el sobre de
color rosa.
¿Porqué tenía que ser todo tan complicado?
Aquella noche, Sofía subió pronto a su habitación a pesar de que
era viernes. Su madre intentó tentarla con una pizza y una película
policíaca, pero dijo que estaba cansada y que quería leer en la
cama. Mientras su madre estaba sentada mirando fijamente a la
pantalla del televisor; Sofía bajó a hurtadillas a llevar la carta al
buzón.
Al parecer, su madre estaba un poco preocupada. Desde que surgió
aquello del conejo grande y el sombrero de copa, hablaba con Sofía
de una manera completamente distinta a la de antes. Sofía no
quería preocuparla, pero ahora tenía que subir a la habitación para
vigilar el buzón.
Cuando su madre subió, sobre las once, estaba sentada delante de
la ventana mirando a la calle.
–¿No estarás sentada mirando al buzón? –pregunto.
–Miro lo que me da la gana.
–Creo que estás enamorada de verdad, Sofía. Pero si llega con una
nueva carta, no lo hará en medio de la noche.
–¡Qué asco! Sofía no aguantaba esa tontería del enamoramiento.
Pero habría que dejar que su madre creyera que su estado de ánimo
se debía a algo así.
Su madre prosiguió: –¿Él fue el que dijo aquello del conejo y el
sombrero de copa?
Sofía asintió con la cabeza.
–No es... no consume droga, verdad?
Ahora Sofía sentía verdadera lástima por su madre. No podía
permitir que se preocupara tanto por una cosa así. Por otra parte,
era bastante tonto pensar que las ideas divertidas tuvieran que ver
con las drogas. Los mayores son un poco tontos a veces.
Se volvió y dijo:
–Mamá, te prometo, aquí y ahora que jamás probaré algo así... y él
tampoco consume drogas. Pero le interesa bastante la filosofía.
–¿Es mayor que tú?
Sofía dijo que no con la cabeza.
–¿De la misma edad?
Dijo que sí.
–¿Y le interesa la filosofía?
Volvió a decir que si. –Seguro que es majísimo, cariño. Y ahora,
creo que debes dormir.
Pero Sofía se quedó durante horas mirando al camino. Sobre la
una, tenía tanto sueño que los ojos se le iban cerrando. Estuvo a
punto de acostarse, pero de repente vislumbró sobre una sombra
que salía del bosque.
La oscuridad era casi total, pero había luz suficiente para poder
distinguir la silueta de una persona. Era un hombre, y a Sofía le
parecía bastante mayor. ¡Por lo menos, no era de su misma edad!
En la cabeza llevaba una boina o algo parecido.
Miró una vez hacia la casa, pero Sofía no tenía ninguna luz
encendida. El hombre se fue derecho al buzón y dejó caer dentro
un sobre grande. En el momento de soltar el sobre, descubrió la
carta de Sofía. Metió la mano en el buzón y sacó la carta. Al cabo
de un instante, estaba ya otra vez en el bosque. Se fue corriendo
hacia el sendero y desapareció.
Sofía notaba cómo le latía el corazón. Lo que más hubiera deseado
era salir corriendo tras él. Aunque pensándolo bien, no podía hacer
eso, no se atrevía a ir corriendo tras una persona desconocida en
plena noche. Pero tenía que salir a recoger el sobre, eso sí que no lo
dudaba.
Al cabo de un rato, bajó la escalera a hurtadillas, abrió
cuidadosamente la puerta de la calle con la llave y se fue hasta el
buzón. Pronto estaba de vuelta en su habitación, con el gran sobre
en la mano. Se sentó sobre la cama conteniendo el aliento. Pasaron
un par de minutos y no se oía ningún ruido en toda la casa.
Entonces abrió la carta y comenzó a leer.
Era evidente que no recibiría ninguna contestación a su carta hasta
el día siguiente.
El destino
¡Buenos días de nuevo, querida Sofía! Déjame decirte, de una vez
por todas, que jamás debes intentar espiarme. Ya nos
conoceremos en persona algún día, pero seré yo quien decida la
hora y el lugar. ¿No vas a desobedecerme, verdad?
Volvamos a los filósofos. Hemos visto cómo buscan
explicaciones naturales a los cambios que tienen lugar en la
naturaleza. Anteriormente, esas cuestiones se explicaban
mediante los mitos.
Pero también en otros campos hubo que despejar el camino de
viejas supersticiones. Lo vemos en lo que se refiere a estar
enfermo y estar sano, y en lo que se refiere a los acontecimientos
políticos. En ambos campos, los griegos tuvieron una gran fe en
el destino.
Por fe en el destino se entiende la fe en que está determinado, de
antemano, todo lo que va a suceder. Esta idea la podemos
encontrar en todo el mundo, en el momento presente, y a través
de toda la historia. En los países nórdicos existe una gran fe en
«el destino»; tal como aparece en las antiguas sagas islandesas.
Tanto entre los griegos como en otras partes del mundo, nos
encontramos con la idea de que los seres humanos pueden llegar
a conocer el destino a través de diferentes formas de oráculo, lo
que significa que el destino de una persona, o de un estado,
puede ser interpretado de varios modos.
Todavía hay muchas personas que creen en leer las cartas, leer
las manos o interpelar las estrellas.
Una variante típicamente noruega es la adivinación mediante los
posos del café. Al vaciarse la taza de café, suelen quedar algunos
posos en el fondo. Esos posos pueden formar un determinado
dibujo o imagen –sobre todo, si añadimos un poco de
imaginación–. Si los posos tienen la forma de un coche, significa
que la persona que haya bebido de la taza quizás vaya a hacer un
viaje en coche.
Vemos que el «adivino» intenta interpretar algo que en realidad
no está nada claro. Esto es muy típico de todo arte adivinatorio, y
precisamente porque aquello que se «adivina» es tan poco claro,
no resulta tampoco muy fácil contradecir al adivino.
Cuando miramos el cielo estrellado, vemos un verdadero caos de
puntitos brillantes, y sin embargo, ha habido muchas personas, a
través de los tiempos, que han creído que las estrellas pueden
decirnos algo sobre nuestra vida en la Tierra. Incluso hoy en día,
hay dirigentes políticos que consultan a un astrólogo antes de
tomar una decisión importante.

Mapa de Grecia

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