viernes, 4 de julio de 2008

Platón

Platón

... una añoranza de regresar a la verdadera morada del alma...
A la mañana siguiente, Sofía se despertó de golpe. Sólo eran poco
más de las cinco, pero se sentía tan despejada que se sentó en la
cama.
¿Por qué llevaba el vestido puesto? De repente, recordó todo. Sofía
se subió a un escabel y miró el estante superior del armario. Pues
si, allí estaba la cinta de vídeo. Entonces, no había sido un sueño;
al menos, no todo.
¡Pero no podía haber visto a Platón y a Sócrates! Bah, ya no tenía
ganas de pensar más en ello. Quizás su madre tuviera razón en que
estaba un poco ida últimamente.
No consiguió volverse a dormir. quizás debería bajar al Callejón, a
ver si el perro había dejado otra carta.
Sofía bajó la escalera de puntillas, se puso las zapatillas de deporte,
y salió al jardín.
Todo estaba maravillosamente luminoso y tranquilo. Los pajarillos
cantaban con tanta energía que Sofía estuvo a punto de echarse a
reír. Por la hierba se deslizaban las minúsculas gotas de cristal del
rocío de la mañana.
Un vez más se le ocurrió pensar que el mundo era un increíble
milagro.
Se notaba humedad dentro del viejo seto. Sofía no vio ningún sobre
nuevo del filósofo, pero, de todos modos, secó un tocón muy
grande y se sentó.
Se acordó de que el Platón del vídeo le había dado unos ejercicios.
Primero, algo sobre
cómo un pastelero era capaz de hacer cincuenta pastas totalmente
iguales.
Sofía tuvo que pensarlo mucho, porque le parecía una verdadera
hazaña poder hacer cincuenta pastas iguales. Cuando su madre,
alguna que otra vez, hacía una bandeja de rosquillas berlinesas,
ninguna salía completamente idéntica a otra. Claro, que no era una
pastelera profesional, pues a veces lo hacía sin mucha dedicación.
Pero tampoco las pastas que compraban en la tienda eran
totalmente iguales entre sí. Cada pasta había sido formada por las
manos del pastelero, ¿no?
De pronto, se dibujó en la cara de Sofía una astuta sonrisa. Se
acordó de una vez en que ella y su padre habían ido al centro,
mientras la madre se había quedado en casa, haciendo pastas de
navidad. Cuando volvieron, se encontraron con un montón de
pastas a la pimienta, con forma de hombrecitos, extendidas por
toda la mesa de la cocina. Aunque no eran todas igual de perfectas,
sí que eran de alguna manera, totalmente iguales. ¿Y por qué?
Naturalmente, porque la madre había utilizado el mismo molde
para todas las pastas.
Tan satisfecha se sintió Sofía de haberse acordado de las pastas a la
pimienta que dio por acabado el primer ejercicio. Cuando un
pastelero hace cincuenta pastas completamente iguales es porque
utiliza el mismo molde para todas. ¡Y ya está!
Luego, el Platón del vídeo había mirado directamente a la cámara,
y había preguntado por qué todos los caballos son iguales. Pero eso
no era verdad. Sofía diría más bien lo contrario, que no había
ningún caballo totalmente idéntico a otro, de la misma manera que
no había dos personas completamente iguales.
Estuvo a punto de renunciar a solucionar ese ejercicio, pero, de
pronto, se acordó de cómo había razonado con las pastas a la
pimienta. Al fin y al cabo, tampoco las pastas eran totalmente
iguales, algunas eran más gorditas que otras, otras estaban rotas. Y,
sin embargo, para todo el mundo estaba claro que, de alguna
manera, eran.
Quizá, la intención de Platón era preguntar por qué un caballo era
un caballo, y no algo entre caballo y cerdo. Porque aunque algunos
caballos fueran pardos como los osos, y otros blancos como los
corderos, todos tenían algo en común. Sofía no había visto jamás,
por ejemplo, un caballo con seis u ocho patas.
¿Pero no habría querido decir Platón que lo que hace a todos los
caballos idénticos es que han sido formados con el mismo molde?
Luego, Platón había hecho una pregunta muy importante y muy
difícil. Tiene el ser humano un alma inmortal Sofía no se sentía
capacitada para contestar a esa pregunta. Sólo sabia que el cuerpo
muerto era incinerado o enterrado, y que así no podía tener ningún
futuro. Si uno opinaba que el ser humano tenía un alma inmortal,
también tenía que pensar que el ser humano está compuesto por
dos partes totalmente distintas: un cuerpo, que al cabo de algunos
años se agota y se destruye, y un alma, que: opera más o menos
independientemente del cuerpo. La abuela había dicho una vez que
era sólo el cuerpo el que envejecía. Interiormente, había sido
siempre la misma muchacha.
Lo de«muchacha»condujo a Sofía a la última pregunta. ¿Los
hombres y las mujeres tienen la misma capacidad de razonar? No
estaba ella muy segura. Dependía de lo que Platón quisiera decir
con«razonar».
De pronto, se acordó de algo que había dicho el profesor de
filosofía sobre Sócrates. Sócrates había señalado que todos los
seres humanos pueden llegar a entender las verdades filosóficas si
utilizan su razón. Pensaba, además, que un esclavo tenía la misma
capacidad de razonar que un noble para poder solucionar preguntas
filosóficas. Sofía estaba convencida de que Sócrates habría dicho
que mujeres y hombres tienen la misma capacidad de razonar.
Sentada meditando, oyó de repente ruidos en el seto y alguien que
respiraba como una máquina de vapor. Al instante, apareció en el
callejón el perro amarillo. Llevaba un sobre grande en la boca.
¡Hermes! –exclamó Sofía–. ¡Muchas gracias!
El perro dejó caer el sobre en las rodillas de Sofía, que estiró la
mano para acariciarle.
–Hermes, buen perro –dijo.
El perro se tumbó delante de ella y se dejó acariciar. Pero al cabo
de unos minutos, se levantó y se dispuso a desaparecer entre el seto
por el mismo camino por el que había llegado. Sofía le siguió con
e1 sobre amarillo en la mano. El perro se giró un par de veces
gruñendo, pero Sofía no se dio por vencida. Encontraría al filósofo
aunque tuviera que correr hasta Atenas.
El perro apresuró el paso, y pronto se metió por un estrecho
sendero. También Sofía aumentó la velocidad, pero cuando había
corrido durante un par de minutos, el perro se paro y se puso a
ladrar como un perro guardián. Sofía no se dio por vecindad
todavía y aprovechó la oportunidad para acercarse aún más.
Hermes siguió a toda prisa por el sendero. Sofía tuvo que
reconocer finalmente que no era capaz de alcanzarlo. Durante un
largo rato se quedó parada escuchando cómo se alejaba. Al final,
todo quedo en silencio.
Sofía se sentó sobre un tocón delante de un pequeño claro en el
bosque. En la mano tenía un sobre grande. Lo abrió, sacó varias
hojas escritas a máquina, y empezó a leer.

Mapa de Grecia

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Antigua Grecia