viernes, 4 de julio de 2008

Nuestra época

Nuestra época

... el hombre está condenado a ser libre...rse
El despertador marcaba las 23.55. Hilde se quedó tumbada
mirando al techo, dejando que las asociaciones flotaran libremente.
Cada vez que se paraba en medio de un círculo de pensamientos, se
preguntaba por qué no podía seguir pensando
en la misma línea.
¿Sería a caso algo que estaba intentando reprimir?
Si hubiera conseguido desprenderse de toda clase de censura,
¿habría, quizás, comenzado a soñar despierta? La sola idea, le daba
un poco de miedo.
Cuanto más lograba relajarse y abrirse a los pensamientos
e
imágenes, más viva era la sensación de que se encontraba en la
Cabaña del Mayor, junto al pequeño lago, en el bosque que
rodeaba la cabaña.
¿Qué estaría tramando Alberto? Bueno, naturalmente era su padre
el que estaba tramando que Alberto tramara algo. ¿Sabría él lo que
Alberto podía llegar a hacer? Quizás estuviese intentando darse
tanta libertad a sí mismo que al final sucediera
algo que hasta a él
le sorprendiera.
Ya no quedaban muchos días. ¿Y si echara un vistazo a la última
hoja? No, eso seria hacer trampa. Pero aún había algo más: Hilde
no estaba totalmente convencida de que ya se hubiera
decidido lo
que ocurriría en la última página.
¿No era ése un extraño pensamiento? Si la carpeta de anillas estaba
ahí, el padre no podría añadir nada. Si Alberto no inventara algo
por su cuenta: una sorpresa...
Ella misma se ocuparía de un par de sorpresas. Su padre
No tenía ningún control sobre ella. ¿Pero y ella? ¿Tenía ella control
sobre sí misma?
¿Qué era la conciencia? ¿No era ése uno de los mayores enigmas
del universo? ¿Qué era la memoria? ¿Qué es lo que nos hace
«recordar» todo lo que hemos visto y vivido?
¿Cuál es ese mecanismo que cada noche nos hace tener, como por
arte de magia, sueños maravillosos?
Estando así, tumbada, cerraba de vez en cuando los ojos. Luego los
volvía a abrir. Al final se olvidó de volverlos a abrir.
Se había dormido.
Cuando unos enfurecidos gritos de gaviotas la despertaron
eran las
6. 66. ¿No era un número extraño? Hilde se levantó
de la cama y,
como todos los días, se acercó a la ventana para mirar la bahía. Eso
va se había convertido en una costumbre, tanto en verano como en
invierno.
De repente fue como si dentro de su cabeza estallara una caja de
colores. Se acordó de lo que había soñado, pero era algo más que
un sueño corriente; sus colores y su fondo eran completamente
vivos.
Había soñado que su padre volvía del Líbano, y todo el sueño
había sido como una prolongación del sueño de Sofía en el que
encontró su cruz de oro en el muelle.
Hilde estaba sentada en el borde del muelle, exactamente
como en
el sueño de Sofía. Y una voz muy débil le susurró:
«Me llamo
Sofía». Hilde se quedó sentada muy quieta para ver si podía
enterarse de dónde venía la voz. Luego el ruido continuó como un
débil rumor. Era como si le estuviera hablando un insecto «Pareces
ciega y sorda.” Al instante siguiente, su padre entro en el jardín,
vestido con uniforme de las Naciones Unidas «Hildecita» la llamó,
y Hilde se fue corriendo hacia él para echarse en sus brazos. Y
entonces acabo el sueño.
Se acordó de unos versos del poeta noruego Arnulf Overland:
Me despertó una noche un sueño extraño
sentí como si una voz me hablara a mí
lejana como una corriente subterránea
y yo me levanté: ¿Qué quieres de mí?
Mientras estaba junto a la ventana, su madre entró en la habitación.
–¡Hola! ¿Ya estás despierta?
–No lo sé.
–Volveré sobre las cuatro, como siempre.
–Vale.
–Que tengas un buen día de vacaciones, Hilde.
–Hasta luego.
Cuando Hilde oyó que su madre cerraba la puerta de abajo, se
volvió a meter en la cama y abrió la carpeta.
«... voy a meterme en lo más profundo del subconsciente del
mayor, Sofía. Allí me quedaré hasta que nos volvamos a ver»
¡Allí! Hilde continuó leyendo. El dedo índice de su mano derecha
le estaba avisando de que ya quedaban pocas hojas.
Cuando Sofía salió de la Cabaña del Mayor, aún pudo
ver a
algunos personajes de Disney junto al lago, pero era como si se
fueran disolviendo conforme ella se iba acercando. Cuando llegó
a la barca, ya habían desaparecido
del todo.
Mientras remaba, y una vez que hubo subido la barca entre los
juncos de la otra orilla, gesticulaba y movía los brazos. Se trataba
de atraer la atención del mayor para que Alberto pudiera estar
tranquilo en la cabaña.
Mientras corría por el sendero, daba pequeños brincos,
y un
poco más adelante, intentó andar como una muñeca
de cuerda.
Para que el mayor no se aburriera, también
empezó a cantar.
Se quedó un momento meditando sobre el plan de Alberto que
ella no conocía. Luego le remordía tanto la conciencia por
haberse olvidado de su tarea que se subió a un árbol como
compensación.
Trepó hasta muy arriba, y cuando casi había llegado a la cima,
tuvo que admitir que no sabía cómo volver a bajar. Lo intentaría
al cabo de un rato, pero, mientras tanto, tenía que inventar algo,
porque el mayor podía cansarse de mirarla
y empezar a vigilar a
Alberto y descubrir lo que estaba
haciendo.
Sofía agitó los brazos, un par de veces intentó cantar como un
gallo y finalmente comenzó a cantar a la tirolesa. Teniendo en
cuenta que era la primera vez que lo intentaba,
en sus quince
años de vida, quedó bastante satisfecha del resultado.
Hizo un nuevo intento de bajar pero no pudo. De repente,
un
enorme ganso fue a posarse en una de las ramas a las que Sofía
estaba agarrada. Después de haber visto un montón de figuras
de Disney, Sofía no se sorprendió en absoluto
cuando el ganso
empezó a hablar.
–Me llamo Morten –dijo el ganso–. En realidad soy un ganso
manso, pero en esta ocasión he venido del Líbano con los gansos
salvajes. Al parecer, necesitas ayuda para bajar del árbol.
–Eres demasiado pequeño para ayudarme dijo Sofía.
–Una conclusión sacada precipitadamente, señorita.
Eres tú la
que eres demasiado grande.
–Bueno, a los efectos da igual, ¿no?
–Deberías saber que he transportado a un niño campesino
de tu
misma edad por toda Suecia. Se llama Nils Holgersson.
–Yo tengo quince años.
–Nils tenía catorce. Un año más o menos no tiene ninguna
importancia a efectos del transporte.
–¿Cómo lograste levantarle?
–Le di una pequeña bofetada para que se desmayara.
Cuando se
volvió a despertar, no era más grande que un pulgar.
–En ese caso tendrás que darme una bofetada a mí también,
porque no puedo quedarme aquí sentada el resto de mi vida.
Además, el sábado voy a dar una fiesta filosófica
en mi jardín.
–Muy interesante. Entonces supongo que esto es un libro de
filosofía. Cuando volaba sobre Suecia con Nils Holgersson,
hicimos escala en Márbacka, en Vármland. Allí Nils se encontró
con una señora mayor que tenía planeado
escribir un libro sobre
Suecia. Sería un libro que los niños podrían leer en los colegios;
tenía que ser instructivo y verídico, dijo. Al oír todo lo que le
había pasado a Nils, decidió escribir un libro sobre lo que él
había visto a lomos del ganso.
–Muy extraño.
–A decir verdad, era un poco irónico, porque ya estábamos
dentro de ese libro.
Sofía notó de pronto que algo le golpeaba la mejilla. De repente,
se había vuelto minúscula. El árbol era como un bosque entero, y
el ganso tenía el tamaño de un caballo.
–Vamos –dijo el ganso.
Sofía caminó por la rama y se subió al lomo del ganso. Sus
plumas eran suaves, pero como ahora ella era tan pequeña, más
que hacerle cosquillas, le pinchaban.
En cuanto se hubo acomodado, el ganso comenzó a volar. Volaba
muy alto por encima de los árboles. Sofía miró al pequeño lago y
a la Cabaña del Mayor. Allí dentro estaría Alberto haciendo
complicados planes.
–Bastará con una pequeña gira turística dijo el ganso batiendo
las alas.
Y con esto se preparó para el aterrizaje al pie del árbol
que Sofía
hacia breves momentos había comenzado a trepar. Al tomar
tierra, Sofía salió rodando. Después de un par de volteretas por
el brezo, se incorporó. Observó con gran asombro que había
recuperado su tamaño natural.
El ganso se pavoneó un par de veces alrededor de ella.
–Muchas gracias por tu ayuda –dijo Sofía.
–No ha sido nada. ¿Dijiste que esto es un libro de filosofía?
–Lo dijiste tú.
–Bueno, da lo mismo. Si de mí hubiera dependido, te habría
llevado gustosamente volando a través de toda la historia de la
filosofía, de la misma manera que llevé a Nils por Suecia.
Podríamos haber sobrevolado Mileto y Atenas, Jerusalén y
Alejandría, Roma y Florencia, Londres y París, Jena y Heidelberg,
Berlín y Copenhague...
–Ya basta.
–Pero incluso para un ganso muy irónico habría sido muy
complicado volar a través de los siglos. Es mucho más fácil
cruzar los condados suecos.
El ganso cogió velocidad y ascendió.
Sofía estaba completamente agotada, pero cuando se metió por
el seto pensó que Alberto estaría satisfecho con esta maniobra
de despiste. El mayor no habría tenido mucho
tiempo para
pensar en Alberto durante la última hora, y si lo había hecho,
estaría aquejado de un grave desdoblamiento
de personalidad.
Sofía tuvo el tiempo justo para meterse en casa antes de que su
madre llegara de trabajar. Así no tuvo que explicar
que un ganso
manso la había ayudado a bajarse de un árbol.
Después de comer, empezaron a preparar la fiesta. Bajaron al
jardín un tablero de tres o cuatro metros de largo que había en el
ático, y caballetes para poner debajo.
Colocarían la mesa debajo de los árboles frutales. La última vez
que se utilizó el tablero había sido en el décimo aniversario de
boda de los padres de Sofía. Ella sólo tenía ocho años entonces,
pero se acordaba muy bien de la gran fiesta al aire libre, a la que
habían acudido todos los familiares
y amigos.
El pronóstico del tiempo era inmejorable. No había llovido ni una
gota después de aquella terrible tormenta el día anterior al
cumpleaños de Sofía. De todos modos tendrían
que esperar al
sábado por la mañana para decorar y poner la mesa, pero su
madre quería tener el tablero y los caballetes ya preparados en el
jardín.
Un poco más tarde hicieron panecillos y pan francés con dos
masas diferentes. Habría pollo y ensaladas. Y Coca-Cola y Fanta.
A Sofía le daba un poco de miedo que alguno de los chicos
trajera cerveza, porque no quería problemas.
Antes de acostarse Sofía, su madre quiso asegurarse una vez
más de que Alberto iría de verdad a la fiesta.
–Claro que va a venir. Incluso ha prometido hacer un juego de
manos filosófico.
–¿Un juego de manos filosófico? ¿Y eso qué es?
–No sé, si fuera prestidigitador podría haber hecho un truco de
esos de magia. Quizás hubiera sacado un conejo
blanco de un
sombrero de copa negro...
–¿Otra vez?
... pero como es filósofo, hará un juego de manos filosófico
Como va a ser una fiesta filosófica...
–Eres una muchacha muy respondona.
–¿Tú has pensado en contribuir con algo a la fiesta?
–Sí, Sofía. Algo haré.
–¿Un discurso?
–No digo nada. ¡Buenas noches!
A la mañana siguiente, la madre de Sofía despertó a su hija antes
de ir a trabajar. Le dio una lista de cosas que tenía que comprar
en el centro.
Nada más irse su madre, sonó el teléfono. Era Alberto.
Al parecer
ya sabía exactamente cuándo estaba sola en casa y cuándo no.
–¿Cómo van tus secretos?
¡Chsss... ! ¡No digas nada! No le des ocasión de meditar sobre ello.
–Creo que logré llamar su atención ayer.
–Muy bien.
–¿Queda más curso de filosofía?
–Por eso te llamo. Ya hemos llegado a nuestro siglo. A partir de
ahora deberías saber orientarte por tu cuenta. Lo importante ha
sido la base. No obstante, debemos vernos
para tener también
una pequeña charla sobre nuestra época.
–Ahora tengo que ir al centro.
–Muy bien. Ya te dije que íbamos a hablar de nuestra
época.
–¿Sí?
–Estaremos bien allí, quiero decir.
–¿Quieres que vaya a tu casa?
–No, no, aquí no. Está todo patas arriba. He estado buscando
micrófonos ocultos por todas partes.
–Ah...
–Hay un nuevo café al otro lado de la Plaza Mayor. Se llama Café
Pierre. ¿Sabes dónde está?
–Sí, si. ¿Cuándo quieres que vaya?
–¿Te parece bien a las doce?
–A las doce en el café.
–Será mejor no decir nada más ahora.
–Hasta luego.
Pasaban unos minutos de las doce, cuando Sofía se asomó por el
Café Pierre. Era uno de esos calés de moda con mesas redondas y
sillas negras, baguettes y boles individuales
con ensalada.
No era un local grande, y lo primero en lo que Sofía se fijó fue en
que Alberto no estaba. A decir verdad, fue lo único en lo que se
fijó. Había mucha gente en las mesas, pero Alberto no estaba.
No estaba acostumbrada a ir sola a los cafés. ¿Debería
salir y
volver al cabo de un rato para ver si Alberto había
llegado?
Se acercó al mostrador de mármol y pidió un té con limón. Se
llevó la taza a una de las mesas libres. Miraba constantemente a
la puerta de entrada. Mucha gente entraba
y salía, pero Sofía
sólo estaba pendiente de Alberto.
¡Ojalá hubiera tenido un periódico!
Pasado un tiempo, no pudo evitar mirar un poco a su alrededor.
Algunos le devolvían la mirada. Por un instante Sofía se sintió
una joven mujer. Sólo tenía quince años, pero podría pasar por
diecisiete, o al menos dieciséis y medio.
¿Qué pensaría toda esta gente del café sobre eso de existir?
Tenían pinta de simplemente estar, como si se hubiesen
sentados de mentira. Hablaban y gesticulaban intensamente,
pero no parecían hablar de nada importante.
De repente se acordó de Kierkegaard, que había dicho
que la
característica más destacada de la multitud era esa palabrería sin
compromiso». ¿Toda esa gente vivía en la fase estética, o qué? ¿O
había, al fin y al cabo, algo que era existencialmente importante
para ellos?
En una de sus primeras cartas, Alberto había dicho que existía un
fuerte parentesco entre niños y filósofos. Y de nuevo Sofía pensó
en que tenía miedo de hacerse mayor.
¿Y si también ella llegara
a meterse dentro de la piel del conejo blanco que se saca del
negro sombrero de copa del universo?
Mientras estaba pensando en todo esto, miraba fijamente
a la
puerta de entrada. De pronto entró Alberto vagando
desde la
calle. Aunque era verano llevaba una boina negra y un abrigo
bastante largo. La vio en seguida y fue derecho hacia ella. Sofía
pensó que era algo nuevo tener una cita con él así, en público.
–Son más de las doce y cuarto, tardón.
–Eso se llama «margen de cortesía». ¿Puedo ofrecerle
algo de
comer a la joven señorita?
Alberto se sentó y la miró directamente a los ojos. Sofía se
encogió de hombros.
–Me da igual. Una medianoche, tal vez.
Alberto se acercó al mostrador. Al instante volvió con una taza
de café y dos grandes baguettes con queso y jamón.
–¿Ha sido caro?
–Nada, Sofía.
–Tendrás al menos una excusa para haber llegado tan tarde.
No, no la tengo, porque he venido tarde a propósito.
Me
explicaré.
Dio un par de grandes mordiscos al bocadillo y dijo:
Vamos a hablar de nuestro siglo.
–¿Ha sucedido algo de importancia filosófica en este
siglo?
–Mucho. Tanto que diverge en todas las direcciones. Primero
diremos unas palabras sobre una corriente importante:
el
existencialismo, que es una denominación común que abarca
varias corrientes filosóficas que toman como punto de partida la
situación existencial del hombre. Solemos
denominarla «filosofía
existencialista del siglo XX». A algunos de los filósofos
existencialistas les sirvió de base Kierkegaard, pero también
Hegel y Marx.
–Entiendo.
–Otro filósofo que tendría una gran importancia para
el siglo xx
fue el alemán Friedrich Nietzsche, que vivió desde 1844 a 1900.
También Nietzsche reaccionó frente a la filosofía de Hegel y el
«historicismo» alemán. Contra un anémico interés por lo que él
llamaba «una moral de esclavos
cristiana», exalta la vida misma.
Quería hacer una «revaluación
de todos los valores» para que el
despliegue vital
de los fuertes no fuera impedido por los
débiles. Según Nietzsche, tanto el cristianismo como la tradición
filosófica
habían dado la espalda al mundo real, señalando hacia
el «cielo» o el «mundo de las Ideas». No obstante, precisamente
este mundo, que había sido considerado el «verdadero» mundo,
es en realidad «un mundo» en apariencia.
«Sed fieles a la tierra»,
dijo. «No escuchéis a aquellos
que os ofrecen esperanzas
celestiales.”
–Bueno...
–El filósofo existencialista alemán Martin Heidegger estaba
influenciado por Kierkegaard y por Nietzsche. Pero ahora nos
vamos a centrar en el existencialista francés Jean-Paul Sartre, que
vivió entre 1905 y 1980. Fue el más conocido
de los
existencialistas, al menos entre el gran público. Su
existencialismo se desarrolló particularmente en los años
cuarenta, justo después de finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Más tarde se adhirió al movimiento marxista francés pero nunca
fue miembro de ningún partido.
–¿Por eso querías que nos viéramos en un café francés?
–No ha sido totalmente casual, no. El propio Sartre era un asiduo
de los cafés. En un café como éste, se encontró
con su
compañera Simone de Beauvoir, que también era filósofa
existencialista.
–¿Una mujer filósofa?
–Correcto.
–Me consuela ver que la humanidad haya empezado
por fin a
civilizarse.
–Aunque nuestra época también es una época de nuevas
preocupaciones.
–Ibas a hablar del existencialismo.
–Sartre dijo que «el existencialismo es un humanismo
», con lo
cual quería decir que los existencialistas no toman como punto
de partida otra cosa que el propio ser humano. Tal vez debamos
añadir que se trata de un humanismo
con una visión mucho más
sombría de la situación del hombre de la que tenía el humanismo
que conocimos en el Renacimiento.
–¿Por qué?
–Tanto Kierkegaard como algunos de los filósofos
existencialistas de nuestro siglo eran cristianos. Sartre, por otra
parte, pertenece a lo que podemos llamar el existencialismo
ateo. Su filosofía puede considerarse como un despiadado
análisis de la situación del hombre cuando «Dios ha muerto». La
expresión «Dios ha muerto» viene de Nietzsche.
–¡Sigue!
–La palabra clave de la filosofía de Sartre es, como para
Kierkegaard, la palabra «existencia». Ahora bien, no se entiende
por existencia lo mismo que por «ser». Las plantas y los animales
también «son», pero no tienen que preocuparse por lo que esto
significa. El hombre es el único ser vivo que es consciente de su
propia existencia. Sartre dice que las cosas físicas solamente son
«en ellas mismas», pero el ser humano también es «para él
mismo». Ser persona es algo muy diferente a ser cosa.
–En eso estoy de acuerdo.
–Sartre dice que la existencia del hombre precede a cualquier
significado que pueda tener El que yo exista precede,
por lo
tanto, a lo que soy «La existencia precede a la esencia», dice.
–Es una frase muy enredada.
–Por «esencia» entendemos aquello de lo que algo consta, es
decir la naturaleza de una cosa. Pero, según Sartre, el hombre no
tiene una naturaleza innata. Por tanto el hombre tiene que
crearse a sí mismo. Tiene que crear su propia naturaleza o
«esencia» porque esto no es algo que venga dado de antemano.
–Creo que entiendo lo que quieres decir.
–A través de toda la historia de la filosofía, los filósofos han
intentado dar una respuesta a qué es el hombre, o qué es la
naturaleza humana. Pero Sartre pensaba que el hombre no tiene
una tal «naturaleza» eterna en que refugiarse.
Por eso tampoco
sirve preguntar por el «sentido» de la vida en general. Estamos,
en otras palabras, condenados a improvisar. Somos como actores
que entran en el escenario
sin tener ningún papel estudiado de
antemano, ningún cuaderno con el argumento, ningún apuntador
que nos pueda susurrar al oído lo que debemos hacer. Tenemos
que elegir por nuestra cuenta cómo queremos vivir.
–En cierta manera es verdad. Si en la Biblia, o en un libro de texto
de filosofía, pudiéramos consultar cómo debemos vivir, estaría
muy bien.
–Has cogido el significado. Pero cuando el hombre se da cuenta
de que existe y de que va a morir, y de que no tiene nada a lo que
agarrarse, entonces esto crea angustia, según Sartre. Recordarás
que la angustia también era característica
de la descripción de
Kierkegaard de un hombre que se encuentra en una situación
existencial.
–Sí.
–Sartre dice además que el hombre se siente extranjero en un
mundo sin sentido. Al describir la «alienación» del hombre,
recoge al mismo tiempo pensamientos centrales
de Hegel y
Marx. La sensación del hombre de ser un extranjero
en el
mundo, crea un sentimiento de desesperación,
aburrimiento,
asco y absurdo.
Sigue siendo bastante corriente sentirse «deprimido» o pensar
que todo es «un rollo».
–Sí, Sartre describió al ser urbano del siglo xx. Recordarás
que
los humanistas del Renacimiento habían señalado
casi
triunfalmente la libertad y la independencia del ser humano.
Sartre, por el contrario, consideró la libertad del hombre como
una condena. «El hombre está condenado
a ser libre», dijo.
«Condenado porque no se ha creado a sí mismo y sin embargo es
libre. Porque una vez que ha sido arrojado al mundo es
responsable de todo lo que hace.”
–No hemos pedido a nadie que nos cree como individuos
libres.
–Éste es precisamente el punto clave de Sartre. Pero somos
individuos libres, y debido a nuestra libertad estamos
condenados a elegir durante toda la vida. No existen valores o
normas eternas por las que nos podamos regir. Precisamente por
eso resultan tan importantes las elecciones
que hacemos.
Porque somos completamente responsables
de todos nuestros
actos. Sartre destaca precisamente que el hombre jamás debe
eludir la responsabilidad de sus propios actos. Por eso tampoco
podemos librarnos de nuestra responsabilidad amparándonos en
que «tenemos que ir al trabajo» o que «tenemos que» dejarnos
dirigir por ciertas normas burguesas sobre cómo debemos vivir.
La persona que, de esta forma, va entrando en la masa anónima,
se convierte en un hombre impersonal de esa masa. Él o ella se
ha refugiado en la mentira de la vida. Porque la libertad humana
nos exige poner algo de nosotros mismos, existir
«auténticamente».
–Comprendo.
–Esto es aplicable ante todo a nuestras elecciones éticas. No
podemos echar nunca la culpa a la «naturaleza humana», a la
«fragilidad humana» o cosas parecidas. Ocurre
de vez en cuando
que hombres algo entrados en años se comportan como cerdos y
que en último término echan la culpa al «viejo Adán». Pero un tal
«viejo Adán» no existe. No es más que una figura a la que nos
agarramos para eludir
la responsabilidad de nuestros propios
actos.
–No hay nada de lo que no se eche la culpa al pobre.
–Aunque Sartre mantiene que la existencia no tiene ningún
sentido inherente, no significa que a él le guste que sea así. No
es lo que llamamos un «nihilista».
–¿Qué es eso?
–Es alguien que opina que nada importa nada y que todo está
permitido. Sartre opina que la vida debe tener algún
sentido. Es
un imperativo. Y somos nosotros los que tenemos
que darle ese
sentido a nuestra propia vida. Existir es crear tu propia existencia.
–¿Podrías explicar esto con un poco más de detalle?
–Sartre intenta demostrar que la conciencia no es nada en sí
misma antes de percibir algo. Porque la conciencia
siempre es
conciencia de algo. Y ese «algo» es tanto nuestra propia
aportación como la del entorno. También nosotros participamos
en decidir lo que percibimos, ya que seleccionamos lo que tiene
importancia para nosotros.
–¿No puedes poner un ejemplo?
–Dos personas pueden estar presentes en el mismo lugar y sin
embargo captarlo todo de forma completamente diferente. Es
porque cuando percibimos el entorno, contribuimos
con nuestra
propia opinión, o nuestros propios intereses.
Por ejemplo, puede
ser que una mujer embarazada tenga la sensación de ver a
mujeres embarazadas por todas partes. No significa que no
hayan estado allí antes, sino que, simplemente, su embarazo le
ha proporcionado una nueva realidad. Alguien que esté enfermo,
por ejemplo, tal vez vea ambulancias por todas partes...
–Entiendo.
–Nuestra propia existencia contribuye a decidir cómo percibimos
las cosas en el espacio. Si algo es inesencial
para mi, no lo veo. Y
ahora puedo explicarte por qué he llegado tarde aquí, al café.
Dijiste que fue a propósito.
–Dime qué fue lo primero que viste al entrar en el caté.
–Lo primero que vi fue que tú no estabas.
–¿No es un poco curioso que lo primero que vieras en este local
fuese algo que no estaba aquí?
–Puede ser, pero era contigo con quien tenía una cita.
–Sartre utiliza precisamente una visita a un café como
éste para
demostrar cómo «liquidamos» lo que no tiene importancia para
nosotros.
–¿Llegaste tarde únicamente para demostrar eso?
–Sí, para que entendieras este punto tan importante de la
filosofía de Sartre. Puedes considerarlo como un deber
de
alumno.
–¡Pues vaya!
–Si estás enamorada y estás esperando que tu amado
te llame
por teléfono, entonces «oyes» tal vez toda la noche que no llama.
Captas precisamente el hecho de que no llama. Si vas a esperarlo
al tren, y sale un montón de gente al andén sin que tú veas a tu
amado, entonces no ves a todos esos otros. No hacen más que
estorbar, no significan
nada para ti. Incluso puede ser que te
resulten directamente
repugnantes, pues ocupan mucho espacio.
Lo único que captas es que él no está allí.
–Comprendo.
–Simone de Beauvoir intentó emplear el existencialismo
también
en los papeles sexuales. Sartre había señalado
que los seres
humanos no tienen ninguna «naturaleza
» eterna en la que
refugiarse. Somos nosotros mismos quienes creamos lo que
somos.
–¿Si?
–Lo mismo ocurre con la manera en la que concebimos
los sexos.
Simone de Beauvoir señaló que no existe una eterna «naturaleza
de mujer» o «naturaleza de hombre
», pero la opinión tradicional
siempre ha utilizado esas categorías. Por ejemplo, se ha dicho
muy a menudo que el hombre tiene una naturaleza «trascendente
e ilimitada», y que por lo tanto busca un sentido y un destino
fuera del hogar.
De la mujer se ha dicho que su orientación en la
vida es contraria a la del hombre. Es «inmanente», es decir,
quiere estar donde está. De esa manera protegerá a la familia, la
naturaleza y las cosas cercanas. Hoy en día solemos decir que la
mujer se interesa más que el hombre por los detalles.
–¿De verdad ella pensaba así?
–No me escuchas. Simone de Beauvoir pensaba precisamente que
no existía ninguna «naturaleza femenina» o naturaleza
masculina». Al contrario. Pensaba que mujeres
y hombres deben
librarse de estos arraigados prejuicios e ideales.
–Estoy de acuerdo.
–Su libro más importante salió en 1949 y se titulaba
El segundo sexo.
–¿Qué quería decir con ese título?
–Se refería a la mujer. En nuestra cultura se la ha convertido en
«el segundo sexo». Sólo el hombre aparece como sujeto, y la
mujer se convierte en un objeto del hombre. De esta manera, se
le quita la responsabilidad de su propia vida.
–Ella tiene que reconquistar esta responsabilidad. Tiene que
recuperarse a sí misma y no sólo atar su identidad
al hombre.
Porque no es sólo el hombre el que reprime a la mujer. Al no
responsabilizarse de su propia vida, la mujer se reprime a sí
misma.
–Somos exactamente tan libres y tan independientes como
decidimos ser.
–Así lo puedes expresar, si quieres. El existencialismo
tendría
una gran influencia sobre la literatura, desde los años cuarenta
hasta hoy. Éste es también en gran medida
el caso del teatro.
Sartre escribió novelas y obras de teatro. Otros nombres
importantes son el francés Camus, el irlandés Beckett, el rumano
Ionesco y el polaco Gombrowicz. Característico de éstos, y de
muchos otros escritores
modernos, es lo que solemos llamar el
absurdo. La palabra
se emplea especialmente en «teatro del
absurdo».
–Bien.
¿Sabes lo que quiere decir «absurdo»?
–Se usa para algo que no tiene sentido o que es irracional,
¿no?
–Exactamente. El «teatro del absurdo» surgió como una reacción
al «teatro realista» y su intención era mostrar en el escenario la
falta de sentido de la vida, y de esa manera
hacer reaccionar al
público. El objetivo no era, por lo tanto, cultivar esta falta de
sentido. Todo lo contrario: mostrando
y revelando lo absurdo,
por ejemplo en sucesos totalmente
cotidianos, el público se
vería obligado a buscar una existencia más auténtica y más
verdadera.
–Sigue.
–El teatro del absurdo expone a veces situaciones completamente
triviales, y puede por ello considerarse una especie de
«hiperrealismo». Se muestra al ser humano exactamente como
es. Pero si representas en un escenario justamente lo que sucede
en un cuarto de baño una mañana
cualquiera en un hogar
cualquiera, entonces el público
empieza a reírse. Esta risa puede
interpretarse como una defensa al verse expuesto en el escenario.
–Comprendo.
–El teatro del absurdo también puede tener rasgos surrealistas. A
veces los personajes del escenario se enredan
en las situaciones
más improbables e irracionales, como en los sueños. Cuando los
personajes aceptan esto sin ningún asombro, es el público el que
tiene que reaccionar
con asombro justamente ante esta falta de
asombro. Es el mismo caso de las películas mudas de Charles
Chaplin. Lo cómico de esas películas es muchas veces la falta de
asombro de Chaplin ante las situaciones tan absurdas en las que
se enreda. De esa manera, el público se verá obligado
a meterse
en sí mismo y buscar algo más auténtico y más verdadero.
–A veces resulta increíble lo que la gente acepta sin reaccionar.
–A veces puede estar muy bien pensar que «esto es algo de lo
que tengo que huir», aunque uno aún no sepa a dónde ir.
–Si la casa está ardiendo hay que huir de ella, aunque
no se
tenga otra casa donde meterse.
–¿Verdad que sí? ¿Quieres otra taza de té? ¿O una coca-cola?
–Vale. Sigo pensando que no deberías haber llegado tarde.
–Bueno, es un reproche a pesar del cual lograré sobrevivir.
Alberto volvió con una taza de café y una coca-cola. Mientras
tanto Sofía había llegado a la conclusión de que le empezaba a
gustar la vida en el café. Y tampoco estaba ya tan convencida de
que todas las conversaciones en las demás mesas fueran tan
insignificantes.
Alberto dejó la botella de coca-cola sobre la mesa dando un gran
golpe. Varias personas levantaron la vista para ver qué había
sido eso.
–Y con ello hemos llegado al final del camino –dijo.
–¿Quieres decir que la historia de la filosofía acaba con Sartre y
el existencialismo?
–No, decir eso sería una exageración. La filosofía existencialista
tuvo una importancia fundamental para mucha
gente en todo el
mundo. Como ya hemos visto, tiene raíces muy atrás en la
Historia, pasando por Kierkegaard y hasta Sócrates. Ahora bien,
el siglo xx también ha visto un florecimiento y una renovación de
otras corrientes filosóficas
que hemos estudiado antes.
–¿Tienes algún ejemplo?
–Una corriente de ese tipo es el neotomismo, es decir
ideas que
pertenecen a la tradición de Santo Tomás de Aquino. Otra
corriente es la llamada filosofía analítica, o empirismo lógico,
que tiene sus raíces en Hume, pero que también está relacionada
con la lógica de Aristóteles. Por lo demás, se puede decir que el
siglo xx se ha caracterizado
por lo que llamamos neomarxismo
en una rica ramificación
de diferentes corrientes. Ya
mencionamos el neodarvinismo. Y hemos señalado la
importancia del psicoanálisis.
–Entiendo.
–Una última corriente que debe mencionarse es el materialismo,
que también tiene muchas raíces históricas. Gran parte de la
ciencia moderna tiene sus orígenes en los esfuerzos
presocráticos. Por ejemplo, se sigue buscando la «partícula
elemental» indivisible de la que todo está compuesto.
Nadie ha
podido dar aún una respuesta unificada a lo que es la «materia».
Las ciencias naturales modernas, por ejemplo la física nuclear o
la bioquímica, son tan fascinantes
que para muchas personas
constituyen una parte importante de su concepto de la vida.
–¿Viejo y nuevo, todo en uno?
–Si, algo así. Porque las mismas preguntas con las que
empezamos este curso, siguen sin contestarse. En este contexto
Sartre decía algo muy importante cuando señalaba
que las
cuestiones existenciales no pueden contestarse
de una vez por
todas. Una cuestión filosófica es, por definición, algo a lo que
cada generación, o mejor dicho, cada ser humano, tiene que
enfrentarse una y otra vez.
–Resulta un poco desolador pensar en ello.
–No sé si estoy de acuerdo en eso. ¿No es precisamente
cuando
nos preguntamos esas cosas cuando nos sentimos vivos? Y
además se puede decir que cuando los hombres se han
esforzado por encontrar respuestas a las preguntas últimas, han
encontrado respuestas claras y definitivas a otras cuestiones.
Las ciencias, la investigación y la tecnología surgieron de la
reflexión filosófica de las personas. ¿No fue, al fin y al cabo, la
extrañeza de la existencia la que llevó al hombre a la Luna?
–Si, es verdad.
–Cuando Armstrong puso el pie en la Luna dijo: «Un paso
pequeño para un ser humano, pero un gran paso para la
humanidad». De esta manera, al resumir cómo se sentía al poner
el pie en la Luna, incluía a todas las personas que habían existido
antes que él. Pues no era él el único que tenía
mérito.
–Claro que no.
–Nuestra época ha tenido que enfrentarse a problemas
totalmente nuevos, sobre todo los enormes problemas de medio
ambiente. Una importante corriente filosófica del siglo xx es en
consecuencia la ecofilosofía. Muchos ecofilósofos occidentales
han señalado que toda la civilización
de Occidente va por muy
mal camino, por no decir que está a punto de llegar al tope de lo
que puede tolerar el Planeta. Han intentado llegar hasta el fondo,
no quedándose
sólo en los resultados concretos de contaminación
y destrucción medioambiental. Dicen que hay algo
profundamente erróneo en toda la manera de pensar occidental.
–Yo creo que tienen razón.
–Los ecofilósofos han puesto en cuestión la propia idea de la
evolución, que se basa en que el hombre es el que está «más
arriba», es decir que somos nosotros los dueños de la naturaleza.
Este modo de pensar podrá resultar
fatal para la vida en este
Planeta.
–Me indigna pensar en ello.
–Para su crítica de esta manera de pensar, muchos ecofilósofos
han recurrido a ideas y pensamientos de otras culturas, por
ejemplo la India. También han estudiado ideas y costumbres de
los llamados «pueblos naturales», o de poblaciones
, como por ejemplo los indios, con el fin de
reencontrar algo que nosotros ya hemos perdido.
–Entiendo.
–También dentro de los círculos científicos han surgido
personas, durante los últimos años, que han señalado que toda
nuestra manera científica de pensar se encuentra ante un
“cambio de paradigmas”, es decir, ante un cambio fundamental
en la propia manera científica de pensar. Esto ya ha dado fruto
en algunos campos. Hemos visto muchos ejemplos de los
llamados , que abogan por una
filosofía global y por un nuevo estilo de vida.
–Eso está bien.
–Pero al mismo tiempo siempre ocurre que allí donde
está el
hombre hay que separar la paja del grano. Algunos
han señalado
que estamos entrando en una época totalmente
nueva, Age>. Pero tampoco todo lo nuevo es bueno, y no hay que
rechazar todo lo viejo. Ésa es una de las razones por la cual te he
ofrecido este curso de filosofía.
Ahora tendrás una base
histórica para cuando tú misma tengas que orientarte en la
existencia.
–Te agradezco tu atención.
–Seguramente te darás cuenta de que mucho de lo que se incluye
en el término , es engaño y charlatanería.
También lo
que llamamos , o
ha tenido una fuerte presencia en las
últimas décadas, conviniéndose en una verdadera industria.
Como consecuencia de la pérdida de adeptos del cristianismo
han proliferado, como hongos, nuevas ofertas en el mercado
sobre conceptos de la vida.
–¿Puedes ponerme algunos ejemplos?
–La lista es tan larga que no me atrevo a empezarla.
Además no es fácil describir tu propio tiempo. Pero ahora te
propongo que demos una vuelta por el centro. Quiero enseñarte
algo.
Sofía se encogió de hombros.
–No puedo quedarme mucho tiempo. ¿No habrás olvidado la
fiesta de mañana?
–De ninguna manera. Ocurrirán cosas maravillosas.
Pero primero tenemos que acabar el curso de filosofía de Hilde,
porque el mayor no ha pensado más allá, ¿sabes?
Con eso también pierde algo de su ventaja.
Volvió a levantar la botella de coca-cola, que ahora estaba vacía,
para dejarla caer de nuevo sobre la mesa con un gran golpe.
Salieron a la calle. La gente iba y venia deprisa como hormigas
afanosas en un hormiguero. Sofía se preguntaba qué era lo que
Alberto quería enseñarle.
Alberto se detuvo delante del escaparate de una tienda
de
aparatos eléctricos, donde vendían de todo, desde televisores,
videos y antenas parabólicas hasta teléfonos móviles,
ordenadores y faxes.
Alberto señaló el gran escaparate y dijo:
–He aquí el siglo xx, Sofía. Podemos decir que el mundo estalló a
partir del Renacimiento. Con los grandes descubrimientos, los
europeos empezaron a viajar por todo el mundo. Hoy ocurre lo
contrario. Podemos llamarlo .
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que el mundo entero se absorbe en una sola red de
comunicaciones. No hace mucho tiempo los filósofos tenían que
viajar con carro y caballo para orientarse en la vida, o para
encontrarse con otros pensadores.
Hoy en día podemos estar en
cualquier lugar del planeta y recoger toda la experiencia humana
a través de la pantalla de un ordenadores.
–Es fantástico, pero casi da un poco de miedo.
La cuestión es si la Historia se está aproximando a su fin o si,
por el contrario, nos encontramos en el umbral de una nueva era.
Ya no somos solamente ciudadanos de una ciudad, o de un
determinado Estado. Vivimos en una civilización planetaria.
Es verdad.
La evolución tecnológica, sobre todo en lo que se refiere a la
comunicación, casi ha sido más importante en los últimos treinta
o cuarenta años que en todo el resto de la Historia. Y tal vez
hayamos visto sólo el principio...
–¿Era esto lo que ibas a enseñarme?
No, está al otro lado de esa iglesia.
Justo cuando se marchaban apareció una imagen en una pantalla
del escaparate. Era una imagen de unos soldados
de las
Naciones Unidas.
–¡Mira! Dijo Sofía.
Enfocaron a uno de los soldados. Tenía la barba casi igual de
negra que la de Alberto. De pronto sacó un papelito
en el que
ponía: “¡Pronto llegaré1 Hilde!». Dijo adiós con una mano y luego
desapareció.
¡Vaya tipo!
¿Era el mayor?
Ni siquiera quiero contestar.
Pasaron por el parque que había delante de la iglesia y salieron a
una nueva calle principal. Alberto estaba un poco irritado; al cabo
de un rato señaló una librería que se llamaba Libris y que era la
más grande de la ciudad.
–¿Es aquí donde vas a enseñarme algo?
Entremos.
Dentro de la librería Alberto señaló una de las paredes más
grandes, donde había tres secciones: NEW AGE, ESTILO DE VIDA
ALTERNATIVA y MISTICISMO.
En las estanterías había libros con títulos muy interesantes
tales
como: ¿Una vida después de la muerte?, Los secretos del
espiritismo, Tarot, el fenómeno de los OVNIS, vuelven los dioses,
Has estado aquí antes, ¿Qué es la astrología?
etc., etc. Había
centenares de títulos diferentes.
–Esto también es el siglo xx, Sofía. Es el templo de nuestra época.
–Tú no crees en esas cosas, ¿no?
–Aquí hay mucho de engaño. Pero se vende tan bien como la
pornografía. De hecho, mucho de esto podría considerarse como
una especie de pornografía. Aquí los jóvenes pueden comprar
exactamente los libros que les ponen más cachondos. Pero la
relación entre la verdadera filosofía y los libros como éstos es
más o menos como la diferencia entre verdadero amor y
pornografía.
Exageras un poco, ¿no?
–Sentémonos en el parque.
Salieron de la librería y se sentaron en un banco vacío
delante
de la iglesia. Debajo de los árboles andaban las palomas, y entre
ellas había algún gorrión que otro.
–Lo llaman parapsicología –empezó Alberto. Lo llaman telepatía,
clarividencia y telequinesia. Lo llaman espiritismo, astrología y
ufología. Así pues, tiene muchas denominaciones.
–Pero contéstame ya, ¿crees de verdad que todo es mentira?
–No sería muy correcto por parte de un auténtico filósofo
medir
a todos con el mismo rasero. Pero no excluyo que esas palabras
que acabo de mencionar dibujen un mapa detallado de un paisaje
que no existe. Al menos hay aquí muchas de esas quimeras que
Hume habría entregado a las llamas. En muchos de esos libros
no hay ni una experiencia
que sea auténtica.
–¿Y cómo es posible que se escriban tantísimos libros
sobre
esas cosas?
Se trata del negocio más rentable del mundo. Es lo que quiere
mucha gente.
¿Y por qué crees que lo quieren?
–Es sin duda la expresión de una añoranza, de un deseo de algo
«místico», de algo que es «diferente y que rompe con lo
cotidiano». Pero eso es complicarse la vida, Sofía, o cruzar el río
para coger agua, como decimos los noruegos.
–¿Qué quieres decir?
–Estamos caminando por un maravilloso cuento. A nuestros pies
se levantan las grandes obras de la Creación. A plena luz del día,
Sofía. ¿No te parece increíble?
–Si.
¿Entonces por qué vamos a acudir a «consultas» de gitanas o
trastiendas académicas para experimentar algo «emocionante» o
algo «más allá de los límites»?
–¿Pero entonces crees que los que escriben esos libros
son
todos unos tramposos y unos mentirosos?
–No, eso no lo he dicho. Pero aquí también se trata de un
«sistema darvinista».
¡Explícate!
–Piensa en todo lo que ocurre en el curso de un día. Incluso
puedes delimitarlo a un día en tu propia vida. Piensa
en todo lo
que ves y oyes y haces.
¿Si?
–Algunas veces te suceden extrañas coincidencias. Por ejemplo
vas a la tienda a comprar algo que cuesta veintiocho coronas. Un
poco más tarde llega Jorunn para devolverte veintiocho coronas
que te había pedido prestadas hace tiempo. Luego os vais al cine
y a ti te dan el asiento
veintiocho.
–Pues si, sería una misteriosa coincidencia.
–Lo que está claro es que no dejaría de ser una coincidencia.
Lo
que ocurre es que la gente colecciona esas coincidencias.
Coleccionan experiencias misteriosas o inexplicables. Cuando
esas experiencias de las vidas de unos miles de millones de
personas se recopilan en libros, puede dar la impresión de ser un
material muy convincente.
Y sigue aumentando en cantidad.
Pero también en este caso nos encontramos ante una lotería en
la que solamente
se ven los décimos ganadores.
–¿No existen personas videntes o médiums que viven
esas cosas
con mucha frecuencia?
–Pues si. Si excluimos a los tramposos, encontramos otra
importante explicación a todas esas «experiencias místicas».
¡Cuenta!
–Te acordarás de que hablamos de la teoría de Freud sobre el
subconsciente.
¿Cuántas veces tendré que decirte que no soy una despistada?
–Ya Freud señaló que muchas veces podemos actuar como una
especie de médiums de nuestro propio subconsciente.
De
repente nos damos cuenta de que pensamos o hacemos algo sin
entender del todo por qué lo hacemos. La razón es que tenemos
muchísimas más experiencias, pensamientos y vivencias
interiores de las que somos conscientes.
–¿Sí?
–También hay personas que hablan y andan mientras
duermen.
Lo podemos llamar una especie de «automatismo
mental». Y
bajo hipnosis hay personas que dicen y hacen cosas
automáticamente. Y te acordarás de que los surrealistas
intentaron escribir con «escritura automática». De ese modo
intentaban actuar como médiums de su propio
subconsciente.
–De eso también me acuerdo.
A intervalos regulares durante este siglo ha estado de moda el
espiritismo. La idea es que un médium puede llegar a establecer
contacto con un muerto. O hablando con la voz del muerto, o por
ejemplo mediante una escritura
automática, el médium ha
recibido un mensaje por ejemplo de una persona que vivió hace
muchos centenares de años. Estos sucesos se han utilizado como
prueba de que existe una vida después de la muerte, o de que los
seres
humanos vivimos muchas vidas.
Comprendo.
–No quiero decir que todos esos médiums hayan sido unos
estafadores. Algunos han actuado de buena fe, de eso no cabe
duda. Es cierto que han sido médiums, pero sólo de su propio
subconsciente. Hay varios ejemplos de investigaciones
meticulosas de médiums que en un estado de trance han
revelado conocimientos y capacidades que ni ellos mismos ni
otros entienden cómo han podido adquirir.
Alguien que no
conocía el hebreo, por ejemplo, empezó
a emitir un mensaje en
ese idioma. Entonces tendría que haber vivido antes, Sofía. O
haber estado en contacto con un espíritu muerto.
–¿Tú qué crees?
–Resultó que cuando era pequeña la había cuidado una mujer
judía.
Ah...
–¿Estás decepcionada? Pero en sí es fantástica la capacidad
que
tienen algunas personas para almacenar experiencias
anteriores
en el subconsciente.
–Entiendo lo que quieres decir.
–También otras curiosidades cotidianas pueden explicarse
mediante la teoría de Freud sobre el subconsciente.
Si de
repente recibo una llamada de un amigo al que no he visto en
muchos años, y yo mismo acabo de estar
buscando su teléfono...
–Me dan escalofríos.
–La explicación puede ser, por ejemplo, que los dos oímos una
vieja melodía en la radio, una melodía que oímos la última vez
que estuvimos juntos. Lo que pasa es que no se es consciente de
esta conexión oculta.
~¿O trampa... o el efecto del décimo ganador... o el subconsciente?
–Al menos es sano acercarse a ese tipo de estanterías con cierto
escepticismo. En cualquier caso, es muy importante
para un
filósofo. En Inglaterra existe una asociación especial para los
escépticos. Hace muchos años prometieron
un sustancioso
premio económico a la primera persona que les pudiera mostrar
un modesto ejemplo de algo sobrenatural.
No tenía que ser
ningún gran milagro, bastaba con un pequeño ejemplo de
telepatía. Pero hasta ahora no se ha presentado nadie.
–Entiendo.
–Además hay muchas cosas que los seres humanos no
entendemos. A lo mejor tampoco conocemos las leyes de la
naturaleza. En el siglo pasado había muchos que a fenómenos
como el magnetismo y la electricidad los consideraban
como
una clase de magia. Supongo que mi propia bisabuela se habría
asombrado si le hubiera hablado de la televisión o de los
ordenadores.
–¿Entonces no crees en nada sobrenatural?
–De eso hemos hablado antes. La propia expresión
“sobrenatural» también es un poco extraña. No, supongo que yo
sólo creo en una sola naturaleza, que, en cambio, es muy extraña.
–¿Pero esas cosas misteriosas de aquellos libros que me
enseñaste... ?
–Todos los auténticos filósofos tienen que tener los ojos bien
abiertos. Aunque no hayamos visto nunca una corneja blanca, no
debemos dudar nunca de que existen. Y un día puede que incluso
un escéptico como yo tenga que aceptar un fenómeno en el cual
no ha creído antes. Si no hubiera dejado abierta esta posibilidad,
habría sido un dogmático. Y entonces no habría sido un
verdadero filósofo.
Albedo y Sofía se quedaron sentados en el banco sin decir nada.
Las palomas estiraban la nuca y arrullaban. A veces se asustaban
con una bicicleta o con un movimiento brusco.
–Tendré que irme a casa a preparar la fiesta dijo finalmente
Sofía.
–Pero antes de despedirnos te enseñaré una corneja blanca. Está
más cerca de lo que pensamos.
Alberto se levantó del banco e hizo señas para que volvieran a
entrar en la librería.
Esta vez pasaron de largo todas los estantes con libros sobre
fenómenos sobrenaturales. Alberto se detuvo delante de un
frágil estante al fondo de la librería. Encima del estante
había un
letrero que decía: “FILOSOFÍA».
Alberto señaló un determinado libro, y Solía se sobrecogió
al ver
el título: EL MUNDO DE SOFÍA.
–¿Quieres que te lo compre?
–No sé si me atrevo.
Pero un poco más tarde se encontraba en el camino de vuelta a
casa, con el libro en una mano y una bolsa con cosas para la
fiesta en la otra.

Mapa de Grecia

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