viernes, 4 de julio de 2008

La mujer

La mujer

Por último, debemos decir algo sobre la opinión que tenía
Aristóteles de la mujer. Desgraciadamente no era tan positiva
como la de Platón. Aristóteles pensaba más bien que a la mujer
le faltaba algo. Era un “hombre incompleto”. En la procreación la
mujer sería pasiva y receptora, mientras que el hombre sería el
activo y el que da. Aristóteles pensaba que un niño sólo hereda
las cualidades del hombre, y que las cualidades del propio niño
estaban contenidas en el esperma del hombre. La mujer era como
la Tierra, que no hace más que recibir y gestar la semilla,
mientras que el hombre es el que siembra. 0, dicho de una
manera genuinamente aristotélica: el hombre da la «forma» y la
mujer contribuye con la «materia».
Naturalmente, resulta sorprendente y también lamentable que un
hombre tan razonable en otros asuntos se pudiera equivocar
tanto en lo que se refería a la relación entre los sexos. No
obstante, nos muestra dos cosas: en primer lugar que Aristóteles
seguramente no tuvo mucha experiencia práctica con mujeres ni
con niños. En segundo lugar muestra lo negativo que puede
resultar que los hombres hayan imperado siempre en la filosofía
y las ciencias.
Y particularmente negativo resulta el error de Aristóteles en
cuanto a su visión de la mujer, porque su visión, y no la de
Platón, llegaría a dominar durante la Edad Media. De esta manera,
la Iglesia heredó una visión de la mujer que en realidad no tenía
ninguna base en la Biblia. ¡Pues Jesús no era anti-mujer!
¡No digo más! ¡Volverás a saber de mí!
Cuando Sofía hubo leído el capítulo sobre Aristóteles una vez y
media, volvió a meter las hojas en el sobre amarillo y se quedó
mirando fijamente su cuarto. De pronto vio lo desordenado que
estaba todo. En el suelo había un montón de libros y carpetas. Por
la puerta del armario asomaban en un caos total calcetines y blusas,
medias y pantalones vaqueros. En la silla delante del escritorio
había ropa sucia en un desorden total.
A Sofía le entraron unas ganas irresistibles de ordenar. Primero
vació los estantes del armario ropero, y empujó todo al suelo. Era
importante comenzar desde el principio. Se puso a doblar muy
concienzudamente todas las prendas y a colocarlas en el armario.
El armario tenía siete estantes. Sofía reservó un estante para bragas
y camisetas, otro para calcetines y leotardos y otro para pantalones
largos. De esa manera llenó de nuevo todos los estantes del
armario. No tuvo en ningún momento duda ninguna respecto a
donde colocar las prendas. Luego puso la ropa sucia en una bolsa
de plástico que había encontrado en el estante de abajo.
Solo tuvo problemas con una prenda. Era un único calcetín blanco
y largo, y el problema no era solamente que faltase su pareja, sino
que además nunca había sido suyo.
Se quedó de pie, investigando el calcetín durante varios minutos.
No llevaba ningún nombre, pero Sofía tenía una fuerte sospecha
sobre quién podía ser la dueña. Lo tiró al estante de arriba, junto a
una bolsa con piezas de lego, una cinta de video y un pañuelo rojo
de seda.
Ahora le tocaba el turno al suelo. Sofía clasificó libros y carpetas,
revistas y posters, exactamente de la misma manera que había
descrito el profesor de filosofía en el capítulo sobre Aristóteles.
Cuando hubo terminado con el suelo, hizo primero la cama y luego
se puso con el escritorio.
Por último reunió todas las hojas sobre Aristóteles en un bonito
montón. Encontró una carpeta con anillas y una perforadora,
perforó las hojas y las colocó en la carpeta. Finalmente la colocó
en el último estante del armario, junto al calcetín blanco. Más tarde
recogería la caja de galletas del Callejón.
A partir de ahora sería muy ordenada, y no se refería únicamente a
las cosas de su habitación. Después de haber leído sobre
Aristóteles entendió que era igual de importante tener orden en los
conceptos e ideas. Había reservado un estante en la parte superior
del arriba para ese fin. Era el único sitio de la habitación que no
dominaba completamente.
No había oído a su madre en varias horas. Sofía bajó a la planta
baja. Antes de despertar a su madre tendría que dar de comer a sus
animales.
En la cocina se inclinó sobre la pecera de los peces dorados. Uno
de ellos era negro, el otro era de color naranja y el tercero blanco y
rojo. Por ello los había llamado Negrito, Dorado y Caperucita
Roja. Echó en el agua comida para peces y dijo:
–Pertenecéis a la parte viva de la naturaleza, por lo tanto podéis
tomar alimento, podéis crecer y podéis procrear. Más
concretamente pertenecéis al reino animal, lo que significa que
sabéis moveros y mirar la habitación. Para ser del todo exacta, sois
peces, y por eso podéis respirar con branquias y nadar por las
aguas de la vida.
Sofía volvió a enroscar la tapa del bote de cristal que contenía
comida para peces. Estaba satisfecha con la colocación de los
peces dorados en el orden de la naturaleza, y muy especialmente
satisfecha con su expresión “las aguas de la vida”. Luego les tocó a
los periquitos. Sofía puso algunas semillas para pájaros en el
comedero y dijo:
–(Queridos Cada y Pizca. Os habéis convertido en unos periquitos
muy monos porque os habéis desarrollado de unos huevecitos muy
monos de periquitos, y porque “la forma” de esos huevos consistía
en la posibilidad de convertirse en periquitos, afortunadamente no
os habéis convertido en unos loros charlatanes.
Sofía entró en el cuarto de baño grande, donde estaba en una caja
la perezosa tortuga. Cada tres o cuatro duchas que se daba, la
madre solía gritar que un día mataría a la tortuga. Pero hasta ahora
había sido una amenaza vacía de contenido. Sofía saco una hoja de
lechuga de un frasco de cristal y la metió en la caja.
–Querida Govinda –dijo–. No perteneces exactamente a la especie
de los animales más rápidos. Pero al menos eres un animal capaz
de participar en una pequeñísima fracción de ese gran mundo en el
que vivimos. Si te sirve de consuelo, te diré que no eres la única
incapaz de superarte a ti misma.
El gato Sherekan estaría probablemente fuera cazando ratones,
pues ésa era la naturaleza de los gatos. Sofía atravesó la sala para ir
al dormitorio de su madre. En la mesa del sofá había un florero con
un ramo de narcisos. Sofía tuvo la sensación de que esas flores
amarillas la saludaban solemnemente al pasar a su lado. Sofía se
detuvo un momento y tocó con dos dedos las cabecitas lisas.
–También vosotras pertenecéis a la parte viva de la naturaleza –
dijo–. En ese sentido le lleváis cierta ventaja al florero en el que
estáis. Pero desgraciadamente no sois capaces de daros cuenta de
ello.
Sofía entró de puntillas al cuarto de su madre. La madre dormía
profundamente, pero Sofía le puso una mano sobre la cabeza.
–Tú eres de los más afortunados en este conjunto –dijo–. No
solamente estás viva como los lirios en el campo. Y no eres sólo un
ser vivo como Sherekan o Govinda. Eres un ser humano, es decir,
que estás equipada con una rara capacidad para pensar.
–¿Qué dices, Sofía?
Se despertó un poco más deprisa que de costumbre.
–Sólo digo que pareces una tortuga perezosa. Por otra parte, te
puedo informar de que he ordenado mi cuarto. Me puse a trabajar
con meticulosidad filosófica.
La madre se incorporó a medias en la cama.
–Ahora voy –dijo–. ¿Puedes poner el café?
Sofía hizo lo que le pidió y poco rato después estaban sentadas en
la cocina con café y chocolate. Finalmente, Sofía dijo:
–¿Has pensado alguna vez en por qué vivimos, mamá?
–Vaya, no paras, por lo que veo.
–Ahora sí, que ya sé la respuesta. En este planeta vive gente para
que algunos anden por ahí poniendo nombres a todas las cosas.
–¿De verdad? No se me había ocurrido nunca.
–Entonces tienes un problema serio, porque el ser humano es un
ser pensante. Si no piensas no eres un ser humano.
–¡Sofía!
–¡Figúrate que en la Tierra sólo viviesen plantas y animales.
Entonces no habría habido nadie capaz de distinguir entre “gatos”
y “perros” “lirios” y “frambuesas”. También son seres vivos las
plantas y los animales, pero solamente nosotros sabemos ordenar la
naturaleza en diferentes grupos y clases.
–De verdad que eres la chica más rara que conozco –dijo la madre.
–No faltaría mas –dijo Sofía–.
Todos los seres humanos son mas o menos raros. Yo soy un ser
humano, por lo tanto soy más o menos rara. Tú sólo tienes una hija,
por lo tanto soy la más rara.
–Lo que quería decir es que me asustas con todos estos... discursos
últimamente.
–En ese caso, eres muy fácil de asustar.
Más avanzada la tarde Sofía volvió al callejón. Logró meter la gran
caja de galletas en su habitación sin que la Madre se diera cuenta
de nada.
Primero ordenó todas las hojas, luego las perforó y finalmente las
colocó en la carpeta de anillas antes del capitulo sobre Aristóteles.
Por último escribió el número de las páginas en la esquina de
arriba, a la derecha de cada hoja. Tenía ya más de 50 hojas. Sofía
estaba en vías de hacer su propio libro de filosofía. No era ella la
que lo estaba escribiendo, pero había sido escrito especialmente
para ella.
Aún no había tenido tiempo de pensar en los deberes para el lunes.
A lo mejor habría control de religión, pero el profesor siempre
decía que valoraba el interés personal y las reflexiones propias.
Sofía tenía cierta sensación de que estaba adquiriendo una buena
base para ambas cosas.

Mapa de Grecia

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