viernes, 4 de julio de 2008

Pablo

Pablo

A los pocos días de la crucifixión y entierro de Jesús,
comenzaron a correr rumores de que había resucitado. De esa
manera demostró que era algo mas que un hombre. Fue así como
mostró que era en verdad el “Hijo de Dios”.
Se puede decir que la Iglesia cristiana inicia ya en la mañana del
Domingo de Pascua los rumores sobre su resurrección.
Pablo puntualiza: «Si Cristo no ha resucitado, nuestro mensaje no
es nada y nuestra fe no tiene sentido».
Ahora todos los hombres podían tener la esperanza de la
«resurrección de la carne», pues Jesús fue crucificado
precisamente para salvarnos a nosotros. Y ahora, querida Sofía,
debes darte cuenta de que los judíos no trataban el tema de la
«inmortalidad del alma» o de alguna forma de «transmigración
de las almas», que eran ideas griegas, y por lo tanto,
indoeuropeas. Según el cristianismo no hay nada en el hombre
(tampoco su alma) que sea inmortal en sí. La Iglesia cree en la
“resurrección del cuerpo”, y en la «vida eterna», pero es
precisamente el milagro obrado por Dios el que nos salva de la
muerte y de la «perdición». No se debe a nuestro propio mérito, y
tampoco se debe a ninguna cualidad natural o innata.
Los primeros cristianos comenzaron a difundir el «alegre
mensaje» de la salvación mediante la fe en Jesucristo. El reino de
Dios estaba a punto de emerger a través de su obra de salvación.
Ahora el mundo entero podía ser conquistado para Cristo. (La
palabra «Cristo>, es una traducción griega de la palabra judía
«Mesías, > y significa, por consiguiente, «el ungido».)
Pocos años después de la muerte de Jesús, el fariseo Pablo se
convirtió al cristianismo. Mediante sus muchos viajes de misión
por todo el mundo grecorromano convirtió el cristianismo en una
religión mundial.
Sobre esto podemos leer en los Hechos de los Apóstoles. Por las
muchas cartas que Pablo escribió a las primeras comunidades
cristianas conocemos su predicación y sus consejos para los
cristianos.
Más tarde apareció en Atenas. Fue directamente a la plaza de la
capital de la filosofía. Se dice que «estaba escandalizado» de ver
la ciudad llena de imágenes paganas. Visitó la sinagoga judía y
conversó con algunos filósofos estoicos y epicúreos. Éstos le
llevaron al monte del Areópago y le dijeron: «¿Podemos saber
qué doctrina nueva enseñas? Oímos hablar de cosas extrañas y
nos gustaría saber de qué se trata».
¿Te lo imaginas, Sofía? Aparece un judío en la plaza de Atenas
para hablar de un salvador que fue crucificado y que luego
resucitó. Ya en esta visita de Pablo a Atenas intuimos el fuerte
choque entre la filosofía griega y la doctrina cristiana sobre la
salvación. Pero al parecer consigue hablar con los atenienses. De
pie en el monte del Areópago, es decir, bajo los grandiosos
templos de la Acrópolis, pronunció el siguiente discurso:
–¡Atenienses! –empezó–. Por todo, veo que sois muy religiosos. Al
recorrer vuestra ciudad y contemplar vuestros santuarios, me he
encontrado un altar con esta inscripción: «A un Dios
desconocido». Pues bien, lo que veneráis sin conocer, eso es lo
que yo os vengo a anunciar. El Dios que creó el mundo y todo lo
que hay en él, el que reina sobre el cielo y la tierra, no vive en
templos levantados por las manos de los hombres. Tampoco
tiene necesidad de nada de lo que las manos de los hombres le
puedan ofrecer, pues es él el que da la vida, el aliento y todas las
cosas a los hombres. Permitió que todos los pueblos, que
proceden de un solo hombre, habitasen por toda la tierra,
determinando los tiempos y los límites de su morada, para que
buscaran a Dios, para que pudieran sentirle y encontrarle. Porque
él no está lejos de ninguno de nosotros. Porque en él vivimos, en
él nos movemos y existimos, como alguno de vuestros poetas ha
dicho también: «Porque somos de su estirpe». Precisamente
porque somos de la estirpe de Dios no debemos pensar que la
divinidad se parece a una imagen de oro o plata o piedra, hecha
por el arte o el pensamiento de los hombres. Dios ha tolerado
estos tiempos de ignorancia, pero ahora ordena a todos los
hombres, estén donde estén, que den la vuelta. Porque él ha
fijado ya un día en el que juzgará al mundo con justicia y para
esto ha elegido a un hombre. Lo ha acreditado ante todos al
resucitarle de entre los muertos.
Pablo en Atenas, Sofía. Estamos hablando de cómo el
cristianismo comienza a infiltrarse en el mundo grecorromano
como algo distinto, como algo muy diferente a la filosofía
epicúrea, estoica o neoplatónica. No obstante, Pablo encuentra al
fin y al cabo una base en esta cultura. Señala que la búsqueda de
Dios es algo inherente al género humano. Esto no representaba
nada nuevo para los griegos. Lo nuevo de la predicación de Pablo
es que Dios se ha revelado ante los hombres e ido a su
encuentro. No es pues solamente un «dios filosófico» al que los
hombres pueden intentar alcanzar con su mente. Tampoco se
parece a «una imagen de oro o plata o piedra»; de esa clase de
dioses había de sobra arriba en la Acrópolis y abajo en la gran
plaza. Pero Dios «no habita en templos levantados por manos
humanas». Es un Dios personal que interviene en la Historia y
que muere en la cruz por culpa de los hombres.
En los Hechos de los Apóstoles se dice que después del discurso
de Pablo en el Areópago, había gente que se burlaba de él por lo
que había dicho sobre la resurrección de Jesús de entre los
muertos. Pero algunos entre el público también dijeron: «Nos
gustaría oírte hablar más sobre eso en otra ocasión». Algunos se
unieron a Pablo y comenzaron a creer en el cristianismo. Uno de
ellos era una mujer, Damaris, hecho que hay que tener en cuenta,
pues hubo muchas mujeres que se convirtieron al cristianismo.
Y Pablo continuó sus actividades misioneras. Poco tiempo
después de la muerte de Jesús ya había comunidades cristianas
en todas las ciudades importantes griegas y romanas, tales como
Atenas, Roma, Alejandría, Éfeso y Corinto. En el transcurso de
trescientos o cuatrocientos años todo el mundo helenístico se
había cristianizado.

Mapa de Grecia

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