viernes, 4 de julio de 2008

El Renacimiento

El Renacimiento

... oh estirpe divina vestida de humano...
Jorunn estaba en el jardín delante de su casa amarilla cuando sobre
la una y media Sofía llegó sin aliento hasta la verja.
–¡Has estado fuera más de nueve horas! –exclamó Jorunn
Sofía negó con la cabeza.
–He estado fuera más de mil años.
–¿Pero dónde has estado?
–Tenía una cita con un monje medieval. ¡Un tipo divertido. –
Estás chiflada. Tu madre llamó hace media hora.
–¿Qué le dijiste?
–Dije que te habías ido al quiosco.
–¿Y qué dijo ella?
–Que la llamaras cuando volvieras. Lo peor fue lo de mis padres. A
las nueve entraron en mi habitación con chocolate
caliente y
panecillos. Una de las camas estaba vacía.
–¿Qué les dijiste?
–No te puedes imaginar qué corte. Dije que te habías ido a casa
porque nos habíamos peleado.
–En ese caso tenemos que darnos prisa y hacer las paces.
Y que
tus padres no hablen con mi madre durante unos días. ¿Crees que
lo conseguiremos?
Jorunn se encogió de hombros. Al instante apareció el padre de
Jorunn en el jardín con una carretilla. Se había puesto
un mono.
Era evidente que se disponía a quitar las hojas caídas el año anterior
–Así que aquí están las amiguitas –dijo–. Bueno, ya no queda
ninguna hoja.
–Qué bien –replicó Sofía–, Entonces quizás podamos tomar un
café, ya que no pudimos desayunar.
El padre sonrió forzadamente, y Jorunn se sobresaltó. En casa de
Sofía siempre habían sido algo más informales que en la del asesor
financiero, señor Ingebrigtsen y señora.
–Lo siento, Jorunn –dijo Sofía–. Pero yo también debo
participar
en esta operación de camuflaje.
–¿Vas a contarme algo?
–Si me acompañas a casa. De todos modos ése no es asunto
de
asesores financieros o muñecas Barbie entradas en años.
–Qué asquerosa eres. ¿Acaso es mejor un matrimonio que cojea y
manda a una de las partes al mar?
–Seguro que no. Pero yo no he dormido casi esta noche, y además
me pregunto si Hilde será capaz de ver todo lo que hacemos.
Habían empezado a caminar hacia la casa de Sofía.
–¿Quieres decir que es vidente?
–Quizás si. O quizás no.
Era evidente que a Jorunn no le hacían gracia todos aquellos
secretos.
–Pero eso no explica que su padre envíe extrañas postales
a una
cabaña abandonada en el bosque.
–Admito que ése es un punto débil.
–¿No me vas a decir dónde has estado?
Se lo contó. Y también le habló del misterioso curso de filosofía.
Lo hizo a cambio de una solemne promesa de que todo quedaría
entre ellas dos.
Anduvieron un buen rato sin decir nada.
–No me gusta –dijo- Jorunn.
Se detuvo delante de la verja de Sofía dando a entender que allí
daría la vuelta.
–Tampoco te he pedido que te guste. La filosofía no es un simple
juego de mesa, ¿sabes? Se trata de quiénes somos y de dónde
venimos. ¿Te parece que aprendemos suficiente sobre
eso en el
colegio?
–De todos modos, nadie sabe las respuestas a esas preguntas.
–Ni siquiera nos enseñan a plantearnos esas preguntas.
La comida estaba en la mesa cuando Sofía entró en la cocina.
No
hubo comentarios de por qué no había llamado desde casa de
Jorunn.
Después de comer dijo a su madre que quería dormir la siesta,
porque apenas había dormido en casa de Jorunn, lo que no era nada
raro cuando se dormía en casa de alguna amiga.
Antes de meterse en la cama se colocó delante del gran espejo de
latón que había colgado en la pared. Al principio no veía más que
su propia cara, pálida y cansada. Pero después... fue como si detrás
de su propia cara apareciesen de pronto los contornos difusos de
otra cara.
Sofía respiró hondo un par de veces. No debía empezar a
imaginarse cosas.
vio los nítidos contornos de su propia cara pálida enmarcada
por
el pelo negro, que no se adaptaba a otro peinado que el de la propia
naturaleza, un peinado de pelo lacio. Pero debajo
de este rostro
también aparecía, como un espectro, la imagen
de otra muchacha.
De pronto la muchacha desconocida empezó a guiñarle
enérgicamente los dos ojos. Era como si quisiera dar a entender
que de verdad estaba allí dentro, al otro lado. Sólo duró unos
segundos. Luego desapareció.
Sofía se sentó en la cama. No dudaba de que la cara que había visto
en el espejo fuera la de Hilde. Una vez, durante un par de
segundos, había visto una foto de ella en un carnet escolar
en la
Cabaña del Mayor. Tenía que ser la misma chica que había visto
también en el espejo.
¿No era un poco extraño que estas cosas tan misteriosas siempre le
sucedieran cuando estaba totalmente agotada? Así siempre tenía
que preguntarse luego si sólo habían sido imaginaciones.
Sofía colocó su ropa sobre una silla y se metió debajo del edredón.
Se durmió al instante. Mientras dormía tuvo un sueño
extrañamente intenso y claro.
Soñó que estaba en un gran jardín donde había una caseta
de
madera, pintada de rojo, para guardar barcas. Sobre un muelle
junto a la caseta roja estaba sentada una niña rubia mirando al lago.
Sofía se acercó a ella, pero era como si la desconocida
no se diera
cuenta de que estaba allí. «Me llamo Sofía», dijo. Pero la
desconocida no la veía ni la oía. «Al parecer eres ciega y sorda», le
dijo Sofía. Y la chica estaba verdaderamente
sorda a las palabras
de Sofía. De pronto Sofía oyó una voz que llamaba: «¡Hildecita!».
La niña se levantó inmediatamente
del muelle y se fue corriendo
hacia la casa. Entonces no debía de ser ni ciega ni sorda. De la casa
salió un hombre de mediana edad corriendo hacia ella. Llevaba
uniforme y boina azul. La niña desconocida se echó en sus brazos,
y el hombre la cogió y le dio un par de vueltas por el aire. Sofía
descubrió una pequeña cruz de oro en el muelle donde había estado
sentada la niña. La cogió y la guardó en la mano. En esto
se
despertó.
Sofía miró el reloj. Había dormido un par de horas. Se incorporó en
la cama y se puso a pensar en el extraño sueño. Había sido tan
intenso y tan claro que parecía haberlo vivido. Estaba convencida
de que la casa y el muelle del sueño existían de verdad en algún
sitio. ¿No se parecían a aquel cuadro que había visto en la Cabaña
del Mayor? Por lo menos no cabía duda de que la niña del sueño
era Hilde Møller Knag y que el hombre era su padre que volvía del
Líbano En el sueño le había recordado un poco a Alberto Knox..
Al hacer la cama descubrió una cadena con una cruz de oro debajo
de la almohada En la parte de atrás de la cruz estaban grabadas tres
letras: «HMK»
Desde luego no era la primera vez que Sofía soñaba con que se
encontraba alguna alhaja. Pero era la primera vez que lograba
traerse la alhaja del sueño.
–¡Maldita sea! se dijo en voz alta
Estaba tan enfadada que abrió la puerta del armario y tiró la valiosa
cadena al estante, junto al pañuelo de seda, el calcetín
blanco y
todas las postales del Líbano.
El domingo por la mañana la madre despertó a Sofía con un gran
desayuno compuesto de panecillos calientes y zumo de naranja,
huevos y ensaladilla rusa. No era normal que su madre se levantara
antes que ella los domingos. Pero cuando ocurría, se esforzaba en
preparar un sólido desayuno dominical antes de despertar a Sofía.
Mientras desayunaban la madre dijo:
–Hay un perro desconocido en el jardín. Ha estado dando vueltas
por el viejo seto toda la mañana. ¿Sabes que esta haciendo aquí?
–¡Ah sí! –exclamó Sofía, pero en el mismo instante se mordió los
labios.
–¿Ha estado aquí antes?
Sofía se levantó y se a cercó a la ventana del salón que daba
al
gran jardín. Como se estaba imaginando, Hermes estaba tumbado
delante de la entrada secreta al Callejón.
¿Qué podía decir? La madre se colocó a su lado sin darle tiempo a
pensar en una respuesta.
–¿Has dicho que ese perro ya ha estado aquí antes.
–Habrá enterrado un hueso aquí. Y ahora ha vuelto para recoger su
tesoro. También los perros tienen memoria.
–Quizás sea eso, Sofía. Tú tienes más psicología que yo. Sofía
pensó intensamente.
–Yo le acompañaré a su casa-dijo.
–¿Pero sabes dónde vive? Se encogió de hombros.
–Tendrá un collar con las señas.
Un par de minutos más tarde Sofía estaba saliendo al jardín.
Cuando Hermes la vio fue corriendo hacia ella, moviendo
alegremente el rabo.
–Hermes, buen chico –dijo Sofía.
Sabía que su madre la estaba mirando desde la ventana. ¡Ojalá el
perro no atravesara el seto! Pero no, se dirigió al caminito
de
gravilla delante de la casa y dio un salto hacia la verja.
Cuando ya habían salido a la calle, Hermes seguía andando
un par
de metros delante de Sofía. Dieron un largo paseo
por las calles de
chalets; no eran los únicos que estaban dando un paseo dominical.
Había familias enteras caminando, y Sofía sintió algo de envidia.
De vez en cuando Hermes se alejaba para oler a algún otro perro o
alguna cosa al borde de la cuneta, pero en cuanto Sofía lo llamaba
volvía a su lado.
Habían cruzado ya un viejo corral, un gran polideportivo y un
parque infantil cuando llegaron a un barrio más transitado.
Continuaron bajando hacia el centro por una calle ancha y
adoquinada, con trolebuses en medio.
Ya en el centro, Hermes la llevó por la Gran Plaza y luego por la
Calle de la Iglesia. Salieron al barrio antiguo, donde había
grandes
casas de principios de siglo. Era casi la una y media.
Se encontraban en la otra punta de la ciudad. Sofía no venía por
aquí a menudo. Pero una vez cuando era pequeña había visitado a
una vieja tía suya en una de estas calles.
Pronto salieron a una pequeña plaza entre unas casas viejas.
La
plaza se llamaba Plaza Nueva a pesar de la pinta de viejo que tenía
todo. La ciudad en si era muy vieja, de la Edad Media.
Hermes se acercó al portal 14, donde se quedó esperando
a que
Sofía abriera la puerta. Ella notó como un vacío en el estómago.
Dentro del portal había un montón de buzones verdes. Sofía
descubrió una postal pegada en uno de los buzones de la fila
superior. En la postal había un sello con un mensaje del cartero que
decía que el destinatario era desconocido. El destinatario
era
«Hilde Møller Knag, Plaza Nueva 14...”. Estaba sellada
el 15 de
junio. Faltaban aún dos semanas, un detalle en el que
aparentemente, el cartero no se había fijado.
Sofía despegó la postal y leyó.
Querida Hilde Sofía está llegando a casa del profesor de filosofía.
Pronto cumplirá quince años, pero tu ya los cumpliste ayer ¿O es
hoy Hildecita? Si es hoy al menos será muy entrado el día. Pero
nuestros relojes no andan siempre completamente igual. Una
generación envejece mientras que otra crece. Mientras tanto la
tanto la Historia sigue su curso. ¿Has pensado en que la historia
de Europa puede compararse con la vida de una persona. En ese
caso la Antigüedad es la infancia de Europa. Luego viene la larga
Edad Media que es la jornada escolar de Europa. Pero luego llega
el Renacimiento. Ha acabado la larga jornada de colegio y la
joven Europa esta impaciente por lanzarse a la vida. A lo mejor
podríamos decir que el Renacimiento es el decimoquinto
cumpleaños de Europa. Estarnos a mediados de junio, hijita mía, v
la vida es maravillosa.
P D. Qué pena que hayas perdido tu cruz de oro. ¡Tendrás que
aprender a cuidar mejor de tus cosas! Saludos de tu papá, que está
ya a la vuelta de la esquina.
Hermes estaba ya subiendo las escaleras. Sofía se llevó la postal y
le siguió. Tenía que correr para no perderlo, él movía
enérgicamente el rabo. Pasaron el segundo piso, el tercero, el
cuarto y el quinto. Desde allí sólo había una estrecha escalera que
continuaba. ¿Se dirigían a la azotea? Pero Hermes siguió también
por la escalera estrecha. Luego se detuvo ante una puerta estrecha
que comenzó a arañar con las uñas.
Sofía oyó pasos que se acercaban detrás de la puerta. La puerta se
abrió y allí estaba Alberto Knox. Se había cambiado de traje, pero
también hoy estaba disfrazado. Llevaba unas medias
blancas hasta
las rodillas, unos pantalones anchos y rojos y una chaqueta
amarilla con los hombros abultados. A Sofía le recordó a los
comodines de la baraja. Si no se equivocaba, se trataba de un traje
renacentista.
–¡Payaso! –exclamó Sofía dándole un empujón para entrar en el
piso.
Había vuelto a hacer del pobre profesor de filosofía víctima
de
una especie de mezcla de temor y timidez. Ella estaba además muy
excitada a causa de la postal que había encontrado
abajo en el
portal.
–No seas tan irascible, hija mía –dijo Alberto cerrando la puerta
tras él.
–Aquí está el correo –dijo Sofía, alcanzándole la postal como si él
la hubiera escrito.
Alberto leyó la postal con un gesto de desagrado.
–Se está volviendo cada vez más descarado. A lo mejor nos está
utilizando como una especie de diversión con motivo del
cumpleaños de su hija.
Cogió la postal y la rompió en cien pedazos que tiró a una papelera.
–En la postal ponía que Hilde ha perdido una cruz de oro –dijo
Sofía.
–Ya lo he visto, ya.
–Pues justamente he encontrado esa cruz en mi cama. ¿Sabes cómo
pudo llegar hasta allí?
Alberto la miró fijamente a los ojos.
–Puede parecer fascinante, pero no es más que un truco
barato que
no le cuesta el menor esfuerzo. Mejor concentrémonos en el gran
conejo que se saca del negro sombrero de copa del universo.
Entraron en la salita, que era de lo más raro que Sofía había
visto
en toda su vida.
Alberto vivía en un gran ático abuhardillado. En el techo había una
ventana que dejaba entrar directamente la luz del cielo. Pero la
habitación también tenía una ventana con vistas a la ciudad y por la
que se podían ver todos los tejados de los viejos
edificios.
Pero lo que más asombraba a Sofía era todo lo que había en la
salita. Estaba repleta de muebles y objetos de muy distintas épocas
de la Historia. Un sofá que podía ser de los años treinta, un viejo
escritorio de principios de siglo, una silla que seguramente tenía
unos cientos de años. Pero no eran solo los muebles lo que le
asombraba. En estantes y armarios había utensilios y objetos de
decoración totalmente mezclados. Había viejos relojes y vasijas,
morteros y frascos de cristal, cuchillos y muñecos, plumas antiguas
y pisapapeles octantes y sextantes,
brújulas y barómetros. Había
una pared entera repleta de libros, pero no de esos libros que se
pueden comprar en las librerías. También la colección de libros era
como un corte transversal a lo largo de cientos de años de
producción de libros. En las paredes colgaban dibujos y cuadros;
algunos seguramente hechos hacia pocos años, otros muy antiguos.
También
había varios mapas antiguos.
Sofía se quedó mirando mucho rato sin decir nada. Giró la cabeza
en todas las direcciones hasta haber visto todos los ángulos
posibles.
–Veo que coleccionas muchos cachivaches –dijo por fin.
–Bueno, bueno. Piensa que en esta sala se conservan muchos siglos
de Historia. Yo no los llamaría cachivaches.
–¿Coleccionas antigüedades o algo así?
La cara de Alberto adquirió una expresión casi melancólica.
–No todo el mundo puede dejarse llevar por la corriente
de la
Historia, Sofía. Algunos tienen que detenerse y recoger aquello que
se queda en sus orillas.
–Qué manera tan extraña de hablar.
–Pero es verdad, hija mía. No vivimos únicamente en nuestro
propio tiempo. También llevamos con nosotros nuestra
historia.
Recuerda que todas las cosas que ves en esta habitación
fueron
nuevas alguna vez. Esa pequeña muñeca de madera
del siglo XVI
a lo mejor fue hecha para una niña en su quinto cumpleaños.
Quizás por un viejo abuelo... Luego se hizo adolescente, Sofía. Y
luego adulta y a lo mejor se casó. Quizás tuvo una hija que heredó
su muñeca. Luego envejeció y una día dejó de existir. Había vivido
una larga vida, pero luego desapareció del todo. Y no volverá
nunca. En realidad sólo estuvo aquí en una breve visita. Pero su
muñeca, su muñeca está aquí sobre el estante.
–Todo se vuelve tan triste y solemne cuando lo expresas así.
–Pero la vida misma es triste y solemne. Entramos en un mundo
maravilloso, nos conocemos, nos saludamos, y caminamos
juntos
un ratito. Luego nos perdemos y desaparecemos tan de repente y
tan sin razón como llegamos.
–¿Puedo preguntar algo?
–Ya no estamos jugando al escondite.
–¿Por qué te mudaste a la Cabaña del Mayor?
–Para no vivir tan lejos el uno del otro cuando sólo nos
Comunicábamos por carta. Sabia que aquella cabaña estaba vacía.
–¿Y simplemente te metiste?
–Simplemente me metí.
–Entonces a lo mejor también me puedes explicar cómo lo supo el
padre de Hilde.
–Si no me equivoco es un señor que lo sabe casi todo.
–De todos modos, no entiendo cómo se consigue que un cartero
entregue el correo en medio de un bosque.
Alberto sonrió astutamente.
–Incluso eso debe de ser una menudencia para el padre de Hilde.
Trucos baratos, engaños vulgares. A lo mejor vivimos bajo la
vigilancia más rígida del mundo.
Sofía se estaba enfadando.
–Si algún día me encuentro con él, le sacaré los ojos.
Alberto se acercó al sofá y se sentó. Sofía le siguió y se dejó caer
en un gran sillón.
–Sólo la filosofía puede acercarnos al padre de Hilde
–dijo Alberto–. Hoy te hablaré del Renacimiento.
–De acuerdo.
–Pocos años después de la muerte de Santo Tomás de Aquino, la
cultura unitaria cristiana empezó a agrietarse. La filosofía y la
ciencia se iban desprendiendo cada vez más de la teología
de la
Iglesia, lo cual, por otra parte, contribuyó a que la fe tuviera una
relación más libre con la razón. Cada vez había más voces que
decían que no nos podemos acercar a Dios por medio de la razón,
porque Dios es de todos modos inconcebible
para el pensamiento.
Lo más importante para el hombre no era comprender el misterio
cristiano, sino someterse a la voluntad
de Dios.
–Entiendo.
–El hecho de que la fe y la ciencia tuvieran una relación más libre
entre ellas dio paso a un nuevo método científico y también a un
nuevo fervor religioso. De esa manera se establecieron
las bases
para dos importantes cambios en los siglos XV y XVI, me refiero
al Renacimiento y a la Reforma.
–¿No hablaremos de los dos cambios a la vez, no?
–Por Renacimiento entendemos un extenso florecimiento
cultural
desde finales del siglo XIV. Comenzó en el norte de Italia, pero se
extendió rápidamente hacia el resto de Europa durante los siglos
XV y XVI.
–¿«Renacimiento» significa «nacer de nuevo», no?
–Si, y lo que volvió a nacer fue el arte y la cultura de la
Antigüedad. También solemos hablar del «humanismo
renacentista», porque se volvió a colocar al hombre en el centro
tras esa larga Edad Media que todo lo había visto con una
perspectiva divina. Ahora la consigna era ir a «los orígenes», lo
que significaba ante todo volver al humanismo de la Antigüedad.
El excavar viejas esculturas y escritos de la Antigüedad se
convirtió en una especie de deporte popular. Así que se puso de
moda aprender griego, lo que facilitó un nuevo estudio de la
cultura griega. Estudiar el humanismo griego tenía también un
objetivo pedagógico, porque el estudio de materias humanistas
proporcionaba una «educación clásica» y desarrollaba lo que
podríamos llamar «cualidades humanas». «Los caballos nacen», se
decía, «pero las personas no nacen, se hacen».
–¿Tenemos que educarnos para llegar a ser personas?
–Sí, ésa era la idea. Pero antes de estudiar más detalladamente
las
ideas del humanismo renacentista diremos unas palabras
sobre la
situación política y cultural en el Renacimiento.
Alberto se levantó del sofá v comenzó a caminar por la habitación.
Al cabo de un rato se detuvo y señaló un viejo instrumento sobre
un estante.
–¿Qué crees que es esto? –pregunto.
–Parece una vieja brújula.
–Correcto.
Señaló un viejo fusil que colgaba en la pared sobre el sofá.
–¿Y eso?
–Un fusil con muchos años.
–De acuerdo, –¿y esto?
Alberto sacó un libro grande de la estantería.
–Es un libro viejo.
–Para ser más preciso, es un incunable.
–¿Un incunable?
–En realidad significa «infancia». La palabra se utiliza para los
libros impresos en la infancia de la imprenta. Es decir, antes del
año 1500.
–¿Tan antiguo es?
–Así de antiguo. Y precisamente estos tres inventos que acabamos
de señalar, la brújula, la pólvora y la imprenta, fueron muy
importantes para esa nueva época que llamamos Renacimiento.
–Eso me lo tienes que explicar mejor.
–La brújula facilitó la navegación, lo que significa que fue una
importante base para los grandes descubrimientos. Lo mismo
ocurrió en cierto modo con la pólvora. Las nuevas armas
contribuyeron a que los europeos fueran militarmente superiores
en relación con las culturas americanas y asiáticas. Pero también en
Europa la pólvora tuvo mucha importancia. La imprenta fue
importante en cuanto a la difusión de las nuevas ideas de los
humanistas renacentistas, y también contribuyó a que la Iglesia
perdiera su viejo monopolio como transmisora de conocimientos.
Luego vinieron un sinfín de nuevos instrumentos;
el catalejo por
ejemplo, fue un instrumento importante
para el desarrollo de la
astronomía.
–¿Y finalmente llegaron los cohetes y las naves espaciales?
–Estás avanzando demasiado deprisa. Sin embargo es verdad que
en el Renacimiento se inició un proceso que finalmente llevó al
hombre a la luna. Y también, a Hiroshima y a Chernóbil. Pero todo
empezó con una serie de cambios en los campos cultural y
económico. Un factor importante fue la transición de la economía
en especie a la economía monetaria. Hacia finales de la Edad
Media habían surgido ciudades con emprendedores artesanos y
comerciantes con nuevas mercancías,
con economía monetaria y
banca. Así emergió una burguesía
que fue desarrollando una cierta
libertad en relación a los condicionamientos de la naturaleza. Las
necesidades vitales se convirtieron en algo que se podía comprar
con dinero. Esta evolución favorecía la dedicación, la imaginación
y la capacidad
creativa del individuo, que se vio enfrentado a unas
exigencias
completamente nuevas.
–Esto recuerda un poco a la forma en que surgieron las ciudades
griegas dos mil años antes.
–Quizás sí. Te expliqué cómo la filosofía griega se desprendió de
una visión mítica del mundo que iba asociada a la cultura
campesina. De esa manera los burgueses del Renacimiento
comenzaron a emanciparse de los señores feudales y del poder de
la Iglesia. Esto ocurrió al mismo tiempo que se redescubría
la
cultura griega debido a unas relaciones más estrechas
con los
árabes en España y con la cultura bizantina en el este.
–Los tres ríos de la Antigüedad confluyeron en un gran rió.
–Eres una alumna muy atenta. Esto bastará como introducción
al
Renacimiento. Te hablaré de las nuevas ideas.
–Empieza cuando quieras, pero tengo que ir a casa a comer.
Alberto se volvió a sentar por fin en el sofá. Miró a Sofía a los ojos.
–Ante todo, el Renacimiento dio lugar a “una nueva ilusión del
hombre». Los humanistas renacentistas tuvieron una nueva fe en el
ser humano y en el valor del ser humano algo que contrastaba
fuertemente con el énfasis que había puesto siempre la Edad Media
en la naturaleza pecaminosa del hombre. Ahora se consideraba al
ser humano como algo grande y valioso. Una de las figuras
principales del Renacimiento se llamó Ficino. Él exclamo:
«¡Conocete a ti misma, oh estirpe divina vestida de humano!». Y
otro, Pico della Mirandola, escribió un Diálogo de la divinidad del
hombre, algo que hubiera sido completamente
impensable en la
Edad Media, durante la cual únicamente se utilizaba a Dios como
punto de partida. Los humanistas
del Renacimiento pusieron al
propio ser humano como punto de partida.
–Pero eso también lo hicieron los filósofos griegos.
–Precisamente por eso hablamos de un «renacimiento» del
humanismo de la Antigüedad. No obstante, el Renacimiento se
caracterizaba aún más por el «individualismo» de lo que se habían
caracterizado las sociedades de la Antigüedad. No sólo somos
personas, también somos individuos únicos. Esta idea podía
conducir a un culto al genio. El ideal llegó a ser lo que llamamos
«un hombre renacentista», expresión con la que se designa a una
persona que participa en todos los campos de la vida, del arte y de
la ciencia. Esta nueva visión del hombre también se manifestaba en
un interés por la anatomía del cuerpo humano. Se volvió a disecar
a muertos, como se había hecho en la Antigüedad, con el fin de
averiguar la composición
del cuerpo. Esto resultó ser muy
importante tanto para la medicina como para el arte. En el arte
volvió a aparecer el desnudo, tras mil años de pudor los hombres se
atrevieron a ser ellos mismos. Ya no tenían que avergonzarse
–Suena como una especie de borrachera –dijo Sofía inclinándose
sobre una pequeña mesa que había entre ella y el
profesor de filosofía.
–Sin duda. La nueva visión del hombre trajo consigo un nuevo
«ambiente vital». El ser humano no existía solamente para Dios.
Dios había creado al hombre también para los propios
hombres.
De esta manera los hombres podían alegrarse de la vida aquí y
ahora. Y en cuanto se permitió al ser humano desarrollarse
libremente, éste tuvo posibilidades ilimitadas. La meta fue
sobrepasar todos los límites. También ésta era una nueva idea en
relación con el humanismo de la Antigüedad, que había señalado
que el ser humano debería conservar la serenidad,
la moderación y
el control.
–¿Perdieron los humanistas del Renacimiento el control? ;
–Desde luego no fueron muy moderados. Tenían una especie de
sensación de que el mundo despertaba de nuevo Así surgió una
pronunciada conciencia de época. Fue en ese período en el que se
introdujo el nombre «edad media» para denominar todos aquellos
siglos entre la Antigüedad y su propia
época. Hubo un
florecimiento impresionante en todos los campos, tales como el
arte y la arquitectura, la literatura, la música,
la filosofía y la
ciencia. Mencionaré un ejemplo concreto. Hemos hablado ya de la
Roma de la Antigüedad, que tuvo los enorgullecedores apodos de
«ciudad de las ciudades» y «ombligo
del mundo». Durante la
Edad Media la ciudad decayó, y en 1417 esa ciudad, que había
tenido en la Antigüedad más de un millón de habitantes, ya sólo
contaba con 17. 000.
–No muchos más de los que tiene Lillesand. Para los humanistas
del Renacimiento, la reconstrucción de Roma se convirtió
en un
objetivo político y cultural. La obra más importante
que se
emprendió fue la edificación de la iglesia de San Pedro sobre la
tumba del apóstol San Pedro. En lo que se refiere
a esta iglesia
difícilmente se puede hablar de moderación o control. Algunos de
los principales personajes del Renacimiento
participaron de
alguna manera en ese enorme provecto
de construcción. Desde
1506 v durante 120 años se llevaron
a cabo las obras de la iglesia
y aún tuvieron que pasar cincuenta años más hasta que la gran
plaza de San Pedro estuvo
acabada.
–¡Tiene que ser una iglesia enorme!
–De largo mide más de 200 metros, de alto 130 y tiene una
superficie de más de 16. 000 m2. Pero ya hemos dicho suficiente
de la osadía de los renacentista. También tuvo mucha importancia
el hecho de que el Renacimiento trajera consigo un nuevo concepto
de la naturaleza. El hombre se sentía bien con su existencia... dejo
dc considerar la vida en la Tierra como una mera preparación par a
la vida en el cielo... y esto creo una nueva actitud ante el mundo
físico. La naturaleza fue considerada como algo positivo, Muchos
pensaban que Dios estaba presente en la Creación. Es infinito v por
tanto también debe estar en todas partes. Tal interpretación se
llama panteísmo. Los filósofos medievales habían subrayado ese
enorme abismo que existe entre Dios y su Creación. Ahora se decía
que la naturaleza era divina, o más aún, que era una «prolongación
de Dios». Ideas nuevas como éstas no fueron siempre bien
recibidas por la Iglesia. De eso tenemos un ejemplo dramático en
lo que le sucedió a Giordano Bruno. No sólo declaró que Dios
estaba presente en la naturaleza, sino que también dijo que el
espacio era infinito. Y por ello le castigaron muy severamente.
–¿Cómo?
–Fue quemado en la plaza de las flores de Roma en el año 1600...
–¡Qué malos... !¡ Y qué tontos... ! ¿Eso se llama humanismo?
–No, aquello no. El humanista era Bruno no sus verdugos. Pero
durante el Renacimiento también floreció lo que podemos llamar el
«antihumanismo», y con eso quiero decir un poder eclesiástico y
estatal autoritarios. Durante esta época abundaron también los
procesos contra las brujas y la quema de herejes. la magia y la
superstición. las sangrientas guerras de religión y, cómo no,
también la brutal conquista de América. No obstante, el
humanismo siempre ha tenido un fondo oscuro; ninguna época es
del todo buena o del todo mala. El bien y el mal constituyen dos
hilos que atraviesan la historia de la humanidad. Y a menudo se
entrelazan. Esto nos lleva al siguiente tema clave, que tiene que ver
con el «nuevo método científico” que trajo también consigo el
Renacimiento.
–¿Fue entonces cuando se construyeron las primeras fábricas?
–Todavía no. Pero el nuevo método científico fue una condición
necesaria para toda la evolución técnica que tuvo lugar después del
Renacimiento. Con “un nuevo método” quiero
decir una actitud
totalmente nueva ante lo que es la ciencia. Los frutos materiales de
este nuevo método llegaron luego poco a poco.
–¿En qué consistía ese nuevo método?
–Consistía ante todo en investigar la naturaleza con los propios
sentidos. Ya desde el siglo XIV había cada vez más voces
que advertían contra la fe ciega en las viejas autoridades. Tales
autoridades podían ser los dogmas de la Iglesia así como la filosofía
de la naturaleza de Aristóteles. También advertían del
peligro de creer que los problemas pueden resolverse con una mera
reflexión. Esa fe exagerada en la importancia de la razón había
dominado durante toda la Edad Media. Ahora empezó a decirse
que cualquier investigación de la naturaleza tenía que basarse en la
observación, la experiencia y el experimento. Esto es lo que
llamamos: método empírico..
–¿Qué significa eso?
–Eso significa simplemente que uno basa sus conocimientos
de las
cosas en su propia experiencia: es decir, ni en papeles polvorientos
ni en quimeras. También en la Antigüedad
se hacía una ciencia
empírica. Aristóteles, por ejemplo. recogió muchas e importantes
observaciones sobre la naturaleza. Pero los «experimentos
sistemáticos” constituían una completa
novedad.
–No tendrían aparatos técnicos como los de hoy...
–Naturalmente no tenían ni calculadoras ni balanzas electrónicas.
Pero tenían las matemáticas y balanzas de otro tipo. Se ponía gran
énfasis en la importancia de expresar las observaciones científicas
en un lenguaje matemático exacto.
“Mide lo que se pueda medir, lo que no se pueda medir, hazlo
medible”, dijo Galileo Galilei, que fue uno de los científicos más
importantes del siglo XVII. También dijo que «el libro de la
naturaleza está escrito en un lenguaje matemático”..
–¿Todos aquellos experimentos y mediciones abrieron el camino a
los nuevos inventos?
–La fase primera fue un nuevo método científico, que abrió el
camino a la revolución técnica. y el progreso técnico
abrió el
camino a todos los inventos que llegaron después. Podríamos decir
que los hombres habían empezado a independizarse
de las
condiciones de la naturaleza. La naturaleza no era sólo algo de lo
que el hombre formaba parte, sino algo que podía utilizar y
aprovechar. “Saber es poder”... dijo el filósofo inglés Francis
Bacon, subrayando de este modo la utilidad práctica
del saber.
Esto era algo nuevo. Los seres humanos comenzaron
a intervenir
en la naturaleza y a dominarla.
–Pero no solamente con fines positivos...
–No, por eso decíamos lo de los hilos buenos y malos que
constantemente se entremezclan en todo lo que hace el hombre. La
apertura técnica que se inició en el Renacimiento derivó hacia
telares mecánicos y desempleo, medicinas y nuevas enfermedades,
una mayor eficacia de la agricultura y un empobrecimiento de la
naturaleza, electrodomésticos como lavadoras
y frigoríficos, pero
también contaminación y basuras. Teniendo en cuenta las grandes
amenazas a que se enfrenta hoy en día el medio ambiente, muchos
consideran el progreso técnico como un peligroso desvío de las
condiciones de la naturaleza.
Se dice que los hombres hemos
puesto en marcha un proceso que ya no somos capaces de
controlar. Otras almas más optimistas opinan que todavía vivimos
en la infancia de la tecnología. Que es cierto que la civilización
tecnológica ha tenido
enfermedades infantiles, pero que poco a
poco los hombres
aprenderán a dominar la naturaleza sin, al
mismo tiempo, amenazarla de muerte.
–¿Qué crees tú personalmente?
–Que quizás los dos puntos de vista tengan algo de razón.
En
algunas cosas los hombres deben dejar de intervenir en la
naturaleza, en otras lo podemos hacer con ventaja. De lo que no
cabe ninguna duda es de que no hay ningún camino que retorne a
la Edad Media. Desde el Renacimiento el hombre
ya no es sólo
una parte de la Creación, sino que ha comenzado
a intervenir
directamente en la naturaleza y a formarla a su imagen y
semejanza. Eso te dice algo sobre la maravillosa criatura que es el
ser humano.
–Ya hemos estado en la luna. En la Edad Media nadie podía
imaginar que eso fuera posible, ¿verdad?
–No, de eso puedes estar completamente segura. Y esto nos lleva a
otro tema: “la nueva visión del mundo». Durante toda la Edad
Media los hombres habían caminado bajo el cielo mirando hacia
arriba al sol y a la luna, a las estrellas y a los planetas.
Pero nadie
había dudado de que la Tierra fuera el centro
del universo.
Ninguna observación había dado lugar a que se dudase de que la
Tierra estaba quieta y que fuesen los cuerpos
celestes los que
daban vueltas alrededor de ella. A esto lo llamamos «visión
geocéntrica del mundo» es decir, que todo gira alrededor de la
Tierra. También la idea cristiana de que Dios dominaba sobre
todos los cuerpos celestes contribuyó a mantener esta visión del
mundo.
–Me gustaría que fuera así de sencillo
–Pero en 1543 salió un librito que se llamaba: Sobre las
revoluciones de los orbes celestes escrito por el astrónomo polaco
Copérnico, que murió el mismo día que salió el libro. Copérnico
sostuvo que no era el sol el que giraba en orbita alrededor de la
Tierra, sino al revés. Opinaba que esto era posible basándonos en
las observaciones de que se disponía sobre los astros. El que los
hombres hubieran pensado que el sol se movía en una órbita
alrededor de la Tierra se debía simplemente a que la Tierra gira
alrededor de su propio eje, decía. Señaló que todas las
observaciones de los astros eran mucho más fáciles de comprender
si se suponía que tanto la Tierra como los demás planetas se
movían en órbitas circulares alrededor del sol. Es lo que llamamos
«visión heliocéntrica del mundo», es decir, que todo gira alrededor
del sol.
–¿Y ésa era una visión correcta del mundo?
–No del todo. Su punto principal, es decir, que la Tierra se mueve
en una órbita alrededor del sol, es evidentemente correcto.
Pero
también dijo que el sol era el centro del universo. Hoy sabemos
que el sol no es más que uno de los innumerables astros, y que
todas las estrellas próximas que nos rodean sólo constituyen una
entre miles de millones de galaxias. Copérnico
creía además que
la Tierra y los demás planetas hacían movimientos circulares
alrededor del sol.
–¿Y no es así?
–No, para lo de los movimientos circulares no contaba con otra
base que aquella vieja idea de que los astros eran completamente
redondos y se movían con movimientos circulares simplemente
porque eran «celestiales». Desde los tiempos de Platón la esfera y
el círculo se habían considerado las figuras geométricas más
perfectas. No obstante, a principios del siglo XVII el astrónomo
alemán Johannes Kepler presentó los resulta-dos de unas extensas
observaciones que demostraban que los planetas recorren órbitas
elípticas u ovaladas, con el sol en uno de los focos. También dijo
que la velocidad de los planetas es mayor cuando están más cerca
del sol, y que un planeta se mueve más lentamente cuanto más
lejos del sol se encuentra su órbita. Kepler fue el primero en opinar
que la Tierra es un planeta
en igualdad con los demás planetas.
Subrayó además que regían las mismas leyes físicas en todo el
universo.
–¿Cómo podía estar seguro de eso?
–Podía estar seguro porque había estudiado los movimientos
de
los planetas con sus propios sentidos en lugar de fiarse ciegamente
de las tradiciones de la Antigüedad. Casi al mismo tiempo que
Kepler, vivió el famoso científico italiano Galileo Galilei. También
él observaba los astros con telescopio. Estudió los cráteres de la
luna e hizo ver que ésta tenía montañas y valles como la Tierra.
Galileo descubrió además que el planeta Júpiter tenía cuatro lunas.
Esto queda decir que la Tierra no era la única que tenía una luna.
No obstante, lo más importante de todo lo que hizo Galileo fue
formular la llamadaley de la inercia .
–¿Qué dice esa ley?
–Galileo la formuló así: “La velocidad que ha adquirido un cuerpo
se mantendrá constante mientras no haya causas exteriores
de
aceleración o deceleración».
–Por mí, vale.
–Pero es una importante observación. Desde la Antigüedad,
uno
de los argumentos más importantes en contra de la idea de que la
Tierra se moviera alrededor de su propio eje había sido que, en ese
caso, la Tierra tendría que moverse tan rápidamente que una piedra
que se echara al aire hacia arriba caería a muchísimos metros del
lugar desde el que había sido lanzada.
–¿Y por qué no es así?
–Si estás sentada en un tren y se te cae una manzana, la manzana
no cae hacia atrás en el compartimento sólo porque el tren se
mueva. Cae directamente al suelo y eso se debe a la ley de la
inercia. La manzana conserva exactamente la misma velocidad que
tenía antes de que tú la soltaras.
–Creo que lo entiendo.
–En los tiempos de Galileo no había trenes. Pero si vas empujando
una bola por el suelo y la sueltas de repente...
–... entonces la bola seguirá rodando...
–... porque se conserva la velocidad también después de
que sueltes la bola.
–Pero al final se para, si la habitación es suficientemente
larga.
–Es porque otras fuerzas frenan la velocidad. En primer lugar la
forma el suelo, sobre todo si es un suelo áspero de madera
no
pulida. Pero antes o después la gravedad también parará
la bola.
Espera, te voy a enseñar una cosa.
Alberto Knox se levantó y se fue hasta el viejo escritorio. De uno
de los cajones sacó algo que colocó sobre la mesa del salón. Era un
tablero de madera de unos milímetros de espesor
por un extremo y
muy fino por el otro. Junto al tablero de madera, que cubría casi
toda la mesa, colocó una canica verde.
–Esto se llama un plano indinado –dijo- ¿Qué crees que va a
suceder si suelto la canica desde aquí arriba donde el plano es más
grueso?
Sofía suspiró resignada.
–Apuesto diez coronas a que rodará hasta la mesa y al final hasta el
suelo.
–Vamos a ver.
Alberto soltó la canica, que hizo exactamente lo que Sofía había
dicho. Rodó hasta la mesa y desde allí cayó al suelo con un
pequeño estallido para, finalmente, ir a dar contra la pared de la
entrada.
–Impresionante –dijo Sofía.
–¿Verdad que sí? Galileo se dedicaba precisamente a hacer
este
tipo de experimentos.
–¿De verdad era tan tonto?
–Tranquila. Quería investigar todo con sus propios sentidos,
y
sólo acabamos de empezar. Dime primero por qué rodaba
la
canica por el plano inclinado.
–Empezó a rodar porque era pesada.
–Bien. ¿Y qué es en realidad el peso, hija mía?
–Qué pregunta más tonta.
–No es una pregunta tonta si no eres capaz de contestarla. ¿Por qué
rodó la canica hasta el suelo?
–Debido a la fuerza de la gravedad.
–Exactamente, o a la gravitación, como también se dice. Entonces
el peso tiene algo que ver con la fuerza de la gravedad.
Fue esa
fuerza la que puso la canica en movimiento.
Alberto ya había recogido la canica del suelo. Estaba agachado
sobre el plano inclinado con la canica en la mano.
–Ahora intentaré lanzar la canica rodando hacia un lado
del piano
inclinado. Observa con atención la manera en que se mueve la
canica.
Se inclinó más y apuntó. Intentó hacer rodar la canica hacia un
lado del tablero inclinado. Sofía vio cómo la canica, poco a poco,
iba desviándose hacia la parte de abajo del plano inclinado.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Alberto.
–Se desvía porque el plano es inclinado.
–Ahora pintaré la canica con un rotulador.. así veremos
exactamente lo que quieres decir con «desviarse».
Sacó un rotulador y coloreó toda la canica de negro. La hizo rodar
de nuevo. Ahora Sofía pudo ver exactamente por dónde había
rodado la canica en el plano inclinado, porque había ido dejando
una línea negra sobre el plano.
–¿Cómo descubrirías el movimiento de la canica? –preguntó
Alberto.
–Es curvo... parece parte de un circulo.
–¡Ahora lo has dicho!
Alberto la miró y frunció el ceño.
–Aunque no es del todo un círculo. Esa figura se llama parábola.
–Si tú lo dices...
–¿Pero por qué se mueve la canica exactamente de esa manera?
Sofía lo pensó detenidamente. Al final dijo:
–Porque como el tablero tiene una inclinación, la canica
es atraída
hacia el suelo por la fuerza de la gravedad.
–¿Verdad que si? Esto es verdaderamente sensacional. Yo traigo a
una niña cualquiera a mi ático y ella se da cuenta exactamente de
lo mismo que Galileo tras un solo intento.
Y a continuación comenzó a aplaudir. Durante un instante
Sofía
tuvo miedo de que se hubiera vuelto loco. Él prosiguió.
–Has visto lo que pasa cuando dos fuerzas actúan simultáneamente
sobre un mismo objeto. Galileo descubrió que esto
también pasaba, por ejemplo con una bala de cañón. Se dispara
al
aire y sigue su curso por encima del suelo, pero poco a poco va
siendo atraída hacia la tierra. Describe una trayectoria que
corresponde a la de la canica sobre el plano inclinado. De hecho
éste fue un nuevo descubrimiento en los tiempos de Galileo.
Aristóteles creía que un proyectil que se lanza al aire oblicuamente
hacia arriba seguía primero una curva suave, pero que al final caía
verticalmente a la tierra. No era así, pero no se pudo saber que
Aristóteles estaba equivocado hasta que pudo «demostrarse».
–Lo que tú digas. ¿Pero es esto muy importante?
–¿Que si es importante?, ¡ya lo creo! Esto tiene una importancia
cósmica, hija mía. Entre todos los descubrimientos científicos de la
historia de la humanidad, éste es de los más importantes.
–Entonces supongo que pronto me contarás por qué.
–Luego llegó el físico inglés Isaac Newton. que vivió de 1642 a
1727. Él fue quien aportó la descripción definitiva del sistema solar
y de los movimientos de los planetas. No sólo explicó
cómo se
mueven los planetas alrededor del sol, sino que también pudo
explicar con exactitud por qué se mueven así. Lo pudo hacer
utilizando, entre otras cosas, lo que llamamos «dinámica
de
Galileo».
–Los planetas son canicas sobre un plano inclinado?
–Sí, algo así, pero espera un poco, Sofía.
–No tengo elección.
–Ya Kepler había señalado que debía de existir una fuerza que
hacía que los astros se atrajeran unos a otros. Tenía que existir, por
ejemplo, una fuerza del sol que mantuviera los planetas fijos en sus
órbitas. Una fuerza de ese tipo podría explicar
además por qué los
planetas se mueven más lentamente en su órbita alrededor del sol
cuanto más lejos se encuentran del mismo. Kepler también pensaba
que la marea alta y la marea
baja, es decir, el que la superficie del
mar suba y baje, tenía que deberse a alguna fuerza de la luna.
–Y es verdad.
–Sí, es verdad. Pero Galileo lo rechazaba. Se burlaba de Kepler,
que había «dado su consentimiento a la idea de que la luna domina
el agua». Eso era porque Galileo negaba la idea de que semejantes
fuerzas de gravitación pudieran actuar a grandes distancias y por
tanto entre los distintos astros.
–Entonces se equivoco.
–Sí, en este punto se equivocó. Y resulta curioso en él, porque
tenía mucho interés por la gravedad de la Tierra y por la caída de
los cuerpos a la tierra. Además había señalado cómo varias fuerzas
pueden dirigir los movimientos de un cuerpo.
–Pero dijiste algo de Newton.
–Sí, luego llegó Newton. Formuló lo que llamamos ley de la
gravitación universal. Esta ley dice que cualquier objeto atrae a
cualquier otro objeto con una fuerza que aumenta cuando más
grandes sean los objetos y que disminuye cuanto más distancia
haya entre los objetos.
–Creo que lo comprendo. Por ejemplo, que hay una mayor
atracción entre dos elefantes que entre dos ratones. Y que hay una
mayor atracción entre dos elefantes en el mismo zoológico que
entre un elefante indio en la India y un elefante africano en África.
–Entonces lo has comprendido. Y ahora llega lo más importante.
Newton señaló que esta atracción o gravitación, es universal. Es
decir, que tiene la misma validez en todas partes, también en el
espacio entre los astros. Se dice que esta idea se le ocurrió una vez
que estaba sentado bajo un manzano. Al ver caer una manzana del
árbol, tuvo que preguntarse si la luna era atraída hacia la Tierra por
la misma fuerza y si era por eso por lo que la luna seguía dando
vueltas y vueltas alrededor de la Tierra eternamente.
–Muy listo, pero no tanto.
–¿Por qué no, Sofía?
–Si la luna fuera atraída hacia la Tierra por la misma fuerza que
hace caer la manzana, entonces la luna acabaría por caer a la Tierra
en lugar de dar vueltas...
–Nos estamos acercando a las leyes de Newton referentes
a los
movimientos de los planetas. En cuanto a cómo la gravedad
de la
Tierra atrae a la luna, tienes razón en un cincuenta por ciento, pero
te equivocas en otro cincuenta por ciento. ¿Por qué no cae la luna a
la Tierra, Sofía? Porque la verdad es que la gravitación de la Tierra
realmente atrae a la luna con una inmensa fuerza. Basta con pensar
en las enormes fuerzas que se necesitan para levantar el mar un
metro o dos en marea alta.
–No, eso no lo entiendo.
–Piensa entonces en el plano inclinado de Galileo. ¿Qué pasó
cuando hice rodar la canica por el plano inclinado?
–¿Actúan entonces sobre la luna dos fuerzas distintas?
–Exacto. Una vez, cuando surgió el sistema solar, la luna fue
arrojada lejos de la Tierra con una fuerza enorme. Conservará
eternamente esa fuerza porque se mueve en un espacio sin aire y
sin resistencia...
–¿Pero entonces es atraída hacia la Tierra debido a la fuerza de la
gravedad de ésta?
–Exactamente. Las dos fuerzas son constantes, y las dos actúan al
mismo tiempo. Por eso la luna seguirá en su órbita al-rededor de la
Tierra.
–¿Tan sencillo es?
–Tan sencillo es, y era precisamente esa «sencillez» la que quería
destacar Newton. Señaló que algunas leyes físicas tienen validez en
todo el universo. En cuanto a los movimientos
de los planetas,
sólo había utilizado dos leyes ya señaladas por Galileo. Una era la
ley de la inercia, que en palabras de Newton dice así: «Todo
cuerpo sigue en su estado de reposo o de movimiento rectilíneo
uniforme mientras no sea obligado a dejar ese estado por la acción
de fuerzas exteriores». La otra ley la había demostrado Galilei con
canicas sobre un plano inclinado:
cuando dos fuerzas actúan al
mismo tiempo sobre un cuerpo, los cuerpos se moverán en una
órbita elíptica.
–Y con esto Newton pudo explicar por qué todos los planetas
giran en órbita alrededor del sol.
–Exactamente. Todos los planetas se mueven en órbitas elípticas
alrededor del sol como resultado de dos movimientos diferentes: el
primero es el movimiento rectilíneo que adquirieron al formarse el
sistema solar; y el segundo es un movimiento
en dirección al sol
como consecuencia de la gravitación
o fuerza de la gravedad.
–Muy listo.
–Ya lo creo. Newton demostró que las mismas leyes que rigen para
los movimientos de los cuerpos rigen en todo el universo
y con
ello hizo desaparecer las viejas ideas medievales de que en el cielo
rigen distintas leyes que aquí en la Tierra. La visión
heliocéntrica
del mundo había recibido su definitiva confirmación
y su
definitiva explicación.
Alberto se levantó y colocó el plano inclinado en el cajón del que
lo había sacado. Se inclinó y recogió la canica del suelo, pero
simplemente la dejó en la mesa.
A Sofía le parecía que habían sacado muchísimo provecho
de un
tablero inclinado y una canica. Se quedó mirando la canica verde,
que aún estaba un poco negra debido al rotulador,
y no pudo evitar
pensar en el planeta. Dijo:
–¿Y los seres humanos tuvieron que aceptar que vivían en un
planeta cualquiera en el gran espacio?
–Sí, de alguna manera la nueva visión del mundo fue una dura
prueba para muchos. La situación puede compararse con lo que
pasó cuando Darwin más adelante demostró que los hombres
habían evolucionado de los animales. En ambos casos los seres
humanos pierden algo de su situación especial en la Creación. En
ambos casos la Iglesia opuso una gran resistencia.
–Eso es comprensible, porque ¿dónde queda Dios en todo esto?
Debía de ser un poco más sencillo todo cuando la Tierra era el
centro y Dios y todos los cuerpos celestes se encontraban
en el
piso de arriba.
–Y sin embargo no fue éste el mayor reto. Cuando Newton señaló
que las mismas leyes físicas rigen en todo el universo
podría
pensarse que al mismo tiempo estaba planteando dudas sobre la
omnipotencia de Dios. Pero la fe de Newton no se alteró.
Consideró la naturaleza un testimonio del Dios grande
y
todopoderoso. Peor fue quizás la imagen que la gente tenía
de sí
misma.
–¿Qué quieres decir?
–Desde el Renacimiento el hombre ha tenido que habituarse
a la
idea de que vive su vida en un planeta casual en el inmenso
espacio. No sé si nos hemos habituado todavía. Pero ya en el
Renacimiento alguien señaló que ahora cada individuo tendría un
lugar más central que antes.
–Eso no lo entiendo,
–Antes la Tierra había sido el centro del mundo. Pero cuando los
astrónomos declararon que no había ningún centro
absoluto en el
universo, entonces surgieron tantos centros como individuos.
–Entiendo.
–El Renacimiento también dio lugar a una «nueva relación
con
Dios». A medida que la filosofía y la ciencia se iban independizando
de la teología, iba surgiendo una nueva devoción
cristiana. Y luego llegó el Renacimiento con su visión
individualista del hombre, que también tuvo sus repercusiones en
la vida de la fe. La relación del individuo con Dios se volvía ahora
mucho más importante que la relación con la Iglesia como
organización.
–¿Por ejemplo la oración de la noche?
–Sí, eso también. En la Iglesia católica de la Edad Media, la
liturgia en latín v las oraciones rituales habían constituido
la
columna vertebral de los oficios divinos. Sólo los sacerdotes
y los
frailes leían la Biblia, porque sólo existía en latín. Pero a partir del
Renacimiento la Biblia se tradujo del hebreo y del latín a las
lenguas vulgares, lo que tuvo mucha importancia para lo que
llamamos Reforma.
–Martín Lutero...
–Sí, Lutero fue importante pero no fue el único reformador
También hubo reformadores eclesiásticos que optaron por quedarse
dentro de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Uno de ellos fue
Erasmo de Rotterdam.
–¿Lutero rompió con la Iglesia católica porque no quería
pagar las
indulgencias?
–Eso también, pero se trató de algo mucho más importante. Según
Lutero, el hombre no necesita pasar a través de la Iglesia o de sus
sacerdotes para recibir el perdón de Dios. Y el perdón de Dios aún
dependía menos de pagar o no las indulgencias
a la Iglesia. El
llamado comercio de las indulgencias se prohibió también dentro
de la Iglesia católica a mediados del siglo XVI.
–Seguro que Dios se alegró de eso.
–Lutero se distanció de muchos hábitos y costumbres religiosos
que habían entrado en la Iglesia en el transcurso de la Edad Media.
Quería volver al cristianismo original, tal como lo encontramos en
el Nuevo Testamento. «Únicamente las Escrituras», dijo. Con esta
consigna Lutero deseaba volver a las fuentes del cristianismo, de la
misma manera que los humanistas
del Renacimiento querían
volver a las fuentes de la Antigüedad en el arte y la cultura.
Tradujo la Biblia al alemán y fundó
con ello la lengua alemana
escrita. Cada uno podía leer la Biblia y de alguna manera ser su
propio sacerdote.
–¿Su propio sacerdote? ¿No era eso exagerar demasiado?
–Él pensaba que los sacerdotes no tenían ninguna posición
especial respecto a Dios. También las congregaciones luteranas,
por razones prácticas, tenían sacerdotes que hacían los oficios
religiosos y llevaban los asuntos eclesiásticos a diario, pero Lutero
pensaba que el hombre no recibía la absolución y la salvación a
través de los ritos de la Iglesia. Los hombres reciben
la salvación
totalmente gratis mediante la fe, decía. Llegó a esta conclusión
leyendo la Biblia.
–¿Y Lutero se convirtió en un hombre típicamente renacentista?
–Sí y no. Un rasgo típicamente renacentista en él era el énfasis que
ponía en el individuo v en la relación personal del individuo con
Dios. A los 35 años aprendió griego y comenzó
la dificultosa
labor de traducir la Biblia al alemán. El paso del latín a la lengua
popular también fue típico del Renacimiento.
Pero Lutero no era
renacentista como lo fueron Ficino o Leonardo da Vinci. También
fue refutado por humanistas como Erasmo de Rotterdam porque
opinaban que Lutero tenía un concepto demasiado negativo del ser
humano, que estaba convencido de que el hombre había quedado
totalmente destruido
tras el pecado original. El hombre puede
legitimarse únicamente por la gracia de Dios. Porque la suerte del
pecado es la muerte.
–Suena un poco triste.
Alberto Knox se levantó, recogió la canica verde y negra de la
mesa y se la metió en el bolsillo de la camisa.
–¡Son más de las cuatro! –exclamó Sofía.
–Y la próxima gran época en la historia de los seres humanos
es el
Barroco. Pero eso lo guardaremos para otro día, mi querida Hilde.
–¿Qué has dicho?
Sofía se levantó de un salto del sillón.
–¡Has dicho «Querida Hilde”!
–Ha sido un lapsus.
–Pero los lapsus no son nunca del todo fortuitos.
–Quizás tengas razón. A lo mejor es el padre de Hilde el que ha
empezado a ponernos las palabras en la boca. Creo que aprovecha
la situación cuando estamos agotados, que es cuando
menos
fuerzas tenemos para defendernos.
–Has dicho que no eres el padre de Hilde. ¿Me prometes
que eso
es verdad?
Alberto asintió.
–¿Pero yo soy Hilde?
–Estoy cansado, Sofía, tienes que entenderlo. Llevamos aquí más
de dos horas y he hablado yo casi todo el tiempo. ¿No tenías que ir
a casa a comer?
Sofía casi tuvo la sensación de que la estaba echando. Cuando se
dirigía hacia la salida pensó en como se había ido de la lengua
Alberto. Él la siguió.
Bajo un perchero donde había colgado un montón de ropa curiosa,
que recordaba a disfraces de teatro, estaba Hermes dormido.
Alberto señaló al perro y dijo:
–El te irá a buscar.
–Gracias por todo –dijo Sofía.
Dio un saltito v abrazó a Alberto.
–Eres el profesor de filosofía más listo y bueno que jamás
he
tenido –dijo.
Abrió la puerta y en el momento de volverse a cerrar tras ella,
Alberto dijo:
–No tardaremos mucho en volvernos a ver, Hilde.
Y con estas palabras Sofía quedó sola de nuevo.
¡Había vuelto a equivocarse el granuja! Sofía tuvo ganas de volver
a llamar a la puerta, pero algo la retuvo.
Ya abajo en la calle se acordó de repente de que no llevaba nada de
dinero, lo que significaba que tendría que volver andando a casa.
Estaba muy lejos. ¡Qué paliza! Seguro que su madre se preocuparía
y se enfadaría si no volvía antes de las seis.
Apenas había dado algunos pasos cuando descubrió una moneda de
diez coronas en el suelo. Un billete de autobús con derecho a un
transbordo costaba exactamente diez coronas.
Encontró la parada y cogió un autobús que la llevó a la Plaza
Mayor; desde donde podía coger otro autobús que la llevaría
casi
hasta casa.
Esperando el autobús en la Plaza Mayor se le ocurrió de repente la
suerte que había tenido al encontrar una moneda de diez coronas
precisamente cuando tanto lo necesitaba.
¿No sería el padre de Hilde quien lo había colocado allí? Pues era
un experto en colocar objetos diversos en sitios suma-mente
oportunos.
¿Pero cómo podía haberlo hecho si estaba en el Líbano?
¿Y por qué Alberto se había equivocado de nombre? No una sola
vez, sino dos.
Sofía sintió un escalofrío por la espalda.

Mapa de Grecia

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